Los cuerpos no pueden ser máquinas armonizadas con las almas. Lo criminal de un acto no es el movimiento del cuerpo sino la intención del alma. Los hombres actúan por ciertos motivos y éstos han de buscarse en las representaciones del alma. Según la teoría de Leibniz, el alma no obtiene ninguna idea a partir del cuerpo sino que las extrae de su propio fondo. Las ideas presentes dimanan de las precedentes en necesaria secuencia, luego todas las acciones del alma son un efecto del primer estado del alma, en el que fue creada y del que no es dueña. No habiendo libertad, las acciones no pueden juzgarse como justas o criminales. Si ese fuera el caso, todos los crímenes revertirían sobre Dios, lo que supondría la opinión más impía.Euler insistirá en que la libertad es la esencia de los seres espirituales: ni siquiera Dios podría quitársela, lo mismo que no puede quitar a un cuerpo su extensión o inercia. Suprimir la libertad a un espíritu sería aniquilarlo. Alguien puede impedir que otro escriba atándole las manos, pero nunca podrá extinguir su intención de hacerlo. De ahí la necesidad de distinguir entre el acto del querer y la ejecución. El hombre permanece siempre dueño de su voluntad, de ahí que ni siquiera Dios pueda, mediante un acto suyo, convertir a los pecadores. Debería persuadirlos, que es el único medio de reconducir a los seres inteligentes.La libertad se encuentra excluida de la naturaleza de los cuerpos y sin ella no podría existir el espíritu. Si se examinan las propias acciones, instintivamente se reconocerá esa libertad. «Se puede dudar sobre la libertad de otro pero nunca de la propia». La libertad queda así asociada al juicio y la conciencia. El espíritu libre no se encuentra encerrado en el entramado de un espacio y un tiempo absolutos. Sin embargo, los espíritus libres necesitan de la materia como palanca para ejercer su libertad. La materia es el anclaje necesario para el salto hacia lo incondicionado.A diferencia de los cuerpos, los espíritus carecen de extensión, inercia e impenetrabilidad. La extensión es divisible y tiene partes y un espíritu no se puede dividir. No puede haber, digamos, la tercera parte de un espíritu. Esa ausencia de tamaño llevó a algunos filósofos a compararlos con puntos geométricos, que también carecen de longitud, anchura o profundidad. Los escolásticos se representaron los espíritus como seres infinitamente pequeños, semejantes al polvo más fino, dotados de una actividad y agilidad inconcebibles, capaces de salvar en un instante grandes distancias. Sostuvieron que millones de espíritus podían danzar en la punta de una aguja. Los seguidores de las mónadas comparten ese parecer. Dividen el cuerpo hasta alcanzar partículas que no sean susceptibles de una división ulterior, de ahí el nombre de mónadas. «Para el señor Wolff no sólo los cuerpos están compuestos de mónadas sino que cada espíritu no es otra cosa que una mónada, incluso hasta el Ser Soberano es una de ellas. Por mi parte, no soy capaz de concebir que mi alma sea un ser semejante a las partículas últimas de un cuerpo, o que no sea nada más que un punto».Los espíritus tienen una naturaleza diferente de los cuerpos y sería absurdo preguntar cuántas libras pesa un espíritu o cuántos pies mide. Sería como si, hablando del tiempo, preguntáramos cuántas pulgadas tiene una hora. El espíritu carece de longitud, pero de ahí no se sigue que sea un punto. Es necesario alejar de ellos la idea de lugar. «Puedo decir que mi alma no existe en mi cabeza ni fuera de ella, ni en cualquier otro lugar, sin deducir de ello que no exista en absoluto». Los espíritus existen, pero son entidades no locales. Estar en un lugar conviene sólo a los cuerpos. Todo espíritu es un ser pensante, reflexivo, razonador y actúa libremente, en una palabra, está vivo; mientras que en los cuerpos no hay inteligencia ni voluntad. Los espíritus originan los principales acontecimientos del mundo y el poder del alma sobre el cuerpo es un don y tiene un origen divino.Ya se ha mencionado que la relación entre cuerpo y espíritu es un enigma indescifrable, mientras dura esa relación dura la vida, con lo cual puede decirse que vivir es vivir en el misterio. La muerte no es nada más que la destrucción de dicho enlace. Una vez producida, el alma no tiene necesidad de ser trasportada a ninguna parte, pues como se dijo no ocupa lugar y es indiferente a los lugares. «En consecuencia, si Dios quisiese establecer después de mi muerte una nueva unión entre mi alma y un cuerpo organizado en la luna, al instante existiría en la luna sin haber hecho ningún viaje». Los cuerpos son los que no pueden estar en dos lugares al mismo tiempo, pero los espíritus pueden encontrarse a la vez en todas partes. Los anatomistas se han esforzado en detectar el asiento del alma en el cuerpo y lo han situado en el cerebro, pero no porque el alma se encuentre realmente