POR JUAN MAURA
Si todavía no es mucho lo que se sabe sobre la presencia de españoles y portugueses en tierras canadienses en la época de Cristóbal Colón, menos aún se conoce acerca de las mujeres que se embarcaron en esos viajes o que participaron directa o indirectamente en la pesca de la ballena y el bacalao por tierras del septentrión norteamericano.[i] Afortunadamente, el interés que está suscitando el estudio de la presencia hispana en esas aguas nórdicas es cada día mayor, y esto tiene como resultado que profundicemos en la investigación de archivo para que de forma directa podamos identificar a algunas mujeres que estuvieron involucradas en tan ardua y arriesgada empresa.

Aunque en teoría durante los siglos xv y xvi las mujeres sólo monopolizaban dos tipos de trabajos, el de amas de cría y el de parteras, en la práctica fueron pocas las labores que no desempeñaron. Al menos desde el año 1503, existen documentos donde queda demostrado que la mujer ejerció en ocasiones el poder de demandante en negocios relacionados con América.[ii] Entre los estudios que se han realizado sobre la economía en el Nuevo Mundo durante el siglo xvi, muy pocos se han centrado en la aportación directa que la mujer tuvo en los primeros años.[iii] Ya fuese como propietarias de compañías, embarcaciones, esclavos, tierras o como prestamistas, su presencia es constante desde el primer momento de la llegada española a América. Aunque la teoría era otra, muchos de los señoríos estaban administrados por mujeres en la sociedad castellana. Castilla, tierra fronteriza por tantos siglos, tuvo que apoyarse irremediablemente en las mujeres aunque sólo fuese por simple supervivencia, ya se tratase de la lucha contra los musulmanes o de la conquista de América. Eran las viudas las que pasaban a gobernar el taller de sus maridos, tolerándose la transgresión de algunas leyes cuando el desarrollo económico lo exigía. Lo mismo ocurrió con lo que se puede considerar como la primera industria europea en Norteamérica: la pesca, procesamiento y transporte de la ballena y el bacalao. No obstante, es necesario hacer una distinción. Mientras que la colonización de América tuvo como centro Sevilla, que además era el lugar de procedencia de la mayor parte de las mujeres implicadas, en el caso que nos ocupa los protagonistas fueron los puertos guipuzcoanos, vizcaínos, y en menor medida gallegos, asturianos y cántabros.[iv] Sin duda, como se ha demostrado en otros episodios de la conquista de América, las mujeres en nada desmerecieron en valor a los hombres y así lo refleja Lope de Isasti a principios del siglo xvii:

«Asimismo ha tenido y tiene este lugar mugeres varoniles, que sin temer las tormentas de la mar, han acudido con chalupas á atoar,[v] y meter en el puerto galeones de las armadas reales y otras naos que vienen de Terranova y de otras partes, remando con gran esfuerzo como si fuesen varones, en falta de marineros que andan por la mar en sus viages, que las han librado de manifiestos peligros y reconocido sus dueños, alabándolas por ello, que es cosa rara aun en la misma Guipuzcoa» (Isasti, Lib. 4, cap. 6, 502).

 

Lope de Isasti, unas líneas más adelante y con gran orgullo, nos confirma que tanto los hombres como las mujeres de Guipúzcoa son buenos para el arte de la navegación (Lib. 1, cap. 12, 148).

La documentación de archivo deja constancia tanto de los ordinarios como de los extraordinarios hechos y actividades llevados a cabo por las mujeres conectadas con la pesca de la ballena en Terranova. Al igual que ocurrió en otras partes de la América española, hubo mujeres pertenecientes a las clases más favorecidas, como es el caso de la propia emperatriz Isabel de Portugal o de la nuera del descubridor de América la virreina María de Toledo, que directa o indirectamente participaron en esta empresa. Pero hubo mujeres de todas las clases sociales, tanto las más humildes como las de cualquier otra condición, que en menor o mayor escala contribuyeron en la formación de lo que pasó a ser la fibra social y económica de la sociedad hispanoamericana. Exactamente lo mismo ocurrió en las tierras septentrionales de Terranova y Labrador, donde se encontraban los bancos de pesca más importantes del mundo.

