Casi novecientas páginas tiene el grueso volumen que recopila todas las crónicas de la escritora argentina Hebe Uhart (1936-2018), recién publicado en España y Argentina por la editorial Adriana Hidalgo. La misma editorial había reunido anteriormente sus cuentos completos y editado sus novelas en dos volúmenes, pero ninguno de esos otros libros es tan extenso como el de las crónicas, lo que da prueba de que Uhart era devota de este género híbrido en el que a menudo coquetea de modo natural con el relato de viajes y el ensayo.
Nacida en Moreno, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, Hebe Uhart ya tenía mirada de cronista antes de la publicación en 2011 de Viajera crónica (Editorial Adriana Hidalgo), su primera recopilación de textos cronísticos. Un buen ejemplo se encuentra en el primer relato de su libro Turistas (2008) (incluido en sus Cuentos completos), donde narra las vicisitudes de un viaje a Nápoles con la misma curiosidad hacia personas, objetos, lugares y animales que detectamos en su obra cronística. «Yo viajo porque viajar me obliga a escribir», afirmó en una ocasión la autora, cuyas anécdotas vitales han sido en muchas ocasiones fuente de inspiración para su escritura.
Entonces, quizá lo adecuado sería considerar la obra de Uhart como un continuo cuyas atmósferas y tono experimentan leves variaciones. En cualquier caso, y aunque sea por respetar los géneros literarios y clasificar de algún modo su extensa obra, aquí nos centraremos en sus crónicas.
Acostumbrados a que en una crónica se relaten principalmente viajes y acontecimientos singulares, es una sorpresa para los lectores acercarse por primera vez a las que figuran en el libro Animales de Uhart, uno de los que integra el volumen de sus Crónicas completas. Sus protagonistas son principalmente aves de todo tipo, así como perros, primates y caballos. Encontramos también algún perfil de tintes periodísticos -por ejemplo, el de Miguel Santillán, un ornitólogo aficionado-, para enseguida darnos cuenta de que el tratamiento de los animales como personajes no difiere apenas del modo en que la escritora bonaerense se aproxima a los humanos, lo que resulta coherente con el comentario de la editora argentina Julia Saltzmann sobre Uhart, de quien destaca su «igualitarismo primordial». Una muestra pertinente aparece en este diálogo de la crónica Mi historia con los animales:
«Cuando yo tendría unos seis años [mi papá] me llevaba a caminar por los alrededores de Moreno, que a las ocho cuadras del centro ya era campo, y estaban las vacas lo más orondas paradas detrás de los alambrados. Me decía: -Saludá. Y yo decía: -Buen día, vaca. Si alguna mugía, él me decía: -¿Ves? Ahora saluda».
Tampoco faltan relatos de visitas a zoológicos de distintas ciudades, ni diálogos de la autora con textos escritos por naturalistas y biólogos como Konrad Lorenz, Alexander von Humboldt, Stephen Hart o Catherine Johnson, siempre en un tono distendido e incorporando a su propio discurso las citas de aquellos con naturalidad.
El humor sutil con retranca es otro de los atractivos de sus crónicas. Hebe parece hablarnos con una voz suave e inofensiva -escucharla en las entrevistas que circulan por internet es una delicia-, cuando en realidad lanza comentarios muy afilados
En muchas reseñas y escritos acerca de la obra de Hebe Uhart se ha destacado su fino oído para el habla local de cada región que visita. Referirse a sus peculiares y agudas maneras de mirar y escuchar lo que le rodea y a su total ausencia de solemnidad es casi un tópico, pero es cierto que es imposible no mencionarlas, pues caracterizan su inconfundible poética.
Más que juzgar el habla de los foráneos, la técnica de Hebe Uhart consiste en dejar que se expresen y en transcribir lo que escucha por las calles y lo que lee en los medios locales y carteles de las poblaciones a las que viaja. Lejos de desecharlos por ser una fuente de información de poco interés, todos estos detalles llaman su atención poderosamente. Esta manera de construir la narración se deja notar en crónicas como A orillas del Paraná, en la que relata su recorrido por localidades y paisajes argentinos situados junto al río homónimo. En algún momento, escuchamos a una lugareña que dice lo siguiente: «Limpio perfecto lo que veo desde la ventana de mi cocina, ¡lo demás, que me importa que anden los caballos por ahí! Yo no miro», y esa frase suya, más la breve descripción que hace Uhart de la señora («Dice ser nieta de alemanes, habla con fuerte acento alemán»), nos la dibuja con claridad en pocos trazos. Otra mujer, en la ciudad de Diamante se expresa así: «¡Se ve un lucerío! ¡Viera cómo andan loqueando las luces del lao de allá!», y este modo de destacar las peculiaridades del habla ajena, además de proporcionar el color local esperable en toda crónica de viajes, genera resultados literarios enormemente expresivos. Lo mismo ocurre cuando destaca frases de diarios locales como el que cae en sus manos cuando visita la ciudad argentina de Formosa, frente al río Paraguay: «Se anuncian los cumpleaños de los niños con leyendas tales como “Gracias, reinita, por haber nacido”. “Nuestra vida se inundó de sol cuando naciste”».
