La atmósfera creada atrapa y desconcierta. Pone al lector frente a la pregunta ¿qué es verdad y qué es falsedad?, ¿cómo saberlo?

Precisamente por lo que estoy contando, no hay manera clara de saberlo. Al igual que el refugio del parque supone una suspensión de las circunstancias de la vida —un lugar donde no se estudia, donde no se trabaja, donde no hay nadie más, donde se encuentran dos personas que, en principio, no deberían encontrarse— también se produce una suspensión de ciertas categorías éticas. Es decir, no puede determinarse con claridad qué es bueno o malo, quién es inocente ni quién culpable, qué es verdad o mentira, qué es fabulación o realidad.

 

No sé por qué en los libros nos empeñamos a veces en explicarlo todo y en deshacer la ambigüedad

Bien es cierto que todos los personajes secundarios, los padres de Casi, las compañeras y compañeros de instituto, tutores y profesores no son el centro, aparentemente, del relato, sin embargo, todos ellos representan la sociedad en la que vivimos. Una sociedad cargada de prejuicios y de hipocresía, donde la verdad parece no interesar. Una vez más, nos pone frente a otro dilema ¿queremos saber o no?, ¿estamos dispuestos a asumir sus consecuencias?

En la novela, a pesar de la primera impresión, no hay dos personajes fundamentales, sino tres: Casi, el Viejo, y un tercer personaje colectivo, difuso, formado, en efecto, por la sociedad, y aun precisaría más, por la autoridad —familiar, educativa, sanitaria, policial…—. En efecto, no queremos saber, o queremos saber sólo lo que encaja con nuestros esquemas previos. Funcionamos clasificando lo que vemos en casillitas predeterminadas de una base de datos; si alguna parte de la realidad no encaja en estas casillitas o bien la forzamos para que entre o bien la excluimos.

 

Casi y Viejo son dos personas de distintas edades que se sienten fuera, marginados de la sociedad en la que viven. Casi busca su lugar en el mundo y como contrapunto está Viejo, un hombre en el comienzo de la vejez. Algo que comparten ambos es la inadaptación, aunque por motivos distintos. Volvemos a encontrarnos con eso que se denomina «políticamente incorrecto» y es el hecho de enfrentar a las dos formas de inadaptación. En el caso de Casi, su inadaptación no procede del acoso, aunque lo pareciera. Así es como yo lo he entendido, sin embargo, no sé qué opina usted al respecto.

En efecto, no proviene del acoso. Su inadaptación es la consecuencia de un proceso más íntimo, casi diría que filosófico. Precisamente cuando perfilaba el personaje me di cuenta de que no quería cargar las razones de su malestar en motivos evidentes. Por eso, la familia de Casi es normal, sus padres la quieren, nadie la maltrata, y en el instituto lo más que le pasa es que no termina de integrarse bien con sus compañeras y que recibe un mote, «cara de pan», del mismo modo que otros niños reciben otros parecidos. El malestar de Casi no se explica entonces por circunstancias externas dramáticas, es algo que tiene más que ver con las dificultades de crecer, que a veces es un proceso traumático y hasta violento, pero de una violencia no física, sino emocional.

 

Casi es una adolescente con problemas de inadaptación y una gran capacidad para fabular, tanto oral como escrita. No tiene teléfono móvil ni está inscrita en ninguna red social. La ausencia, en el relato, de las nuevas tecnologías, ¿es una llamada de atención sobre las consecuencias que tiene estar permanentemente conectados? ¿O trata de mostrar a su personaje de manera aislada?

Casi es, como su nombre indica, casi una niña, casi una adolescente, está en tierra de nadie, no se identifica con ningún grupo. Así que es lógico que se mantenga aislada de todas esas formas de comunicación, incluidas las redes sociales. Pero tampoco queda explícito en el texto que no haga uso de ellas… No lo hace en los momentos que la vemos, en el parque, donde, en efecto, se produce una vuelta atrás en el tiempo, porque es un lugar destecnologizado.

 

De los temas tratados en sus libros se desprende que usted es y se siente muy incardinada, como escritora del tiempo que le ha tocado vivir, en el presente. ¿Lee a otros escritores de su generación? ¿Qué relación mantiene con ellos?

Estoy en el presente pero no quiero confundirlo con la actualidad. De hecho, me preocupa ligarme demasiado a los temas de actualidad, porque la actualidad es algo que determinan otros, del mismo modo que las tendencias o las modas. Por eso, mantengo un pie fuera y otro dentro, soy dada a cierta abstracción y, sin duda, me parece más cercano a este tiempo Kafka que muchos de los escritores que están hablando de temas actuales. Dicho lo cual, soy muy ecléctica en mis lecturas, y esto incluye leer a mis contemporáneos, por supuesto, pienso ahora —por hablar sólo de españoles— en Marta Sanz, Edurne Portela, Andrés Barba, Daniel Ruiz, Cristina Morales, Antonio Orejudo, Juan Bonilla, Esther García Llovet, Pablo García Gutiérrez, Isaac Rosa, Jon Bilbao, Pilar Adón, Luisgé Martín… con muchos de ellos, además, mantengo relaciones de amistad.

Me gustan los escritores que no tratan de ponerse por encima de la lengua, que no tratan de domesticarla ni luchan contra ella

Algo que, en una revista como Cuadernos, siempre nos interesa es la relación del escritor con la lengua, como lector y como escritor. ¿Cuál es su imaginario como lectora?

Siento la lengua como mi verdadera patria, y por eso la entiendo como algo vivo, maleable, infinito, una riqueza que además tenemos a nuestra disposición cada día, y encima gratis. Me entusiasma el lenguaje oral, me encanta observar cómo habla la gente, cómo se expresa, disfruto mucho con la ironía, los juegos de palabras, los matices. Me gustan los escritores que no tratan de ponerse por encima de la lengua, que no tratan de domesticarla ni luchan contra ella, sino que, al revés, la toman como aliada, como amiga y exploran todas sus posibilidades hasta el límite.

 

 

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