MENTE Y PALABRA

Según uno de los mitos cosmogónicos, Prajāpati deja que sea la Palabra (vāc) la que organice la creación. El valor de la palabra en la cultura védica es incalculable. Cuatro de las seis ciencias auxiliares del veda (vedaṇga) está dedicadas al habla: fonética (śīkṣa), métrica o prosodia (chaṇḍa), gramática (vyākaraṇa) y etimología (nirukta). Las otras dos son la propia ciencia de la ejecución ritual (kalpa) y la del tiempo propicio (jyotiṣa). Basta con pensar en la constante utilización de los mantras como vehículo y objeto de meditación. Mediante la palabra, la mente llega a los dioses, mediante la palabra se ofrece el sacrificio. La cultura mental se basa, entre otras cosas, en la palabra, más concretamente en el sonido. Pero ambas no están al mismo nivel, como lo estarán en Grecia con el logos. La mente es superior a la palabra. Esta última, imita a la mente, la sigue. Pero no puede alcanzar lo que la mente alcanza, el silencio del sabio. En el Satapatha-brāhmaṇa (Los cien caminos) se dice que los dioses se hicieron fuertes en la mente, mientras que los asuras se refugiaron en la palabra.[5] Sin embargo, los recitadores cuidan escrupulosamente los aspectos fonéticos de los himnos, cantos y fórmulas litúrgicas. Los versos métricos permiten embridar en caballo de la mente, que de otro modo galoparía descontrolado. La pareja mente-palabra es una de las parejas primordiales, lo masculino y lo femenino, como lo será más adelante puruṣa-prakṛti (conciencia-naturaleza o contemplación-creación). De esa tensión esencial, de esa cópula, emana lo creado. Pero lo creado no es todo lo que hay, lo manifiesto no agota el cosmos, sólo es una cuarta parte.

La desigualdad entre mente y palabra es una de las marcas de la civilización india. «La mente es superior al lenguaje. Así como el puño cerrado puede encerrar un par de dados o de frutos, así también la mente comprende las palabras y el habla», con esta frase se abre la sección séptima de la Chandogya upaniṣad. Una elección que contrasta con la actitud griega y judía, que estableció una alianza con el logos. Desde Sócrates, el conocimiento filosófico quedaría vinculado a lo discursivo, al poder del argumento, aunque sólo sea para establecer sus limitaciones (la ignorancia y la ironía socráticas). Posteriormente, el Evangelio de Juan haría del verbo la encarnación divina y la mente, la cultura mental, quedaría desde entonces ligada a la palabra y la razón.

 

EL PRIMER LIBRO

El Ṛgveda es el primer libro de la civilización india. Un libro que no es un libro, que no tiene pliegos ni lomo, que no está cosido o enrollado en pergaminos. Un libro invisible, sin escritura. Un libro oral. El más antiguo y solemne de todos los libros es sonido puro. Un sonido custodiado por la memoria de jóvenes brahmanes durante más de tres mil años. La colección consta de más de un millar de himnos propiciatorios, no exentos de lirismo, cuya composición se atribute a siete sabios legendarios, los esclarecidos (ṛsi), de los que hablaremos más adelante.[6] A este libro lo acompañan otros dos, juntos forman la «triple sabiduría» (trividya). Un libro de cantos, el Sāmaveda, y un libro de fórmulas litúrgicas, el Yajurveda. Posteriormente se añadirá un cuarto veda, el Atharvaveda, compendio de magia popular y doméstica.[7] Todos ellos contienen, en mayor o menor medida, porciones del Ṛgveda.

