POR MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Como evidencia de la naturaleza de las relaciones humanas, el resentimiento es fundamental para la cultura contemporánea. De ordinario, esa emoción implica a una persona o grupo que se siente ofendida por el trato injusto recibido de otra persona o colectividad. Aunque a primera vista parezca negativo, para las democracias ese estado de irritación puede tener ventajosas repercusiones éticas, siempre y cuando sea la condición inical para que los grupos subalternos tomen consciencia de su condición e inicien el cambio. Siempre hay un mínimo resquicio para la libertad aunque a veces solo sea en la intimidad de la psique. Porque el fenómeno de la sujeción trasciende la subordinación del sujeto a una norma impuesta por los grupos hegemónicos. Según Friedrich Nietzsche, la misma constitución del sujeto ocurre a través de su subordinación. En Mas allá del bien y el mal plantea que como la vida es apropiación e injuria o la conquista del extraño y del débil por quienes pueden, así como la supresión que hacen quienes tienen poder en quienes no, a la dinámica social la caracteriza el conflicto. La necesidad de subyugar al otro aparece en su obra La genealogía de la moral como la fuerza que mueve la dinámica social. La llama «voluntad de poder». En esa dialéctica entre amo y esclavo, la emoción señera del último es, comprensiblemente, el resentimiento. La posición de dominación del amo establece los valores morales de la sociedad, es decir: los principios del bien y el mal que la rigen.

Las condiciones en las cuales se escribe, se lee y se enaltecen ciertas obras sobre otras obedecen también a una voluntad de poder. Los críticos literarios son conscientes de esto al menos desde la centuria pasada, cuando se instaló la dialéctica entre autores consagrados y periféricos. El prestigioso académico inglés, Harold Bloom, se refiere con desprecio a la revisión de la tradición literaria que han planteado los estudios culturales desde 1968 en su célebre obra El canon occidental. Allí acusa a una cierta «Escuela del Resentimiento», identificada con una «trama académico-periodística», de querer «derrocar el canon con el fin de promover sus supuestos (e inexistentes) programas de cambio social». Su renuncia a aceptar escuelas criticas como la psicoanalítica, la feminista y la poscolonial le presenta como alguien empeñado en promover una tradición androcéntrica, anglosajona y blanca; es decir: en un agente de la hegemonía. Su postura es una reacción al surgimiento de los cultural studies, la rama de la academia cuyo objeto de estudio es la producción y la representanción de la experiencia humana. Según esa perspectiva, la literatura es un vehículo para representar el quehacer humano, como lo son también las artes plásticas, el cine, la música y los programas de televisión, entre otras manifestaciones. Críticos de generaciones posteriores a Bloom, el estadounidense Jonathan Culler y el tambien inglés John Sutherland ponderan el desarrollo de los estudios culturales que ha acompañado la expansión del canon literario y argumentan que este ha permitido nuevas lecturas sobre los clásicos. Para Culler, lo que Bloom llama la Escuela del Resentimiento, en realidad ha servido para añadir dinamismo a las lecturas tradicionales y mirar más allá del criterio de la excelencia literaria.

El prestigioso académico inglés, Harold Bloom, se refiere con desprecio a la revisión de la tradición literaria que han planteado los estudios culturales desde 1968 en su célebre obra El canon occidental. Allí acusa a una cierta “Escuela del Resentimiento”, identificada con una “trama académico-periodística”, de querer “derrocar el canon con el fin de promover sus supuestos (e inexistentes) programas de cambio social”

Lo importante de la dialéctica entre la producción literaria del centro y la periférica es que ahora podemos enfocarnos también en los márgenes, en donde se articulan las propuestas estéticas más novedosas. Porque hay periferia mucho más allá de los resentidos, como demuestran los ensayos de la española Elvira Navarro y la cubana Karla Suárez contenidos en este dossier. Navarro se refiere al caso Carmen Jodra Davó, una poeta convertida a su pesar en celebridad literaria cuando ganó el premio Hiperión en 1998, a los 18 años, con su poemario Las moras agraces, el cual tuvo seis reediciones en su pimer año a la venta. El texto de Suárez conecta a dos autores de tradiciones literarias distintas y periféricas como son la iraní y la cubana, a través del espacio creativo que les ofreció la cárcel: Shahrnush Parsipur y Carlos Montenegro. Lo marginal como herramienta de lo creativo es lo común entre estos tres escritores.

Lectores resentidos, escritores marginales

En la misma línea de Culler y Sutherland, el ensayo del chileno Diego Zúñiga para este dossier nos invita a leer con resentimiento. Zúñiga está menos interesado en la voluntad hegemónica de canonizar a ciertos escritores que en los protagonistas racializados, feministas o anticoloniales de ciertas obras que venden el buenismo acomodaticio de moda. Si bien a primera vista pareciera que Zúñiga critica a la Escuela del Resentimiento es lo contrario: le preocupa cómo la voluntad de poder del mercado editorial aprovecha las demanadas de los subalternos (las mujeres, los empobrecidos habitantes de antiguas colonias o quienes no son blancos) para la lógica capitalista, así convirtiendo los discursos del resentimiento en herramientas destinadas a la perpetuación de la hegemonía. Sus reflexiones recuerdan que la lectura nunca es inocente.

Pero como pasa en la vida, en el ámbito literario, el resentimiento nunca se agota solo con las demandas de los subalternos, sean estos lectores, escritores… o personajes. Fernando Vallejo ha hecho de esta emoción tema y estilo de una literatura cuya marca es la apuesta por el antihumanisno radical. Lo demuestra en la entrevista con Nadal Suau en la portada. Si Sutherland reconoce en la ironía el recurso del autor furioso, al escritor nacido en Medellín le enfuerce todo: la Iglesia católica, los gobiernos de América Latina y, lo que más, el sentimiento de superioridad de los seres humanos ante otras especies animales. Tales son las formas que la hegemonía toma en sus novelas. El autor de La conjura contra Porky denuncia esa voluntad de poder desde una singularisíma voz narrativa que le permite poner el foco menos en subalternidades como la racial o la de género y más sobre los protagonistas que expresan sus valores morales. Si son marginales es porque el centro no es un lugar deseable para Vallejo.

Tampoco es un lugar deseable para el autor argentino Pablo Katchadjian. En el texto presentado para este dossier compara al centro con la fiesta a la que no hemos sido invitados o el meollo de todos los asuntos. Se pregunta qué pasaría si desapareciera. ¿Qué haríamos si desplazáramos de lugar a la hegemonía? Sin voluntad de poder no habría resentimiento, ¿no? Sin canon no existiría el contra canon, ¿no? La ausencia del núcleo sería también la ausencia de los márgenes, ¿no? Lo de Katchadjian es una estrategia retórica pero a los efectos del texto que lee ahora permite ilustrar cómo la periferia sirve para cuestinar nuestros valores. Porque la falta de centro es inconcebible. Si, como propone la filosofía de Nietzsche los principios del amo limitan los del esclavo, y como lamenta Bloom desde la periferia se han ido incluyendo en el núcleo de la tradición literaria occidental distintas formas de escritura y de lectura subalternas, el resentimiento de esos marginales es la fuerza que difumina los límites entre las posturas del amo y del esclavo. La literatura se presenta entonces como la oportunidad para sublimar los conflictos de la sociedad ofreciendo argumentos racionales que disminuyan los márgenes en virtud de núcleos heterogéneos y democráticos.