POR MARÍA JESÚS FRAGA Y JUAN MIGUEL RIBERA LLOPIS

Cuando se inaugura el intercambio epistolar entre las dos escritoras aquí abordadas (la primera misiva conservada data del 3 de febrero de 1904, escrita en Reus, la firma Matilde Ras y Fernández y el texto demuestra ser la toma de contacto inicial), téngase en cuenta que, además de los doce años de edad que las separan, Caterina Albert i Paradís (L’Escala, 1869-1966), conocida —que no ocultada— bajo el seudónimo Víctor Català, ya es una autora merecedora de reconocimiento por parte de la vida literaria catalana finisecular merced a dos poemarios, cuatro impactantes monólogos teatrales más dos volúmenes de relatos, al tiempo que la revista Joventut ha iniciado la publicación por entregas de su obra cumbre, Solitud (ed. 1905), y cuenta con proyección crítica en el espectro hispano a partir del artículo de 1904 firmado por Emilia Pardo Bazán en Helios (Madrid, 1903-1904) (Ribera Llopis, 2007: 254-255), siendo también merecedora de la mejor acogida en la vida literaria española como prueba, entre otros muchos contactos, su particular epistolario con Concha Espina, este último a partir de 1913. Mientras tanto, Matilde Ras y Fernández (Tarragona, 1881-Madrid, 1969), autora de primeras colaboraciones en prensa literaria desde inicios de los años diez,[1] no dispondrá de una primera obra editada hasta 1913, su novela corta Donde se bifurca el sendero.

No obstante, si las biografías de ambas mujeres de letras convergen en haber recibido una cuidada e inteligente educación intelectual, aun habiendo nacido en familias con economías diametralmente opuestas, la fortuna de sus trayectorias literarias resulta obviamente divergente. La modernista catalana, convertida temprana y a todas luces en autoridad literaria, cuenta con monografías de referencia (Montoliu, 1972; Capmany, 1972; Castellanos, 1986) y una continuada atención crítica, cobrando el relevante protagonismo de figura matriu-motriu de la escritura femenina en catalán (Julià, Marçal, 1998; Bartrina, 2000 y 2001; Ribera Llopis, 2010) y habiendo captado el muy razonado interés desde los estudios de género. Mientras tanto, la tarraconense de nacimiento, creativamente de expresión castellana y dignificada repetidamente como maestra y animadora del cultivo de la grafología en España, ha tardado en merecer los urgentes retratos para su restauración literaria (Madrenas, Navas, Ribera, 2007-2008: 111-129; Fraga, 2013: 46-56; 2016: 125-143). Y si en el caso de Víctor Català, cabe mencionar, brevemente y de acuerdo con los estudios citados, su pertenencia a una acomodada familia de propietarios rurales donde se le facilitó un temprano acceso a la cultura libresca y a la formación en las artes plásticas, inicios traducidos en una contundente entrada en la vida literaria, cotejada tanto por su propia producción como por su relación con los grandes de las letras coetáneas, en el caso de Matilde Ras se impone, aun hoy, una referencia menos elíptica.

Huérfana de padre a los pocos años de nacer y abocada, tras su paso por Barcelona, a un desplazamiento centro-peninsular y hasta un cierto peregrinaje marcado por la penuria familiar, Matilde Ras estuvo estrechamente unida en su infancia y juventud a su hermano menor, Aurelio, y a su madre, a quien admiraba sobremanera, una mujer culta, librepensadora, que la inicia y orienta en sus estudios, le inculca el interés por la lectura y la acompaña en parte de su vida viajera, que irá desde cortos desplazamientos por los alrededores de Madrid, tras su instalación en la capital en octubre de 1903, hasta sus largas estancias en el París de los años veinte ligadas a su formación como grafóloga, sin olvidar sus retornos a Barcelona, ni su instalación lusitana en la postguerra española (Madrenas, Navas, Ribera, 2007-2008: 119-121). Para entonces, Matilde Ras había vivido ya sus mejores momentos como escritora entre su febril actividad en torno a los años veinte y su proyección hacia el tiempo de la II República (Fraga, 2013: 49).

