El mar: «[…] mientras acates esos tácitos, eminentes preceptos nunca serás llevado al tribunal que evalúa las acciones contrarias a la difícil equidad del mar. Tú mismo formarás parte de la equidad del mar» («Idioma de Poseidón», 2015, pp. 26 y 27). El mar posee «inmemoriales preceptos oceánicos» («Condición del perro», 2015, p. 56) que emergen como una ley inexpugnable en «Atracción de contrarios» (2015, p. 65), entre otros… En este sentido, sería interesante contemplar en ese mar los pecios de los naufragios, «No hay más ávida imagen de la desolación que el cadáver de un barco» («Exequias de barcos», 2015, p. 41), como cualquier contemplación, en un platonismo invertido, esto es, un platonismo materialista, que leemos en no pocas muestras —«Todas las bellezas» (2015, p. 62) o «La palabra, todas las palabras» (2015, p. 80), por mencionar dos—, conduciéndonos hacia otra suerte de pecios de la vida como son esos personajes marginales o desahuciados que abundan en Desaprendizajes, y que Caballero Bonald elogia continuamente, seres que han alcanzado la «Desposesión» (2015, p. 21), comenzando por él mismo, la palabra nunca alcanzada, el poeta desposeído de su propia palabra, en el límite rilkiano. Estos personajes vienen precedidos de una crítica feroz hacia el sistema social (Ferrer, 2015, p. i), y ahí conectamos con la realidad, e incluso la autocrítica, como en «Sobre la eficacia de la duda» (2015, p. 17),[x] y por eso se nos habla en tantas ocasiones desde el subsuelo dostoyevskiano: «Todo lo subterráneo tiene un orden» (2015, p. 20). Nos habla como un «Héroe anónimo» (2015, p. 91) que no perdió, sino que renunció: «El acto de renunciar no siempre acepta acomodarse al hecho de perder». Recordemos lo que significó Descrédito del héroe. Así, «Desaprendizajes» (2015, p. 79), el poema homónimo del conjunto, es una feroz autocrítica. Sin embargo, no llega a asfixiarse, porque hay notas de autoestima aquí y allá —podríamos señalar varias composiciones— que nos salvaguardan, como en «El que tenía que llegar» (2015, p. 53), donde rememora sus días de poeta-profeta, de pasado proyectado en el futuro, es decir, en el ahora de la «adivinación».
Por otro lado, la marginalidad se encuentra implícita en múltiples poemas: «Maldita flor efímera incolora como una lágrima» (2015, p. 36), sobre una mujer infeliz porque ha dejado de ser bella; «Ciudad de sectarios» (2015, p. 52), contra todo tipo de sectas, sea cuales sean sus fines; «En sentido contrario» (2015, p. 61), contra los delatores; «Pedagógica simulación» (2015, p. 72), contra los hipócritas; o «El pasado comienza en este mismo instante» (2015, p. 86), contra el falso intelectual o falso escritor; y otros. O de manera explícita en «Miraba la mar» (2015, p. 59), sobre la malcasada; «Soledades» (2015, p. 63), sobre los náufragos-pastores-poetas; «Los mendigos transportan sus pertrechos» (2015, p. 90), sobre los mendigos; «Población de reclusos» (2015, p. 98), sobre las personas privadas de libertad; o «Raya de la vida» (2015, p. 104), sobre Max Estrella; entre otros.
Volvemos a la espinosa realidad con la que iniciábamos, una realidad en muchos casos execrable, pero que la poesía enaltece (Lucas, 2015, p. 52).[xi] Así lo lee Juan Bonilla, destacando «la indagación que hace el poeta en la necesidad de interpretar el mundo y agarrarlo a través de la poesía» (Bonilla, 2015, p. 11). Y ya concluimos, no sin antes insistir en que Caballero Bonald es consciente de que se acaba la vida, de que hay un «Fin de ciclo» (2015, p. 106), en este caso vital, que viene a cerrar también el resto de posibilidades: «Todo se parecía a la encarnación de un tiempo declinante que llegaba en bruscos vaticinios a su término, no sin antes exigir un sitio entre los testamentarios detrimentos de la realidad» (ibídem). Y una serie de poemas lapidarios (Doncel, 2015, p. 12), como éste:
QUE TRATA DE LOS SEDENTARIOS
Semejante a las memorias de viajes es el trazado de la vida. Un difuso registro de secuencias se van escalonando en la imaginación con una minuciosa arbitrariedad. Hechos vividos y hechos ya desvividos en las marañas mortuorias de los años recobran de improviso una insegura realidad apenas razonable, adosada a geografías inconexas, espacios de inciertas toponimias, sinestesias urbanas difícilmente reconocibles. Allí se modifican y entrelazan escenarios donde alguna vez estuve, pero donde tal vez no estuve nunca, mientras que comparecen en la imaginación bellezas transitorias que supuse perennes, las mismas que en los rincones circunvecinos va devorando el imán inhumano de los errabundos. Todo deviene en irreal. Los puntos cardinales sólo en los mapas cumplen su oficio de tinieblas. Nunca podrás circunscribir el viaje a la vida si no estás previamente adiestrado en el oficio de la incertidumbre (2015, p. 107).
Para qué repetirlo. Con esto concluimos.
