Posiblemente, Víctor Català se ofreciera a gestionar la edición de los manuscritos en la casa Mauci, aunque Matilde Ras advierte: «[…] son gentes de mala fe. Si admiten la obra que paguen desde luego y que se lo entreguen a V. que me hará el favor de guardarlo hasta que yo le diga […]; como ellos paguen, no me consulte y acepte, sea como sea» (01/06/1910).
Con todo, su disposición a escribir es total:
En cuanto a escribir de nuevo, por entregas, cuente V. con que estoy dispuesta a escribir más que el Tostado, y en ese punto se podía V. comprometer por mí a todo lo que le exigieran ¿Mercantilismo? ¿Venalidad? Crea que, hasta la conciencia, lo peor que puedo hacer es no ganar un ochavo. Con que adelante con los faroles (01/06/1910).
A partir de esta carta se produce un largo silencio en la comunicación epistolar que durará siete años y que sólo se verá interrumpido en 1917 por la carta que escribe Matilde Ras para agradecer, no sin omitir su desacuerdo con alguna de sus tesis, el envío del discurso pronunciado por Víctor Català con la ocasión de su presidencia de los Jocs Florals barceloneses de ese mismo año con el título De civisme i civilitat. Víctor Català también le enviará, años después, su discurso de ingreso en la Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona que tuvo lugar en enero de 1923 y que Matilde Ras alaba, esta vez sin reservas, «por su riquísimo contenido aun más que por el coloreado lenguaje, por su densidad, por su jugo interno» (01/03/1923).
Durante este silencio, Matilde Ras, además de lograr la mencionada publicación del «Consultorio grafológico» en Por esos mundos y publicar los dos artículos mencionados en la nota 1, comienza a colaborar en Estvdio, fundada y dirigida por su hermano Aurelio, tal y como previamente se ha notificado.
En efecto, después de una juventud cercana al anarquismo (con su colaboración en distintos periódicos libertarios como el semanario almeriense Germinal o La Protesta de Sabadell) y su separación del núcleo familiar en 1903, Aurelio Ras regresa a Barcelona y participa en la fundación de la Societat d’Estudis Econòmics de la que será elegido presidente en 1911. Con la finalidad de hacer visibles los trabajos realizados por los miembros de la sociedad, funda y dirige la mencionada revista Estvdio, cuyo objetivo último «es llegar a condensar el movimiento espiritual del mundo culto». La revista contará con las activas y variadas colaboraciones de su hermana e incluso de su madre.
Es precisamente en la revista Estvdio donde, a partir de 1913, Matilde va a publicar sus primeras novelas cortas y largas, cuentos, entre los que se encuentra el dedicado a Víctor Català, «La muerte» (diciembre de 1913, págs. 446-451), y las reseñas ya mencionadas como la dedicada a La Mare-Balena.[9] Y también donde comienza a publicar sus traducciones de ensayos y de poemas, dos de ellos de su propia interlocutora, tal y como se ha notificado por igual en nuestro apartado introductorio. Así mismo, es en la editorial de la propia revista —cierto es que dotada de escasos canales de distribución— donde, en vista del fracaso de otras alternativas, publica sus tres primeros libros: Donde el sendero se bifurca (1913), Cuentos de la guerra (1915) y Quimerania (1917).
