No se puede destacar ninguna homogeneidad conciliadora en los vaivenes y las transferencias inherentes a las relaciones —a veces distanciadas— entre los artículos de prensa, los ensayos y la creación literaria de Goytisolo. Se discierne, en cambio, una actitud crítica y una reflexión política que concentran un gesto y un estilo propios de una óptica de desmontaje y deconstrucción de las condiciones y representaciones mentales, simbólicas, socioculturales y discursivas que moldean y reproducen una mirada y un pensamiento, determinados por factores ideológicos acerca del escritor, de su concepción de la escritura, del arte literario ante su poder de conocimiento y, por fin, de la supuesta figura pública del autor.

Más allá de la «goytisolofobia», a veces puesta en escena por el escritor en sus novelas para replicar, mediante la ironía sarcástica, a los ataques denigrantes de ciertos críticos —algunos también fueron colaboradores en El País—, Goytisolo desarrolló en su lenguaje literario la figura múltiple de un narrador-protagonista generalmente escindido y situado en relación íntima con los otros «yos», como alter ego plural del sujeto de escritura en el seno de una búsqueda de reconocimiento recíproco y creativo. Si el narrador-protagonista escindido y objeto de desdoblamientos, algunas veces esquizofrénicos, se encarna en el «tú» reflexivo y dialoga con los componentes medulares de la poética del texto, puede revestir, asimismo, los atributos de un «él» que se sumerge en la experiencia desgarradora del olvido y del desprendimiento —como, por ejemplo, en la novela-poema Telón de bocao que es ante todo autoirónico, a fin de poner al desnudo sus deseos, sus pulsiones y subversiones. Éstas podrán ser contempladas como indignantes y condenables, y se verán contextualizadas, en un plano histórico-cultural, y casi justificadas mediante el prisma de una objetivación que propone el intelectual ensayista, reconocido por sus luchas, a veces consideradas de retaguardia, y por su disensión crítica —Paisajes después de la batalla[13] (1982) y su continuación, El exiliado de aquí y allá (2008), ofrecen excelentes retratos autoparódicos de las tomas de posición del intelectual mediático que el escritor se aplica a sí mismo y a un buen número de colegas—.

En un plano superior, el indagatorio sujeto de escritura, que intenta encontrarse a sí mismo en el espejo-mosaico de sus otros «yos» creadores, penetra así en la materia fecunda del lenguaje, de la vida y de las formas de subjetividad presentes en lo más hondo de las obras de algunos de los escritores que son abordados en los artículos de opinión y, sobre todo, en los ensayos. Por consiguiente, en las novelas de Goytisolo, el examen casi arqueológico y la historicidad de la compleja figura del sujeto de escritura, a la luz de la genealogía de las maneras y significaciones inherentes al modo en que se expresa, se considera y transforma, conllevan la puesta en acto de la relectura de una tradición de la modernidad y, de manera indisociable, una relectura de la historia de la literatura, en estrecha relación con la de un país, España, resituado en el cruce hacia donde convergen y se confrontan todas sus alteridades interiores y las que son más exógenas.

Mencionábamos al principio que la transferencia, en el caso de Goytisolo, de las temáticas, los planteamientos y las posiciones críticas identificables en los artículos de opinión y los ensayos manifiestan diferentes repercusiones de gran calado en su creación literaria. Una de estas últimas se centra, según nuestro punto de vista, en la noción de trascendencia, que ocupa un lugar significativo en las relaciones y trasvases entre una actividad de escritura y otra. Cuando preguntamos a Goytisolo, a finales de 2000, cómo se podía entender su afirmación, en La saga de los Marx, acerca de una forma de trascendencia necesaria al ser humano, el escritor nos respondió apoyándose, entre otros elementos, en su mirada crítica sobre la actualidad de la época:

La frase a la que te refieres: la necesidad de trascendencia viene de que la vida es una pregunta sin respuesta. Las respuestas religiosas no pueden racionalizarse (por mucho que lo intenten sus «filósofos»). Y el puro raciocinio de las construcciones ideológicas desemboca en la práctica en una total sinrazón. El reconocimiento de que somos irracionales con atisbos y elementos de racionalidad me parece más próximo a la verdad «humana», y así lo han comprendido los grandes poetas (pienso sobre todo en san Juan de la Cruz). Pues cuando se niega la irracionalidad y se la echa por la puerta se cuela inmediatamente por la ventana […]. Creo que la experiencia del siglo que acaba debería rebajar nuestras pretensiones. Sería tal vez mejor decir que somos una «especie inhumana» en la que una parte de sus miembros luchan por los «valores y derechos humanos» […]. Por lo demás, lo que ocurre ahora en Palestina, en el País Vasco o en El Ejido desmiente toda pretensión de adelanto en el terreno ético. ¡El treinta por ciento de los españoles piensan que la inmigración desmejora la «raza»![14]

