«Necesité crear un puente de palabras, restablecer lo que había perdido»Por Carmen de Eusebio

©Miguel Lizana

Clara Obligado (Buenos Aires, Argentina, 1950) es una escritora argentino-española. Exiliada política de la dictadura militar, desde 1976 vive en España. Es licenciada en Literatura y ha dirigido los primeros talleres de Escritura Creativa que se organizaron en este país, actividad que sigue realizando. Es autora de las novelas: La Hija de Marx (Premio Femenino Lumen, Lumen, 1996), Si un hombre vivo te hace llorar (Planeta, 1998), No le digas que lo quieres (Anaya, 2002), Salsa (Plaza y Janés, 2002) y Petrarca para viajeros (Premio Juan March Cencillo de Novela Breve, Pre-Textos, 2015). También ha publicado los libros de cuentos Una mujer en la cama y otros cuentos (Catriel, 1990), y en la editorial Páginas de Espuma Las otras vidas (2006), El libro de los viajes equivocados (2011, IX Premio Setenil al mejor libro de cuentos de 2012), La muerte juega a los dados (2015) y La biblioteca de agua (2019), además de las antologías Por favor, sea breve 1 y 2, señeras en la implantación del género en España. Tiene numerosos libros de ensayo, y es colaboradora en medios periodísticos.

 

Clara, usted nació en Buenos Aires y en 1976 se vino como exiliada política a España, y desde entonces vive en Madrid. Casi toda su obra ha sido escrita en el extranjero. ¿Qué marca le ha dejado esta circunstancia en su literatura?

Siempre pienso que, de no haber tenido que dejar mi país, nunca hubiera sido escritora. Vengo de una familia de escritores, hombres y poetas, tal vez eso me hizo ver el oficio con normalidad y poco entusiasmo. Pero, al dejar mi tierra, necesité crear un puente de palabras, restablecer lo que había perdido. Curiosamente, escribo en castellano peninsular, como si necesitara, de alguna manera, alejar el idioma para tener más perspectiva en la ficción. Proust decía que teníamos que escribir como si tradujéramos, y es una idea interesante. Nunca he escrito un libro en mi castellano natal, y me sentiría incapaz de hacerlo pero, de hecho, hablo como argentina y uso otro castellano cuando tengo que escribir. En los últimos libros he optado por una forma mestiza que creo que representa la situación de muchos de los latinoamericanos que escribimos en España. Lo bueno es que tenemos que elegir de una manera más consciente, creo que esto enriquece nuestra escritura.

 

Los flujos migratorios que afectan en la actualidad a millones de personas de todo el mundo nos hacen volver la mirada a aquellas personas que lo sufrieron con anterioridad y, a través de ellas, intentar conocer todas las implicaciones que conllevan. En el último cuento de su libro Las otras vidas, que lleva como título «Exilio», nos cuenta cómo fue para usted dejar su país y llegar a España. ¿Qué piensa de la situación actual y de la manera de afrontar el problema desde la política?

Me parece que en España, desde la política, no se afronta el problema en absoluto. Así de sencillo. Hace poco estuve en Alemania y es evidente allí la afluencia de refugiados, mientras que aquí son una rareza. Ha habido muy poca solidaridad por parte de los gobiernos, cosa que no deja de ser una escasez de miras, ya que nos hacen falta incluso para garantizar el futuro de las pensiones. Pero es fácil agitar el miedo, colocar al que viene de fuera, que suele ser bastante visible, en el papel de quien viene a quitarnos algo, son las estrategias del racismo desde que el mundo es mundo. No ya por buenos sentimientos, sino por simple sentido común, deberíamos aceptar a los que llegan, que suelen ser un gran aporte, lo digo como alguien que pertenece a un país cuya población se forjó con emigrantes. En cuanto a mi situación como escritora, yo siento que es parte de mi responsabilidad problematizar el tema, hacerlo evidente, hablar de ello. Hay otros autores que prefieren utilizar otras estrategias adaptándose más a lo que el mercado exige, que ceden más ante las propuestas de cierto exotismo, o de cierta obediencia y admiración un poco impostada hacia la cultura española. Yo creo que la adaptación es un proceso natural que no se debe forzar, porque es lenta y difícil, y que el lugar de un intelectual o de un artista tiene que asumir un perfil crítico sin el que su obra carece de peso específico. Esto lo tendría que matizar muchísimo, no estoy hablando de literatura social, pero en líneas generales, creo en nuestro compromiso con la comunidad en la que vivimos y en la honestidad de este compromiso. No estoy hablando de política evidentemente, aunque como ciudadana creo también que tengo que asumir responsabilidades.

