Dicho en otras palabras, la conciencia se reencuentra en la palabra, que es tiempo, y, proustianamente, novela.
Ya en la narratividad, las cosas que cuenta Eulalia, y en su medida Germán, pertenecen a los varios montones que Martín Gaite (1983, 1, p. 71) había descrito en El cuento de nunca acabar: «O cuenta lo que has vivido, o cuenta lo que has presenciado, o cuenta lo que le han contado, o cuenta lo que ha soñado». Lo vivido, lo observado, lo transmitido y lo soñado articulan, en una cadencia que apunta a las funciones centrales de la intención de la novela, los motivos de las Retahílas.
Indagación e introspección, rememoración y memoria tienen particularidades procedentes del ámbito de la historia en las que no nos podemos detener. Sin embargo, sería tergiversar el sentido de Retahílas dejar constatada tan solo la luz de las palabras, porque las palabras conllevan también fuego. Y, precisamente, esa dualidad nutre el tema central del discurso del relato y su finalidad última. Germán –el interlocutor soñado– lo advierte camino ya de la madrugada gallega en la casona medio derruida de Louredo: «Lo tuyo va por el ramo de la hoguera, y las hogueras se pueden apagar si dejas de echarles alimento, ahí está, que dan luz a costa de lo que queman» (G-Cinco, p. 217). La hoguera contagiosa de Eulalia, las palabras hechas fuego, propagan «triunfo y solemnidad» (G-Cinco, p. 223), son «la mejor borrachera» (G-Cinco, p. 224), pero son asimismo consumación, tiempo consumido, que en tanto arden como castillo inexpugnable, como hoguera habitable, como única comunicación posible, no dejan ver la ruina: «Y la casa qué va estar en ruinas, mujer, mientras sigamos hablando tú y yo, vamos anda: lo que pasa es que arde, pero el fuego es triunfo y solemnidad, no es ruina, en ruinas estará mañana» (G-Cinco, p. 223).
No obstante, mañana existe. La frontera de la madrugada y de la muerte de la abuela apuran los límites (ya en la tercera persona narrativa del epílogo) de ese «castillo inexpugnable de palabras, un hilo de palabras fluyendo de Eulalia a Germán, volviendo de Germán a Eulalia, Retahílas pertenecientes a un texto ardiente e indescifrable» («Epílogo», p. 233). En él se han consumido las horas de la noche y el tiempo proustiano que ha edificado la novela, pero la ruina existe y reaparece, tras esa abolición ilusoria en la que el diálogo ha bordeado el monólogo y la meditación, tras la ficción. Cuando esta se iniciaba, en la primera retahíla de la protagonista, en las primeras palabras de su perorata observaba que «la ruina, lo que se dice la ruina, nunca se sabe propiamente cuando empieza» (E-Uno, p. 18), adelantando la conciencia de saberse poseída –como la casa de Louredo que, como cronotopo realista, desaparece en la luz y el fuego de las palabras– por su «lenta invasión» (E-Uno, p. 45). Esta invasión del tiempo tiene como emblemas las arrugas y el rostro plagado de surcos en que Eulalia se reconocía al inicio de la noche y que Juana descubre en la mujer que se desprende de los brazos de Germán au bout de la nuit. Mientras las palabras han hilado historias, en tanto que han tejido Retahílas, las arrugas y la ruina han sido una amenaza inexistente, disfrazadas (las máscaras de la ficción) en el consuelo de palabras, en el tiempo rescatado:
Germán, ya ves, qué error tan grande tenerte miedo a ti, no atreverme a decirte que me siento vacía, un eslabón perdido, con lo que consuela decírtelo, consuela tanto que deja de ser verdad. Ahora, mientras te lo estoy diciendo, se fija ese eslabón, se engancha a ti por la palabra, me quitas el miedo a estar girando sola en el vacío, me haces olvidarme de que mañana tendré que tomar decisiones, de que se hará de día sobre mi vida sin proyectos y sobre esta casa en ruinas; mientras hablamos no está en ruinas, ¿verdad que no?, vive, nos acompaña, gracias a ti se convierte esta noche en tiempo rescatado de la muerte (E-Cinco, p. 216).
¿Son los cuarenta y cinco años de la protagonista –revelados por la inapelable instancia narrativa del epílogo– la edad de la muerte? ¿Es la intención de la novela recordar exclusivamente las monedas de hierro del tiempo humano? ¿Es la finalidad de Retahílas comprobar, al modo de Borges (1974, p. 771), que «el tiempo es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego»? No es el caso. Retahílas es la luz y el fuego de las palabras, y la luz no ha cesado en el paréntesis de la noche, al contrario, ha iluminado la intimidad y la memoria familiar con toda la traza de nostalgia que se quiera, pero con la voluntad firme de seguir instalada donde tan solo debe la luz humana, en la temporalidad.
