«Hoy día parece oportuno combinar literatura e historia»Por Juan Ángel Juristo

© Miguel Lizana

Fernando Castillo (Madrid, 1953), historiador, comisario de exposiciones, especialista en historia militar, ha ejercido como funcionario en la Administración Pública en diversos departamentos pero relacionados siempre con las relaciones internacionales y la defensa. De hecho, sus primeras publicaciones de ámbito histórico trataban de temas relacionados con el estamento militar. Así, La vida cotidiana en el Ejército: 1855-1925 (Ministerio de Defensa, 2006) o con artes relacionados con él, como Hombres y Barcos. La fotografía de la Marina Española en el Museo Naval: 1850- 1935 (Ministerio de Defensa, 2007). Estas publicaciones eran tientos: puede decirse que Castillo empezó su obra más cualificada antes, cuando en 2004 publicó El siglo de Tintín (Páginas de Espuma, 2004), que tuvo cierta importancia en tanto en cuanto anticipó algunas de las claves que hoy día, con una amplia bibliografía cada vez más abundante, son reveladoras para entender ciertas fantasmagorías presentes en el pasado siglo. De 2011 es su siguiente libro sobre el personaje belga, Tintín-Hergé. Una vida del siglo xx (Fórcola Ediciones), donde Castillo explicita y hace extensibles las claves contenidas en su libro anterior para, a través de su creador, ofrecer una metáfora del siglo xx. En medio de las dos publicaciones destacan, asimismo, dos libros sobre la historia de Castilla, Estudios sobre cultura, guerra y política en la corona de Castilla (siglos xiv-xvii) (CSIC, 2007), Un torneo interminable. La guerra civil en Castilla en el siglo xv (Ediciones Sílex, 2011) y otro importante, que anticipó, asimismo, temas que desarrolló en libros posteriores, Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y sociedad, del 98 a la postguerra (Ediciones Polifemo, 2010), prefiguración de la inquietante visión que nos ofreció mucho más tarde en La extraña retaguardia. Personajes de una ciudad oscura. Madrid 1936-1943 (Fórcola 2018). En Los años de fuego (Renacimiento, 2020), puede encontrarse una visión caleidoscópica del siglo xx.

 

De su interés no exento de fascinación plenamente coherente con sus tesis, es decir, su interés por la figura y obra de Patrick Modiano, deberíamos citar su libro París-Modiano. De la Ocupación a mayo de 1968 (Fórcola, 2015) y otro, que sesga el tema que ahora nos ocupa, Noche y niebla en el París ocupado. Traficantes, espías y mercado negro. Vidas cruzadas de César González Ruano, Pedro Urraca, Albert Modiano y André Gabison (Fórcola, 2012). La obra de Castillo, rara avis entre nuestra bibliografía de historia de la cultura, posee cierta fascinación al mezclar felizmente el documento histórico con la narratividad, modo que reivindica y justifica en la siguiente entrevista.

 

 

 

 

Usted es uno de los raros historiadores culturales con que contamos en España, falta de esa tradición frecuentada por los países de habla inglesa, especialmente en Estados Unidos. En esa tradición se combina, en feliz resolución, el documento, para decirlo en términos benjaminianos, la verosimilitud del dato, con una eficaz carga narrativa. ¿Podría decirnos cómo es su método de trabajo y qué lugar ocupa esa narratividad aliada al documento? Desde luego no es un simple acompañamiento…

