Ni medida ni repetición tienen por qué impedir la improvisación. Incorporar al texto lo que ocurra en el tiempo del texto o de la clase sobre el texto, preguntas, reacciones de los alumnos o una mosca en el aula. Capacidad de reacción y de enriquecer la clase con las circunstancias y, finalmente, capacidad de juego. El juego puede ser abstracto, de debate; pero en nuestro experimento es preferible el juego-juego, algo dinámico, activo, igualmente motivado por el texto. El texto dará juego a algo igualmente creativo, cambiar palabras, rapear una estrofa, crear nuevas líneas, cualquier danza física o mental que ayudará a recordar siempre el instante y el texto. La literatura es también juego con el lenguaje, juego con nosotros mismos gracias al lenguaje. Esto es muy distinto del mero y perezoso y cansino juego con las palabras. Desde pequeños el lenguaje tiene para nosotros algo de sustancia pura, como en el diálogo imposible pero siempre verificado con el bebé. Igual que transformamos elementos del mundo práctico en inútil, con el lenguaje (no sólo con las palabras, insisto) se puede jugar en un plano superior o inferior al de la estricta comunicatividad semántica. Cuando Chiquito de la Calzada convierte quizá el «Flintstones» cantado en los dibujos de Los Picapiedra en «fistro» omnipresente y polivalente, hay texto, aunque no basta con su añoranza semántica: hay texto no significante pero sí significativo, hay innovación ante la que la tribu ve la posibilidad de sentirse más creativa. También aquí el humor es poesía en cuanto machadiana «palabra en el tiempo»: palabra que no termina cuando termina el texto; sigue en el tiempo, sigue significando en nosotros, a pesar de que no signifique nada en el diccionario. Esto vale para el scat, para el flamenco, para la ópera, para modos de poesía en que la palabra es una forma no terminada que se busca a sí misma.
Este experimento de verificación y didáctica de lo literario infantil no ñoño se completa con la práctica de escritura de un cuaderno de diez piezas que podemos considerar que cumplen la premisa de lo válido como poesía sin edad. Con un hilo temático conductor y características en común con el vago decálogo expuesto, los estudiantes (adultos que un día podrán proponer lo mismo a sus alumnos de primaria) escriben un autorretrato (selfie literario mediante datos concretos y enfoque sesgado, indirecto), un haiku (con su captación del instante inmediato en —para hacerlo ver— dos breves líneas objetivas y una subjetiva), una soleá (más directamente subjetiva que el haiku: por sus pasiones y base en la vivencia, en un hecho frente a la simple visión inicial del haiku), una greguería (con su ramoniano «humor más metáfora» y revelación imprevista de las cosas en una sola frase), un texto explícitamente ético (aunque sea como ejercicio de contraste que resume un conocimiento moral sobre la vida), un caligrama (dibujando a lo Apollinaire con las palabras por la página), un microrrelato (o narración brevísima con final abierto o sorprendente), un monólogo escénico de humor (con base en el «yo», con liberación de lo inconfesable, con exageración y combinación imprevista de elementos cotidianos), un eslogan (contemporáneo: sugerente y que confía en la inteligencia del consumidor; brevísimo, sin rima y que perversamente crea una necesidad de adquirir algo que el espectador no sabía que necesitaba) y un texto de ceremonia (alegre o triste: cumpleaños, graduación, despedida; con revelaciones, elogios, etcétera).
A partir de esta posible motivación literaria compartida o sin edades, ahí estarán luego a disposición de enseñantes y padres con más o menos problema de mala conciencia las decenas de miles de libros de literatura infantil que se publican en cada país al año, si eso, además de estadístico y rentable, no fuese una aberración.
[1] «THE SOUND COLLECTOR. A stranger called this morning / Dressed all in black and grey / Put every sound into a bag / And carried them away // The whistling of the kettle / The turning of the lock / The purring of the kitten / The ticking of the clock // The popping of the toaster / The crunching of the flakes / When you spread the marmalade / The scraping noise it makes // The hissing of the frying-pan / The ticking of the grill / The bubbling of the bathtub / As it starts to fill // The drumming of the raindrops / On the window-pane / When you do the washing up / The gurgle of the drain // The crying of the baby / The squeaking of the chair / The swishing of the curtain / The creaking of the stair // A stranger called this morning / He didn’t leave his name / Left us only silence / Life will never be the same».
[2] «TO ANY READER. As from the house your mother sees / You playing round the garden trees, / So you may see, if you will look / Through the windows of this book, / Another child, far, far away, / And in another garden, play. / But do not think you can at all, / By knocking on the window, call / That child to hear you. He intent / Is all on his play-business bent. / He does not hear, he will not look, / Nor yet be lured out of this book / For, long ago, the truth to say, / He has grown up and gone away, / And it is but a child of air / That lingers in the garden there».
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]BIBLIOGRAFÍA
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