«La poesía puede morir en los cambios de época, pero sólo con la intención de resucitar»Por Beatriz García Ríos

Luis García Montero (Granada, 1958) es poeta, ensayista, narrador y crítico literario. Profesor de Literatura Española en la Universidad de Granada, su primer libro de poemas publicado fue Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (Premio Federico García Lorca, 1980). Otros de sus libros de poesía son Égloga de dos rascacielos (1984), Diario cómplice (1987), Las flores del frío (Hiperión, 1990), Habitaciones separadas (Premio Loewe y Premio Nacional de Literatura, 1994), Además (1994), Casi cien poemas (1980-1996): antología (1997), Antología personal (2001), La intimidad de la serpiente (Premio Nacional de la Crítica,  2003), Vista cansada (2008), Un invierno propio (2011), Habitaciones separadas: 20 años sí es algo (2014) y Baladas en la muerte de la poesía (2016). Entre otros libros de ensayo ha publicado El sexto día: historia íntima de la poesía española (2000), Los dueños del vacío: la conciencia poética, entre la identidad y los vínculos (2006) y Un lector llamado Federico García Lorca (2016). También es autor de las novelas Mañana no será lo que Dios quiera (Premio Gremio de Libreros al mejor libro de 2009), No me cuentes tu vida (2012) y Alguien dice tu nombre (2014).
Me gustaría que este diálogo con usted lo situara como escritor en el presente, sabiendo que su presente, como el de todos, es memoria y, por lo tanto, está constituido de pasado. Pero me importa más qué piensa hoy, como poeta, cuál es su mundo actual. Usted es un poeta que, aunque diversificado en narración, ensayo y crítica, no ha dejado de escribir poesía desde su adolescencia. El poeta que se sienta hoy a escribir ¿es el mismo? ¿Lo es el teórico de lo poético?

Situarse en el presente es siempre un modo de negociar con el pasado y con el futuro. No es malo sentir que sólo existe un presente perpetuo. La idea que elaboró Walter Benjamin sobre el ángel de la historia, esa que nos hace sentirnos responsables de los crímenes del pasado, sirve también para situarnos como herederos en el presente. Me gusta la imagen del lector de literatura como un heredero, alguien que recibe los sentimientos y la vida de los autores que lee. El periodismo informativo crea audiencias, público. La literatura crea herederos.

Podría decir que tampoco creo en el futuro como un lugar que pueda separarse del presente. Me gustan poco los fines que se utilizan para justificar los medios, pero no creo en la autosuficiencia de los medios que no se proponen un fin desde su propia actualidad. La tecnocracia es un mal asunto. Bueno, veo que me voy por los cerros del tiempo… La verdad es que ponerse a jugar con el tiempo es decisivo para una reflexión seria. La idea del tiempo es el mayor campo ético que tiene una persona para relacionarse con el significado de su presente y de sus pasos. Todo es memoria de nosotros mismos. Intentamos situar la justificación de nuestro vivir en la coherencia de nuestros pasos con el legado de esa memoria.

La coherencia no puede confundirse con el inmovilismo. Me aterran las personas que dicen con voz fuerte: pienso y siento lo mismo que hace 36 años. ¡Han perdido 36 años de su vida! Parece que no ha pasado nada a través de ellos. Yo publiqué mi primer libro hace 36 años. Me gustaría que mis búsquedas fuesen un ejercicio de coherencia, pero no de inmovilismo.

¿En qué ando ahora desde el punto de vista teórico? O sea, ¿cuáles son mis inquietudes como creador? Acabo de preparar una conferencia sobre la metáfora para responder a una invitación de la Cátedra Jorge Luis Borges en Argentina, en la Universidad de Litoral. Los cambios en la concepción de la metáfora entre el joven Borges (la audacia) y el Borges maduro (el recuerdo de los valores decisivos de la cultura humana) me permitieron pensar en mi propia poesía. El imperio de las realidades virtuales, la borradura de la identidad concreta en la abstracción de realidades paralelas, se inició con la pintura cubista y con la metáfora de vanguardia tal como la definió Ortega y Gasset en La deshumanización del arte. Los pilotos que bombardean Irak o Siria y confunden el objetivo con un video juego no disparan sobre un país de carne, hueso y piedra, sino sobre una realidad virtual. Por eso ahora me propongo escribir en un camino de vuelta. Ya que las metáforas poéticas fueron el puente que pasó de la historia real a la virtualidad, me gusta utilizar la poesía para hacer el camino en sentido contrario, en busca de la experiencia de carne y hueso. Supongo que este tipo de meditación ética y realista tiene que ver con libros anteriores como El jardín extranjero (1983), Habitaciones separadas (1994) o Vista cansada (2008), pero confío también en que el tiempo deje sus huellas y respete la edad de los poemas, permitiendo su evolución. No es justo pedirle a un señor de 60 años que corra como si tuviera 25. Lo que sí me atrevo a pedirle a mi poesía es que en su conciencia de representación y de artificio textual esté más cerca de los cuerpos de carne y hueso que de los modelos fotográficos de la publicidad.

Usted es un poeta muy marcado por su origen geográfico, Granada, y por una figura tutelar inicial, Lorca, pero está lejos de ser un escritor de aire local. ¿Cómo combina el acento identitario y esa suerte de sentimentalidad tránsfuga de lo urbano?