Pertenezco a una generación que, además de amortizada, creo que es la misma que la suya, en la que coinciden los coletazos neorteguianos, es decir, la vocación de estilo a la que se refería Juan Marichal, y el interés por la historia, la literatura, la política. Entonces todo estaba bajo la influencia de los métodos científicos próximos al marxismo, como el estructuralismo y el materialismo histórico. El resultado de todo es una combinación contradictoria, como fue la formación de esos años, que se alimentó con las obras de autores tan dispares como José Antonio Maravall, Julio Caro Baroja, Luis Diez del Corral, Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Ortega y Gasset, Julián Marías, Antonio Elorza, José-Carlos Mainer, Manuel García Pelayo, pero también de Jean Delumeau, Georges Duby, Herbert Lottman, Bárbara Tuchman, que saltaba de tema a tema con brillantez como a su manera Richard Cobb, Santos Julia y José Álvarez Junco. Autores que se atreven un poco con todo, como nuestro Gaspar Gómez de la Serna, que tienen la capacidad de observar y precisar de Paul Morand y César González-Ruano… Ahora me interesa mucho Pierre Assouline; Tony Judt, Philipp Blom, Jordi Gracia, Antony Beevor me interesan siempre, y me gusta cómo trabaja Juan Bonilla, fronterizo entre géneros en sus textos sobre raros de vanguardia, y obras como Sefarad de Antonio Muñoz Molina, y de Andrés Trapiello, especialmente, La noche de los Cuatro Caminos. También hay algunos jóvenes como Andreu Navarra que me interesan mucho… Todo sin olvidar la influencia del periodismo cultural, que es uno de los modelos de escritura del siglo del que podría citar a Manuel Chaves Nogales, y de la literatura que, como demostró José Antonio Maravall, de quien fui alumno, tiene cualidad de fuente histórica y que tanto he usado para mis trabajos. Se ha repetido hasta la saciedad que la mejor forma de aproximarse al siglo xix español son los episodios nacionales, de Pérez Galdós o El ruedo ibérico y La guerra carlista de Valle-Inclán. Una opinión que en realidad se puede extender prácticamente a todo escritor y a toda literatura, multiplicándose los ejemplos: la Francia de Balzac, el Siglo de Oro del Lazarillo o del teatro de Lope de Vega, el Marruecos de Imán de Sender y de El blocao de Díaz Fernández, el Madrid de La colmena…. Infinitos, sí.

Además de los historiadores y escritores, están el cine y la música, sobre todo las canciones del siglo xx que tanto informan acerca de la realidad de una sociedad. En su día Basilio Martin Patino con su película Canciones para después de una guerra, da una visión del primer franquismo que es inapreciable y que otorga a la música ligera cualidad de fuente. Todo por no hablar de esa banda sonora de la Ocupación en Francia, en la que estoy trabajando, tan reveladora, por exacta y confusa a un mismo tiempo, de la época. En fin, es casi una guía telefónica de autoridades y de circunstancias que revelan que, para acercarse al pasado, todo vale. Como se ve, más confusión que certezas, pero es lo que hay.

Por otro lado, siempre me atrajo la combinación de géneros en un mismo trabajo. Esa posibilidad de hacer un texto riguroso, más o menos académico como alguno de los que he dedicado al periodo que va de los siglos xiv a xvii y que son propios de un momento, al tiempo que tener la posibilidad de ampliar los límites del ensayo histórico, respetando sus reglas esenciales y saltando de asunto en asunto, de disciplina a disciplina y de época a época, sin más impulso que el del interés y las exigencias del texto.

Siempre leí con interés y gusto a autores en los que confluían la observación, el conocimiento y el rigor —cualidades al fin del historiador—, con el interés por la narrativa y la independencia, en los que destacaba la preocupación por lenguaje literario, sin reparar en temas. La historia cultural, las mentalidades, las biografías de personajes au rebours, raros, los mundos subterráneos y alternativos, la ciudad y sus diferentes escenarios, el arte, la literatura, las ideologías… Todo eso da mucho juego histórico y literario, si cabe esa distinción, en cualquier época que se escoja. En este caso, el interés por los asuntos citados y la influencia de los autores señalados indican cual es el método en el que la escritura no esté ahormada por nada que no sea la literatura.

