«La mayor» es una reescritura de Proust, sí, pero desde condiciones históricas y culturales marcadamente diferentes. «Otros, ellos, antes, podían»… Podían recuperar con un solo gesto, con el movimiento de la mano, el sentido perdido, el pasado en su potencia explicativa, «algo, que se podía, de una u otra manera, por decir así, recuperar»; podían recuperar el sentido del mundo «sabían, inmediatamente, al probar, que estaban llenos», llenos de mundo y llenos de pasado. «Otros, ellos, antes, podían», pero ya no, hoy no, ya no podemos.

 

Si en la primera parte de este ensayo intenté reconceptualizar los usos del significante francés en Darío como una reinscripción desplazada de Francia en América Latina y viceversa para producir un mapa cosmopolita y dislocado del modernismo global, lo que está en juego en este comienzo de «La mayor» es una operación de signo opuesto. Se trata de un experimento estético que hace equilibrio entre la posibilidad y la imposibilidad de acortar la distancia que separa À la recherche de Proust y «La mayor» de Saer, la distancia entre Combray y Santa Fe, entre Marcel y Tomatis, y entre el francés y el castellano.

Y frente a la increíble y alucinante libertad y la increíble y alucinante chutzpah de Darío para imaginar a Francia en Buenos Aires, para saberse, como sujeto de deseos universalistas, más francés que los franceses, Saer narra la conciencia de la escisión constitutiva de esa modernidad santafesina a la que él da forma a través de la articulación de un discurso estético sobre la imposibilidad posible del intervalo que separa lo que Marcel pudo de lo que Tomatis no puede. Si Darío, el más libre, venturoso y omnipotente de los escritores latinoamericanos (al menos mientras fue libre, venturoso y omnipotente, hasta 1900 o 1901 o 1902) escribe convencido de su capacidad de desplegar un mapa modernista en el que París y Buenos Aires son espacios estéticos móviles, superpuestos pero inconmensurables. Si el cosmopolitismo de Darío busca producir un efecto de inmediatez estético-afectiva entre Francia y América Latina, «La mayor» afirma un cosmopolitismo estético de la mediación y la imposibilidad, un cosmopolitismo de la imposibilidad histórica y geopolítica: «Otros, ellos, antes, podían»; otros, antes, pero ahora no, acá no.

Tomatis moja la galletita en el café, se la lleva a la boca y no pasa nada, su percepción del mundo no se reordena, sigue mareado en un mundo que se descompone frente a sus ojos, que desaparece y que ningún té, ningún café y ninguna galletita o magdalena le permite recuperar como totalidad de sentido. Y este mundo en descomposición que se escurre, arenoso, entre los dedos de Tomatis, quien no puede dar cuenta de él, sitiarlo, apropiárselo, se reduplica en la sintaxis fragmentada, astillada del texto. Y, sin embargo, a pesar de la disolución del mundo y la fragmentación sintáctica, Francia sigue allí, desplazada y descentrada, pero sigue allí como horizonte dislocado de la imaginación estética radical latinoamericana.

Y en este sentido, tanto la escritura de Darío entre 1893 y 1901 como «La mayor» pueden pensarse como espacios de experimentación, manipulación y reconfiguración del intervalo, más breve o más extenso, que separa o no a eso que llamamos literatura latinoamericana de eso que llamamos literatura francesa. O mejor, la experiencia de la distancia como dislocación de «lo latinoamericano» de la literatura latinoamericana: una modalidad afectiva de la distancia que extraña a la literatura respecto de sí misma, que evidencia el vacío en el centro de eso que estamos acostumbrados a nombrar en relación con ideologías regionalistas, que abre la posibilidad de re-ensamblarla de otra manera, lejos de la grandilocuencia del reconocimiento de sí y la autoafirmación, reinventar eso que llamamos literatura latinoamericana en otro lugar, en ningún lugar, en un lugar intersticial, porque ya no hay un mundo estable, fijado, en el que la particularidad cultural pueda ser re-ontologizada en función de nociones banales de diferencia cultural:

«No, no hay, en el recuerdo de ese café, ningún café, y la bufanda amarilla, de la que debiera nacer la mancha amarilla que sube, ahora, sola, del pantano, flota, desintegrándose, ¿en qué mundo, o en qué mundos?» (36).

