1.
Circula por las redes y se encuentra fácilmente en cualquier buscador de internet, aquella conversación que tuvo Hanna Arendt con Günter Gays para la televisión alemana en 1964. En youtube la encontramos si ponemos: «¿Qué queda? Queda la lengua materna.” En esta conversación, Arendt reflexiona sobre sus influencias políticas, los hechos que la convirtieron en la persona que fue y en la importancia que para ella tenía haberse hecho consciente de que después de todo, lo que quedaba en ella, era la lengua materna. “Hay una diferencia abismal entre tu lengua materna y todas las demás. En mi caso puedo explicarlo con total sencillez: en alemán me sé de memoria una buena parte de la poesía alemana, estos poemas se mueven siempre, de algún modo en mi cabeza, -in the back of my mind-, y esto es naturalmente irrepetible».1
¿Qué es la lengua materna si no el cúmulo de experiencias que complejizan nuestro andar por el mundo? Si nuestra lengua materna es la que nos transmite nuestra madre, el seno familiar, o la comunidad en la que nos desenvolvemos, entonces somos palabras, lenguaje, códigos de comunicación construidos lentamente a lo largo de nuestra vida. Es la manera en la que el lenguaje, las expresiones que usamos y pensamos se vuelven acciones dentro de nuestra vida. Somos y hacemos al enunciarnos, al hacernos oír, al representarnos mediante letras y sonidos. Nos volvemos personas en continuo presente, enunciando el pasado y creando el futuro.
La lengua materna, esa que sentimos propia, como parte de una singularidad de nuestra individualidad, -única e irrepetible-, es nuestra huella en el mundo y la confirmación de que nuestras palabras se complejizan y le dan sentido a la mezcla de afectos, deseos y pulsiones que defendemos ante la inexcrutable pérdida de memoria. Porque hay una batalla perdida, seremos olvido, y frente a este hecho, nos rebelamos y nos aferramos a narrarnos y transmitirnos mediante palabras y acciones frente a los demás. Hay una resistencia a la futura desaparición del entorno y de nuestras experiencias, que nuestra lengua se proclama subversiva ante la finitud de nuestro ciclo vital, ya sea como personas o sociedades. Es la resistencia a lo efímero, a la levedad, a la indiferencia.
Para quienes escribimos, entonces, la lengua materna es, sin duda alguna, nuestra voz literaria y cuando somos conscientes de esto, podemos darnos la oportunidad de jugar con ella y moldearla de acuerdo a las necesidades que demanda la historia, la que presenciamos y la que deseamos narrar. Podría decirse que la lengua materna es una especie de caballo de Troya desde el que nos narramos frente a la ignominia del propio mundo. Nuestras armas son frases, morfemas, fonemas y discursos, porque, finalmente el lenguaje es el resultado de nuestra capacidad creativa que persiste, pese a todo, incluso pese a nosotros y nosotras mismas.
2.
¿Qué pasa entonces, cuando en este reconocimiento de la lengua materna nos miramos y se pone de manifiesto la multi instrumentalidad de las palabras? ¿Cuál es la posición que tomamos frente a este hecho? ¿qué hacemos con la certeza de que las palabras están en todo aquello que tiene sonido y silencio? ¿Cómo nos forzamos a escuchar, a sentir, a palpar aquello que nos habla? Pienso que aquí es donde la música toma especial relevancia. Al menos en mi caso, pues considero que es en ese momento preciso donde adquirimos conciencia de la infinita capacidad que tiene la humanidad para hacer tangible la fineza con la que la vida se hace presente y esto se relaciona directamente con la música. Ese soundtrack circunstancial, muchas veces ni siquiera elegido, que nos impacta al momento de expresarnos verbalmente.
Para quienes escribimos, entonces, la lengua materna es, sin duda alguna, nuestra voz literaria y cuando somos conscientes de esto, podemos darnos la oportunidad de jugar con ella y moldearla de acuerdo a las necesidades que demanda la historia, la que presenciamos y la que deseamos narrar
Porque la música es, ante todo, la posibilidad de tener conciencia del tiempo. Y el tiempo dota a las palabras y a los idiomas de un sentido más complejo, o en su caso, les da la justa dimensión. La melodía y los momentos que transcurren dentro de la música tienen la capacidad de jugar con la maleabilidad de las palabras en función del ritmo y de la intención. No es lo mismo el pronunciamiento de un sí meláncolico al de un sí enérgico y contundente. Así como tampoco es igual, ni requiere el mismo esfuerzo, un no cuando se canta en una canción de punk que en otra con ritmo pop.