Ya en 1918, aludiendo tal vez a la apertura de un consultorio grafológico particular en su domicilio, Matilde Ras informa sobre el retomado impulso de sus actividades:
¿Si yo trabajo? ¡Digo! ¡A la fuerza ahorcan! Más que un ladrón y con menos provecho y menos satisfacciones, de fijo […]. Pero no la quiero molestar con la enumeración de todo lo que hago; hace unos días mandé a mademoiselle Detouche una densa traducción que me había encargado, y espero que pronto me dé otra. Y apenas suelto la pluma, ya me tiene V. agarrando la aguja, no para bordar con perlas como las ninfas del verde bosque, sino para zurcir medias, tapar forats, juntar lo lejos con lo cerca, y otras elegancias por el estilo. ¿Consultorio? ¡Éxito grandioso! ¡Pasen, pasen a ver las maravillas que se encierran en la gruta desconocida! (Aquí, chin, chin, de platillos) ¡Yo les enseñaré con mi linterna los camaranchones más oscuros del alma! […] Bueno, pues aun estoy esperando el primer espectador […]. Me parece que fue en casa de V., donde Antoñita Bartomeu, llena de buena voluntad, me aconsejó lo del consultorio; parecióme bien… y arrea, que vas por hilo (27/11/1918).
En cartas inmediatas, notifica envíos de sus publicaciones a Víctor Català, también la recepción de sus elogios e incluso le ofrece un recorrido por sus diversas actividades literarias y el diverso éxito de sus empresas (09/04/1919; 19/06/1919). Pero, al mismo tiempo, se refiere a sus problemas de subsistencia, recela de la falta de respuesta por parte de la escritora catalana o desconfía de la verdadera acogida que pueda merecer su producción, reiterados motivos que se van convirtiendo en constantes de su existencia:
Celebro —y no lo esperaba— que le haya agradado mi trabajo de la revista; lo hice con mediana convicción. Precisamente porque mi madre y yo nos ganamos la vida, veo que casi es lo peor que puede hacer una mujer y déjese V. de zarandajas de dignidad intelectual. Me parezco a aquellas niñas del Abuelo de Galdós que decían a su maestro: ¡Pero si queremos ser burras! Sí, señor, yo también borriquita… (06/09/1919).
He mandado una comedia mía, El Amo, de honda actualidad, a Martínez Sierra, que es empresario. Así adquiero el derecho a imaginar, cuando paseo por las alamedas del parque, que me la representan, y veo dos cosas, un ideal que se convierte en realidad, y la perspectiva de la compra de calzado, abrigo, un capricho que tengo hace tres años y que hace oscilar mi alma entre los polos de la rabia y la resignación, etcétera, etcétera. Este capricho dura hasta que me devuelvan la comedia sin haberla leído, como me ha ocurrido cien veces (–/10/1919).
Tenía esperanza de que fuese una obra [Al paso del semidiós, drama en un acto] de que yo quedase totalmente satisfecha ¡con tal ardor y entusiasmo me apliqué a ese trabajo! Lejos de eso. Me sumergí en un mundo prodigioso —el helenismo— durante largos meses y aporté deslumbradores tesoros; comprobé la miseria de mi imaginación al lado de ciertas realidades; comí, bebí, soñé y viví helenismo por todas partes; mi mesa estaba llena de mapas detallados de toda la legión y puedo trazar de memoria el estupendo itinerario de Alejandro, el semidiós de mi teatro […] (02/07/1920).
A propósito de la misma incursión teatral, confiesa haber leído la obra a pintores y a músicos, habiendo recibido grandes halagos:
[…] pero no confianza en la propia obra. Puede gustar a los pintores, más que a nadie, porque la belleza de la virtualidad escénica es grande; haber leído en Plutarco que el Magno llevaba sobre la armadura cincelada, collar de acero y brillantes sirve fácilmente para vestir de modo deslumbrador y fiel al personaje. Pero… […] Ahora trabajo en cosas muy diferentes; los resultados ya los veremos. Los editores, como V. sabe, andan muy faltos de papel (02/07/1920).
A pesar de la dedicación y entusiasmo que derrochó Matilde Ras en la construcción de su carrera literaria nunca obtuvo el reconocimiento que anhelaba. La escasa repercusión de su obra creativa, le llevó, a partir de 1922, a dedicarse asiduamente a la prensa, tanto en la publicación de reportajes y cuentos, como en el mantenimiento de sus múltiples consultorios grafológicos. Así mismo, dedicó buena parte de su actividad intelectual a la redacción de varios tratados teóricos y prácticos sobre esa disciplina.
