En función de enfoques distintos, la reflexión política sigue siendo primordial en las novelas posteriores. En El sitio de los sitios (1995), la experiencia realmente vivida del sitio de Sarajevo, en 1993, es proyectada sobre un horizonte metafísico en la ficción literaria, concentrando los fenómenos múltiples de estallido, de dispersión y diseminación en la figura difractada del sujeto de escritura frente a la permanente manipulación y destrucción provocada por la guerra interétnica en la ex-Yugoslavia. Las semanas del jardín (1997) deconstruye la función y figura del autor y, por tanto, las de su autoridad —diseminada en las voces de los múltiples narradores— para, en realidad, reconstruirlas en filigrana a la luz de las huellas y los indicios que hacen resonar, de modo implícito, los ecos de la impregnación, en una parte de la sociedad y la cultura españolas, del discurso nacionalista y sus supuestos valores como fantasmas, todavía aptos para actuar, de una memoria histórica abocada al silencio o ideologizada. En Carajicomedia (2000), la homosexualidad plenamente asumida y amoral se adentra no sólo en las condiciones de vida y el retrato de ciertos medios marginalizados, en particular, el de los inmigrantes magrebíes en el París de los años 1960-1970, sino también en las formas de perversión y corrupción de los poderes instituidos, tanto políticos como religiosos —se puede recordar aquí la novela de Sade, Justine ou les malheurs de la vertu—. La anhelada subversión no consiste sólo en proclamar una pasión inadmisible por los márgenes bajo todas sus gamas de transgresión, sino que intenta, de manera más profunda, desmontar desde dentro los roles sociales, los valores simbólicos, así como, en otro plano, las paradojas de la situación del sujeto de escritura. Éste es entonces considerado en Carajicomedia[8] como una figura ficcional del escritor apresada por un antagonismo interior, que se debe, entre otros motivos, a su imposibilidad para formular cualquier palabra de autoridad, la cual se encuentra deshecha a causa del pretendido ensimismamiento del autor implícito, a los ojos de los demás y de los criterios convenientes de la institución literaria, en la anomalía de sus obsesivas autorrepresentaciones, indisociables de una excentricidad insoportable.

Retomando la cuestión sobre el intelectual crítico —que Goytisolo llamaba el «escritor sin mandato»—,[9] sobre el sentido de su acción y tomas de posición, cabe subrayar que no se trata de encarnar una especie de conciencia moral, a fin de erigir su propia estatua bajo el signo de una disidencia autoproclamada, sino más bien de diseminar, en efecto, los gérmenes y el fermento de la contestación refutatoria, inscribiéndola en una historia intelectual para dar significación, por medio del apartamiento y la diferencia, a nuevas formas de pertenencia.

La mirada crítica de Goytisolo penetra y saca a flote los puntos ciegos inherentes a las estrategias de rechazo y refoulement, así como a lo que permanece impensado, inconsiderado y apartado en la periferia de los márgenes, a menudo, invisibilizados, para arremeter contra dichas estrategias e invertir, así, una relación de dominación, cuestionando lo que provocaron y produjeron en la historia los discursos y valores del centro, o sea, los del poder y sus representaciones también como figuraciones de sus esquemas mentales. Es, pues, en los huecos, los desgarramientos, las formas de invisibilidad, los silencios y, en suma, los efectos de los intereses convergentes entre diferentes medios y sus discursos en donde resuena la voz discordante del escritor, para intentar hacer estallar lo que encubren, pero también sus engranajes y formas de legitimación, que apoyan un estado de cosas y los términos de un consenso exclusivo.

No extraña, entonces, que sea la concepción del intelectual tal como fue explicitada por Edward W. Said —a quien Goytisolo rindió homenaje— la que ilustre mejor la trayectoria y las posiciones del autor en los debates públicos. El artículo de opinión de Goytisolo «Vamos a menos» (publicado en El País en enero de 2001), que desató amplias ondas de choque en España, al denunciar las colusiones entre el medio literario, las esferas políticas y ciertos imperativos mediáticos y comerciales de grandes grupos de comunicación; o el que se titulaba «Horizonte República» (publicado, asimismo, en El País en noviembre de 2004), que proponía una reflexión colectiva sobre un futuro cambio de régimen constitucional en España, para reanudar, mediante otras bases políticas, con una República —y ello, señalando las diferencias, en el plano histórico y social, entre las monarquías del norte de Europa y la española—, arrojan luz de modo diferente, en ambos casos, sobre las reglas de autonomía e independencia, aunque éstas son siempre relativas, pero también sobre las autorrepresentaciones del intelectual crítico según Goytisolo.