Dichos testimonios llaman la atención por mostrar la responsabilidad e independencia que estas mujeres gozaron en tan temprana época. Si bien es cierto que estas mujeres jugaron un papel tan crucial en los inicios de la evolución cultural y social de la naciente sociedad hispanoamericana y que apenas ahora están empezando a recibir atención de los estudiosos modernos, ocurre exactamente lo mismo con las biografías de los pescadores que participaron en dicha empresa en tierras del Labrador, Terranova y el río San Lorenzo, en lo que hoy es Canadá. La mayor parte de esta información sigue olvidada en los archivos españoles, portugueses y franceses, siendo primordial la transcripción y publicación de estos manuscritos para sacar a la luz la realidad de la vida social y económica de muchos hombres y mujeres que han sido ignorados y marginados por la «historia oficial» hasta el presente. Aunque es cierto que era el hombre el que ocupaba el lugar preeminente en la temprana industria pesquera española, tanto en la Edad Media como posteriormente, también lo es que la función social de la mujer no se limitó exclusivamente a papeles secundarios. Ocupó, en muchos casos, las líneas de vanguardia a la hora de tomar decisiones, incluso cuando éstas tuviesen que ver con la vida económica y, en algunos casos, social de este gremio.

Las labores de estas mujeres eran variadas, ya que no se limitaban a la propia pesca de los cetáceos, sino que también se dedicaban a otras tareas como la confección de velas para las naves, bizcochos, pan (tecedeiras, biscoiteiras, padeiras en Portugal) y otros menesteres conectados con dicho oficio. Algunas fueron señoras propietarias de estas embarcaciones, junto con algún parceiro o socio masculino. En su mayoría las dueñas de naves eran viudas, salvo alguna excepción. Aunque en los primeros años estas naves no fueron artilladas, dado que su mercancía no representaba una atracción tan poderosa para los filibusteros, corsarios, piratas –o si se prefiere «capitanes», como eran llamados por los que directamente trabajaban para la corona británica o francesa–, sí lo fueron posteriormente, al igual que las naos que volvían de la Nueva España y del Perú cargadas de oro y plata. La mercancía que transportaban, aunque diferente, no era por ello menos valiosa: grasas, carnes, ámbar, huesos…, en otras palabras, todos los productos derivados de la ballena o el bacalao. De la ballena se aprovechaba absolutamente todo, y los balleneros vascos eran los maestros en este arte y los únicos que sabían hacer todo el procesado en sus barcos.[vi] El trabajo de la pesca de la ballena es en sí sumamente peligroso, más aún en esas frías aguas que en ciertas épocas del año se llenan de nieblas, con el peligro que ello supone para las chalupas que se alejan del barco nodriza. El consumo de la carne de ballena en Castilla se remonta como muy tarde a principios del siglo xiii. Enrique de Aragón (1384 ca. ‑ 1434), marqués de Villena, en el capítulo noveno de su obra Arte Cisoria, e tratado de cortar del cuchillo (1423), dedicado a la forma en que deben cortarse los pescados, escribe lo siguiente sobre la ballena:

«Suelen en estas tierras [Castilla y Aragón] comer los pescados mayores de los que se pueden haber visto, el mayor de los cuales es claro que es la ballena, aunque algunos digan que la sirena se iguala con ella en magnitud; pero no se toma de ella ni la come, pues la ballena, que por la magnitud de su cuerpo no se pueden adobar entera, la traen en pedazos pequeños y en tiras. Guárdase gran tiempo con sal. Tiene mucha grasa y por eso hacen de ella aceite. Es vianda pesada, bestial; por eso se da pocas veces».[vii]

 

En cuanto a las tejedoras de velas españolas o tecedeiras portuguesas, tenían leyes estrictas de fabricar un material de primera calidad, dado el peligro que suponía perder una vela por una rasgadura en ese tipo de travesías transatlánticas. Al decir «estricto» me refiero a la posibilidad de incurrir en severas multas y penas de cárcel (D’Armada, Mulheres, 276). Una de estas mujeres, Catarina Fagundes, más conocida como la Fagunda, natural de Viana do Castelo, en la parte norte de Portugal, heredó la capitanía y una importante porción de tierras e islas en Terranova.[viii]