LA CORRESPONDENCIA COMO AUTORRETRATO
Muy pronto, sobre todo a través de sus primeras cartas, Matilde Ras va perfilando de sí misma un nítido retrato. Además de traslucir un temperamento expansivo, comunicativo —«[…] yo soy como los grillos, han de contar su cri-cri aunque sea a la soledad» (19/04/1909)—y afectuoso, se muestra también elocuente y persuasiva. Su cultura, incluso podríamos decir, su erudición, pronto será advertida por su interlocutora, ante lo cual la joven ironiza:[10]
[…] yo cultura?, pero ¿qué dirá V. cuando le confiese que soy tan ignorante y he olvidado hasta tal punto las cosas que me enseñaron en el colegio, que avergonzada de ser tan borriquita me he traído al campo algunos libracos de esos que estudian ahora los chicos de doce años? Y lo bueno es que me proponía de buena fe estudiarlos, pero luego, mucho quehacer material, un poco de pereza… en fin. Resultado: que ni los he abierto siquiera. Esta humilde confesión le hago para que no me tenga V. en más de lo que valgo o de lo que sé (01/04/1904).
Pero ya en esta misma carta comienza a exponer sus credenciales, tomando como escusa la poesía de Jacint Verdaguer:
[…] aspiro a la felicidad, me horroriza el ascetismo, me parece una espantosa autosugestión de un espíritu torcido y deformado por ideas contrarias a su naturaleza que cuando es sana huye del dolor y busca la dicha. Así ve V. que soy absolutamente imparcial al encontrar tanta belleza en lo que está fuera de mi opinión, puesto que no por catalana celebro al gran catalán, ni por mística al gran místico. Francamente, sus ideas son de otros siglos. ¡Qué diferencia enorme entre las suyas [Verdaguer] y las del dramaturgo noruego que ha alcanzado tan inmenso éxito, precisamente porque respondía a las aspiraciones y a las luchas de nuestros días! Su vibrante quiero vivir, quiero vivir, encuentra eco en todo corazón joven; su individualismo exagerado nos gusta porque es la reacción contra el bárbaro ideal de someterse al dolor, ideal que ha pesado durante tantos siglos sobre el mundo. Soportar la adversidad con entereza es grande, la abnegación es sublime, pero encontrar goces inefables en el sufrimiento es una monstruosa aberración (01/04/1904).
En esa línea de contenidos, seguirá informándonos en fechas posteriores acerca de sus presupuestos éticos:
No soy cultivadora de recuerdos tristes ni aun alegres, pues todo lo pasado sólo por serlo está impregnado de melancolías y añoranzas. El pasado es un mundo poblado, no de seres vivientes, sino de momias y de sombras. Si es verdad que entre viejos amigos tiene indefinible encanto el ¿te acuerdas? de que ellos esmaltan sus conversaciones, esto sólo es por la comunidad en los sucesos y en los hechos, que son un lazo más en todo afecto humano (17/05/1904).
Tras el envío de su poema sobre un cuento de Andersen y, tras el que resultaría ser su único encuentro, proclamará su visión realista de la vida y su acendrado laicismo:
No es el mundo de los sueños el que me ilusiona; sentiría que por causa de Andersen pensara V. que no tengo sentido común; ya no me gustan los cuentos de hadas ni los libros de caballerías, ni siquiera novelitas de peor o mejor estilo y sin chispa de sustancia. Si de chicuela gustaba de oír rondallas, era como una manifestación de arte apropiada a mi inteligencia naciente, primera revelación del diletantismo scorch que más tarde debía producirme tantos goces y conquistarme la amistad de V. que es el mayor de todos. En lo que diferimos es en que V. tiene menos fe en todo que yo y, ¡caso raro!, V. es precisamente quien tiene religión y yo no. Ahí verá que los dogmas no añaden nada a nuestro ser moral (27/07/1904).