 

Aparte de sus trabajos de índole histórica y cultural, ha comisariado múltiples exposiciones de arte y fotografía, donde noto una coherencia acorde con sus ensayos: desde la línea clara de Bagaría, que podríamos enlazar con Hergé, territorio casi mítico para usted, a Ramón y sus comentadores pictóricos, como la que realizó sobre la obra de Damián Flores, por no hablar de Geografía Modiano o Lisboa, Tánger, Trieste y otras ciudades literarias. Esa coherencia es producto del correlato entre diversas disciplinas, amén de ciertas obsesiones, como los de los momentos históricos fronterizos… ¿De dónde le viene esa fascinación por esos momentos de la historia europea, momentos de cambio, de decadencia, con sus consecuencias de traición, culpa y redención, y que tienen su correlato en las vanguardias?

La especialización que desemboca en la monografía, tan necesaria para el conocimiento de un acontecimiento, no es algo que haya sido capaz de atraerme. Soy quizás más de obsesiones, que es algo muy distinto, que responden antes a un interés determinado, temporal, que muchas veces no suele estar vinculados con las preocupaciones del momento. No es de extrañar que la serie de títulos que he publicado pueda parecer muy diversa, al menos a mí me lo parece, y que, en consecuencia, nunca vaya a ser considerado un especialista, un experto. Lo que sucede es que muestran intereses acumulados, que aparecen y reaparecen, que revelan una biografía y sus cambios, aunque todo tenga sus antecedentes.

Los momentos más intensos y complejos, por no decir difíciles, suelen ser los más interesantes no sólo por lo sucedido, por los propios acontecimientos, sino también por lo que sugieren y lo que provocan. Esas circunstancias en las que se derrumba una sociedad o se acaba un régimen, en las que las reacciones individuales y colectivas son imprevisibles y variadas, suelen ser muy literarias por dramáticas, por resaltar las grandes cuestiones universales, por reveladoras de las mentalidades. A veces esconden novelas que están latentes. Episodios que tutela la historia y que es posible, sin perder el rigor, recuperar combinando el conocimiento y la intensidad que debe recoger la narración. Es lo que sucede en numerosas ocasiones en los años de fuego que van de 1914 a 1950 en toda Europa, en los que la brillantez cultural convive con una violencia hasta entonces desconocida. Son instantes, a veces extendidos en el tiempo, que irremediablemente atraen. Es lo que sucede con la Ocupación alemana de Francia, siempre atrayendo la mirada de los lectores y escritores, con la Guerra Civil, con la Rusia de la revolución, con la descomposición tremenda de la convivencia en la Alemania de Weimar, coincidiendo con una brillantez cultural casi global, del nuevo cine, del arte a la literatura y la música. Estos acontecimientos naturalmente se desarrollan en unas ciudades en transformación y crecimiento o en otras de carácter fronterizo, o que incrementan el contenido literario de esa realidad que resulta tan sugerente. ¿Cómo no van a ser interesantes ciudades como París, que,  tras ser el centro cultural del mundo en las primeras décadas del siglo, acaba ocupada por los alemanes? ¿Qué decir del proceso de destrucción de Berlín, una ciudad de la Mitteleuropa que pasa del bienestar de la belle époque a quedar sus ruinas divididas tras 1945?, ¿y Lvov, una brillante ciudad hoy día en Ucrania occidental que cambió ocho veces de soberanía en tan sólo tres décadas? Una ciudad que ha pasado del histórico y latino Leópolis al alemán Lemberg, al polaco Lwow, sin dejar de ser el Lemberik yiddish, luego al ruso Lvov, para volver a ser Lemberg, otra vez Lvov y, por último, convertirse en el ucraniano Lviv. Un resumen dramático de la historia de Europa oriental que atrae la atención inevitablemente. Luego están esas ciudades que sólo enumerarlas ya casi es una novela: Trieste, Tánger, Shanghái, Estambul… No es raro que las pintasen algunos artistas muy literarios como Damián Flores, Chema Peralta, Illán Arguello, Concha Gómez Acebo, Javier F. Lizán o Álvar Haro.

