La segunda fase de la revolución industrial se inicia alrededor de 1860, la década en que nace en Nicaragua Rubén Darío, y está marcada por la sustitución del hierro por el acero, el auge de los barcos con mayor autonomía de navegación, las redes de energía eléctrica y la iluminación urbana por bombillas incandescentes, los motores de combustión, los automóviles y la navegación aérea.
Es el progreso tecnológico que no parece tener límites, y la modernidad de las sociedades industriales coincide con la aparición del modernismo como movimiento literario en Hispanoamérica, cuyo punto de partida es Azul, el libro clave de Darío publicado en Chile en 1888. Una revolución literaria que se da no solo en la poesía (Azul es un libro en verso y en prosa, y esta última, donde ya se ensaya la crónica, viene a ser en el breve libro más innovadora y atrevida que los poemas mismos).
Las novedades decisivas de la tecnología transforman las comunicaciones y los medios de prensa: la máquina de escribir, las grabaciones fonográficas, el cinematógrafo, la fotografía de exposición y revelado rápido, la radiotelegrafía, el cable submarino, la linotipia, los fotograbados, la fotocomposición, la litografía a colores, la producción industrial del papel en bobinas, las prensas rotativas.
Los modernistas, de José Martí al propio Darío, marcan un nuevo hito en la crónica periodística, que se conecta directamente con la vida urbana. El precursor es Martí, que escribe desde Nueva York sus despachos para el diario La Nación de Buenos Aires, el de mayor tirada entonces en español, y cuyo estilo influye en Darío, de planta también en La Nación.
Ellos, y otros de los poetas modernistas, que también ejercen el periodismo, dan cuenta en sus extensos despachos, que arrancan en las primera páginas, de la modernidad urbana, las ciudades feéricas, el miraje de la profusión de luces (feérico, miraje, son novedades del vocabulario modernista), la velocidad, la musa que huye y muere aplastada bajo las llantas de los automóviles en el asfalto.
Y las nuevas tecnologías fueron capaces de alterar las formas de la escritura, igual que ocurre ahora con la revolución digital. Los despachos cablegráficos, para citar un ejemplo, determinaron el uso de frases cortas separadas por puntos y seguido, ese pespunteo nervioso que se traslada luego a la poesía.
Ya en 1885, desde Nicaragua, a los 18 años, y aún sin haber salido de Centroamérica, Darío puede imaginar de manera premonitoria el futuro, en términos de ciencia ficción, en el artículo Siglo XX:
«A juzgar por el progreso vertiginoso de la época presente, jamás visto en los tiempos pasados, en el siglo XX habrán de realizarse maravillas increíbles. ¡Oh, sí! La navegación aérea y la navegación submarina serán medios vulgares de comunicación. Zambullirse en Corinto dentro de un buquecito eléctrico y aparecer una hora después en El Callao, o en Burdeos, elevarse aquí en un globo aerostático, pasar sobre las nubes, con las tempestades bajo sus pies, y caer a pocos minutos en medio de la Plaza de la Concordia en Paris; ver desde Lima una representación en el teatro de la Scala de Milán; oír desde una casa americana un debate parlamentario en las Cámaras francesas…»
Ángel Rama señala que la forma de expresión cultural del liberalismo en América Latina es el modernismo. La modernidad llega de la mano de los gobiernos liberales, cuya base de transformación económica es la agroexportación, que requiere el desarrollo de redes ferroviarias, líneas telegráficas, puertos; desde Argentina y Chile, donde la transformación capitalista se hace bajo la influencia financiera de Inglaterra, hasta el Caribe, donde se establece ya el poderío económico y militar de Estados Unidos.
Cuando Darío recoge en Panamá en 1893 las cartas patentes de cónsul de Colombia en Buenos Aires, contempla las ruinas de uno de los proyectos más ambiciosos de la modernidad mundial, la construcción del canal interoceánico emprendida por Ferdinand de Lesseps, luego de la culminación del canal de Suez en 1869.
Lo relata en La Caravana pasa, una compilación de artículos publicada en 1902:
«Me ha tocado visitar en compañía de ingenieros desolados ante el espectáculo ciertamente conmovedor, aquel inmenso cementerio de construcciones, aquel colosal osario de máquinas, entre las ruinas, en el lugar fatídico en que la imprudencia por un lado y el delito por otro, enterraron un sinnúmero de vidas y un sinnúmero de ahorros de pobres gentes…».