La luz es, en efecto, la de las palabras hilvanadas en las Retahílas que son tiempo y novela. Montada en el tiempo, Martín Gaite (1983, 4, p. 389) ha decidido habitarlo, tal y como, resumiendo las cuentas, ha escrito en El cuento de nunca acabar: «Cuando espantas el tiempo no lo vives. Vivirlo es lo único que te compensa del deterioro que va dejando en ti. Y vivirlo es usarlo, bordar en él»[11].
NOTAS
[1] «Este libro [se refiere a El cuento de nunca acabar] es totalmente tributario de todas las cosas que se me ocurrieron al calor de ese entusiasmo que siente Eulalia al hablar con su sobrino» (Martín Gaite, en Fernández, 1979, p. 171).
[2] Véase Sotelo Vázquez (1995, pp. 39-53).
[3] En adelante citaré en el cuerpo del texto, siempre por la primera edición.
[4] En el prólogo a la segunda edición de La búsqueda de interlocutor y otras búsquedas, fechado en diciembre de 1981, Carmen Martín Gaite (1982, p. 9) escribe: «El tema de las diferencias entre hablar y escribir, base de Retahílas, se apunta en “La búsqueda de interlocutor” y se recoge en “Conversaciones con Gustavo Fabra”».
[5] La intertextualidad –paratextualidad en Retahílas– reza así: «La elocuencia no está en el que habla, sino en el que oye; si no precede esa afición en el que oye, no hay retórica que alcance, y si precede, todo es retórica del que habla».
[6] Sin duda Ricardo Gullón (1994, p. 307) se refiere a este proceso cuando escribe: «Lo emocional domina el proceso informativo, o, expuesto de otro modo, la información surge en el flujo emocional y se hace audible en las resonancias, en las ambigüedades y en sus equívocos. La emoción podrá no ser comunicación, pero intensifica y realza lo comunicado».
[7] En el capitulillo «Lo fugaz» de El cuento de nunca acabar (4, p. 339) lo explica la propia novelista.
[8] Véase en «El tiempo narrativo. Proceso»: «Las personas tienen un antes y un después, y eso es lo que hay que saber marcar en la historia. Son su proceso, el de la historia misma que viven. No son, van siendo» (Martín Gaite, 1983, 4, p. 334).
[9] Véase Martín Gaite (1983, pp. 333 y 339).
[10] «Chaque foi que nous sommes en détresse, c’est le langage qui nous aporte la solution nécessaire. Il n’y a pas d’autre» (Parain, 1972).
[11] Actitud que refuerzan ciertas confesiones autobiográficas de la escritora: «No sé que más puedo decir de mí. Tal vez que tengo buen carácter y que no soy derrotista: hasta en los momentos más negros trato de tener presente que siempre puede renacer la esperanza, mientras quede vida. Lo único terrible es la muerte» (Martín Gaite, 1980, p. 224).
BIBLIOGRAFÍA
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Fernández, Celia. «Entrevista con Carmen Martín Gaite», Anales de narrativa española contemporánea, 4, 1979.
Gullón, Ricardo. «Retahíla sobre Retahílas», La novela española contemporánea. Ensayos críticos, Alianza, Madrid, 1994.
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- Retahílas, Destino, Barcelona, 1974.
- El cuarto de atrás, Destino, Barcelona, 1978.
- Agua pasada, Anagrama, Barcelona, 1980.
- La búsqueda de interlocutor y otras búsquedas, Destino, Barcelona, 1982.
- El cuento de nunca acabar, Trieste, Madrid, 1983.
- Obras completas. Ensayos III (editado por José Teruel), Espasa Calpe / Círculo de Lectores, Barcelona, 2017.
Navajas, Gonzalo. «El diálogo y el yo en Retahílas», Teoría y práctica de la novela española posmoderna, Edicions del Mall, Barcelona, 1987.
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Sobejano, Gonzalo. Novela española de nuestro tiempo, Prensa Española, Madrid, 1975.
- «Enlaces y desenlaces en las novelas de Carmen Martín Gaite», From Fiction to Metafiction: Essays in Honor of Carmen Martín Gaite (editado por M. Servovidio y M. Welles), Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1983.
Sotelo Vázquez, Adolfo «No sé hablar sino veo unos ojos que me miran. En torno a la narrativa de Carmen Martín Gaite», Letras Peninsulares, 8.1, 1995, pp. 39-53.
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