Las palabras y la música, finalmente, son nuestros instrumentos de creación. El caballo de Troya que destruye el entorno y lo transforma. Es el rizoma en constante movimiento, que enraiza y florece en distintas direcciones, siempre en continuo movimiento. Y este hecho dota de una potencia disruptiva a la lengua materna dentro de los procesos creativos. Porque, si la lengua materna permite y da la capacidad de narrar y dar coherencia a sucesos, -inventados o no- que expliquen o perfilen las emociones impronunciables, la música las expresa justo desde esa impronunciabilidad: aniquila lo extraordinario, para dar paso a lo ordinario convertido en arte.
3.
Cuando me preguntan por mi proceso creativo y mi voz literaria, creo que acabo decepcionando a mis interlocutores porque no tengo un método que incluya algo así como que tengo una pluma especial, o una vieja máquina para escribir de madrugada. Tampoco tengo consejos para asesorar a otros escritores. Me aferro al acto mismo de pensar y escuchar. Aspiro a ser consciente del tiempo.
Este acto de pensar, de imaginar, de desarrollar ideas, a veces lentamente, a veces más rápido, está intrínsecamente conectado con la música. Sin música no hay historia y sin historia, la música se convierte en una serie de canciones o ritmos que terminan por provocarme para escribir. Todo intento de escritura, en mi caso, está relacionado con la música. Y este proceso, el proceso neurológico, es fundamental para la conexión entre emociones, imágenes, impulsos, etc. Es el principio de mi sencillo método de comprometerme con aquello que me es ajeno y que deseo conocer mediante la imaginación. Y cuando hablo de imaginar, hablo de hacerlo mientras hago la cama, me baño, llevo a mi hija al colegio, o mientras cocino o lavo los platos, o incluso cuando voy al supermercado. No necesito ni tengo una habitación propia, lo que tengo es una casa compartida, un restaurante común, el metro y las calles llenas de gente. Es la observación mi instrumento, el puente que me ancla al mundo, para qué paradójicamente me aleje de él y es la música quien me acompaña.
Así que, aunque mi forma de trabajar es como un bricolaje: tomo algo de esta canción, alguna fotografía, un capítulo, una escena o un diálogo de una serie de televisión o de una película u obra de teatro, es la música la que me va determinando la voz literaria. ¿Qué ritmo, que tono, qué narradora, qué posición, que altibajos se entretejen? Las melodías y las letras de las canciones son mi guía.
Así entonces, el acto físico de escribir tiene que realizarse con la música que en ese primer momento me con-movió a pensar e imaginar la primera acción, enunciado o pensamiento crucial de mis personajes. Quizá por ello, no suelo leer textos literarios relacionados con el tema de la novela que estoy escribiendo, porque creo que la conversación empieza después, cuando tu propia voz dice todo lo que tiene que decir. No antes. ¿Dialogo con la literatura? Sí, pero es con la música, con cierta canción o estilo de algún cantante o grupo musical que me siento cómoda reconociendo la voz que necesito. Es cuando mi lengua materna y la lengua materna de otra persona se conjuntan, dialogan, se mezclan, juegan, se repelen, se toquetean, se vuelven otra cosa.
4.
Pero también me interesa indagar en cómo es mediante la música que mi cuerpo estimula la creatividad y la memoria. Es esa obsesión que me da por escuchar una y otra vez aquello que me interpela, no solo porque estimula ese diálogo del que he hablado antes, sino porque en mi caso, la música es es el instrumento que dispara hacia ese espacio donde el mundo ficticio al que me entrego se vuelve palpable. En otras palabras: cuando pongo la música que me acompañó en el momento en el que pensaba en lo que sucedería con las personajas, -ya sea lavando los platos, caminando, entre los pasillos del mercado-, es mi cuerpo el que empieza a recordar las primeras sensaciones, opiniones o ideas y entonces puedo reconfigurar todo lo que sentí y lo plasmo en el texto. ¿Qué sensaciones me causó, qué imagen llegó a mí en tal verso o clímax musical? De eso depende el ritmo y el transfondo de mis textos.