A pesar de ser el más antiguo de los textos que han sobrevivido de la civilización india, el Ṛgveda no es en absoluto de una composición arcaica o primitiva. Es más bien todo lo contrario, una antología de un corpus más amplio, una selección (saṃhitā) de loas a los dioses de una antigua tradición de recitadores y poetas. No todos los himnos intentan persuadir o seducir a los dioses, hay himnos irónicos e incluso filosóficos, sobre el origen del mundo y otros que tratan de la vida cotidiana de los arios. Aunque tal vez no sea el conjunto más antiguo de textos del ámbito indoeuropeo, como sostiene Renou, es muy posible que se trate del conjunto de documentos literarios que se redactó y fijó más pronto. Y a pesar de que los arios venían de Asia central, la antología tiene elementos claramente indios como plantas, animales y costumbres típicas del subcontinente, desde el elefante hasta la hierba kuśa. La obra está escrita en sánscrito védico, una lengua que se caracteriza por la libertad en el orden de las palabras, las elipsis e hipérboles, los compuestos y el uso de partículas enfáticas de matices muy diversos. El védico es un idioma rico y complejo, emparentado con el griego por su origen indoeuropeo y que parece derivar de un idioma común hoy desaparecido.

La fecha de composición del Ṛgveda es incierta. Algunos la sitúan en torno al año 1200 a. E.C., época en la cual se cree que los indoeuropeos de la rama aria, procedentes de Asia Central, migraron hacia el subcontinente indio (mientras que los dorios, también indoeuropeos, lo hicieron hacia Grecia). El propio texto menciona el que pudo haber sido su lugar donde se elaboró la antología, la región de los Siete Ríos (actual Punjab) tributarios Sindh (Indo), en el actual Pakistán.

La fidelidad en la trasmisión del Rgveda es un fenómeno único en la historia de las civilizaciones. La trasmisión oral de generación en generación corre a cargo de familias o escuelas de brahmanes, denominadas śākhā. Cada una de ellas se especializa en un saṃhita concreto y mantiene un escrupuloso respeto a las reglas de pronunciación, aunque cada generación ha ido apropiándose de elementos diversos y elaborando sus propias síntesis y reglas de pronunciación, siempre desde el rigor en la trasmisión. El manuscrito más antiguo del Rgveda data del siglo xi, por lo que podemos suponer que el texto se ha conservado en la memoria de estos linajes de recitadores durante casi dos milenios. En la soledad de su trabajo, los copistas de manuscritos en los monasterios medievales podían cometer errores que quedaban sepultados en los libros o eran reproducidos por los escribas. En la tradición viva de las śākhā, los textos se revisan con recitaciones periódicas y se encuentran sometidos a exhaustivos mecanismos de control.[8] En este sentido, resulta significativo que la enseñanza tradicional se centrara en la fidelidad a la forma, (la exacta pronunciación fonética de los versos) en lugar de centrarse en el significado, que suele variar con el tiempo. Se prefiere lo eterno a lo temporal. El sonido frente al sentido. En la convicción de poder teúrgico de la palabra (vāc), en su fuerza creativa y en su eficacia como instrumento de persuasión divina. La música de la palabra sánscrita es, en el veda, la única ciencia eficaz. El pie métrico (llamado pada, como la huella sagrada de la vaca) es la escalera que sube al cielo.

Los elementos del Ṛgveda son universales: el fuego y el agua. Sus animales ya no lo son tanto: la vaca, el macho cabrío y el caballo (de las estepas de Asia Central). Su ámbito: lo inabarcable, el océano de la mente que es el del firmamento. Su elixir mágico, el soma. El sacrificante ha de seguir la senda del fuego, el misterioso camino trazado por las llamas.

La complejidad y sofisticación de la literatura védica hace pensar en una sociedad altamente civilizada, si no en la técnica, al menos en lo que se refiere a las prácticas sociales. Los compositores de los himnos fueron, de esto no hay duda, sacerdotes que se ganaban la vida con sus conocimientos litúrgicos y que estaban muy especializados en el formalismo ritual. Se trata de un producto marcadamente erudito en el que los poetas rivalizaban entre sí en las metáforas, la composición de arcanos, el elogio de lo divino o la creación de cosmogonías. El lenguaje se encuentra cargado de fórmulas y el universo simbólico que manejan es sólo accesible a los iniciados. Como en el mundo académico contemporáneo: las fórmulas sólo resultan inteligibles para los que han recibido la iniciación y están en el secreto de los valores simbólicos y las asociaciones.[9]