 

Estas aclaraciones indican que la razón no puede explicar del todo por sí misma el conjunto de los fenómenos humanos y sociales (por ejemplo, la xenofobia o el frecuente rechazo del inmigrado, ampliamente examinados por el escritor en sus artículos). La razón no puede tampoco «racionalizar» las experiencias espirituales ni, obviamente, la creencia en una forma de trascendencia; es inútil insistir, aquí, sobre la importancia de algunos grandes poetas místicos, de su imaginación religiosa, de la profunda dimensión poética de su espiritualidad y metafísica, tales como Ibn Arabi y san Juan de la Cruz, en la creación literaria de Juan Goytisolo, aunque él se decía, de hecho, agnóstico. Conviene observar que, en algunos ensayos-crónicas como testigo de conflictos bélicos, en particular, en Paisajes de guerra con Chechenia al fondo (1996) —posteriormente reeditado en el volumen Paisaje de guerra (2001)—,[15] el autor describe una forma de experiencia espiritual cuando asiste a los ritos religiosos de una cofradía sufí del Cáucaso. Se había interesado, asimismo, por otras de los Balcanes durante la guerra interétnica en la ex-Yugoslavia. Se trata, pues, de otra actitud de descentramiento —se podría hablar de un ethos singular—, que se encuentra interiorizada en la mirada solidaria que el escritor proyecta sobre la espiritualidad de ciertos combatientes miembros de cofradías sufíes. Esta mirada posee su densidad y ramificaciones en las formas de subjetividad moral que explicitan sus principios mediante las posiciones críticas realzadas por Goytisolo en muchos de sus artículos de opinión y ensayos. Hay que nombrar, aquí, su defensa de un saber no rentable, la de la imaginación como fuente primordial de conocimiento, la importancia de sondear los afectos propios y ajenos como criterio esencial de humanidad y la facultad de comprender el sufrimiento del otro excluido y enmudecido.

En los artículos de Goytisolo estos principios de orden moral —y que tienen necesariamente una dimensión ética— son inseparables de la figura pública y simbólica del intelectual, el cual deja claro de qué lado se sitúa, al habilitar y legitimar en filigrana su particular espacio de reconocimiento en el debate público, en contra de los discursos sociales dominantes, que permanecen subordinados a las estrategias de las influyentes esferas económicas, políticas y mediáticas.

El intelectual crítico y, en gran medida, humanista Goytisolo —que podía defender con tesón la universalidad de los derechos humanos y las minorías— era consciente de su posición paradójica, a veces difícilmente llevadera, en la institución literaria y en la disposición del campo cultural, de los cuales el escritor vivía, pero con los que no compartía siempre —ni mucho menos— las mismas reglas ni conductas; y ello en función de una alentadora negatividad crítica propia de una soterrada óptica de sabotaje, capaz de poner al descubierto y resquebrajar todo estado de cosas determinado al sondear en profundidad la peculiar exigencia moral de su voz discordante —e integradora de ciertas exterioridades denegadas—, así como la de su escritura, en perpetuo movimiento y cuestionamiento.

Así es como la política de la ficción da otro alcance y, en cierto modo, metamorfosea los principios y la razón crítica del intelectual ensayista para ponerlos a prueba no sólo mediante el enfoque de la ironía (auto)crítica —indagadora de los límites cognitivos y de la reflexividad del objeto de ficción—, sino, sobre todo, a la luz de una noción compleja de trascendencia, que no implica únicamente la experiencia espiritual en la obra de Goytisolo. En efecto, en la creación literaria esta trascendencia resulta, ante todo, ligada a las formas de espiritualidad que pueden definir a veces el estatuto ontológico del texto de ficción —tal como se destaca en la novela mudéjar La cuarentena mediante la metafísica de la imaginación—, pero también se proyecta en la propia escritura, a través de la renovada negatividad en la cual el lenguaje literario redispone y resignifica los módulos y fenómenos internos de la oposición, la paradoja, la inversión transgresora e, incluso, la búsqueda de una especie de nada inherente a los orígenes y apartada, en realidad, del nihilismo —remitimos a la novela reticular El sitio de los sitios y, de un modo distinto, a la anegadora poética del olvido en Telón de boca—.[16] Por fin, esta noción de trascendencia se despliega necesariamente en el «yo» inasible, en relación íntima con el sujeto de escritura y la reciprocidad ilimitada entre la vida y la escritura, para rehacer, una y otra vez, el horizonte de un posible reconocimiento de sí mismo en la densidad de la poética del universo de la creación literaria, unida a lo infinito del sentido —novelas tan diferentes, a primera vista, como son Las virtudes del pájaro solitario y La saga de los Marx lo ejemplifican—.