 

Al pensar en las dificultades que presenta el idioma para las personas que tienen que migrar —está claro que el grado de dificultad no es el mismo para los ciudadanos de los países hispanohablantes—, me acordé que tenía guardadas unas declaraciones de Guillermo Cabrera Infante a raíz de la publicación de su libro Tres tristes tigres en España. Él se mostraba sorprendido y pensaba que se había entendido poco el libro. No porque fuera complicado, sino por su lenguaje, y decía: «La verdad es que en América se escribe otro idioma, no hay manera de darle vueltas a la cuestión». ¿Piensa usted lo mismo? ¿Ha cambiado algo desde entonces?

El tema del idioma para un escritor es un tema central, es casi el corazón del problema. Qué castellano o qué castellanos elegimos, qué precios pagamos por elegir una u otra variante. Qué se entiende, y dónde. En mi caso, he optado por un idioma mestizo, emotivo a veces, a veces con términos que no se comprenden del todo. Esto no me parece muy importante, la semántica es un tema, pero no es todo el problema. Desde pequeña leí en los diferentes castellanos sin preocuparme por ello, o más bien enriqueciéndome con un idioma que hablan varios millones de personas. Si no entendía alguna palabra, o la buscaba, o la dejaba allí, con su sonoridad, ya que el contexto siempre se entiende bien. No hay un castellano superior a otro, ni el propio, ni el de nadie. No pienso, en absoluto, que el castellano peninsular sea el modelo que hay que copiar, ni que sea el mejor, o el más correcto. Pienso, en cambio, que hay que cuestionar las actitudes imperiales que tantas veces aparecen larvadas en los debates. ¿Por qué el diccionario dice, por ejemplo, que algunas palabras son «americanismos» y no dice que otras son «españolismos»? No hay un punto cero. Escribir en castellano, hoy, me parece, es adueñarse de una riquísima tradición que se corporiza en la variación y que es sumamente dinámica.

No pienso, en absoluto, que el castellano peninsular sea el modelo que hay que copiar, ni que sea el mejor, o el más correcto

 

Fue una de las primeras personas que impartió talleres de Escritura Creativa en España, lo hizo de forma independiente, después en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en el Círculo de Bellas Artes y en la librería Mujeres de Madrid. En 1978 fundó su propio taller de Escritura Creativa, que sigue dirigiendo. ¿Qué percibió en el panorama literario español para emprender ese camino?

Comencé a dar talleres casi por azar. En ese entonces, y hablo de hace ya varias décadas, no había talleres en España, pero yo me reunía con un grupo de amigos para escribir y hablar de libros. Naturalmente, como era la única que había estudiado Letras (así se llama la carrera en Argentina), tendía a dirigir las reuniones. Y de allí, de esa experiencia amistosa, surgió el primer taller. El panorama fue receptivo y no lo fue. Por un lado, inmediatamente los cursos comenzaron a funcionar, y he dado talleres tanto en la cárcel como en las universidades más prestigiosas. Por decirlo de alguna manera más literaria, «yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí». Y realmente espero no haber dejado memoria amarga de mí. Por otro lado, los autores españoles no recibieron la actividad con demasiado entusiasmo, ya que se pensaba entonces que no se podía enseñar a escribir. Este debate se repitió en bucle durante años, pero creo que por fin está cerrado. Hoy hay diferentes maneras de enseñar, y también diferentes instituciones que se dedican a ello, pero nadie puede negar la influencia que han tenido los talleres en la vida literaria española. Por lo pronto, hemos formado lectores de cuento, algo que era una rareza, y hemos creado un tejido en torno al libro que se debería valorar más.

 

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