[i] «Estos Desaprendizajes tienen algo que ver con aquel ya lejano Laberinto de Fortuna, aunque más en la apariencia de su disposición como poemas en prosa que en su esencia. Los de aquél eran poemas más narrativos y más sensoriales, mientras que los de éste se nos presentan como una afortunada hibridación de procedimientos poéticos, narrativos y, por momentos, incluso ensayísticos. Hay una atención a lo reflexivo, pero también alucinatorio. Hay una recurrencia a la narratividad, pero también a lo argumentativo. Hay en este libro, en fin, una creencia inamovible en las posibilidades del lenguaje y hay también un descreimiento con respecto a las posibilidades del lenguaje como vehículo para formular lo inefable, lo que de por sí no admite formulación» (Benítez Reyes, 2016, p. 124).
[ii] La crítica ha señalado suficientemente la relación del verso y la prosa en la obra de nuestro autor. Baste citar uno de los últimos acercamientos, como la introducción a la antología de María José Flores Fábula y memoria. Antología en prosa y verso (2014).
[iii] «Hace tiempo que no me quiero callar», confirmó en la presentación del libro (Núñez Jaime, 2015).
[iv] De Ángel González se ocupa, asimismo, en enjundiosas páginas agrupadas bajo el título de «La ironía como sistema poético» en Oficio de lector (2013, pp. 522-529).
[v] Javier Rodríguez Marcos le recordó a nuestro autor que, tras haber publicado Entreguerras o De la naturaleza de las cosas (2012), había afirmado en varias ocasiones que iba a ser el último libro de poemas, a lo que respondió: «Sí, estaba convencido de eso y en cierto modo lo es. Se trataba de un libro testamentario en el que narro episodios de mi biografía. Desaprendizajes es como un apéndice, la coda, un añadido necesario del testamento» (Caballero Bonald en Rodríguez Marcos 2015, p. 44). Y asimismo: «Para no desdecirse ya de esas despedidas, quiere continuidad de Entreguerras, lo que en cierto modo es verdad si tenemos en cuenta que su obra es extremadamente coherente y cada libro se remite al siguiente en un cúmulo de significación con evoluciones, pero sin enormes rupturas» (Juristo, 2015).
[vi] Importante sería entender este no lugar como una identidad, como, por ejemplo, en «La desvaída copia de uno mismo» (2015, p. 28). Morales Lomas afirmará que «En esa indagación de identidades, en ese reencuentro del ser en sí, su interiorización ayuda a descubrir los resortes de sus pesquisas en los suburbios de la noche, en el reencuentro con la propia memoria, cayendo a veces en la dimensión del vacío o en los tentáculos del silencio, en su magnanimidad decrépita» (Morales Lomas, 2016, p. 198).
[vii] El orden-desorden se repetirá como tema en Desaprendizajes en poemas como «Razonado desorden» (2015, p. 30) o «De vez en cuando ocurre el orden» (2015, p. 69), entre otros. Hay una lectura del orden-desorden conectada a la incertidumbre de la vida, a su realidad azarosa, a lo desconocido del vivir, que arroja más luz que cualquier explicación palmaria, pero siempre desde la poesía, único instrumento capaz de adentrarse en el misterio de las cosas y —la poesía no se traduce— explicarlo.
[viii] «De todas las piezas del libro, todas ellas de una calidad sublime incuestionable, nos atrevemos, no obstante, a resaltar aquellas que hunden su acento en los orígenes, en la voz de su tierra, en las raíces de ese pozo que es la tierra de Argónida, un espacio literario donde el autor se ha inspirado» (López Andrada, 2015, p. 6).
[ix] Véase el irónico «Incomunicada lección» (2015, p. 43), donde el autor, más que presumiblemente, alude a sí mismo con razonadas dosis de autoestima, hasta el punto de haber afirmado un poco antes que «Todo el que te lee termina queriendo escribir como tú» («La mesa en la que escribes tiene un boquete atroz», 2015, p. 40).
[x] La duda viene siendo uno de los grandes temas bonaldianos en sus últimos poemarios (Cruz, 2015, p. 31), y hay innumerables muestras en sus poemas (por ejemplo, «Prestigio de la duda», 2009, p. 109; 2011, p. 742), hasta el punto de afirmar en varias entrevistas que «El que no tiene dudas es lo más parecido a un imbécil» («Caballero Bonald», en VV. AA., 2009). «Del mismo modo, y sobre la duda, un tema recurrente en este volumen [Desaprendizajes], Caballero Bonald manifiesta que “La duda es una actitud personal muy positiva” y que la incertidumbre “te hace meditar y ver las cosas de una manera más apacible”, porque “el que no tiene dudas es lo más parecido a un imbécil”. “La duda es el factor desencadenante del pensamiento; hay que dudar para poder llegar a saber cosas”, apostilla» («Caballero Bonald», en VV. AA., 2009).
[xi] «Caballero Bonald ha escrito rompiendo deliberadamente las costuras de su propia poesía, pero sin perder la coherencia de su escritura, que tiene aquí algo de revelación y el código insurgente de los que se sienten fuera de sitio. De ahí la crítica feroz al presente y la necesidad de encontrar alojamiento en las transgresiones del idioma. En muchos de estos textos hay una espeleología por aquello de que lo real no se ve, por lo nunca evidente, por la senda de esas fuerzas feroces que habitan dentro de nosotros» (Lucas, 2016, p. 125).[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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