En el mundo globalizado, tan peligrosas son las nostalgias fundamentalistas como los vacíos de soledad que impiden cualquier esbozo de compasión y conciencia

Tengo muy vivo el recuerdo del descubrimiento de las Obras completas de Federico García Lorca en la biblioteca de mi padre a finales de los años 60. Soy de familia numerosa y, como ocurría con frecuencia en la ciudades de provincia, mi padres reservaban un salón para las visitas, a salvo de las termitas infantiles. En ese salón estaba la biblioteca, así que entré en la poesía de Lorca como en un territorio sagrado escondido dentro de otro territorio sagrado. Creo que la propia poesía de Lorca me enseñó a no sentirme cómodo con el localismo.

Acepto con gusto la deuda lorquiana. Un escritor es ante todo un lector y no traiciono al adolescente lector que me hizo poeta por admiración. Me irrita llegar a Buenos Aires para que me digan que ya está bien de Borges. Me irrita llegar a Santiago de Chile para oír que Neruda no era tan bueno. O que me digan en México que Paz y Sabines están muy sobrevalorados. Quien no aprende a admirar a los grandes está condenado a medirse con los segundones. Con toda la humildad necesaria, conviene medirse con los grandes. Y a García Lorca lo he tenido muy cerca.

Hay una relación íntima entre Baudelaire y Poeta en Nueva York. La enseñanza de la ciudad para la poesía no es el adorno de los rascacielos y los inventos modernos. Se da, sobre todo, una experiencia del tiempo: la velocidad. Es decir, todo lo que se hace se deshace, no hay valores eternos. Las excavadoras hacen su trabajo igual que la historia hace el suyo. La mejor lección de una ciudad, por una parte, es que las identidades fuertes son una estafa, que los dogmas y los fundamentalismos están de más. Por otra parte, ningún territorio mejor que la ciudad en la que uno ha crecido para dialogar con el tiempo y tomar conciencia de uno mismo, para comprender entre lo que desaparece y lo que aparece ese mínimo de identidad que hace falta para decir soy yo y no diluirnos en la nada. En el mundo globalizado, tan peligrosas son las nostalgias fundamentalistas como los vacíos de soledad que impiden cualquier esbozo humano de compasión y conciencia. La identidad débil permite encontrar lugares habitables que nos devuelven un sabor a nosotros mismos. Hay algunos rincones de Granada en los que tengo la sensación extraña de haberme ido sin dejar de estar siempre allí.

Entre Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980) y Balada en la muerte de la poesía (2016) hay un corpus poético variado y muy rico. ¿Era lo que quería escribir en el sentido más biográfico de ese querer? ¿Se identifica con ese recorrido?

Es posible que en la poesía pase como en otros aspectos de la vida. Uno sueña, imagina, se deja llevar por la ambición, por la voluntad de poder, por el deseo…, y luego se hace lo que se puede. A mí no me parece mal la ambición, creo que incluso es más sana que el miedo o la comodidad mediocre. Pero lo importante es acabar por negociar con la propia realidad y sentirse bien con uno mismo. Es más importante realizarse que triunfar. No hay ningún éxito que asegure el bienestar de una ambición calmada. De nada te sirve ser Vargas Llosa si lo que quieres es ser Cervantes. En este sentido atravieso un tiempo de serenidad reconfortante. Sé que no voy a ser Borges, Machado o Juan Ramón Jiménez, pero estoy reconciliado con la poesía que he podido escribir. La verdad es que me siento coherente con el muchacho que quiso dedicarse a la poesía. Ya sé que las palabras vocación y realizarse parecen una cursilería en los tiempos devoradores que vivimos. Pero son una ayuda imprescindible para intentar vivir en tranquilidad con uno mismo.

Me identifico con el recorrido de mi poesía no porque sea lo que yo quería escribir, sino porque es lo que he podido escribir con honestidad. El eje desde los años 80 ha sido una apuesta por la poesía como medio de conocimiento de las relaciones de mi conciencia con el mundo, a través de un lenguaje que no es la invención de un vocabulario raro, sino la utilización personal y matizada de la lengua de la sociedad en la que vivo. La poesía me ha enseñado que la verdad (y siempre escribo esa palabra con minúsculas) no es un punto de partida, sino de llegada. Por eso utilizo la escritura para hacerme dueño de mis propios sentimientos y de mis propias ideas. Me interesa la poesía que se plantea una pregunta decisiva: ¿qué digo cuando digo «soy yo»? O lo que es lo mismo: ¿qué digo cuando digo «soy hombre», «soy mujer»…? La idea de sujeto es una elaboración, los sentimientos son históricos, tanto como las constituciones políticas y las batallas, y por eso es importante el conocimiento que procura la poesía.

En mi último libro, Balada en la muerte de la poesía, me propuse plantearme de una vez qué sentiría yo si se muriese la poesía. Llevamos mucho tiempo diciendo que son malos tiempos para la lírica, que no hay lugar para la poesía en este mundo mercantilista y utilitario. ¿Qué pasa si desaparece la poesía? Escribí el libro para vivir esa situación, asistí a la noticia en los medios de comunicación, que son los que fundan la realidad de hoy, fui al tanatorio, hablé con los amigos, pisé el cementerio y regresé a casa con la seguridad de que el día que se muera la poesía desaparecerá algo más que un género literario. La poesía condensa lo mejor del ser humano, eso que evita que nos convirtamos en una mercancía, en un objeto de usar y tirar. La poesía puede morir en los cambios de época, pero sólo con la intención de resucitar. Cada tiempo exige respuestas al ser humano.

Total
8
Shares