Es, en parte, en esta trascendencia de la escritura respecto a sí misma en la cual los narradores de las novelas polifónicas de Goytisolo pueden manipular y transfigurar a sus dobles para, entre otros motivos, deconstruir y pervertir las formas y prácticas que pretenden instituir el objeto literario, sus supuestos criterios de legitimación y, en otro plano, los del reconocimiento público de la figura del escritor intelectual. Adentrándose en estos estratos reflexivos, la escritura de Goytisolo acentúa sus propios modos de individuación radical para —a partir de su posición contraria— instituirse a sí misma, de manera paradójica e irónica, al mostrarse capaz de integrar el conjunto de sus contradiscursos y, así, deshacerlos mejor desde dentro, a la luz de lo irreductible de la poética inherente a esta escritura —y, desde luego, del sujeto que crea— a toda identidad, así como a todo vínculo común y federativo. Por esta vía, que imposibilita cualquier marcha atrás, la radicalidad del «yo», como fuente de liberación, puede alcanzar las propiedades de una especie de universalidad plural, en la medida en que dicha radicalidad no deja de transformarse desde dentro, de cuestionar su mutabilidad, dar la palabra a sus exterioridades —como fuerzas antagónicas inscritas en ella— y acoplarse a los fenómenos de extrañeza para abrirse mejor sobre las singularidades múltiples de los «otros» descentrados y, por tanto, apartados del «nos-otros», o sea, en realidad, la diversa y compleja agregación de «otros» interiores y exteriores, que forman cualquier identidad colectiva y cuya presencia resulta difícil de aceptar.

La política de la ficción de Goytisolo concibe, pues, la potencia de una receptividad interna y siempre redescubierta, propia de una visión que incluye y atrae hacia sí misma: todos los elementos de una espacialidad diseminadora de cualquier lugar, todas las figuras en movimiento de un más allá de la pretendida identidad y, por fin, todas las singularidades de la exterioridad de lo común. Son, de hecho, la activa dinámica de esa espacialidad fecundadora, las figuras de este más allá de la identidad y el desvelamiento continuo de la exterioridad de lo común los que desentrañan e interrogan sin cesar las pautas, las distancias y los límites de las formas de reconocimiento entre el yo y el otro, entre los nosotros y los otros —que están en el «nos-otros»— y, al fin y al cabo, entre el sujeto de escritura y sus modos de decir, sentir y afrontar el mundo. Se trata, en efecto, de una política, una ética y una poética de la alteridad que ofrecen y dan de lo común otro sentido, en lo más hondo del cual se despliega y se revivifica la amplitud de la universalidad plural que anida en la creación literaria de Juan Goytisolo, a partir de los márgenes y las periferias.[17]

 

[1] Véase Yannick Llored, «Juan Goytisolo: constelación poética de la migración interior», Cuadernos Hispanoamericanos, número 783, septiembre de 2015, pp. 42-60.

[2] Juan Goytisolo, Contracorrientes, Barcelona, Montesinos, 1985, pp. 58-71.

[3] Esta construcción genealógica es indisociable de lo que Juan Goytisolo llamaba el «árbol de la literatura» como metáfora que significa las relaciones de continuación, diálogo, fecundación y metamorfosis creadora entre su escritura y la de algunos de los autores clásicos más importantes, considerados a través de su dimensión disidente.

[4] Henri Meschonnic, Politique du rythme, politique du sujet, Lagrasse, Verdier, 1995, pp. 110-205. También se puede consultar el interesante ensayo del mismo autor Pour sortir du postmoderne, París, Klincksieck, 2009.

[5] En lo que concierne a la relación con la tradición literaria, importa precisar que, según Goytisolo, una de las características más descollantes del mudejarismo literario —incluso antes del Libro de buen amor consiste en la integración de la figura del autor en el «cuerpo» de su obra, así como el que el protagonista se considere como objeto de una especie de biografía. A este propósito, conviene leer Juan Goytiolo, Cogitus interruptus, traducción francesa de Abdelatif Ben Salem, París, Fayard, 2001, pp. 286 y 287 (en el «Diálogo entre Günter Grass y Juan Goytisolo»).

