LA HUELLA DE MARTÍ EN DARÍO

La poesía

No podemos determinar exactamente en qué fecha se hace evidente la influencia de Martí sobre los escritos de Darío. Todos los estudiosos coinciden en que fueron determinantes para el nicaragüense las crónicas martianas y fundamentalmente las publicadas en La Nación, de Buenos Aires. Para Manuel Pedro González, la huella de Martí en Darío se advierte en uno de los primeros escritos de éste, publicado en Valparaíso y titulado «Don Hermógenes de Irisarri», que apareció en El Mercurio, el 26 de julio de 1886 (1967, 73). Ángel Augier opina que se inició antes; esto es, en Managua, en 1884, en sus lecturas de la prensa hispanoamericana de la Biblioteca Nacional (1989, 53). La primera mención clara y específica que Darío hace de Martí ya hemos señalado que data de 1888, cuando éste se hallaba en Guatemala.

Darío siempre reconoció el magisterio de Martí en el género cronístico. Este conocimiento le sitúa como portavoz de la nueva estética y como tal colaborará, junto con el cubano y Miguel de Unamuno, en el periódico La Nación, de Buenos Aires. Sin embargo, no es tan clara la influencia que pudo ejercer la obra poética martiana sobre el nicaragüense. Martí escribió tres grandes libros poéticos: Ismaelillo y Versos sencillos, publicados, respectivamente, en 1882[i] y en 1891[ii], y su mejor obra, Versos libres, que, aunque fue escrita durante 1878 y 1882, no se publicó hasta 1913. Darío trató poco la poesía de Martí. Ya hemos comentado cómo transcribe algunos poemas de Versos sencillos y menciona el libro dedicado al hijo, Ismaelillo, en la semblanza que le dedicó a su muerte y que fue publicada en Los raros.[iii] Pero, indudablemente, el escrito más importante de Darío sobre la poética martiana es el de 1913, tal como hemos mencionado, dividido en cuatro ensayos, y que escribió con motivo de la publicación de los Versos libres. En el primero, titulado «José Martí, Poeta», no deja de recordar que éste fue ante todo un gran prosista o un gran poeta en prosa que se caracterizó por el uso de la sintaxis arcaica, los periodos caudalosos, armónicos, la cadencia y la «voluntad de la música» (Darío, 1913, 331). En cambio, sobre la poesía de Martí, Darío confiesa su desconocimiento:

«Pero fue también poeta, buen poeta en verso, aunque haya dejado poco a este respecto. Cuando al saberse la noticia de su muerte, en el campo de batalla, escribí en La Nación su necrología –que forma parte de mi libro Los raros–, yo no conocía sino muy escasos trabajos poéticos de Martí. Por eso fue mi juicio somero y casi negativo en cuanto a aquellas relativas facultades. Él comprendía que el verso fuese un derivativo en especiales momentos de la existencia. Y no como retórico pasatiempo, antes bien como un exprimir lo íntimo en lengua ritmada y expresada de modo cordial» (Darío, 1913, 331).

 

Suponemos que el juicio negativo que Darío confiesa haber tenido de la poesía de Martí se debe tanto al desconocimiento de ésta como a la descripción tibia que realizó (publicada en La Nación, primero, y luego en su libro Los raros) de los Versos sencillos: «Hacía versos y casi siempre versos pequeñitos, versos sencillos –¿no se llamaba así un librito de ellos?–, versos de tristezas patrióticas, de duelos de amor, ricos de rima o armonizados siempre con tacto» (1998, 267). Por lo tanto, hasta 1913 no podemos decir que Darío se interesara por la poesía martiana. Es la publicación de Versos libres, editados por Gonzalo de Quesada,[iv] lo que hace que el nicaragüense descubra la calidad poética de Martí y se entusiasme por su poesía. Es entonces cuando Darío trata con mayor profundidad la poética martiana. El primer ensayo, «José Martí, poeta», es prácticamente la transcripción de algunos poemas de Martí y de su arte poética. En el segundo, sin título, hace referencia al Ismaelillo, del que dice ser un «minúsculo devocionario lírico» (Darío, 1913, 336), transcribe gran parte del famoso prefacio de los Versos libres («Estos son mis versos»), reconoce sobre todo la base clásica de la poesía martiana y su relación con el parnaso inglés y transcribe algunos de los Versos sencillos, señalando la complicidad de éstos con la naturaleza y con la patria (Darío, 1913, 336-343). En el tercer ensayo, también sin título, Darío sigue con la transcripción de algunos Versos sencillos, a través de los cuales cree que se refleja «la concisión, el vigor y la potencia poética admirables de Martí», «un estremecedor aliento romántico» y sobre todo la idea obsesiva de la patria. Darío destaca, asimismo, las concreciones simbólicas de los Versos sencillos. En este tercer ensayo, el autor termina reescribiendo, nuevamente, las palabras prologales de los Versos libres de Martí, palabras que, al decir del nicaragüense, vinculan al poeta cubano con «tipos como Whitman y Emerson» (Darío, 1919, 350). El cuarto y último ensayo lleva por título «Los versos libres» y posiblemente sea el más interesante, pues en él Darío reconoce que Martí es el precursor del movimiento modernista al interpretar las palabras liminares de los Versos libres como un verdadero manifiesto modernista: «¿No se diría un precursor del movimiento que me tocara iniciar años después?» (Darío, 1913, 351), se pregunta el autor de Azul… de manera retórica. Darío destaca de estos versos el casticismo, la sátira, el calor antillano, el soplo ancestral levantino, el espíritu inconfundible de Martí, el vate profético y trágico, al modo griego, o los neologismos, para concluir que «todo es poesía severa, de una grandiosidad gallarda», impecable, limpia y fulgurante. Darío reconoce su admiración por ese varón puro, por aquel «cerebro cósmico, aquella vasta alma, ligada al universo, y de épica muerte» (Darío, 1913, 356).

