Ginsberg fue invitado a la Casa porque, a pesar de ser estadounidense, era muy crítico con el capitalismo salvaje de su país. El problema de su visita se planteó cuando reprobó la represión contra los homosexuales, por lo que fue expulsado de la isla. Cortázar hace referencia a ese episodio como si ello pudiera haber sido el detonante del cambio de dirección de la revista, al menos en los corrillos literarios de París, lo que sugiere, finalmente, que tal circunstancia no es más que una manera de ocultar las motivaciones más profundas, relativas a la independencia ideológica de Arrufat, poco útil para los propósitos de la Casa, y a los movimientos soterrados de Retamar por adquirir un lugar visible en el control de la cultura en Cuba. El resultado de ese cambio de dirección fue inmediato. Si hasta entonces, los colaboradores que formarán más adelante la nómina del boom habían sido sólo Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, a partir de 1965 se incrementa, por un lado, la presencia de ellos dos en la revista, en la Casa y en la isla, y se integran por primera vez (también como temas de estudio) o de modo definitivo Carlos Fuentes, Ángel Rama, Mario Benedetti, Roa Bastos, etcétera. García Márquez no colaborará explícitamente, pero su obra será tratada en la revista, también se publicará una selección de textos en la editorial de la Casa, y será uno de los temas fundamentales en el coloquio de la Casa sobre la «Actual narrativa latinoamericana», de 1969, al que seguirá una publicación, con todas las ponencias, en la que se enfatizará la búsqueda del «esclarecimiento de preocupaciones aún vivas en la creación narrativa de América Latina», como parte de un gran proyecto cultural «en el que toda América Latina, en un proceso de autorreconocimiento y autoafirmación, está empeñada a partir de cierto tiempo», en la medida en que el continente latinoamericano «empieza a darse sus formas de expresión, a buscarse en un pasado largo tiempo menospreciado, a conformarse en un presente cada vez más complejo, a trazar sus perspectivas en un futuro que ya no depende sino de nosotros mismos y de nuestras propias fuerzas» (VVAA, 1970, 7-8). Esta declaración de principios al comienzo del volumen, absolutamente «calibanesca» (en la terminología de Retamar, recogiendo la interpretación shakespeariana de Rodó y adaptándola a los sesenta del siglo xx), equivale a decir que el proyecto narrativo latinoamericano, que ya constituye un evidente boom en la literatura y la cultura occidentales, va ideológicamente de la mano del proyecto político y cultural que nació en Cuba en 1959 y se ha desarrollado exhaustivamente durante una década a través de la Casa de las Américas y, gracias al cual, la literatura latinoamericana ha cobrado una vida y una voz propias, que la definen continentalmente como colectiva, unitaria, madura, autóctona y de carácter marxista, opuesta frontalmente al capitalismo y al imperialismo.

Retamar sirvió esos años sesenta y setenta como eje catalizador de los esfuerzos colectivos de los intelectuales y escritores latinoamericanos para que el gran proyecto generara frutos culturales y políticos. Por ejemplo, el cubano estrechó lazos con Cortázar después de 1965, y atrajo al argentino, aún más, hacia el proselitismo cubano. En una carta del 1 de febrero de 1966, cuando la ruptura entre Cabrera y la isla era ya una realidad, Cortázar trata de mantener la unidad entre los escritores que giran en torno a Casa, aludiendo al buen hacer de Roberto. Al comienzo de la misiva, Julio dice a Guillermo que siente pena por lo que ha pasado con él y con otros en Cuba, que se sienten desencantados con la revolución y han cortado con ella. Y aunque está dolido por lo que ha pasado, su pena es doble: por Guillermo y por lo que pueda afectar al proceso revolucionario. Pero trata de ser sincero y conciliador, dada su cercanía con Retamar: «Yo, en mi limitada colaboración –dice– de asesor distante de la Revista de la Casa, sigo enviándole materiales a Roberto, ayudando en lo que puedo, y esperando a que a esta mala etapa siga otra en la que pueda ver más felices a los amigos» (Princeton C0272, box 1, folder 4).

En ese año de 1966 ocurrieron algunos hechos desagradables, que pusieron a prueba la integridad del grupo que ya se había formado para esas fechas, y que se consolidaría definitivamente en el verano de 1967 (Esteban y Gallego, 2009, 59-99). El más polémico, en el que Retamar dio su primera gran batalla ideológica, fue a raíz del viaje de Neruda a los Estados Unidos. Los dirigentes revolucionarios criticaron esa visita porque era un modo de aceptar el juego del enemigo, de los dólares, del imperialismo, y de dejarse seducir por él. El 24 de mayo de 1966, Retamar escribe a Mario Vargas Llosa una carta en la que le comenta el contenido de otra, abierta, enviada a varios amigos, conminándoles a no viajar a los Estados Unidos, porque ello sería acoger el imperialismo. Quiere reunir a todo el comité de la revista, Cortázar incluido, para hablar sobre ello y sobre la situación delicada de Neruda (Princeton C0641, box 9, folder 8). Poco después, Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos y otros escriben una carta abierta protestando por la recriminación hecha a Neruda, por lo que Retamar se ve obligado a explicarse a sí mismo explicando la postura de Casa y, por ende, del gobierno cubano. En esa nueva misiva, del 6 de octubre de 1966, se excusa y afirma que «ellos» no censuraron al poeta chileno, sino que alertaron sobre la utilización política que hicieron los Estados Unidos de esa visita para sus intereses imperialistas, a la vez que recrimina a aquellos que ya comienzan a llamar a los dirigentes de la Casa el «vaticano cultural»: «Amamos demasiado –concluye– la independencia y la libertad para pretender coartársela a nadie. Pero por eso mismo no podemos abstenernos de ejercer nuestra independencia de juicio y nuestra libertad de criterio. De la misma manera que no podemos dejar de defendernos frente a la agresión» (Princeton C0641, box 9, folder 8).

