POR YANNICK LLORED

«[…] el desfase entre vida y escritura no se resolvió sino unos años más tarde, cuando el cuerpo a cuerpo con la segunda, exploración de nuevos espacios expresivos y conquista de una autenticidad subjetiva integraron paulatinamente a la primera en un vasto conjunto textual, el mundo concebido como un libro sin cesar escrito y reescrito, rebeldía, pugnacidad, exaltación fundidos en vida y grafía conforme me internaba en las delicias, incandescencia, torturas de la redacción de Don Julián».

Juan Goytisolo, En los reinos de taifa (1986)

© Elisa Cabot

La obra de Juan Goytisolo (Barcelona, 1931-Marrakech, 2017) presenta una multiplicidad de actividades de escritura, a veces algo difíciles de circunscribir, desde el artículo de opinión —casi siempre publicado en El País hasta la novela, ampliamente reconsiderada, en el plano poético y estético, pasando por el libro de ensayos, el relato de viajes, la autobiografía e incluso, de modo casi testimonial, la poesía al término de su trayectoria.[1] Ante esta profusión, se tiene la tentación de deslindar líneas de continuidad y formas de diálogo de diferentes índoles cuyos vínculos, más o menos distantes entre sí y situados en diversos planos de reflexión, emergen de manera bastante clara.

Proponemos desarrollar aquí la idea de que la primordial dimensión crítica del escritor en sus artículos de prensa (en particular, los textos de opinión y tribunas), así como en sus ensayos, lleva a cabo un desplazamiento bastante radical: un proceso de transferencia provisto de diversas repercusiones que concentran los elementos clave de lo que se puede llamar la política de la ficción propia de su creación literaria. Conviene recordar, además, que Juan Goytisolo sostuvo, a mediados de los años 1980, la pertinencia de la figura del «creador-crítico»,[2] consciente de la vertiente teórica de su arte literario y, a la vez, atento como intelectual y escritor a las problemáticas socio-políticas que influyen, de un modo u otro, en su quehacer literario.

El artículo de opinión —recogido con cierta frecuencia en los volúmenes de ensayo— formula las propuestas críticas y las nuevas perspectivas de orden histórico y cultural, en las cuales se adentra el trabajo de escritura de Juan Goytisolo, para favorecer las condiciones de lectura y de inteligibilidad de su creación literaria, considerada a veces como hermética. Al igual que en otros escritores de primer plano —los casos disímiles de grandes ensayistas como Rafael Sánchez Ferlosio y José Jiménez Lozano constituyen un buen ejemplo y son coetáneos a Goytisolo—, el artículo de opinión y la obra ensayística resultan imprescindibles en un autor innovador como el de Don Julián, que siempre se enfrentó, a lo largo de su obra, a la prueba de metamorfosis creativa en su escritura. A través de este enfrentamiento, Goytisolo consolidó, al mismo tiempo, su singular posicionamiento en el campo literario, mediante, entre otros aspectos, una nueva aproximación a las prácticas de lectura y de interpretación de las tradiciones literarias y los legados culturales poco frecuentados o normalizados. Cabe señalar, desde luego, la manera en que Goytisolo no cesó de poner en tela de juicio el pretendido «didactismo» de ciertas obras clásicas de la literatura española, así como el supuesto predominio de las fuentes grecolatinas, sin cuestionar los motivos de su reelaboración y resemantización, en particular, en los escritores de origen judeoconverso, que profundizaban en su escritura con una nueva conciencia creadora mediante formas de dualidad y tensión, alentados por conflictos interiores capaces de redefinir la escala de los valores colectivos.

En la producción literaria de Goytisolo, el artículo de opinión y el ensayo no sirven sólo para legitimar a contracorriente las «marcas de fábrica» de la ambición que una obra literaria se da a sí misma, habilitando su propia genealogía creadora,[3] sino, sobre todo, para actualizar las repercusiones de los planteamientos socioculturales e ideológicos ligados a las prácticas de lectura y de transmisión de la diversidad de una tradición literaria. Algo bastante similar a lo que se puede constatar en el relato nacional historiográfico español, que no ha podido del todo integrar en él la pluralidad «incómoda» representada por el al-Ándalus, pues las vertientes de la disidencia más o menos silenciadas que recorren la diversidad de la tradición literaria española permanecen a menudo veladas por los supuestos valores identitarios nacionales.

En este sentido, en el conjunto de la obra de Goytisolo, el objetivo de entroncar la escritura con ciertas características cruciales de los grandes textos clásicos —principalmente, el mudejarismo del Libro de buen amor, del arcipreste de Hita; el litigioso caos avasallador, omnipresente en La Celestina, de Fernando de Rojas; el erotismo y la sexualidad transgresores en La Lozana Andaluza, de Francisco Delicado, y la perturbadora poética de la ironía en el Quijote, de Miguel de Cervantes— permite cuestionar las problemáticas socioculturales, estéticas y morales a la luz de los procesos históricos indisociables, entre otros elementos, de la temática candente de la alteridad interior (con los judíos, los musulmanes, los judeoconversos y los moriscos) y, de modo más amplio, las relaciones conflictivas entre culturas. Por eso, la estrecha relación de la escritura de Goytisolo con los legados culturales y las tradiciones literarias se enraíza en un compromiso intelectual, que intenta enfrentarse con los conflictos más acuciantes de una realidad mundial. La novela mudéjar La cuarentena (1991) profundiza, así, en un fenómeno de convergencia y de confrontación entre el teósofo místico andalusí Ibn Arabi y Dante Alighieri mediante una metafísica de la imaginación y la reflexión crítica sobre las relaciones entre diferentes culturas, después de la caída del muro de Berlín y de la aparición de un nuevo orden mundial discernible en la guerra del Golfo de 1991, así como en los comienzos del discurso acerca del supuesto «choque de civilizaciones».