La convivencia con su madre durante largos años y su sentida muerte fue una de las circunstancias que, cabe entender, estrecharía emotivamente la relación epistolar de tintes materno-filiales que mantuvo con Caterina Albert i Paradís, ella misma marcada por similares circunstancias. Otro de esos hipotéticos nexos con raíz biográfica pudiera ser una cercana sensibilidad cultural por su origen catalán, traducida en el respeto a la identidad lingüística por parte de Matilde Ras. Detonante de su primera carta ya citada es la lectura de la compilación de relatos Drames rurals (1902) de la autora gerundense, con noticias y juicios ampliados en la carta siguiente (25/03/1904), donde menciona haber leído el volumen Ombrívoles (1904), al tiempo que muestra una mayor complacencia en su poesía. Con ello, no sólo manifiesta por dos veces su admiración por la escritora de L’Escala, hace sus juicios literarios y le solicita y logra una relación epistolar, además nos prueba tanto su conocimiento de la lengua catalana como su atención a la vida literaria en la misma. Ante la notificación de esas y otras lecturas —Jacint Verdaguer y Joan Maragall, traducido por ella en las páginas de Estvdio. Revista mensual (Barcelona, 1913-1920), fundada y dirigida por su hermano, Aurelio Ras—, recuérdese que, en castellano, relatos originarios de aquel primer volumen de Víctor Català sólo verán la luz a posteriori de aquella fecha epistolarmente inicial. Esto, en dos entregas editoriales, Vida trágica. Colección de cuentos (1907) y Dramas rurales. Novelas breves (1921), respectivamente de las manos de José Betancort Cabrera (Ángel Guerra) y de Rafael Marquina (Ribera Llopis, 2007: 173-177, 187-190). Con su bagaje lingüístico y cultural catalán, cuando la relación epistolar ya tenía unos años de recorrido y junto con otro tipo de textos (ensayos, traducciones, reseñas, cuentos), la propia Matilde Ras se sumaría por esas fechas al reconocimiento y difusión hispana de la escritora catalana mediante la traducción castellana de dos poemas suyos en sendos números de 1915 y 1920 de la mencionada Estvdio, así como proponiéndole en 1931 a la autora la versión de algún relato del volumen Contrallums (1930) (Ribera Llopis, 2007: 172, 245-246, 264-265, 202-203). Las cartas entre ambas interlocutoras notifican el grado de competencia lectora de la lengua catalana y el respeto y el cuidado lingüísticos por parte de Matilde Ras, ya sea planteando un intercambio a dos lenguas o pronunciándose en contra de los criterios traductores de Rafael Marquina (Ribera Llopis, 2007: 30, 193).

Con estas premisas, cabe encarar la revisión de contenidos del diálogo epistolar Albert i Paradís & Ras y Fernández, apreciando que, con todo, se trata de una parte de un corpus amplio y complejamente plural si se aborda desde el conjunto del epistolario de Víctor Català, conservado en la Casa-Museu Víctor Català (L’Escala, Girona). J. Castellanos (2005: 5) indica en la presentación del mismo que su relevancia, más allá de lo que sus páginas informan ante intercambio concretos, «[…] ens presenta, des de dins, tot un panorama de la vida cultural dels primers anys del segle xx, del joc de tensions inherents a una cultura, a una literatura que viuen uns moments interessantíssims». Aparte de previas aportaciones y ediciones parciales de sus documentos, las cartas catalanas cuentan hoy con la edición de I. Muñoz i Pairet (2005, 2009) y los intercambios con receptores de lengua castellana han sustentado una determinada cartografía de las relaciones literarias ibéricas (Ribera Llopis, 2007). Ese conjunto, entre aquella valoración del historiador y crítico y este último rendimiento del segundo ordenador de tales materiales, las cartas de Matilde Ras, junto a aquellas respuestas de Caterina Albert i Paradís de las que esta última guardara borrador o copia, tal y como le era bastante habitual hacer, concede tomar el pulso al verdadero grado de relación lograda entre sendas interlocutoras; también acercarse al ánimo de quien accede a la creación literaria como opción vital, e incluso perfilar el espectro de una determinada cronología y de los interrogantes que en ella pudiera plantearse la mujer que eligiera las letras por horizonte.

En ese sentido, de la correspondencia conservada que, amén de los documentos sin fecha, va de la mencionada carta de 1904 hasta 1964, pasamos a centrarnos en la secuencia de los primeros veinte años —iniciada en 1904, cuando Matilde Ras cuenta con veintidós años de edad—,[2] acorde con el tiempo de aprendizaje de la incipiente escritora y a favor de lo cual la revisaremos como fuente primaria. Es así como esperamos saber rentabilizar el grado de confesión que puede contener la epístola como informante del aprendizaje autoral del sujeto que elige la opción mencionada. Nos acogemos a C. Riera —quien no descarta los nexos o correspondencias entre escrituras literaria y epistolar (Riera, 1989: 147-148)— cuando señala que, a medida que se escriben las cartas, configuramos a las personas con las que, mediante la comunicación por un tiempo aplazada, establecemos lazos (Riera, 2005: 334). Esto, llevado por la narradora y profesora balear al terreno del uso literario de la carta, allí donde se obliga al relator a un determinado posicionamiento externo, cediendo protagonismo a los emisores. En nuestro caso, como lectores interesados por la información lanzada desde los documentos intercambiados, podemos pretendernos indagantes narradores de unos contenidos mediante los que trazamos el perfil de, al menos, una de las protagonistas del epistolario abordado. Ante este atrevimiento, no dejamos de lado las advertencias habidas a propósito de la carta cómo género literario y del género fisiológico de las abajo firmantes (Torras, 2005) y nos cuidaremos del arrebato, asumiendo que la carta no deja de ser un celular eslabón, quizás uno de los más íntimos en la formulación del pacto biográfico. La propuesta de Ph. Lejeune (1975, 1980) al respecto, incluida la discusión crítica levantada (vid. Catelli, 1991: 53-74), nos lleva a acatar el insalvable juego de máscaras que toda transmisión de lo íntimo supone, aun cuando se imagina en el contenedor privado de la carta, sólo en principio circunscrita a un intercambio binario.

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