No todos los himnos son sacerdotales, los hay que tratan temas de la cultura popular, como el himno a las ranas, que celebra su aparición con la llegada de la estación de lluvias, o el himno al corcel Dadhṛka, famoso por su velocidad y valor en la batallas También hay himnos dedicados a los pájaros, para que sus cantos sean de buen augurio o a virtudes como la hospitalidad y la generosidad. Hay himnos humorísticos y eróticos, de inspiración popular, como el que hace referencia a la diversidad de los deseos y las ocupaciones, en los que cada cual encuentra su provecho y bienestar. «Roturas desea el carpintero, enfermedades el médico. Y cada uno, deseando riquezas, sigue como las vacas sus propias ideas. El caballo desea un carro ligero, risas el bufón, agua la rana, la vellosa concavidad el falo».[10]

En el Ṛgveda no hay rastro de la idea de un caos primigenio, como ocurre en las cosmogonías helénicas. Sin embargo, sí aparece la idea de que el deseo fue la primera semilla de la mente, y también de la posibilidad de descubrir, en el interior del corazón, como hicieron los ṛsi, el vínculo (bandhu) entre lo manifiesto y lo inmanifiesto, entre el ser y el no ser.[11] Encontrar los vínculos era un asunto clave del conocimiento y el eje alrededor del cual orbite el pensamiento de las upaniṣad. Otra de las divergencias importantes respecto a la tradición filosófica griega es que los dioses indios están envueltos en la misma incertidumbre que los hombres respecto al origen. Son fuertes y poderosos y, en cierto sentido, eternos, pero están sujetos a la periódica renovación, por medio del fuego, de los ciclos cósmicos. Compiten con los hombres y los esclarecidos por averiguar cuál fue en verdad su origen. Origen, por otro lado, velado al mismo Primogénito (Prajāpati), que ni siquiera lo conoce.

En el Ṛgveda no se narran mitos pero se aluden a ellos, a veces de un modo enigmático. Para conocer en detalle el mito hay que acudir a los brāhmaṇa y a comentarios antiguos. Un buen ejemplo es el ciclo de Indra, dios supremo de los himnos védicos. Tvaṣṭṛ o Viśvakarman («modelador de todo»), es el artesano de los dioses y padre de Indra (un Prajāpati de grandes poderes ascéticos, se dirá en el Mahābhārata). Tiene una vaca mágica cuyas ubres producen el soma pero se la oculta a Indra. Conocer el secreto del soma supone un gran poder, el de la palabra y la fórmula mágica. Indra, que no conoce rival, decapita a Dadhyañc porque ha revelado a los Aśvin este secreto. Luego roba el soma a Tvaṣṭṛ y lo decapita también.[12] Según otro mito, Indra se enfrenta a Vṛtra, su enemigo supremo. Tvaṣṭṛ fabrica para él un rayo sibilante.[13] El dragón tenía su guarida en una cueva e Indra abrió las entrañas de la montaña con su rayo. Las aguas corrieron como vacas mugientes hacia el océano y el generoso cogió el rayo como arma y mató al primogénito de los dragones, que retenía en su vientre el soma. Bebió del jugo en las tres vasijas, desbaratando los ardides de los hechiceros, arrebatándoselo a quien había abusado del soma, haciendo nacer el Sol, la aurora y el firmamento. «Como árbol caído talado por el hacha, yace el dragón abatido y despedazado sobre la tierra. Liberados los Siete Ríos, las aguas se desparraman y cubren su cuerpo.[14] Indra es el soberano de lo inmóvil y de lo que se mueve, del animal salvaje y el doméstico, reina sobre su pueblo y lo sostiene como el eje a la rueda». El mito se contará un milenio después en el Mahābhārata, cuando la supremacía de Indra haya declinado en favor de Śiva y Viṣṇu.

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