«La poesía es una lengua subversiva dentro de la lengua»
Por Beatriz García Ríos
Vicente Valero (Ibiza, 1963) es poeta, narrador y ensayista. Es autor de siete libros de poesía: Jardín de la noche (El Serbal, 1987), Herencia y fábula (Rialp, 1989), Teoría solar (Visor, 1992. Premio Loewe a la Joven Creación, 1992), Vigilia en Cabo Sur (Tusquets, 1999), Libro de los trazados (Tusquets, 2005), Días del bosque (Visor, 2008. Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2007) y Canción del distraído, compilación y resumen de su obra poética (Vaso Roto, 2015). Ha escrito, asimismo, los libros de ensayo La poesía de Juan Ramón Jiménez (Andros, 1988), Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933 (Península, 2001), Viajeros contemporáneos: Ibiza, siglo xx (Pre-Textos, 2004) y Diario de un acercamiento (Pre-Textos, 2008). Se ha ocupado también de la edición de la correspondencia ibicenca del filósofo Walter Benjamin en Cartas de la época de Ibiza (Pre-Textos, 2009), así como del libro de Juan Ramón Jiménez La estación total con Las canciones de la nueva luz (Tusquets, 1994). Ha publicado la novela Los extraños (Periférica, 2014) y el libro de relatos El arte de la fuga (Periférica, 2015).
Usted nació en Ibiza en 1963. No sé si le parece que todos nacemos en una isla, aunque estamos empujados a tomar conciencia del archipiélago, del continente. Finalmente, la isla también es una metáfora de la individualidad que somos, desde donde miramos el mundo. ¿Cómo lo ve usted?
Podría decirse, tal vez, que el continente es la normalidad y que, por tanto, la isla representa la excepcionalidad. Éste es el gran atractivo que las islas han tenido siempre y siguen teniendo. La isla puede ser el espacio de la utopía, pero también el de la prisión o el destierro. La literatura ha echado mano de ambas posibilidades con mucha frecuencia para convertirlas en símbolos de lo mejor y de lo peor. Pero un isleño suele considerar todas las metáforas insulares literarias con cautela. Tal vez sólo el isleño puede llegar a captar con profundidad hasta qué punto una isla es, al mismo tiempo, un paraíso y un infierno, la utopía y la prisión, la libertad y el cautiverio… ¡y sobrevivir en el intento! Y es así también como el continente, para un isleño, puede representar muchas veces un misterioso horizonte, una promesa y una duda permanentes.
Recuerdo haber leído que una de sus primeras lecturas germinales fue Homero, supongo que la Odisea más que la Ilíada. La Odisea es una obra de islas, un rosario de islotes en el tiempo de la vuelta, pero también se encuentra en ese poema una verdadera novela: la aventura, las tentaciones, el reconocimiento. Usted es poeta, narrador, biógrafo, ensayista. ¿Está ya en el libro de Homero su perfil como escritor?
Homero supuso una lectura muy reconfortante para alguien que, como yo, siendo muy joven, seguramente necesitaba una tradición cultural en su mirada doméstica del paisaje y del mundo, una tradición cultural amplia, más allá de las fronteras políticas, religiosas, lingüísticas… Creo que Homero fue sobre todo el germen de lo que podría llamar mi identidad poética mediterránea. «Si Homero dice vino / sé qué es vino», dice Gil-Albert. Bueno, pues algo así. Un reconocimiento poético de las cosas de este mundo. Es verdad que en Homero, por lo demás, ya están casi todos los grandes temas literarios. Pero, sobre todo, en Homero está el mar. ¿Qué sería la Odisea sin el mar? Y no cualquier mar, sino el nuestro, el mismo de mi infancia, el mismo en el que aprendí a nadar, a ver la costa desde la distancia, a jugar con mis amigos, a navegar con ellos… Lo emocionante para mí era precisamente esa fusión entre lo cultural y lo físico, entre lo simbólico y lo real, entre el mar del poema y el mar mío de cada día. Mis primeros poemas nacieron de este encuentro. Pero hay muchas otras cosas que se aprenden en el mar de Homero. Por ejemplo: que se trata de un mar de comunicaciones, de traslados constantes, de luchas y migraciones. En Homero nadie sale a pescar…, de hecho, los protagonistas de sus poemas sólo comen carne. No parece un mar muy fértil, o sólo lo es en leyendas, es más bien una carretera… Es un mar de refugiados, de gente que huye de un lugar a otro. Como hoy mismo. Y a todo esto se ha añadido el turismo, que es también una forma de migración y que forma parte de nuestra vida cotidiana, con sus mitos.
¿Siente afinidad con otros poetas con conciencia de la insularidad? No sé si conoce el libro de Sánchez Robayna sobre las islas desde el orden de lo poético.
La poesía le pone a un isleño frente a frente con su insularidad y le hace comprender no sólo la naturaleza, sino también la excepcionalidad de su lugar en el mundo y de su mirada. Esa conciencia de la insularidad nos proporciona un material metafísico y una fuente abundante de metáforas, como efectivamente el libro de Sánchez Robayna muestra, y se convierte sobre todo en una experiencia poética que es a la vez simbólica y real. La verdad es que los límites y la estrechez misma de una isla son experiencias muy sugestivas que se viven de muchas maneras diferentes. Digamos que también se pueden vivir poéticamente. En mi caso particular, en mi poesía sobre todo, yo diría que estas experiencias empezaron estando vinculadas muy especialmente con el recuerdo de la infancia y la adolescencia, es decir, con mi memoria de los primeros y problemáticos descubrimientos, para después convertirse en fundamento de una reflexión que aborda y celebra la vida en soledad y la unidad con la naturaleza.