 

El mundo como totalidad de sentido no existe, nunca existió: sólo hay mundos en crisis. Y, de acuerdo con «La mayor», mundos en un proceso acelerado de disolución: la percepción extrañada de Tomatis y la escritura sincopada de Saer son sus síntomas. La crisis del mundo, el mundo entre signos de interrogación, abre la puerta a nuevas formas de cosmopolitismo, a nuevas formas de relación con estos mundos inestables, traumáticos y, quizás, de nuevo, imposibles. La nouvelle de Saer es brutal en su destrucción del mundo francés de Darío (y de Proust, como su reverso), un mundo modernista organizado alrededor de un París que ya no existe, o no existe en función de referencias estables y perdurables como «Francia», y que ciertamente no existe como mundo de distancias fácticas, geométricas, euclideanas, sino más bien distancia como la constatación del tráfico contingente de energías libidinales entre dos singularidades culturales más o menos inestables, más o menos definibles. Creo que el eterno retorno de esta crisis y de esta experiencia de un mundo en crisis nos invita a pensar sobre un campo de significación cosmopolita marcadamente diferente de sus formulaciones clásicas como las del cosmopolitismo moral de Kant, donde el mandato universal de responsabilizarse por el bien del prójimo presupone una concepción objetiva, transparente y sin obstáculos u opacidades del espacio a través del cual se manifiesta y se reconoce este deber moral. Así, me interesa pensar en los efectos de dislocación, de desontologización, que puede tener la idea de un cosmopolitismo de la imposibilidad como una forma de apertura cosmopolita no-normativa a la exploración de las formas de vida que pueden inscribirse en los intervalos afectivos que están en medio de lo que ya no es, de lo que ya no puede ser.

 

FINAL: COSMOPOLITISMO, DISLOCACIÓN Y DISTANCIA

En las formulaciones clásicas del concepto de cosmopolitismo, de Kant a Martha Nussbaum, el mandato universal de responsabilizarse por el bien del prójimo, independientemente de la distancia que nos separa de los otros, descansa sobre una concepción transparente y sin obstáculos u opacidades del espacio a través del cual se manifiesta y se reconoce un deber moral. Por el contrario, el cosmopolitismo de Darío que estoy tratando de pensar en este ensayo opera sobre el terreno opaco y desigual de un sistema geopolítico y geocultural de diferencias excluyentes; un territorio hecho de distancias afectivas, de intervalos marcados por el deseo (por decirlo en términos lacanianos: una distancia petit a) que desestabilizan la brecha atlántica entre América Latina y la experiencia modernista de la hegemonía cultural y epistémica de Francia; cosmopolitismo neurótico y narcisista de la contigüidad afectiva que cancela la distancia hegemónica.

Y a partir del cosmopolitismo de Darío quiero terminar con una idea para pensar el modernismo –o el modernismo de Darío al menos– en términos diferentes a los de la línea crítica que inauguró Max Henríquez Ureña y que perdura hasta hoy, la cual ve el modernismo como un intento de renovación estética; y diferente de la concepción del modernismo que va a de Rama a Ramos, como momento de fundación de la institucionalidad moderna. Lo que estoy pensando tiene mucho más que ver con la idea de Sylvia Molloy de iluminar la significación queer del modernismo, la rareza que lo disloca en relación con lo que se imagina como propio y heteronormativo. Mi idea es que el modernismo latinoamericano es siempre una relación global que funciona (cuando funciona) como una dislocación de la distancia entre dos singularidades. Del mismo modo en que Marx piensa a la clase social no en función de su singularidad, sino como relación social, el modernismo como relación global inscribe su politicidad como crítica de la ideología particularista que ve en el modernismo un horizonte identitario y de la inmediatez de su pertenencia a una tradición fosilizada definida étnicamente. El modernismo como relación, como dislocación del límite entre lo propio y lo ajeno ya no es latinoamericano, y mucho menos francófilo; es eso que está en el medio, o que no está, y que no sabemos nombrar.

NOTAS
1 En mi libro Cosmopolitan Desires me refiero a esta articulación de la decepción y la amargura en los textos de Darío como una herida narcisista, e incluyo mis desarrollos críticos y teóricos alrededor de estas ideas en una sección titulada «París como trauma».

BIBLIOGRAFÍA
· Benjamin, Walter. «Tesis de filosofía de la historia», en Discursos interrumpidos i, Madrid, Taurus, 1989.
· Darío, Rubén. «La fiesta de Francia», en Prosa dispersa. Obra completa, vol. 10, Madrid, Editorial Mundo Latino, 1906.
–. Azul… Obras completas, Buenos Aires, Ediciones Anaconda, 1948.
· Henríquez Ureña, Max. Breve historia del modernismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1954.
· Molloy, Sylvia. “La política de la pose”, en Las culturas de fin de siglo en América Latina, Josefina Ludmer (ed.), Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1994.

· Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann, Madrid, Alianza, 1966.
· Rama, Ángel. Rubén Darío y el modernismo, Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1970.
· Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo xix, México, Fondo de Cultura Económica, 1989.
· Rodo, José Enrique. Obras completas, vol. 2, José Pedro Segundo y Juan Antonio Zubillaga (eds.), Montevideo, Barreiro y Ramos, 1956.
· Siskind, Mariano. Cosmopolitan Desires. Global Modernity and World Literature in Latin America, Evanston, il, Northwestern University Press, 2014.
· Valera, Juan. Cartas Americanas: Primera serie, Madrid, Fuentes y Capdeville, 1889.