Sólo en 1908 le confiesa que, en efecto, escribe con la aspiración de publicar y labrarse una carrera como escritora:

En las horas pasadas aquí [en Bohoyo], tan largas y tan sin aliciente en absoluto de ninguna clase, el fastidio y la tristeza me hubiesen consumido si no las hubiese empleado de algún modo. He escrito. Acertaba V. al sospechar en mí una oculta vocación, sólo que es posible que nunca me hubiese entregado a ella si las circunstancias hubiesen orientado mi vida en otra dirección. He escrito novelas, cuentos, versos; de éstos los menos. Envíole uno de muestra por ser más breve que la prosa. Aquí de mi consulta: ¿qué hago con lo escrito?, ¿lo publico por mi cuenta? No puedo ni en modo alguno estoy dispuesta a contraer una deuda para eso. ¿Por cuenta del editor? El editor me dirá que mi nombre no es conocido; por otro lado ¿cómo ha de serlo, aun suponiendo que lo mereciese si no se publica? ¿Lo dejo? Aquí, viviendo así, se me hace duro. ¿Qué hacer? Le agradecería muchísimo un consejo que viniendo de V. ha de ser sincero y acertado (02/12/1908).

 

Pronto le sugiere y agradece a la influyente Víctor Català su gestión editorial como leeremos poco después, en términos de «su intervención a mi favor», anunciándole, para pocos días después, el envío de los manuscritos de dos novelas sin ocultar tanto su inseguridad como su opción por la vida literaria: «[…] releo la primera que escribí y me parece peor que antes, pero bueno, que corran su azar» (12/02/1909).[4] No obstante, y ante esa mencionada inseguridad, no quiere correr riesgos:

Yo le ruego si no le es de mucha molestia que lea siquiera una parte y si V. la desaprueba (¿no tendría V. bastante confianza para decírmelo?), ¿a qué someter lo escrito a otro juez? Como encuentro sus consejos de perfecto buen sentido, los sigo al pie de la letra como V. verá. Si este asunto fracasa, aunque no sea para mí un plato de gusto, no tendré propiamente una decepción pues no fundo muchas esperanzas; si resulta, me causará una alegría y en cualquier caso quedo agradecida a su buena voluntad (12/02/1909).

 

En su siguiente carta insiste en su deseo de objetividad crítica por parte de Víctor Català —«[…] le ruego su franca opinión; de V. ninguna puede herirme porque sé que es toda lealtad» (20/02/1909)—, atreviéndose más tarde a pedirle, en el caso de que el editor aceptase los manuscritos, que «se entienda» con él «para todo», sabiendo que independiente del resultado «yo había de quedar satisfecha», solicitud que justifica por su falta de entendimiento de esos asuntos hasta el punto de calificarse como un «desastroso agente de negocios» (03/03/1909).

Cartas inmediatas notifican que entre Caterina Albert i Paradís y Matilde Ras se retoma el asunto de la suerte editorial de los textos de la segunda. Desconocemos una primera propuesta de Víctor Català ante la cual Matilde Ras pide unos días para meditarla y consultarlo con su madre (16/06/1909). A su resolución podemos acercarnos mediante misivas inmediatas y que, como en otras tantas ocasiones y episodios de la vida de Matilde Ras, parece sujeta a su precariedad económica. Véanse los términos de la carta del 19 de abril de 1909 que está en el origen de lo desarrollado en las siguientes transcripciones, donde se expresa con un símil bíblico sobre el valor de lo escrito y la sujeción a «vulgares preocupaciones… patógeno-monetarias»:

Quisiera hablar con V. porque deben existir profundas diferencias respecto de lo que tratamos entre Madrid y Barcelona; ahí quieren novelas, me decía V., aquí prefieren cuentos; yo me manejaré los que tengo escritos por aquí […]. Pero he aquí que me piden o mi nombre o seudónimo femenino, por las razones dichas.[5] Y si V. ha hablado de mí [al editor] como de un amigo, quizá la contraríe decir ahora otra cosa.

[…] Me alegro de la opinión de ese señor [el editor]; me dice que no hay afectación en lo que escribo y me complace que mi modo de ser se refleje en mi modo literario […]. No me dice si le gustó mi segunda obra; reflexionando sobre ella, me parece que es muy latosa, debería ser más breve (19/06/1909).[6]

 

Añade que finalmente no le mande los manuscritos pues ella no podría hacer nada en Madrid y «[…] lo mismo es que se mueran de risa allí que aquí». Al poco tiempo, todavía desde Bohoyo, le anuncia su renuncia al proyecto que Víctor Catalá le había propuesto:

[…] después de pensarlo muy bien (o muy mal, pero quiero decir con mucho espacio) mi madre y yo, he aquí la respuesta.

