«No miro nunca a la cara a mis personajes»Por Carmen de Eusebio

Fabio Morábito (Alejandría, 1955) es narrador y poeta mexicano. Nacido en Egipto de padres italianos, pasó su infancia en Milán. Desde los 15 años, ha vivido en la Ciudad de México. A pesar de ser su lengua materna el italiano, ha escrito toda su obra en español. Es autor de cuatro libros de poesía: Lotes baldíos (fce, 1985), Premio Carlos Pellicer; De lunes todo el año (Joaquín Mortiz, 1992), Premio Aguascalientes en 1991; Alguien de lava (Era, 2002) y Delante de un prado una vaca (Era, 2011; Visor 2014). Los tres primeros títulos se encuentran reunidos en el volumen La ola que regresa (fce, 2006). Ha escrito tres libros de cuentos –La lenta furia (Vuelta, 1989; Tusquets, 2002; Eterna Cadencia, 2012), La vida ordenada (Tusquets, 2000; Eterna Cadencia, 2012) y Grieta de fatiga (Tusquets, 2006; Eterna Cadencia, 2010), Premio de Narrativa Antonin Artaud en 2006– y cuatro libros de prosa –Caja de herramientas (FCE, 1989; Pre-Textos, 2009), El idioma materno (Sexto Piso, 2014), Cuentos populares mexicanos (fce, 2014) y También Berlín se olvida (Tusquets, 2004; Sexto Piso, 2015)–. Ha publicado la novela Emilio, los chistes y la muerte (Anagrama, 2009) y otra, breve, para niños, Cuando las panteras no eran negras, que ganó el White Raven Prize en 1997 (Siruela, 1996; FCE, 2011). Es autor de un libro de ensayos, Los pastores sin ovejas (El Equilibrista, 1995). Ha traducido la poesía completa de Eugenio Montale (Galaxia Gutenberg, 2006) y el Aminta de Torquato Tasso (unam, 2001). Su último libro publicado, de cuentos, es Madres y perros (Sexto Piso, 2016).
Fabio, usted nació en Alejandría y cuando tenía tres años sus padres volvieron a Milán. Vivió allí hasta los 15 años y después se trasladó a México, donde vive desde entonces. Su idioma materno es el italiano pero adoptó el español como lengua para escribir y comunicarse. Al pensar en la opción que tomó, me preguntaba cómo resolvió ese signo tan característico de cada idioma que es el humor, y sus libros tienen mucho de humor e ironía.

Le aclaro que no tomé ninguna opción con respecto al español. Llegué a México muy joven, proveniente de Italia, y no me quedó más remedio que aprender su lengua, cosa que no me costó demasiado trabajo, por la cercanía entre los dos idiomas. Con esto quiero decir que el sentido del humor local se me metió con la lengua, pero ¿se puede hablar de un sentido del humor local? Lo dudo. La gente suele creer que su nación es particularmente humorística y que en ningún país la gente se ríe de sí misma como lo hacen ellos. Yo, por el contrario, creo que el humor no cambia de idioma a idioma o de país a país, y una prueba de ello es que los chistes no tienen patria y recorren el mundo como antes lo hacían los cuentos de hadas. Hay ciertos filones locales, tal vez, como podría ser en México el albur, que es la operación verbal mediante la cual se trastoca el sentido de una frase hacia el lado sexual, pero el albur, que a mí personalmente me aburre, está lejos de representar el sentido del humor del mexicano y es más bien una subclase de él, que suelen cultivar los malos comediantes. En mi caso particular, me atrae el humor que se acerca al absurdo, cuando las palabras empiezan a irse por su lado, lejos de sus asociaciones acostumbradas, y nos muestran no sólo lo risible que es el ser humano, sino también su lenguaje. Es el idioma en estado de recreo, cuando estira su cuerpo como los gatos después de despertarse.

Usted es un escritor que cultiva varios géneros, principalmente el cuento y la poesía. Con respecto al cuento, ¿es más importante la trama o el argumento que los personajes, la caracterización?

Las dos son importantes. ¿Cómo caracterizar a un personaje sino mediante lo que hace? La acción crea al personaje y dentro de la acción está lo que el personaje dice y lo que piensa. La narrativa moderna descree cada vez más de las descripciones en seco, separadas de la acción, como cuando aparece un nuevo personaje en la historia y el autor se siente con la obligación de decirnos cómo es: alto, de pelo negro y cejas pobladas, delgado y ojos claros. Con el tiempo hemos aprendido que en la mayoría de los casos esas descripciones son ociosas porque cada lector se crea una imagen particular de cada personaje, atendiendo a lo que ese personaje dice y hace, y olvida si le dijeron que es alto, gordo y moreno. Cuando escribo un cuento, no miro nunca a la cara a mis personajes, no sabría reconocerlos si me los encontrara en la calle, viven en mi cabeza en un estado de vaguedad que es también un estado de potencialidad.

¿La novela, por su extensión y las oportunidades que le da tal característica, sufre menos que el cuento el juicio severo del lector? ¿Qué es lo que tiene que ser y tener un cuento para no ser rechazado por la agudeza del lector?

Me atrae el humor que se acerca al absurdo, cuando las palabras empiezan a irse por su lado, lejos de sus asociaciones acostumbradas

Un cuento no puede permitirse aburrir al lector. La novela puede permitirse cierto grado de remolonería, incluso debe tenerlo, porque su deber es ser exhaustiva y profunda, mientras que el cuento debe ser emocionante. Todo cuento en el fondo es un instructivo de vida. Lo que le pasó a Fulano nos interesa porque nos puede pasar también a nosotros. En cierta manera un cuento se da el lujo de abolir el alma del protagonista, un alma particular, para concentrarse en las peripecias y los incidentes a los que debe enfrentarse. La novela, en cambio, ahonda en un alma particular y, como toda alma es única e irrepetible, ninguna novela concluye de verdad. Los cuentos sí concluyen porque son la exposición de un problema concreto que nos atañe a todos. La conclusión de un cuento es algo crucial, donde el cuento se juega mucho de su eficacia.

¿Cualquier asunto o anécdota es susceptible de ser narrado? ¿De dónde surgen sus cuentos? ¿Cuándo ve que algo puede ser un cuento, partiendo de un sucedo real o desde la misma escritura?

Creo que en mi caso «huelo» que hay un cuento en aquellas situaciones en donde el o los protagonistas se ven obligados a salirse de su zona de confort y a cruzar una línea que nunca cruzarían normalmente. Lo hacen a menudo con la certeza de que volverán de inmediato a su tranquilidad inicial, y esa certeza, que se verá desmentida por los acontecimientos, es siempre uno de los ingredientes fuertes de mis historias. Tengo que oler algún tipo de caída o de derrumbe para que una historia me parezca digna de contarse.

Algo común entre sus personajes es la libertad de que gozan para ser ellos mismos, no parecen influenciados por el autor, por usted. Y, quizá, esa cualidad y la exclusión de la moraleja es lo que define a sus cuentos como ficción. ¿Usted está del lado de los escritores para los que los personajes son galeotes o de los que sugieren que tienen algo de vida propia?

Me acaba de hacer usted un gran cumplido al decir que no soy el galeote de mis personajes y que ellos gozan de libertad para ser ellos mismos. No conozco mejor cumplido para un escritor que éste.

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