La palabra poética llevó a Hölderlin a traspasar las fronteras de la razón, a Pessoa las de la identidad y a Juan de la Cruz las de la muerte
En el poema «Hojas del bosque» hay una línea poderosa y misteriosa a un tiempo: «Un nuevo idioma renacía a oscuras, temblaba como animal nocturno, ardía hasta el amanecer», a la cual adjunto estos dos versos (de «Precipicio»): «Lo que vemos no está / en el lugar exacto imaginado». Sin duda la figura de Juan Ramón Jiménez es importante en su diálogo con la poesía. Como, en otro orden, lo es el griego Seferis. ¿Qué ha aprendido de ambos poetas, ambos tocados por la naturaleza meditada y por una búsqueda no sólo desde el lenguaje, sino en el lenguaje?
Por mi vinculación con el idioma, Juan Ramón Jiménez es una referencia constante, mientras que por mis vínculos con el mundo mediterráneo lo es Seferis. De ambos he aprendido que la poesía se da solamente cuando se encuentran un estado especial de gracia de la lengua y un mundo propio. Ambos elementos son indispensables para que aparezca el poema. En los dos poetas, efectivamente, hay una búsqueda no sólo desde el lenguaje, sino en el lenguaje, y esta enseñanza ha sido también para mí determinante, porque, al abordar en mis poemas la naturaleza, yo he querido siempre huir de la poesía de postal, de la mera representación por el lenguaje de un paisaje… Lo que me importa de un paisaje, de un fragmento cualquiera de la naturaleza, es la relación, física y cultural, que establece con él mi cuerpo, su integración completa, en la que no pueden faltar tampoco los recuerdos de otros encuentros, es decir, la memoria. Y, para hacer de ello un poema, el lenguaje tiene que hacerse nuevo con la experiencia, ser él mismo parte de esa experiencia, y no meramente un instrumento de descripción de unos hechos o de unos sentimientos.
¿Cree usted como Valéry que la poesía es una lengua dentro de una lengua? ¿Es necesaria la iniciación, en su sentido más estricto, para adentrarse en la poesía? ¿Ve usted mucha diferencia entre el narrador y el poeta?
Sí, creo que los códigos de la poesía son excepcionales dentro de la lengua. La poesía es una lengua subversiva dentro de la lengua. Esta subversión nos permite acceder a un nuevo orden de los significados y, por tanto, de las cosas. Nos permite ver y nombrar la realidad de una manera diferente, hasta cierto punto crearla de nuevo… Se requiere una iniciación, sí, porque los usos habituales de una lengua no nos llevan fácilmente a la poesía, no nos llevan a la subversión. Respecto a su tercera pregunta, yo diría que puede haber mucha diferencia entre el narrador y el poeta y puede no haberla. Tal vez el narrador puro, aquel que Walter Benjamin reclamaba mientras lloraba su pérdida (y del que decía que nada tenía que ver con el novelista moderno), no esté muy alejado del poeta. Y, cuando leo las narraciones de Guimarães Rosa o de Borges, la verdad es que no veo ninguna diferencia entre el narrador y el poeta. Y llegados a este punto podríamos volver a Homero… ¿Es narrador o poeta?
¿Qué poetas lo han acompañado hasta el presente y cuáles, siendo importantes también para usted, forman parte de una biografía fechada?
En busca de mi identidad poética mediterránea, leí mucho al principio no solamente a Homero, sino también a Seferis, Elytis y Kavafis, a Carles Riba y a Gil-Albert, a Ilhan Berk y a Nâzim Hikmet, a René Char y a Francis Ponge, a Mahmud Darwish y a Adonis, a Montale y a Pavese… Todos estos poetas forman parte de mi formación, pero lo cierto es que me acompañan todavía. Como me siguen acompañando César Vallejo, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Antonio Gamoneda…, con quienes aprendí a conocer mi propia lengua. Y no puedo olvidar aquí, en esta lista rápida, a los románticos alemanes, pues mi poesía aborda principalmente la naturaleza mediterránea, y precisamente porque lo hago de un modo muy diferente, opuesto incluso, de como lo hicieron ellos, su lectura fue muy reveladora y fecunda.
La palabra poética llevó a Hölderlin a traspasar las fronteras de la razón, a Pessoa las de la identidad y a Juan de la Cruz las de la muerte.
En un mundo de tanta agitación, y no me refiero sólo a la política, a la economía, a los medios de comunicación, fabulosos pero también invasivos y fantasmáticos, usted parece que cultiva y ha encontrado una interioridad envidiable, que no supone negación de la historia ni aislamiento. ¿Hay una búsqueda personal, íntima, un movimiento frente a la agitación?
Veo mi poesía como una aventura espiritual. Mi crecimiento personal, mi madurez, mi comprensión del mundo, mis preguntas, algunas pocas respuestas, mis miedos y mis convicciones: todo está vinculado a ella. La palabra poética es una forma de conocimiento y la poesía, por tanto, una indagación en lo íntimo espiritual. Hoy tengo la sensación de que lo que sé lo he aprendido de la poesía, o al menos con la poesía, caminando con ella. Es como si la palabra poética y el trabajo poético me hubieran conducido hacia un saber a través de caminos en los que el pensamiento, la experiencia, la naturaleza, los recuerdos, las sensaciones, los sueños coinciden misteriosamente, se revelan como un conocimiento único, indivisible. Mi poesía es un viaje y la expresión de una iniciación.
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