Curiosamente, ese mismo conflicto se plantea más adelante entre Roberto (la Casa) y Mario Vargas Llosa, cuando las relaciones entre ellos habían llegado a un punto de imposible retorno. Entre la disparidad absoluta de opiniones con la intervención soviética en Checoslovaquia en 1968 y las derivaciones del caso Padilla, tras una primera disensión provocada por la negativa de Vargas Llosa de entregar el dinero del Premio Rómulo Gallegos (1967) a la revolución, las relaciones del peruano con la Casa y con Cuba estaban a punto de estallar. En una carta del 18 de enero de 1969, Retamar le echaba en cara que no hubiera asistido días antes a la reunión del comité de la revista, porque él mismo había sido un «tema», un «punto del orden del día» de esa reunión, debido a las críticas que había vertido sobre Fidel Castro por su apoyo a la invasión de Checoslovaquia y, por si eso fuera poco, porque estaba a punto de ser un «escritor residente en los Estados Unidos», pecado todavía más flagrante que el de Neruda, porque significaba un relación contractual de largo recorrido con el enemigo, aceptando de buen grado no sólo la connivencia con el imperialismo sino también los cuantiosos dólares por sus clases. El argumento de Retamar, por otro lado, no dejaba de aportar señales paternalistas y algo absurdas: trataba de convencer a Mario para que declinara la oferta insistiendo en que entre el dinero que había recibido ¡dos años antes! del Premio Rómulo Gallegos (dinero que ya le pidieron para la revolución y él se negó a dar) y la cátedra de Londres ya tenía suficiente para vivir y para criar a sus hijos. La filípica terminaba aludiendo a otros escritores ejemplares que, en cuanto fueron advertidos, abandonaron su puesto en los Estados Unidos, como Enzensberger. Dos meses más tarde, Mario contestaba a Retamar con cierta vehemencia, afeándole su ironía acerca de la incapacidad del peruano para «el riesgo y el sacrificio» y su negativa a ir a Cuba para no perder «cuatro días de escritor residente en usa», y señalando que siempre había defendido y había sido leal a Cuba, y que eso no era un mérito porque era un deber de justicia y verdad, por lo que le apenaba que le hubiera dicho todo lo de la carta anterior. Y terminaba: «Una de las pocas cosas que resultan evidentes para mí en política es lo que significa Cuba para América Latina, y si de algo puedo sentirme orgulloso es de mi constante lealtad hacia la revolución cubana» (Princeton C0641, box 9, folder 8).

En fin, la correspondencia cruzada continuó todo ese año, pero también la de Retamar con Cortázar y otros integrantes del boom. Con problemas, celebraciones, disidencia, discrepancias, coincidencias, lo cierto es que la función del cubano fue mucho más allá de la simple dirección de una revista. Digamos que llegó a ser una especie de secretario de estado de aquel «vaticano cultural», lo que supuso un esfuerzo muy grande por mantener a ese boom que la Casa había contribuido a crear, pero también a afianzar su posición política, intelectual y literaria. Como poeta ya había publicado sus mejores versos en los cincuenta y sesenta, pero como ensayista encontró en la defensa del proyecto utópico revolucionario su mejor plataforma. En septiembre de 1971 se publicó en la revista su «Caliban», pero meses antes su nombre ya figuraba internacionalmente junto con los grandes del boom en numerosas publicaciones. Sólo una muestra: el 12 de abril de ese año Haroldo Conti escribía a Mario Vargas Llosa desde Buenos Aires contándole los proyectos de la editorial Rayuela, con un libro de Lisandro Otero, un manuscrito de Retamar que acababa de traerse de Cuba «en el forro de mi valija», que pensaba publicar dentro de un libro de conjunto con un texto de García Márquez, otro de Mario, etcétera. «Sería un libro –anotaba– por el estilo de El intelectual y la sociedad, de Siglo XXI, posiblemente con perspectivas que allí faltan» (Princeton C0641, box 6, folder 7). Junto con ese prestigio intelectual, unido al del boom, Retamar era conocido también como el testaferro de Castro para los asuntos culturales, en connivencia con algunos de los escritores de moda en esos años, como lo evidencia una carta de Cabrera Infante a Mario Vargas Llosa en una fecha muy cercana a la de Conti, el 22 de abril de 1971: «Si tenía alguna duda de que Cortázar actuaba como un agente castrista, esta entrevista con este prócer paraguayo la acaba de disipar: tanto estas opiniones como aquellas forman parte de una campaña de difamación contra mi persona, telecomandada por los Konsejos de Kultura Kastristas y dirigidas por este triple tránsfuga, Roberto Retamar» (Princeton C0641, box 6, folder 1).

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