Y en el mismo artículo entra a hablar de uno de los grandes mitos de la panacea del progreso en Nicaragua, la construcción del otro canal interoceánico, que entonces aún se encuentra en discusión, un espejismo de perversos reflejos, causante de descomunales estafas, aún ahora, más de un siglo después:
«La vieja cuestión del canal interoceánico se renueva de tiempo en tiempo. En estos momentos, se agita en los Estados Unidos y tiene naturalmente gran repercusión en Francia. ¿Se realizará el canal por fin? ¿Cuál de los canales? ¿El de Nicaragua? ¿El de Panamá?».
Tras deponer en 1910 al dictador José Santos Zelaya, que buscaba apoyos financieros con Japón y Alemania para llevar adelante el proyecto del canal, Estados Unidos firmó en 1914 con el gobierno conservador de Nicaragua, impuesto por ellos mismos, el tratado Chamorro Bryan, que les daba derecho a perpetuidad para la construcción de la obra, pero sólo para que ninguna otra potencia pudiera emprenderla; poco después, ese mismo año, el primer barco atravesaría el canal de Panamá, dotado de un sistema de exclusas para equiparar el nivel de los dos océanos, un triunfo de la ingeniería moderna.
Darío atraviesa de nuevo el istmo de Panamá en octubre de 1907, cuando regresa a su país después de años de ausencia, y escribe en El viaje a Nicaragua:
«Pasé por aquí hace ya largo tiempo, cuando el desastre de Lesseps…aún recuerdo los grupos de salvajes africanos, aullantes y casi desnudos, acharolados bajo el sol furioso. Hoy se han reedificado antiguas viviendas; y si aún se mira una que otra ruina de draga antigua, las yanquis funcionan con mayor vitalidad desde que fueron contempladas por los ojos de Roosevelt en memorable visita. Panamá ha progresado con el empuje norteamericano; Panamá tiene hoy higiene, policía, más comercio, y, sobre todo, dinero…».
Un cronista de la modernidad no descuida ningún tema. Ni las artes de cocina, que han pasado a ser en Francia la décima musa, ni las cargas de la policía contra los estudiantes; ni tampoco la lucha entablada entre Ariel, la América que espera por su redención, defendiéndose contra los embates de Calibán, encarnado en el poderío avasallante de Estados Unidos. Ni la tragedia de la derrota de España en Cuba que dará paso a su espléndido libro de crónicas España Contemporánea
Admira los portentos del progreso que «el país de cíclopes» es capaz de llevar adelante, como lo demuestra también en la crónica que escribe en 1893, la primera visión que tiene de Nueva York, y que luego incorporó a Los raros en el retrato que hace de Edgar Allan Poe. Allí las palabras persiguen aparearse a la velocidad de las ocurrencias que el ojo registra:
«En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resuenan, braman, conmueven la Bolsa, la locomotora, la fragua, el banco, la imprenta, el dock y la urna electoral…he allí Broadway. Se experimenta casi una impresión dolorosa; sentís el dominio del vértigo. Por un gran canal, cuyos lados los forman casas monumentales que ostentan sus cien ojos de vidrio y sus tatuajes de rótulos, pasa un río caudaloso, confuso, de comerciantes, corredores, caballos, tranvías, ómnibus, hombres-sandwichs vestidos de anuncios…».
Y luego, cuando Estados Unidos derrota a España en la guerra de Cuba en 1898, y se apodera de la isla, escribe El triunfo de Calibán, donde comienza expresando: «No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta hoy todo noble corazón, así protesta hoy todo digno hombre que algo conserve de la leche de la loba».
Y el péndulo oscila de nuevo cuando en 1900 se traslada a Francia por instrucciones de La Nación de Buenos Aires para cubrir la Exposición Universal de París, y visita el pabellón de Estados Unidos:
«…Se exhibe la flor de lo que produce la rica tierra del norte, de Chicago a Frisco, del Oregón a Luisiana, de Nueva Orleáns a Nueva York. Están el trigo profuso que teme hoy a su rival argentino; el arroz y las ricas legumbres, y sus infinitos maíces…las carnes conservadas, los enormes jamones chicagüenses, el apretado corned-beef evocan los innumerables rebaños, las vastas praderas del cowboy, gaucho del yanqui…».