allí, sino porque es allí donde tiene el poder de actuar. Se puede decir que el alma está allí presente pero no que existe allí o que su existencia se limite a ese lugar.Al ser la muerte la disolución del enlace entre el alma y el cuerpo, podemos formarnos una idea del estado del alma después de la muerte. Dado que el alma obtiene en vida sus conocimientos de la experiencia sensible, al ser despojada por la muerte del vínculo con los sentidos, ya no capta más lo que sucede en el mundo de los cuerpos. Viene a estar como el que de repente se queda ciego, sordo, mudo y privado de todo sentido. Ese hombre conservará el conocimiento que adquirió con ayuda de los sentidos y podrá continuar reflexionando: la facultad de razonar permanecerá íntegra. El sueño sirve para ilustrar este estado. Después de la muerte nos encontraremos en un estado de sueño perfecto, con sus razonamientos y representaciones. Esto es todo lo que se puede decir positivamente sobre el asunto.Otra cuestión importante es averiguar de dónde procede el hecho de que haya sensaciones que nos agradan y otras que nos desagradan. La causa hay que buscarla en la naturaleza misma de la sensación alma. El alma no simplemente percibe, añade a la sensación un juicio sobre lo que la atrae o repugna. Y para hacerlo debe conservar la idea o sensación precedente y compararla con la siguiente. En eso consiste la reminiscencia o memoria. Pero el origen o fuente de esa capacidad de conservación nos es desconocido. Sabemos que el cuerpo toma parte en ello, pues hay enfermedades y accidentes que afectan a la memoria; sin embargo, el recuerdo es obra del alma (y el alma es inmaterial). Algunos pretenden que cuando un recuerdo llega al cerebro se produce una agitación semejante, pero mucho más débil, a la que hizo nacer esta impresión. Pero es poco probable que sea así, sería como si al recordar el sol se nos apareciera la luna, cuya luz es 200.000 veces más débil.Cuando el alma compara entre dos olores, uno sentido y otro recordado, tiene efectivamente dos ideas a la vez y, al pronunciarse sobre cuál es más agradable o desagradable, despliega una facultad peculiar, distinta a aquella por la que percibe lo presente. De esa situación adquiere una noción del pasado, el presente y el futuro, así obtiene una idea de la sucesión, de donde deriva la idea del tiempo; e incluso la idea de número, al hacer recuento de las sensaciones que se sustituyen unas a otras. Estas reflexiones que realiza el alma con las sensaciones pertenecen a su carácter espiritual. El cuerpo únicamente proporciona sensaciones simples. Luego la percepción es una actividad del alma, pues un cuerpo no podría atesorar sensaciones o ideas y mucho menos reflexionar sobre ellas.Cuando el alma tiene una sensación, juzga sobre la existencia exterior del objeto que la produce.[i] En los sueños y en los delirios de los enfermos el alma experimenta una gran cantidad de sensaciones de objetos que no existen en ninguna parte. ¿Qué nos asegura que nuestro juicio está mejor fundado que cuando velamos? Es una dificultad sobre la que muchas filosofías se han extraviado. Para algunos, el hecho de que experimentemos agitaciones o impresiones no prueba la existencia de objetos externos a la mente. Y en ese caso la existencia de nuestro propio cuerpo sería igualmente dudosa. Es difícil refutar a los filósofos que niegan abiertamente la existencia de los cuerpos. Según ellos, el alma recibe impresiones o ideas, pero niegan la existencia de los objetos que las provocan. Son llamados espiritualistas o idealistas y sostienen que no existen sino espíritus. Se oponen a los materialistas, que niegan la existencia de los espíritus y creen que únicamente hay cuerpos y que el alma está hecha de una materia muy sutil capaz de pensar. Esta última opinión es mucho más absurda que la anterior y hay argumentos invencibles para refutarla.

Atacar al idealista es del todo inútil. Es imposible convencer de la existencia de los cuerpos al que se obstina en negarlos. Desde la primera infancia las sensaciones empujan al alma a creen en objetos externos. «Un perro, al verme y ladrar, está convencido de que existo. El perro no es pues un idealista y aun los insectos más viles están convencidos de que hay cuerpos existentes fuera de ellos… Si un campesino dudara de la existencia del gobernador que tiene ante sí se le tomaría por loco, pero un filósofo que proclama tal parecer, espera que los demás admiren su ingenio y sus luces». De modo que tan extraño parecer debe ser una cuestión de orgullo y una necesidad de distinguirse de los demás. Los campesinos son en esto más sabios que los filósofos. Como se ha dicho, la relación entre alma y cuerpo es un enigma indescifrable para la mente finita del hombre. Respecto a esta cuestión hay que proteger el tesoro de nuestra ignorancia y asumir que esta influencia subsiste misteriosamente.