Siempre me sorprendió que en España, al contrario de lo ocurrido en otros lugares, durante los años sesenta y setenta, lo sucedido hasta la mitad del siglo en el resto del mundo no tenía ninguna relevancia académica, ni los trabajos tenían consideración de seriedad. Incluso, se ocultaba el interés por el siglo xx, por acontecimientos históricos esenciales como las dos guerras mundiales, que se creían pasto de divulgadores poco rigurosos o interesados políticamente. Había traducciones de trabajos de periodistas, de memorias, de alguna obra histórica… pero, en general, se consideraban algo poco serio, quizás por la proximidad a los acontecimientos y por el peso del antifranquismo. Como se ve, un panorama muy distinto del existente en Francia o Inglaterra. Probablemente, sea el protagonismo determinante del siglo xx español, que tiene en la Guerra Civil y en el franquismo los acontecimientos dominantes, convertido su estudio con frecuencia en arma política, algo que muchos creíamos que tras la muerte del dictador y la Transición iría desapareciendo.

La Ocupación en Francia, en la que estoy trabajando, tan reveladora, por exacta y confusa a un mismo tiempo, de la época

Vayamos por partes: El siglo de Tintín es de 2004 y Tintín-Hergé, de 2011, no en vano está subtitulada Una vida del siglo xx… Otra vez la bendita coherencia en la obsesión, como si el siglo xx fuera justo el de la crisis europea permanente… Parece que usted fue uno de los adelantados en el culto de Tintín que está adquiriendo ahora aspectos curiosos por su mitificación, lo que no deja de ser sorprendente en un cómic que no se vendía en los quioscos…

Sí, la verdad es que sorprende que nadie se hubiera acercado en España a este personaje para vincularlo con el entorno de sus aventuras y la biografía, tan reveladora, de su creador, Georges Remí, que recorre parte del siglo xx. El origen de estos libros está en un largo artículo que publiqué en Historia 16, «Tintín historia y política», como creo recordar que se llamaba, y que me divirtió mucho hacer. Apareció en 1983, hace casi cuarenta años y en esencia se puede decir que anticipa los libros posteriores, aunque luego aparecieron los trabajos de Benoît Peeters y Pierre Assouline.

El primero de ellos, El siglo de Tintín, aparecido en 2004, se puede considerar como el desarrollo muy ampliado del artículo publicado en Historia 16 y sí, cuando apareció, fue una novedad. Hay que señalar que su edición fue fruto de la propuesta de la editorial Páginas de Espuma, concretamente de Viviana Paletta, quien conocía mi artículo, y de Juan Casamayor, para una colección de biografías de personajes de ficción. Luego, siete años después y a propuesta de la editorial Fórcola, revisé y amplié mucho el libro, de manera que se puede considerar casi una novedad, y apareció con el título de TIntín-Hergé, Una vida del siglo xx. Entre medias, he dedicado algún artículo al personaje en Revista de Occidente, Babelia, ABC Cultural… En fin, creo que ya es hora de cerrar una dedicación que sin embargo no deja de divertirme, pues leer o escribir sobre Tintín es sobre todo una diversión.

Tintín tiene una característica que no tienen el resto de los cómics: es el resultado de un ciclo vital, de la vida completa de su autor, de la que es reflejo, pues recoge sus ideas acerca de los acontecimientos que le tocaron vivir en los años centrales del siglo. Hergé, que además de dibujante era un periodista, durante un tiempo incluyó los asuntos de actualidad que consideraba más importantes y sobre todo que más le interesaban. Fue inicialmente una lectura infantil aunque no tardé en descubrir que las aventuras estaban llena de claves casi siempre explicitas acerca de la actualidad y, gracias al paso del tiempo, de lo que ya era historia. Esa cualidad de Tintín de ser contexto y su condición de viajero es algo que le hace más literario e interesante, pero, claro, es lo que es, un personaje de cómic, y da para lo que da. Ni un paso más, que diría José Bergamín. O sea, que tampoco hay que exagerar en su trascendencia.

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