Estos pleitos nos informan, además de sobre el aspecto legal de este tipo de procesos judiciales, de cómo las mujeres estaban detrás de lo que hacían sus maridos, así como de detalles importantes relacionados con el mundo de la pesca de la ballena. Asimismo nos enteramos, por ejemplo, de la cantidad de barriles de grasa que se sacan de una ballena «embra». La picardía y el hurto de un cetáceo no debe de ser fácil, dado su tamaño, pero en esas aguas e inmenso territorio a veces acontecían cosas dignas de una novela o película de aventuras. Quizá por esta razón uno de los documentos más interesantes con los que contamos sea precisamente el del «hurto» de una ballena acontecido el mes de noviembre del año 1566, cuyo encabezamiento es el siguiente: «Ejecutoria del pleito litigado por el capitán Juan López de Rezu y Mari Juan de Villafranca, su mujer, vecinos de San Sebastián (Guipúzcoa), con Marta de Goyaz, viuda de Nicolás de la Torre, como curadora de sus hijos, vecina de Pasajes (Guipúzcoa), sobre devolución de las barricas de grasa de ballena, cuerda y arpón, obtenidas de una ballena que el primero amarró junto con su nao en un puerto de Terranova y la parte contraria hurtó»:
Sobre rrazon que parece que en la presente ciudad de San Sebastian a diez e seys dias del mes de febrero del año pasado de mill y quinientos y sesenta y seys anos ante nuestro notario… alcalde ordinario de la dicha villa aparecio ante el dho juan lopez de rrezu vecino de la dha villa y presento ante el una acusacion y querella contra nicolas de la torre que dixo que abiendo el ydo con una nao el año proximo pasado a la provincia de terranoba al viaxe y pesca de las ballenas por capitan della y abiendo ynbiado para ello despues que abia llegado alguna xente su nao a buscar y matar ballenas e un dia del mes de noviembre del dho año la dha su xente abia matado una ballena enbra de que se abian cogido y yncheron por lo menos nobenta barricas de grasa conforme a lo que comunmente se suele consegir de ballenas enbras porque por ser tarde no la abian podido llevar de donde la abian matado al puerto donde tenya su nao que era el puerto de bueste e la gran baya de la dha probincia abian dexado muy bien atada y amarrada con una cuerda estaca y un arpon en el puerto que se decia anton gonzalo con anymo e entencion de volver otro dia por la mañana por ella y llevarla a la dha su nao para beneficiarla y aunque otro dia siguiente por la mañana abia… la dha su gente por la dha ballena no la abian allado en el dho puerto donde la abian dexado atada y amarrada… (Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias, Caja 1746, 44. 1593-9-30, fol. 1 r.).[i]
Algunos de estos pleitos son complejos dado que tienen que pasar de una jurisdicción a otra (v.g: de San Sebastián a Bilbao), en algunos casos incluyen naufragios de algunas de estas naos, el repartimiento del valor de las barricas de grasa entre los marineros, los pleitos entre propietarios, armadores y socios inversores, etcétera, como el ocurrido en las costa asturiana de San Martín de Arenas en 1572.[ii] Uno de estos ejemplos es el pleito que mantienen Juan de Mendía y su mujer María Ibáñez de Mauriza y Diego de Arexti y su mujer María Ochoa de Mauriza –herederos de Sebastián de Hoz, escribano, vecino de Bilbao (Vizcaya)– con Pascual de la Justa, capitán armador de la nao llamada La Trinidad, vecino de San Sebastián (Guipúzcoa):
«En rrazon del pleito y diferencia que abian tenido ante los dichos juez y consules resultado del viaxe sobredicho de terranoba por aber abido naufraxio y aber la nao costeado en tierra de san martin de arenas que es en el principado de asturias y aberse perdido aquella y salvado mucha parte de la carga de grasas de ballena que traya a los dichos jueces arbitros adjudicaron los dhos quatroçientos y setenta y un mil y ochocientos y setenta y seis [maravedís] por rraçon de lo que les pertenecia de lo salbado de dicho viaxe e por un auto que el dho alcalde abia ponunciado mando los dhos marineros berificasen lo que a cada uno le pertenecia de la dha suma…» (María Ibáñez de Mauriza, Folio 1v.).
No importa la condición social de estas mujeres; lo cierto es que, pescadoras, tejedoras o aristócratas, participaron en el lucroso negocio de la venta de los productos de la ballena venida de Terranova: una industria primitiva que con el tiempo despertará mucho más interés y que pasará a manos de otras naciones, que olvidarán o dejarán en un segundo plano la participación de éstas. No obstante, muchos puertos conservan memoria popular de su labor y así, por ejemplo, existe una estatua dedicada a ellas en Viana do Castelo (Portugal), que es además el símbolo de la ciudad. Otro caso es el de la ya citada hija de João Álvares Fagundes que, a su muerte en 1522, heredó una isla que pasó a llamarse «La Fagunda»: fue inmortalizada en una estatua que representa la figura de la mujer en los descubrimientos. La estatua lleva un navío en una mano y los cuatros continentes están representados por bustos femeninos (D’Armada 278-79). En Santurce existe una bonita y querida estatua dedicada a la mujer sardinera, que es una de las señas de identidad de este municipio. En Oviedo, también hay otra estatua moderna dedicada a una mujer con nombre propio: Saturnina Requejo, más conocida como «la Pescadera». Lo mismo ocurre en Torrevieja, al igual que en otros lugares de la costa ibérica.[iii]
Pero no sólo en la costa ibérica. Todavía hoy quedan inscripciones en castellano en las iglesias de la Ile de Orleans, la isla situada enfrente de la bella ciudad de Quebec, la primera fundada por los franceses en Canadá, donde sin duda había, como nos dice Samuel de Champlain, una considerable población española.[iv] En un momento dado, Samuel de Champlain, fundador de la ciudad y gobernador, se entera de que un cerrajero francés es el líder de un grupo del mismo origen que quiere amotinarse en Quebec y darle muerte. La razón era que preferían dar la ciudad a los vascos españoles de la bella localidad pesquera de Tadoussac (dos horas al norte en coche, en el lado oeste del río San Lorenzo) que servir al rey de Francia:
«Some days after my arrival at Quebec, there was a locksmith who conspired against the king’s service, and his plan was to put me to death, and having made himself master of our fort, to hand it over to the Basques or Spaniards who were at Tadoussac; for vessels cannot pass farther up on account of ignorance of the channel and of the sandbanks and rocks on the way» (vol. 2, chapter 2, 25).
Tras ser localizado, el tembloroso conspirador fue presentado ante Champlain, que le prometió garantizar su vida a cambio de contar la verdad. Las razones expuestas por este hombre, hablando en nombre de todos los insubordinados, fueron que pensaban que con los españoles iban a ser más ricos, y que además no tenían intención de regresar a Francia:
«He went, and brought him all trembling with fear lest I should do him some harm. I reassured him and told him not to be afraid; that he was in place of safety and that I forgave him all that he had done with the others, provided he told the whole truth on every point, and the reason which had moved them to this. He said there was no reason, save that they had imagined that, in handing over the place to the Basques or Spaniards they would become very rich, and that they did not wish to go back to France» (vol. 2, chapter 3, 29-30).