Cuando publicó el artículo «Horizonte República» en El País —en el cual el escritor colaboró desde la fundación del periódico, en 1976, y con el que tuvo, asimismo, varias discrepancias, si bien aprovechó, a la vez, una posición bastante privilegiada para hacer conocer mejor sus ideas y su obra a un amplio público—, recordamos haberle dicho que ese tema podía ser considerado inoportuno y no estaba, al parecer, a la orden del día; Goytisolo nos contestó sin la menor vacilación: «Pues es precisamente por eso que se debe plantear».[10] Esta respuesta traduce en sí misma las principales características de la vocación y las exigencias del intelectual crítico, tales como las entendía Edward W. Said cuando afirmaba: «[…] ser tan marginal e indomesticado como quien vive en un exilio real es para un intelectual mostrarse excepcionalmente sensible al viajante más bien que al potentado, a lo provisional y arriesgado más bien que a lo habitual, a la innovación y al experimento más bien que al status quo autoritativamente garantizado. El intelectual exílico [el que tiene la sensibilidad y los atributos del exiliado] no responde a lo lógica de lo convencional sino a la audacia aneja al riesgo, a lo que representa cambio, a la invitación a ponerse en movimiento y no quedarse parado».[11] Así pues, por ejemplo, las observaciones a veces incisivas de Goytisolo sobre la situación en el mundo arabo-musulmán tienden a mostrar que sabía compaginar una cierta proximidad compartida con una distancia crítica y, de este modo, escribe en un artículo titulado «Voltaire y el islam», publicado en El País en mayo de 2006: «El mundo islámico de 2006 necesita muchos Voltaire para salir de su atraso, ignorancia y de las luchas sectarias que lo desgarran». Una constatación que refleja más que nunca, de modo trágico, la realidad cotidiana presente ante nuestros ojos.

No se ha de eludir, sin embargo, la posición algo ambigua de Goytisolo frente al poder marroquí y, por tanto, a la situación socio-política en su país de adopción, donde la voz crítica del escritor se caracterizaba por cierta discreción y un distanciamiento respecto a su preocupación por las libertades y los derechos cívicos. Este escollo constituyó una especie de problemática pendiente que Goytisolo no pudo del todo resolver y que se puede explicar, en parte, por la actitud de equilibrio y moderación que debía sin duda aplicarse a sí mismo para ser tolerado por las autoridades. De ahí el gran contraste entre su virulento discurso crítico sobre España y su reserva bastante conciliadora sobre Marruecos, donde era un expatriado impregnado, de manera auténtica, por la cultura árabe, desde la posición privilegiada del que era reconocido y estimado y que creía, pese a todas las dificultas observadas de cerca, en la progresiva democratización del país. Esta posición ambigua y algo complaciente conduce a que algunos jóvenes intelectuales marroquíes le reprochen a Goytisolo cierto apego, más o menos inconsciente, a la visión orientalista —rechazada por el propio escritor, siguiendo los enfoques de Said—, así como la relativa ausencia de su voz crítica en la lucha de los marroquíes más progresistas por su emancipación y una mayor justicia social frente al poder autoritario.[12]

Estos aspectos explican indirectamente, en otro plano y ámbito, el que en la mayor parte de las novelas de Goytisolo la visión del árabe se encuentre sobre todo cimentada por el predominio de los fantasmas —incluso sexuales— y de las amenazas arquetípicas que las sociedades occidentales construyeron y proyectaron sobre el hombre árabe, aunque el lenguaje literario del autor rebatió las tesis y la ideología orientalistas, como se verifica en la novela mudéjar Makbara (1980) —que asocia la prosa y la poesía gracias a la oralidad— a través de la contrafigura monstruosa del emigrado magrebí sembrador del terror en las calles de París.

Además, en el caso de Goytisolo, la condición del intelectual crítico se encarna en el modo en que se cuestionan y afrontan las experiencias vividas en relación íntima con la literatura, para situarse a la altura de una confrontación real con la alteridad, a fin de poder, pese a las distancias insalvables, imaginarse en la piel del otro, sin dejar de sondear sus propias dudas personales. Si el sujeto histórico que es el autor intentó, en sus artículos de opinión y sus ensayos, aprehender concretamente los fenómenos culturales y sociales que surgen de las entrañas de la vida, en sus tragedias y sufrimientos (por ejemplo, la inmigración) —no abordamos aquí, por no extendernos demasiado, su lúcido compromiso personal en diferentes territorios en guerra, tales como Sarajevo, Argelia, Chechenia y Palestina—, el sujeto de escritura no cesó de interrogar toda certeza propia, adentrándose, a la vez, en los recovecos de ciertas oposiciones, tensiones y paradojas que se proyectan en lo más profundo del yo y del universo de la ficción, pero también en las propiedades relativas de la autoridad y el posible reconocimiento de la figura interiorizada del escritor en su labor creadora, para realizar en ésta su propio autoanálisis.