No tenemos las seiscientas pesetas; es muy posible que hablando del asunto a los señores de Bartomeu,[7] su confiada generosidad nos las adelantase, máxime tratándose de un asunto que es de sus simpatías; en una ocasión —precisamente para ir a instalarnos a este pueblo— nos dejaron doscientas pesetas que ya les devolvimos. Pero es el caso que no podríamos pagar esta nueva deuda de otro modo que con el resultado del mismo libro y éste es en verdad demasiado problemático para aventurarse. A ver qué le parece a V. de esta otra idea. Las señoras  Granell conocen a Ruiz Contreras; no sé si V. le conoce también; él a V. sí y le tiene sincera admiración; una eficaz recomendación de V. puede que lo decidiese a publicar mis libros sin exigir adelantos (30/07/1909).

 

Y cuando su interlocutora le comunica el fracaso de los intentos animosamente previstos, Matilde Ras le escribirá resignada:

En cuanto a mi calvario, ¡Dios mío, si no subiese otras cuestas más ásperas! ¡Si al fin y al cabo yo no he hecho nada, si ha sido V. quien se ha tomado todas las molestias! Claro que para mí no ha sido un plato de gusto, pero me habla V. con el tono de excesiva delicadeza de los buenos cuando se ven obligados a dar un desengaño y en mí no lo ha habido pues no hubo engaño. Escribí, primero, y luego miré de darle salida con la idea del acaso del que juega la lotería, sabiendo que hay muchos miles de probabilidades en contra.

Poner dinero propio y mucho más ajeno, hubiera sido una verdadera lástima porque me han enterado de que, en general, los editores son unos tíos muy cucos y cuando hacen las cosas de este modo no ve uno nunca un cuarto y ya le prevenía que nunca podría yo pagar de otro modo que con el libro no fuese. No lo intente siquiera ni aun siendo todo por la exclusiva cuenta del susodicho cuco. Todo sería un vivero de disgustos cuando me dijese que no se ganaban dos céntimos.

Así, quedando inédito, renuncio a toda esperanza y no estoy puesta a aquel tormento del si toca o no toca de los antiguos suspendidos cerca del suelo (19/12/1909).

 

Como el propio epistolario documenta, Matilde Ras intenta también abrirse paso en el mundo del teatro, animada por la intermediación de un hijo de Salmerón, aún sin fiarse del éxito de su tarea: «lo intentaré, pero desconfío de mí, y ya que lo más difícil es hacerse representar una obra y eso se me soluciona, me faltará el éxito por incapacidad y lo siento mucho porque es una gran cosa desde el punto de vista económico, mi forzosa preocupación» (27/06/1909). Efectivamente, meses más tarde Matilde Ras le comunica:

He acabado otras dos [comedias] originales;[8] la que me parece más adecuada se la he enviado directamente al sumo pontífice y árbitro supremo, Benavente, que, si la lee y me contesta, será ya un medio milagro; yo estaba satisfecha de esa obra y si se pierde ¿sabe V. una cosa por qué lo sentiré? por no poder mandársela a V. que probablemente la encontraría bonita, con lo que yo me quedaría muy hueca; claro que puede V. decirme que me cree por mi palabra, pero eso no me resulta igual. Otro amigo me escribe que los teatros no tienen obras que valgan muy allá; que este año van de mal en peor en los estrenos, pero que no leen obras de noveles. Tienen algunos nombres ilustres ¡nombres, nombres! Y eso les basta (29/12/1909).

 

En ese intríngulis, Matilde Ras informa de sus pasos literarios al tiempo que parece querer quitar acritud a los reproches de cartas anteriores:

[…] para acabar de quitar la espina, sepa que ninguna otra probabilidad de editar los libro se me ha ofrecido a mí por lo más remoto […] De modo que no tenga pena. Otra cosa que a V. se le hará difícil creer es que yo no la tengo tampoco; no he sufrido decepción. Deseaba dinero inmediato y no tratándose de eso, me era casi igual; ahora dedico todas mis fuerzas al teatro.

[…] V. creyéndome más artista de lo que soy, me atribuye una sensibilidad más viva para los fracasos literarios de lo que la tengo; mi sensibilidad es sobre todo (no me quiera V. mal por mi franqueza) de bolsillo y de corazón, dos cosas muy compatibles (16/05/1910).

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