Los cuatro poemarios que sucedieron a Crónicas llanas juegan con la tierra como significante de la tradición y esperanza pasada, sin concesiones al desarrollismo. Tierranegra y Carama aparecieron en 1993 y en 2001, y en 2006 se publicaron Soul of Apure y El llano ciego. En todos se pondera la relación entre el pasado rural y el presente urbano sustituyendo nostalgia con extrañeza, pero este ejercicio es más evidente en los dos primeros, donde San Fernando de Apure es el lugar del pasado y el poeta representa la visión del presente: «A San Fernando quiero ir, / quiero volver, / ahora que el paisaje ha muerto de alabanza» se lee en el verso final de «Regreso», el poema que cierra Carama (171). La muerte del paisaje introducida en esta visión esteparia actualiza la pugna entre las tendencias nativistas y las cosmopolitas escenificadas en la lírica de Hispanoamérica desde que el modernismo introdujera en los círculos literarios de finales del siglo xix la fascinación con lo nuevo, la industrialización y la tecnificación. Barreto no mira a la naturaleza con tono nostálgico, ni siquiera buscando una posible arcadia: reconoce en la urbe el escenario del desarrollo y sólo consigue aprehender esa imagen desde la lejanía del campo, en su calidad de utopía perdida. En otras palabras: si bien es posible que Barreto sea el único poeta vivo venezolano en cuya obra se manifiesten los contrastes entre la mentalidad del hombre campestre y del citadino, como ocurrió con la vanguardia que dio la bienvenida a la democracia petrolera, su uso de la imaginería rural denuncia el atraso y aleja al poeta del telurismo de sus antecesores. Aparecen así las imágenes de la muerte: la esfera ctónica.

De esa manera, el llano —o mejor, un nuevo llano oscuro— se convierte en el territorio donde se escenifica la tensión de la ciudad construida en oposición al mundo rural. Este ejercicio es importante: Barreto aún no muestra la urbe con las cicatrices que le ha dejado el fracaso de la modernidad, sino que utiliza la planicie rural como si fuera una pared en la caverna de Platón para proyectar allí el fracaso. El llano se convierte en una suerte de Infierno donde, además de un puñado de espíritus de escritores fallecidos, vive gente miserable. Aquí aludo a la otra definición de la palabra «inframundo», la cual no sólo identifica a la esfera de los muertos, sino también al territorio habitado por los parias. El llano oscuro es el lugar a donde van los exiliados de la modernidad, la contracara del desarrollismo inaprehensible. Esa misma reflexión está en sus publicaciones de 2006: Soul of Apure y El llano ciego.

En la primera, los epigramas se intercalan con la prosa poética, donde existe la intención de examinar con rigurosidad los asuntos planteados. El subtítulo en castellano del texto en inglés del título (Soul of Apure) es la clave que revela el fundamento de la obra: «Anotaciones sobre el alma de un lugar». Aquí se vuelve al relato de lo visto desde un espacio donde el sueño y la realidad se juntan, sin sacrificar las imágenes conocidas de aquellos parajes: la pampa inabarcable, los caimanes en los ríos caudalosos y las peleas de gallos —el pasatiempo favorito de Barreto—. El poemario quiere encontrar la esencia del llano, aunque ya entrados en el siglo xxi ése sea un ejercicio inútil. «¿Por qué tanto empeño en buscar una relación íntima con el alma? […]. El alma de las cosas está en su superficie. […] El lugar que yo habito es de puro pensamiento […]. Que sus palabras se hagan del mundo de la manera más simple», es la carta que supuestamente escribe el (fallecido) presbítero Serafín Cedeño (231). Allí está la poética particular que Barreto aplica a todas sus obras: tomar las cosas por lo que muestran, allí encontrará su espíritu; el resto es «puro pensamiento».

En «Dilemas para una poesía de la tierra», Barreto señala a Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1963) como el punto de partida de una nueva poesía de la tierra en Venezuela, pues en su obra, de rasgos rurales por haber sido escrita en Barinitas —que como San Fernando de Apure está en la región llanera—, el desarraigo de lo material se hace interiorización. «Sin geografía ni perspectiva histórica el poema se convierte en medida subjetiva del mundo», escribe Barreto para definir la obra de su compatriota (115). Tanta influencia tiene ella sobre la obra de Barreto que una carta que envía en 1939 al escritor Julián Padrón (1910-1954) ofrece una clave para interpretar el título del libro El llano ciego. Allí Arvelo Larriva anota: «Éste no es el llano, sino un llano peor que los otros o que está en peores condiciones. Los otros tienen su respiradero. Este está ciego». Barreto incluye esta cita en un fragmento de la misiva reproducida en el poema «XXIII» de El llano ciego (259). La cita le sirve como evidencia de que la obra de Arvelo Larriva da cuenta de la ruptura entre el campo y la ciudad y de que ella se limita a escribir «desde el estremecimiento que pretende devolverle trascendencia a lo que ya no la tiene» (Dilemas, 116). El poeta contemporáneo encuentra en la reclusión de la autora canónica en el hogar familiar de Barinitas el gesto de la despedida del llano, al cual desde ese momento ella observará como a través de una rendija de su casa. También encuentra Barreto allí «el nacimiento de una consciencia moderna que gira en torno al “yo”» (116). No se trata propiamente de que el llano esté ciego, sino que la poeta rechaza verlo en su materialidad. Lo mira con la palabra, sin usar los ojos, como si le faltara la vista.