La obra de Goytisolo —tanto sus ensayos como sus novelas— no se contenta, por consiguiente, con cultivar una suerte de anticanon de la tradición institucionalizada ni formas, más o menos complacientes, de marginalidad. El quehacer literario y la labor intelectual del escritor se empeñaron, en cambio, en mostrar cómo ciertas figuras intelectuales insertas en el pensamiento político liberal, tales como José María Blanco White, Manuel Azaña, Américo Castro y Francisco Márquez Villanueva, pero también cómo los efectos e implicaciones de algunas problemáticas colectivas, como, por ejemplo, la cuestión judeoconversa y el problema morisco, abordado, asimismo, por Cervantes, dan la posibilidad, más allá de cualquier particularismo, de arrojar luz sobre las estructuras políticas e ideológicas constitutivas de los procesos históricos, adoptados por una identidad nacional que denegó lo que hubiera podido fomentar su fuerza crítica, su diversidad cultural y, en suma, su propia modernidad.

De hecho, es en parte en este campo de lucha y de resistencia donde el intelectual crítico Goytisolo concibe y despliega, desde diferentes enfoques y estrategias, una política de la ficción en lo más hondo de la cual el descentramiento, la alteridad, el exilio, la radicalidad transgresora y, a veces, autocrítica consiguen a su manera redefinir lo que los «nosotros» han hecho al otro y, por lo tanto, a los otros a través de la dominación, la exclusión y la violencia. El lenguaje literario del escritor no deja de atravesar esas prácticas coercitivas y sus discursos de legitimación para trascenderlos.

Al igual que el lingüista, traductor y poeta Henri Meschonnic[4] hablaba, con acierto, de una política del ritmo y del sujeto, podemos denominar «política de la ficción» las transmutaciones, las formas de individuación que se abren sobre una vasta pluralidad, el arrancamiento supuestamente liberador y la concepción autocrítica del sujeto de escritura, en una creación literaria, como la de Goytisolo, que no cesó de explorar los límites de sus modos de subjetividad moral y crítica dialogando con la poética de los textos. Es la razón por la cual el sujeto de escritura[5] que se encuentra como ensartado por oposiciones, desdoblamientos y constantes paradojas en las novelas goytisolianas deja transparentar y afronta, a través de la reverberación de sus facetas, las condiciones socioculturales, ideológicas e incluso políticas que componen indirectamente su(s) figura(s), sus autorrepresentaciones y, sobre todo, su manera de hacerse a sí mismo, integrando —a menudo mediante la ironía paródica y la reflexividad hiriente— las miradas y los discursos que los demás proyectan sobre él.

El intelectual crítico que no tiene su sitio en ninguna parte y excava, así, sus propias diferencias, incluso en su inquebrantable voluntad de unirse a una tradición intelectual asimilada bajo la égida de una cierta heterodoxia, no resulta, pues, en modo alguno ajeno a la poética del sujeto, que es subyacente a la poética del texto en la obra novelística de Goytisolo; y ello cuestionando a la vez, en diversos planos, la función, el valor de verdad y las finalidades relativas del compromiso de la creación literaria frente a lo que la circunda, lo que trata de definirla y los puntos ciegos que intentan velar su naturaleza más inaceptable e impensable, así como la imposibilidad de situarla en coordenadas socioculturales y genéricas comunes. Desde esta perspectiva, la ironía casi generalizada, lo grotesco escenificado y el sarcasmo ligado al arte menor del fragmento en la escritura de Goytisolo alcanzan su dimensión crítica más subversiva al exponer, al mismo tiempo, cuanto las prácticas de dominación de orden mediático, social y cultural ofrecen como mirada condicionada y hacen creer sobre el objeto literario, sobre sus modos de indagar en una realidad socio-política y humana y sobre la figura del escritor.

Cuando Goytisolo dice en su texto de abril de 2015, con motivo de la entrega del Premio Cervantes: «No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de ésta en el ámbito de la escritura»,[6] reafirma la inexpugnable inconformidad del intelectual crítico frente a las formas de poder, a sus normas de representación y sus discursos como recurso principal de la condición política de una escritura que no dejó de adentrarse en un fenómeno de desgajamiento y despojamiento intrínsecos, para sustraerse mejor —hasta la exuberancia, a veces, del delirio esquizofrénico— a todo tipo de determinación y forma de pensamiento que delimitan un sujeto, una identidad y una cultura; de ahí la especie de anarquismo purificado que se desprende, en algunas ocasiones, del lenguaje errático del escritor. El constante intento de alcanzar una lucidez de la complejidad permite a la voz del intelectual crítico Goytisolo y a su lenguaje literario franquear la prueba del tiempo al revivificar su potencia interpeladora y la manera en que resignifican su propia historicidad, que permanece abierta sobre la contemporaneidad de unas problemáticas clave. Al interrogar al autor en una carta, hace ya bastantes años, acerca de la profunda reflexión política que recorre su novela La saga de los Marx (1993), Goytisolo contestó lo siguiente: «Tienes razón: La saga es ante todo un libro político, incluso en sus aspectos lúdicos. Refleja la transformación de la política en espectáculo, y Marx no pudo escapar a Debord».[7] Alejado del ángulo teórico y estético posmodernos, muy cultivados en los años 1990, el escritor expone preguntas decisivas sobre el futuro de las sociedades occidentales posindustriales, tras los discursos triunfalistas del pretendido «fin de la historia» y la implacable dominación del neoliberalismo económico, y afronta en lo más profundo de su arte literario los nuevos desafíos del mundo presente a través de la interrogación crucial: «¿Puede existir una verdadera política, hoy día, fuera del espectáculo y de las estrategias mediáticas?».