Este acto de pensar, de imaginar, de desarrollar ideas, a veces lentamente, a veces más rápido, está intrínsecamente conectado con la música. Sin música no hay historia y sin historia, la música se convierte en una serie de canciones o ritmos que terminan por provocarme para escribir
No le falta razón a Jude Rogers cuando en su libro The sound of being human (2022), explica la forma en la que la música ha formado su vida y sus recuerdos. Esos momentos en los que un suceso más allá de su control, detona un viaje personal por el tiempo. Se vuelve a la niñez, -a la lengua materna- a una forma de ser y en el caso de quienes escribimos, si ponemos la suficiente atención, hacemos uso de este fenómeno -los multi instrumentos con los que contamos para crear- y expresamos y damos algo de aquello que recibimos de alguien más que a su vez también recibió y compartió con el mundo. Tal y como sucede con la música, que, con un ritmo, un tono, una nota específica, tiene la cadencia de lo impronunciable y es capaz de abrasar las entrañas, pero también, de abrazar, reconfortar, hacer único el momento/momentum en el que la ficción se confunde con la realidad y se consuma el hecho estético.
5.
La forma en la que la lengua materna es capaz de anidar una voz literaria es tan poderosa que por ello, ahora mismo dentro de los espacios públicos se reivindica. Ya vivas en España y seas latinoamericano, o vivas en Nueva York o el sur de Estados Unidos, la lengua materna se usa como arma política. Y si el arte es en sí político, todo aquello que mamamos, chupamos, reímos, rechazamos o reconvertimos para que nos sea propio, es un estilo de habitar el mundo, de escribirlo, de inventarlo, de nombrarlo, de problematizar y de volverlo más, pues aunque el mundo nunca es el mismo, ni se detiene, ni nos espera, está en constante movimiento, es capaz de con-movernos. Nos empuja a otro sitio, a otra situación. Es infinito.
La lengua materna, tal como la música, es la pauta que marca el tiempo vital de cada persona dentro de esta infinitud ante la que nos miramos tal y como somos: momentáneos. Nos comprende en un espacio determinado que no se repetirá. Por eso, es que insisto en asumirme como una lengua única e irrepetible, dueña de una voz literaria capaz de crear narrativas que merecen ser contadas, porque esa singularidad que tiene la lengua materna es precisamente la de ser inacabable, porque aunque nos lo propongamos, somos capaces de transmitirla entera. Las palabras se transforman, se achican, se agrandan, se ennoblecen y desaparecen, y también, -de ahí la nobleza- nos perrmiten la concepción de algo que podemos decir con nuestras palabras, no con las de nuestra madre, ni las de nuestro padre, ni de los hermanos, ni los amigos, ni el amor que nos calcina. Por lo tanto, nuestras palabras, las que pronunciamos con un ritmo único, son la revelación de nuestro tiempo, de nuestro compás, de nuestro espacio vital que se extingue dentro de nuestro propio reloj biológico. Somos tiempo que se acaba y una especie de canción o melodía que se manifiesta a pesar de nosotros que usamos el tiempo, lo volvemos tangible, lo pronunciamos, lo cantamos. El tiempo es una madre, dice Ocean Vuong. «Time is a motherfucker, I said to the gravestones, alive, absurd».2 Y si el tiempo es una madre, tenemos la capacidad de crear y crearnos a través de la lengua, que es, en palabras de Arendt, lo único que queda. Esos poemas, esas canciones que se mueven de algún modo en una especie de loop dentro de nuestra cabeza. Somos una y otra vez, el soundtrack no elegido, sino el que nos tocó pronunciar. En mi caso, mi lengua canta y canta a través de estas palabras.
1. Entrevista de Hanna Arendt
2. Voung, Ocean. Time is a mother, Penguin Press, Estados Unidos, 2022. Pág. 59.