Desde el punto de vista del significado, Darío modificó también la concepción poética y literaria. Con él se inició una línea teórica –que tendría su continuación en las vanguardias y en la obra de Borges– que entiende que es la estética la que lleva a la ética, las formas las que evocan la idea, el ritmo el que conecta con el ser, y el eros lo que transforma al hombre. Nadie antes en lengua española había dado tanto valor a la estética. Sólo la belleza del arte permanece, ya había propuesto Keats en su famosa «Oda a una urna griega», y Darío lo lleva a su experiencia poética y vital, es decir, invierte la concepción histórica del arte y entiende que es al arte al que hay que insuflarle algo de vida y no a la vida a la que hay que añadirle algo de arte. Darío concibe el arte (estética, ritmo, belleza, formas, estilo) como centro vital pero no se queda sólo ahí, en la torre de marfil, sino que pretende vitalizarlo, animarlo, humanizarlo, por la fe que tiene en su capacidad de transformar el mundo, no la sociedad, sino el mundo vital. ¿Puede el arte, la belleza perfecta, el «Ideal» cambiar el mundo y el destino del hombre? Platónico y romántico, en busca de este imposible, a Darío le vinieron todas las angustias y los desvelos a partir de Cantos de vida y esperanza, cuando pierde la esperanza. El Darío de Azul… y Prosas profanas es el que persigue una forma que no encuentra su estilo, el que pretende apresar la belleza en una palabra, el que desea dar vida a una estatua, el que busca, entre tantas mujeres exóticas, la mujer ideal, cercana al arte. Es el Darío profético. Posteriormente, en Cantos de vida y esperanza, comienzan sus desvelos porque no ha logrado satisfacer el ansia de pureza a través del camino del arte; sin rumbo, el poeta renegará de su estética: el cisne se encharcará, el azul se tornará un falso color, el clavicordio dejará de sonar y el arte, sustituto de Dios, ya no podrá redimirlo. Sólo, entonces, esperará a que «Ella», la muerte, llegue, como expresa en su «Nocturno». Darío vivió en el arte creyendo que éste podría transformar la vida y dar al poeta un destino y un rumbo; Borges, por el contrario, vivió en la literatura asumiendo que vivía en la literatura.
ESCRITOS DE DARÍO SOBRE MARTÍ Y PRIMEROS ENCUENTROS
Es difícil señalar con precisión cuándo comenzó el magisterio de José Martí sobre la obra del nicaragüense, aunque sí sabemos cuándo se conocieron ambos poetas. El propio Darío en «La insurrección en Cuba», escrito el 2 de marzo de 1895, unas semanas antes de que estallara la Guerra de Independencia, y en su Autobiografía, de 1912, cuenta cómo, estando hospedado en el hotel América de Nueva York, recibió la visita de Gonzalo de Quesada, el cual le comentó que Martí le esperaba esa misma noche en Harmand Hall, donde iba a pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos. Darío señala seguidamente: «Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos, como La Opinión Nacional, de Caracas, El Partido Liberal, de México, y, sobre todo, La Nación, de Buenos Aires» (2003, 66). Darío fue a escuchar la oratoria de Martí, su discurso revolucionario, y quedó tan impactado como el resto del público. En palabras de Darío: «Cuando concluyó, los aplausos eran una tempestad» (1917, 19).
Para el nicaragüense, lo más impactante del encuentro fue que aquel hombre cuya fama le precedía lo tratara como un padre:
«Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo y que me decía esta única palabra: ¡hijo!» (1917, 14).
Darío, acto seguido, describe la prosa de Martí como «llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música», una prosa en la que «se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas»; y, «sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta» (1917, 14).
El nicaragüense menciona, asimismo, en este ensayo, los conflictos surgidos entre Martí y la colonia cubana acerca de la invasión a Cuba y explica cómo el autor de los Versos sencillos se defendió con brío de ciertas acusaciones vertidas por la colonia cubana. Darío reconoce que nunca encontró «ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable», y comenta que «era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen» (1917, 14).