Estas son las referencias darianas que tenemos sobre la poesía martiana. Pero es evidente que Martí, como reconoció el autor nicaragüense, fue un precursor del movimiento que Darío inició y no cabe duda de que la revolución métrica de Azul…, su tono sensual o el anhelo de trascendencia a través del acto amoroso y el presagio de su imposibilidad, ya se perciben en los Versos libres de Martí, así como la admiración por los clásicos españoles y por lo europeo o los fenómenos rítmicos que se dan en el interior de los versos, aunque Darío no hubiera podido tener acceso a ellos. La estética modernista, manifestada por Darío en Prosas profanas, que potencia la libertad del arte o el poema como un gran bazar, fue anunciada años antes por Martí, sobre todo en el prefacio de sus Versos libres. Y en Cantos de vida y esperanza, Darío, que escribe el prólogo pensando en las repercusiones del modernismo español, asegura, como hiciera Martí en sus Versos libres, que la poesía es suya y que ha buscado expresarse en lo más noble («[Mis versos] van escritos, no en tinta de academia, sino en mi propia sangre»), es decir, que no hay escuelas y que cada poeta crea su propia escuela. Y si bien convenimos en que Darío no conoció hasta 1913 los Versos libres de Martí, cuando ya había escrito, fundamentalmente, su obra poética, está claro que su poesía recibió los influjos del pensamiento martiano, revelado en múltiples crónicas desde 1880 o incluso antes. De esta manera, en Cantos de vida y esperanza, de 1905, por ejemplo, aparecen nuevos presupuestos darianos similares al proyecto político que Martí dejó y que quedó resumido magníficamente en su ensayo Nuestra América, de 1891. De este modo, en el pensamiento de Darío ya no aparece la dicotomía ante el colonialismo de España, sino que toma partido por el gran movimiento continental que debía enfrentarse al peligro de los Estados Unidos. En estos planteamientos, Darío coincide con Martí y con Rodó. Y hay algo nuevo: el reconocimiento por parte del autor de la colectividad, de la comunidad hispánica y la defensa de los pueblos hispanoamericanos. Esto supone un cambio temático. Con semejante actitud a la de Martí, admira a los angloamericanos –Poe, Whitman, Emerson–, pero se niega a aceptar que la civilización a la que pertenecen dichos escritores sea superior a la hispánica. Cree que nuestros pueblos, herederos de antiguas civilizaciones, atraviesan por un ocaso, frente a la avanzada, joven, agresiva, nórdica, pragmática y protestante América. Al pragmatismo norteamericano, Calibán, le opone la sangre latina, Ariel, el idealismo estético latino, el alma hispanoamericana que «vibra, ama y sueña». La preocupación política americanista de Darío queda plasmada, concretamente, en el poema dedicado a Roosevelt, de carácter político. Este texto responde a la sensación de peligro que siente el poeta hacia el hermano norteamericano, estadounidense, que tiene el poder suficiente para hacer estremecer al mundo entero. Roosevelt aparece descrito como un profesor que representa la capacidad de energía que tiene la sociedad norteamericana. Darío, frente a este peligro, plantea la presencia de España. El poema expresa la conciencia de crisis que existe en España y Latinoamérica frente a los Estados Unidos. Darío opone la raza latina a la raza anglosajona y lo hace tomando la voz de un poeta norteamericano, Whitman, que constituye la voz de la democracia norteamericana en verso y es el poeta que rompe con las estructuras del verso inglés y se acoge al versículo protestante. El poema «A Roosevelt» es de inspiración profética más que poética y la voz de Whitman –con sus referencias a la naturaleza– se convierte en Darío en carga religiosa.

 

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