En sus numerosas crónicas sobre París, «centro de la neurosis y de todo surménage», publicadas primero en La Nación y después en Mundial Magazine, se ocupa de las fondas de medio sous y los restaurantes elegantes, los cabarets de moda, las exposiciones agropecuarias, la variada composición racial que ve en las calles, las pinturas del Salón de los Independientes, la carrera automovilística París-Madrid, las algaradas y revueltas estudiantiles, la vida de los cocotes, y la miseria frente al lujo.
En la crónica de 1901, Reflexiones de un año nuevo parisiense, que aparece en Peregrinaciones, dice:
«…No hay mayor contraste que el de esta riqueza y placer insolentes, y ese frío negro en que tanto pobre muere y tanto crimen se comete, de manera que, las bombas que de cuando en cuando suenan, en el trágico y aislado sport de algunos pobres locos, vienen a resultar ridículas e inexplicables. Esto no se acabará sino con un enorme movimiento, con aquel movimiento que presentía Enrique Heine, “ante el cual la revolución francesa será un dulce idilio” …»
En 1913, tres años antes de morir, en Hombres y Pájaros, publicada en Mundial Magazine, ve a París como un «vasto cuerpo»:
«…Tiene una cabeza, unos brazos, un corazón, un vientre y un sexo; tiene sus grandes pensamientos, sus grandes sentimientos, y sus buenas y malas acciones, y sus bellos gestos y la banda gris del Sena que refleja los diamantes celestes. Por el barrio en que habité está el cerebro, está la cabeza. Por algo, en el argot parisiense, sorbonne quiere decir cabeza. Allí está el órgano pensante, la juventud de las escuelas, las grises piedras que vieron pasar a Abelardo, el hogar de la enseñanza…».
Y le toca ser testigo de un acontecimiento que no se quedará fuera de su registro de cronista. Como recapitula Günter Schimagalle, el 8 de febrero de 1893, en pleno carnaval, tiene lugar en el Moulin Rouge un baile organizado por estudiantes de la Escuela de Bellas Artes. Una Cleopatra desnuda es cargada por cuatro hombres desnudos…una semana después, el senador Bérenger denuncia aquel hecho ante el procurador de la República como «de gravedad extrema». Y se inicia un sumario contra los organizadores y la bailarina.
El interrogatorio de los procesados y los testigos provoca risas en el auditorio. Se pronuncia el fallo: los acusados deben pagar una multa de cien francos; la sentencia queda en suspenso. Pero los estudiantes no están conformes. Se reúnen en la plaza de la Sorbona y se ponen en marcha hacia el senado. La policía los ataca. Se refugian en los cafés inmediatos. Hay varios heridos y un muerto.
Darío escribe sobre esos acontecimientos en Impresiones de París. La agitación recién pasada. Jean Carrère. Ferro non auro:
«…El muerto es un estudiante. La policía ha invadido el barrio Latino, y en el café d’Harcourt, ese inocente Nuger, que no había tomado parte en ninguna de las manifestaciones, que tomaba su bock tranquilamente, ha quedado muerto al golpe de una fosforera… El barrio, el barrio por antonomasia, se estremece. Yo he ido al d’Harcourt á informarme. Por todas las calles se nota un soplo extraño y agitado. En el café se ve el estrago de la lucha pasada…».
Un cronista de la modernidad no descuida ningún tema. Ni las artes de cocina, que han pasado a ser en Francia la décima musa, ni las cargas de la policía contra los estudiantes; ni tampoco la lucha entablada entre Ariel, la América que espera por su redención, defendiéndose contra los embates de Calibán, encarnado en el poderío avasallante de Estados Unidos. Ni la tragedia de la derrota de España en Cuba que dará paso a su espléndido libro de crónicas España Contemporánea.
Nada le es ajeno. «Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal», escribe en el prólogo de Cantos de vida y esperanza. La modernidad reclama que el ojo se multiplique, y la mano escriba de manera febril.