En «La insurrección en Cuba», el autor de Azul… exalta, asimismo, los valores patrióticos y revolucionarios, así como el alto valor moral y estético del que, «con sus encendidos discursos hacía centellear los ojos, fruncir los labios y crujir el corazón». Darío no duda de que Martí «es el escritor amazónico», «el escritor más rico en lengua española, es el Vanderbilt de nuestras letras» (1917, 19). Este escrito desconocido es importante porque, además, revela un Darío informado y comprometido con la política cubana y un buen conocedor de la prosa martiana:
«No hay sobre la tierra quien arriende mejor un periodo, y guie una frase en un steeplechase vertiginoso, como él: no hay quien tenga un troj de adjetivos como la suya, ni un tesoro de adverbios, ni una ménagerie de metáforas, ni un Tequendama verbal como el suyo» (1917, 19).
Al final del artículo, Darío no duda de que, si Cuba consigue la independencia, sólo a José Martí, el apóstol de la revolución, corresponde ser el presidente de la República (1917, 19).
No obstante, la primera mención clara y específica que tenemos de Darío sobre Martí data de unos años antes, concretamente de 1888, cuando éste se hallaba en Guatemala. El nicaragüense escribió por entonces un ensayo titulado «La literatura en Centro América», publicado en la Revista de Artes y Letras, de Santiago de Chile, en donde, entre los muchísimos autores que cita para realizar un panorama completo y poco selectivo de la literatura de ese territorio, aparece el prócer cubano: «Hoy –escribe Darío– ese hombre es famoso, triunfa, esplende, porque escribe, a nuestro modo de juzgar, más brillantemente que ninguno de España y de América; porque su pluma es rica y soberbia; porque cada frase suya si no es de hierro, es de oro, o huele a rosas, o es llamarada» (1934, 201); porque «se fue a ese gran país de los yankees y ahí escribió en correcto inglés en The Sun, donde Dana lo estima»; porque «fotografía y esculpe en la lengua, pinta o cuaja la idea, cristaliza el verbo en la letra, y su pensamiento es un relámpago y su palabra un tímpano o una lámina de plata o un estampido» (1934, 201). En dicho ensayo se nos aparece un Darío que tiene constancia de que Martí ya escribía en el diario El Porvenir, de Guatemala, así como de que éste habló del poeta José Joaquín Palma comentando que era «el mejor rimador de amores» (1934, 197).[i] Pero lo más asombroso de este texto es cómo Darío, ya en esta fecha de 1888 (el año de la publicación de Azul…), ha asimilado plenamente el estilo martiano.
Posteriormente, en Los raros, de 1896, en conmemoración por la muerte de Martí, realizará un retrato elogioso del héroe cubano, recordando su exilio y sus escritos a los diarios de México, Venezuela y Buenos Aires. Este ensayo demuestra el profundo conocimiento que el nicaragüense tuvo del poeta cubano. Asimismo, transcribirá algunos de los Versos sencillos, como «Los zapaticos de Rosa». Darío se lamentará de la muerte del prócer, que ve como un martirio o una inmolación:
«Y ahora, maestro y autor y amigo, perdona que te guardemos rencor los que te amábamos y admirábamos, por haber ido a exponer el tesoro de tu talento… Cuba quizá tarde en cumplir contigo como debe. La juventud americana te saluda y te llora; pero, ¡oh, maestro!, ¡qué has hecho!» (1998, 272).
En 1897, Darío, en el obituario que escribió por la muerte de Charles Dana, recuerda cómo fue Martí quien le presentó al director del Sun: «No puedo acompañarlo mañana porque me voy a Tampa –me dijo Martí–; pero yo le daré dos palabras de presentación que le harán pasar un rato agradable con el viejo Dana» (1919, 81). Más adelante, Darío anota las buenas opiniones que tiene Dana sobre el libertador de Cuba.
En 1913, Darío escribirá cuatro largos ensayos que enviará a La Nación, publicados y titulados los tres primeros «José Martí, Poeta», mientras que el cuarto llevará el título de «Versos libres».[ii] En ellos, el nicaragüense hace un análisis extenso de los versos, la prosa o las ideas estéticas del cubano, admirando la calidad de su producción literaria, para terminar, con honestidad, reconociendo el magisterio de Martí en la estética modernista: «A aquel Arcángel de coraza de acero se le vieron en ese tiempo, en Nueva York y en Washington, alas de cisne».