La influencia de Arvelo Larriva le sirve a Barreto para definir el riesgo que tomará en su propia poesía: quiere ubicarse en las «zonas de mayor ambigüedad donde los tiempos se encuentran y se confunden; y tratar, desde la confusión y el balbuceo, de ensayar el canto ensanchando la posibilidad de una lírica distinta», como escribe en el canto iii de El llano ciego (238). En otras palabras: si la tensión entre lo rural y lo urbano viene de la negación que lo segundo hace de lo primero, el poeta que quiera sacar la poesía de la torre de marfil y ponerla al servicio de la gente debe estar dispuesto a hablar con dificultad, trastocando sílabas, mientras encuentra un nuevo lenguaje en donde pueda sintetizar el proyecto moderno a la misma vez que su desengaño. Esta intención convierte a la poesía de Barreto en una forma de disquisición. El análisis profundo de los temas se convierte en la marca estilística de los trabajos producidos en las últimas dos décadas. Los libros de ese tiempo ya no sólo marcan la madurez de su literatura, sino el viaje definitivo desde el campo hasta la ciudad, aunque sea sólo para encontrar una modernidad fallida.

 

EL INFRAMUNDO: DOLOR, CARRETERA Y MONTAÑA

A partir de 2010, la obra de Barreto se asienta en el presente y se vuelve aún más política. Ese año publica dos libros, El duelo y Carreteras Nocturnas, y resucita su editorial llamada Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro de San Fernando de Apure, donde había publicado sus libros durante las décadas de los años ochenta y noventa. Por eso no se conseguían en el resto de Hispanoamérica ni en España y se sabía poco de su obra fuera de Venezuela, hasta que la edición de Pre-Textos en 2014 vino a subsanar ese problema.

La Sociedad se mantiene viva, a pesar de los embates de la crisis venezolana. Está inspirada en las organizaciones similares que proliferaron en el continente durante el siglo xix para organizar actos culturales y teológicos. Éstas fueron las primeras organizaciones civiles después de la independencia. No promueve la religión, sino la memoria: cuando era niño, Barreto ayudaba a sus tías a cuidar y arreglar la imagen de Jesús en el Santo Sepulcro donada por su tatarabuelo a la iglesia de San Fernando y usada en las procesiones de Semana Santa. La editorial reinventó su relación con la divinidad al recordar a familiares, amigos y poetas fallecidos. La resurrección de la Sociedad coincidió con un año difícil en la escena editorial venezolana, cuando muchas empresas se habían visto obligadas a cerrar debido a las dificultades para importar novedades e insumos para la elaboración de libros en el país. Por eso, Barreto decidió añadir más nombres al catálogo que hasta entonces lo había publicado sólo a él. Entre 2010 y 2011, junto a sus dos libros, aparecieron obras de otros venezolanos, como Remanentes, de Alfredo Herrera (1962); Frágiles sistemas, de Sonia González (1964) o Postales negras, de Jacqueline Goldberg (1966).

En El duelo y Carreteras nocturnas, Barreto deja de centrarse en el pasado para hacerlo en el presente. El duelo surge de una anécdota contada por unos amigos: unas personas asesinaron a dos caballos para comerse su carne. «El hambre hizo todo esto. El hambre que rompe, destroza, corta, quiebra. En la caverna de la boca ya no veo palabras, sólo hambre», escribe el poeta en la prosa de «Mary Ramsei» (El campo / El ascensor, 308). Su imaginario continúa anclado al paraje rural, pero ha dejado de hablar de las carencias del campo; desde ese lugar observa las cicatrices de la modernidad, en sus personas más vulnerables, los hambrientos; intuye la incapacidad del sistema para establecer la equidad entre las gentes. Cuando Barreto fue a ver dónde había caído muerto uno de los caballos, la mancha de sangre que encontró tenía la forma del mapa de Venezuela. Ese hecho real, lo aprovecha como metáfora de la violencia galopante con que su sociedad entró al siglo xxi: «Un país con la forma de una mancha de sangre» (314).

Gina Saraceni se refiere a El duelo en un artículo para la revista Documentos Lingüísticos y Literarios. Allí demuestra cómo el libro testifica el crimen contra dos caballos mientras revela los vínculos posibles entre lo animal y lo humano. La poeta y académica considera esos asuntos una «dramática anticipación de la crisis económica y política de la Venezuela actual», del país durante el madurismo —cuando se han hecho virales las noticias sobre las muertes de animales robados de haciendas o zoológicos, para que la gente se alimente—, y «traza un relato oscuro de la voracidad humana como forma de destrucción» (20). La tragedia permite al poeta llanero ensayar la confusión y el balbuceo, con lo cual, según una paráfrasis que hace Saraceni de El llano ciego, se ensancha «la posibilidad de una lírica distinta» (20). El duelo ilustra el procedimiento que en Barreto es estilo literario, donde la poesía es balbuceo porque intenta crear un nuevo lenguaje donde se puedan sintetizar los postulados del proyecto moderno y las evidencias de su desengaño.