Se suele contar que en la cultura china existe esa maldición, que tiene algo de dicho, de desearle a alguien que le toque vivir en tiempos interesantes. Sucede habitualmente que, como atrapados en una olla cuya temperatura asciende de forma suave como constante, no se da cuenta de que le están cocinando vivo hasta demasiado tarde. En definitiva, los tiempos interesantes están siempre a nuestro alrededor, pero no siempre somos conscientes de ello en el momento en el que hubiera servido todavía de algo. Las distopías construyen discursos sociales y políticos que deberíamos escuchar como las sirenas (las de las alarmas antiaéreas, por ser más concretos), aunque lo cierto es que si no hubiera en ellas un toque casándrico serían menos distópicas.
Así, no resulta extraño consultar el periódico, leer una noticia y pensar que lo que contaba Margaret Atwood en su novela de 1985 está a la vuelta de la esquina y no hacer nada. O sí, quizá hacer algo, como cuando se popularizaron algunos memes en referencia al texto de Orwell. Quizá alguien ya está haciendo referencias a Player Piano, la novela con la que debutó Kurt Vonnegut, en relación con las constantes noticias sobre la IA, retomando (y reformando) el discurso contra la automatización radicalizada. Y en alguna clase están viendo Sleep Dealer, la película de Alex Rivera para introducir debates tan necesarios como incómodos para la hegemonía.
La distopía es un ejercicio de prognosis: pocas falacias son más interesadas y erróneas que la atribución al género de la noción de profecía autocumplida. Los escritores que cuentan estas historias construyen sus mundos a partir de la reflexión sobre los indicios que empiezan a observar y las intuiciones sobre las derivas de lo que les rodea. Es hecho más que sabido que hablar de futuros lejanos, de ucronías, y demás, es una excusa para hablar de lo más inmediato y contemporáneo. Al menos, siempre que tras esas palabras haya alguien con algo que contar, pero esta es una observación (algo cruel) que puede hacerse sobre cualquier forma narrativa. En la práctica, nos evidencia una vez más otra de esas razones por las que en un mundo de tecnócratas y de ataque sostenido a las Humanidades, esta (como las otras formas del arte y su estudio) deben ser respetadas y observadas, sí, pero, sobre todo, escuchadas.
Toda inscripción y discurso es un acto políticamente marcado, incluida la voluntad expresa de huir de la significación. Pero si en algo destaca la distopía es en la presentación ante su público de un mensaje con carga política y denuncia social. Y esto hace que resulte especialmente llamativa la tradicional expulsión del género por los guardianes del marchamo de la artificiosa alta cultura, con excepciones tan concretas y veteranas como la de Swift, el considerarlo una suerte de «pecado menor» de autores que consideran respetables, o el aceptar su legitimación cuando el aval proviene de otras lenguas, como con Ursula K. Le Guin (en este caso, pensamos el provincialismo de parte de la crítica y la academia en lengua española).
Estudios recientes, como el que firma Teresa Gómez Trueba en Espectáculo Apocalipsis, publicado este mismo 2023 por Visor, señalan que hay una extraña, quizá incluso perversa, sintonía entre lo que Gómez Trueba describe como el estado emocional de nuestro tiempo con el periodo histórico mismo que habitamos, siendo este un panorama de crisis global permanente en lo que llevamos de siglo, desde el pánico terrorista global que se desata a partir del 11-S hasta la pandemia de 2020, un periodo que ha vuelto a poner en los noticiarios el reloj del fin del mundo, que había perdido su protagonismo impulsado por el pánico nuclear. Salvo que el pánico nuclear regresó. Gómez Trueba recorre nuestro periodo y recoge el sentimiento generalizado ya en la introducción de su libro: «la crítica ha señalado que, en lo que llevamos de siglo, ha sido el de las distopías el [subgénero de la ciencia ficción] que ha alcanzado un mayor éxito y popularidad, ya sea en versión cinematográfica, televisiva o literaria». Podemos afirmar que su auge incluso trasciende la frontera de la ciencia ficción y es un crecimiento en términos absolutos, pues coinciden en este momento varias generaciones de autores que llevan toda su vida enfrentándose al pánico continuado y a la amenaza de la distopía, que es solo ligeramente peor que el (no tan) sutil descenso hacia la distopía real para el 99%.
Era lógico, por tanto, que las páginas que aquí nos ocupan hayan perseguido dar voz a una muestra de autores en lengua española que han tratado la distopía en alguna de sus muchas formas. Esto implica tanto a quienes han apostado por ella como género en algún momento de su trayectoria literaria como a quienes han ofrecido ya en el pasado sus reflexiones sobre las implicaciones de estas escrituras. En muchos casos, las dos cosas. La tribuna que supone Cuadernos Hispanoamericano cumple aquí dos funciones principales: sumarse a la reivindicación (todavía necesaria) de lo distópico desde los espacios prescriptivos y la de hacerlo, además, recordando que en estos momentos hay una importante nómina de voces transatlánticas absolutamente contemporáneas que apuesta por ello y que, a su vez, recoge un interesantísimo testigo que tomó forma en la segunda mitad del siglo anterior.
Así, Sascha Hannig, escritora, periodista e investigadora chilena nos presenta una reflexión sobre el concepto mismo de distopía y sus implicaciones por la intersección con la realidad que conlleva el tema. En sus páginas no teme abordar el cruce entre la ficción y los excesos del mundo real, también en los tiempos actuales. El autor y crítico español Ricardo Menéndez Salmón, por su parte, propone una reflexión en la que la distopía se retrata como una herramienta de diagnóstico de nuestro mundo más inmediato, abordando la relación inherente entre el género y el mundo que lo ve nacer. De hecho, esa relación con entre la literatura distópica y la realidad se refleja en el creciente interés por situar el terror de lo climático en el centro del discurso distópico latinoamericano, cuestión que aborda el escritor argentino Michel Nieva en su texto. Y no menos importante es el resurgir en el espacio occidental de la posición distópica a la que se enfrentan las mujeres por el hecho de serlo, un enfoque que centra el texto de la autora española Pilar Adón, quien pone su atención en algunas de las protagonistas de algunos de los principales hitos del género.
Por otro lado, la novelista boliviana Giovanna Rivero centra su atención en el caso concreto de Adolfo Costa du Reis. El planteamiento del regreso a la obra, publicada originalmente por su autor en francés, y muchos años más tarde en español, evidencia con claridad y contundencia la fuerza de la distopía como estética transgeneracional y transatlántica. Asimismo, el autor y docente argentino Tomás Downey apuesta por una lectura de la obra Plop de Rafael Pinedo, quien consiguió el Premio Casa de las Américas por ella. Sus reflexiones permiten abordar la novela con una lectura significada a través del contexto latinoamericano mientras nos aproxima a una obra quizá no tan conocida como debiera. Finalmente, Alicia Fenieux, periodista y escritora chilena, plantea una reflexión sobre el proceso creativo de la literatura distópica prestando atención a su visión personal, un recorrido por su propia acción escritural que arroja luz sobre la imbricación entre la propiocepción, el mundo que nos rodea y la creación distópica.
1. Este dosier se enmarca en el proyecto PID2019-104957GA-I00 (Exocanónicos: márgenes y descentramiento en la literatura en español del siglo XXI) financiado por MCIN/ AEI /10.13039/501100011033, cuyo IP es Daniel Escandell Montiel (Universidad de Salamanca), y es resultado parcial de la estancia de investigación realizada en la Universidad de Estocolmo bajo el programa de Ayudas para la recualificación del sistema universitario español 2021-2023 financiado por el Ministerio de Universidades/ NextGenerationEU/ PRTR.