[6] Juan Goytisolo, «A la llana y sin rodeos», disponible en línea (consultado el 15 de noviembre de 2017): <https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2017/06/04/5934327bca4741cd298b45b0.html >.

[7] Carta personal de Goytisolo fechada el 21 de octubre de 2000.

[8] Sobre la relación entre la tradición literaria española y Carajicomedia es esclarecedor leer la carta que José Jiménez Lozano le envió, en febrero de 2000, a Juan Goytisolo y que es reproducida en la obra colectiva de Jesús Cañete Ochoa (coord.), Juan Goytisolo: compromiso y disidencia. Homenaje al Premio Cervantes, Madrid/Álcala de Henares, Servicio de Publicaciones, 2015, pp. 158 y 159.

[9] Juan Goytisolo, Cogitus interruptus, Barcelona, Seix Barral, 1999, pp. 70-78.

[10] Conversación personal con Juan Goytisolo en noviembre de 2004.

[11] Edward Said, Representaciones del intelectual, traducción al español de Isidro Arias, Barcelona, Paidós, 1996, p. 73.

[12] Véase, por ejemplo, el extenso artículo del politólogo Hisham Aidi, «Juan Goytisolo était-il réellement anti-orientaliste?», publicado en la web de Mediapart el 15 de enero de 2018 y disponible en línea (consultado el 18 de enero de 2018): <https://blogs.mediapart.fr/hisham-aidi/blog/150118/juan-goytisolo-etait-il-reellement-anti-orientaliste>.

[13] Paisajes después de la batalla, La saga de los Marx y El exiliado de aquí y allá constituyen tres novelas que se relacionan entre sí y que, al desplegar una amplia gama de recursos irónicos asociados al humor y la parodia, se sitúan en el centro de las sociedades occidentales. A propósito de las dos primeras, Goytisolo nos escribió lo siguiente: «Sí, Paisajes después de la batalla es el territorio de la duda: de su lectura no puede sacarse ninguna tesis ni esquema ideológico. Cualquier de sus discursos (político, ideológico, sexual, etcétera) lleva el germen del contradiscurso. Nada queda en pie. Y la profecía de 1982 se cumplió unos años más tarde: el desastre anunciado es ya una realidad en La saga de los Marx» (carta personal de Juan Goytisolo, fechada el 24 de junio de 1999).

[14] Carta personal de Juan Goytisolo, fechada el 21 de octubre de 2000.

[15] Juan Goytisolo, Paisajes de guerra, Madrid, Aguilar, 2001, p. 341: «Acabado el rito, los cofrades se acuclillan de nuevo en círculo, recitan a voz y coro “no hay más dios que Dios”. […] Han transcurrido unas dos horas desde que entré, pero el tiempo ha dejado de correr. El cielo ha escampado entre tanto, lucen las estrellas y, por primera vez desde mi llegada a Chechenia, oigo el canto de un pájaro. Lo digo sin pudor: levité en un océano de serenidad. No en un instante de exaltación ni eclipse fugaz de los sentidos: por la belleza y perfección del instante. La modulación del canto en medio del silencio nocturno, ¿no me compensaba, no fuere más que por unos segundos, de tanta acumulación de barbarie? El pájaro calló, volvió el orden del mundo: vivía, en un paisaje de guerra, la mugrienta y cruel reiteración de la historia».

[16] Véase Yannick Llored, «De Barzakh à Et quand le rideau tombe de Juan Goytisolo», Horizons Maghrébins-le droit à la mémoire, núm. 56, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 2007, pp. 121-125. En lo que concierne a Telón de boca, Goytisolo nos escribió: «Los acontecimientos posteriores al 11-S [los atentados en Nueva York en 2001] han originado una vuelta a la escritura similar a los de la guerra del Golfo y La cuarentena, pero ya sin socorro alguno de Ibn Arabi. Racionalismo puro y duro ante lo que hay detrás del telón de boca del teatro» (carta personal de Juan Goytisolo, fechada el 22 de diciembre de 2001).

[17] Sobre algunos aspectos de la relación entre universalidad y marginalidad en la creación literaria de Goytisolo, se puede leer el breve texto del escritor Orhan Pamuk, «Airado, polifónico, histórico, ambicioso», El País, 5 de junio de 2017, p. 21.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]