Uhart proporciona a los lectores la libertad de interpretar esas intervenciones, y es precisamente la ausencia de juicio o comentario por su parte lo que nos imanta a su modo de narrar. Además, la elección de las frases escuchadas o leídas que aparecerán en el texto no es arbitraria: este hábil manejo de la selección de materiales es uno de los pilares de su técnica literaria y convierte a Uhart en una maestra del montaje, como si se tratase de una Dziga Vértov de la literatura.
Los maestros y las escuelas también son un punto de referencia obligado en muchas de las crónicas viajeras de Hebe Uhart, pues la relación con la infancia y la vida escolar es una de sus fuentes principales de inspiración temática. Liliana Villanueva, alumna de los talleres literarios de Hebe Uhart durante años -la escritora organizaba clases de escritura en el salón de su casa del barrio porteño de Almagro-comenta en su libro Las clases de Hebe Uhart (Blatt y Ríos, 2015) que una de las técnicas que la autora sugería a sus alumnos era que escribiesen acerca de su infancia. Villanueva transcribe así las palabras de Uhart al respecto: «La crónica de la infancia es un buen tema para el que empieza a escribir, porque el primer personaje somos nosotros mismos. Somos nosotros mismos y somos otros, nos ubicamos en un tiempo y en una edad determinada, con el asombro de la infancia, donde todo se da por primera vez».
El humor sutil con retranca es otro de los atractivos de sus crónicas. Hebe parece hablarnos con una voz suave e inofensiva -escucharla en las entrevistas que circulan por internet es una delicia-, cuando en realidad lanza comentarios muy afilados como este, incluido en la crónica La tierra Formosa: «El espacio que tengo ante mi vista es tan amplio como el tiempo que tarda el mozo en traerme un café y como el viento norte que me vuela el diario lejísimos en medio segundo».
En ese mismo texto, Uhart detalla los procedimientos que emplea para descubrir la idiosincrasia de las poblaciones que visita:
«Trato de ver cómo son los formoseños a través de los murales y las esculturas. De entrada, me parecieron dignas de atención por su mezcla de religión, patria y naturaleza. En un mural del puerto que representa una procesión con la virgen en andas, esta tiene un halo que es como un cono invertido color marrón, muy contundente; sobre el halo, una cruz y, detrás de la procesión, una especie de negocio con un letrero: “Kiosco”. La virgen lleva como banda la bandera argentina».
Esta claridad en las explicaciones sobre su propia poética también estaba presente en sus clases de escritura. En ellas, Hebe Uhart dedicó bastantes sesiones a hablar de la crónica y su carpintería. Liliana Villanueva recoge varias intervenciones al respecto pronunciadas por la docente y escritora, cuya admiración por la obra cronística del peruano Julio Ramón Ribeyro y de los brasileños Clarice Lispector y Rubem Braga era patente: «Cuando Clarice Lispector, un tanto alarmada porque estaba usando mucho la primera persona, le preguntó a Rubem Braga si no estaría abusando, él le contestó: “hija mía, la crónica es primera persona”».
En sus crónicas, a la escritora argentina no le preocupa que los sucesos que decide narrar resulten triviales a ojos de algunos lectores, y así lo expresa ante sus alumnos, tal como recoge Villanueva en su libro: «Los temas de la crónica pueden ser detalles, menudencias, mundos parciales, sucesos de un día cualquiera. Esto puede parecer banal, simple y cotidiano, pero la literatura no es lo general, como supone quien comienza a escribir. Yo soy más amante de las particularidades».
Otro elemento que muestra la libertad mental y literaria de Uhart es lo poco jerárquico de la organización de sus libros de crónicas. Para ella, un viaje a un lugar de gran interés histórico-artístico como Italia no es más importante que una visita a un pequeño pueblo de la Pampa argentina. Su interés por la gente de campo y por los indígenas de su país también se hace patente en sus escritos: «Me gustan los pueblos chicos, de campo. La gente de campo tiene un saber que yo no tengo. Cada lugar configura un lenguaje y lo interesante es percibir en la lengua una forma de pensar. Uno aprende mucho hablando con la gente del lugar», declaró en una ocasión.
Pero no solo de otras personas y lugares se alimentan las crónicas de esta escritora única. Ella misma protagoniza algunas. Entre ellas, una de las más emotivas y autobiográficas es la de los días que pasó en el hospital poco antes de morir. Titulada Yendo de la cama a casa, sirve como colofón del volumen de crónicas. Se publicó originalmente en el suplemento Radar libros del diario argentino Página 12 el 21 de octubre de 2018, días después del fallecimiento de la autora. La crónica se cierra con su vuelta a casa tras ser dada de alta. Allí la esperan sus alumnos, muchos de ellos convertidos ya en amigos suyos, lo que sirve como metáfora para resumir lo que fue la vida de Hebe Uhart: una gran reunión de camaradas con los que compartió, a través de la literatura, sus vivencias y pensamientos.