José Gaos y Eugenio Ímaz dirigieron la colección de Filosofía. Cosío Villegas les pidió que publicaran lo mejor del pensamiento moderno que tanta influencia estaba teniendo en las ciencias sociales y humanas. La UNAM y el Colmex, así como otras editoriales en español, estaban publicando profusamente clásicos grecolatinos, siendo infrecuente la edición de obras contemporáneas. Bajo el impulso de estos dos hombres formados en Europa, se tradujeron entonces los referentes del neokantismo (Ernst Cassirer), del historicismo (Wilhem Dilthey, fundamento del pensamiento vitalista de quien Ímaz, que había sido secretario de redacción de la revista Cruz y Raya en los años treinta, impulsó la traducción –«osada, insigne, rigurosa» en palabras de Gaos– de su obra casi completa en 10 volúmenes, que en los años siguientes harían crecer su importancia e influencia en el mundo filosófico en español), de la fenomenología (Edmund Husserl, al que Gaos ya había traducido para la Revista de Occidente), del pragmatismo norteamericano (John Dewey) o, claro, del existencialismo. Sobre todo, decisiva fue la importancia de la traducción que Gaos dedicó al gran coloso filosófico de la primera mitad del siglo XX: Martin Heidegger, al que consagró más de una década de trabajo. Un comentario específico merece esta labor, pues Gaos, que llevaría a cabo una tarea de gran relevancia para el pensamiento mexicano,[9] aunque comenzó la impartición de un seminario semestral sobre Marx e incluso preparó el borrador de una monografía sobre Marx y Engels. Filosofía y economía, que nunca llegó a publicar, sería recordado por ello.
De esta manera, la colección introdujo desde México y para todo el mundo en español a los tres pensadores que marcarían el rumbo intelectual en la primera mitad del siglo XX: Karl Marx, Max Weber y Martin Heidegger. Junto a lo ya señalado sobre este último, cabe destacar también cómo el FCE confió a Wenceslao Roces, en este sentido, la traducción de Marx, de la que se llegarían a vender decenas de miles de ejemplares con evidente influencia. Por otro lado, y a pesar de la enorme dificultad en traducir a Weber que ya había advertido Ortega, fue Manuel Sánchez Sarto, junto a otros destacados traductores y filósofos –como el propio Eugenio Ímaz, José Ferrater Mora o José Medina Echeverría–, quien acometió la ardua tarea de traducir algunas de las obras más importantes de Weber como Historia económica general (1942) o Economía y sociedad (1944). Preguntado por Arnaldo Orfila por qué no se acometió la traducción de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Medina Echevarría señaló que para ello habría que haber traducido toda su sociología religiosa, lo que habría supuesto un trabajo desmesurado y la edición de varios volúmenes. Además, junto a todo ello, se abordó la traducción de una pléyade de disciplinas colindantes a la filosofía que, por entonces, estaban en ebullición y generando un amplio debate académico, como, por ejemplo, la ética, la lógica, la estética, la ontología o las filosofías de la ciencia y de la historia, de la naturaleza, del derecho y de la religión. Ausencias notables en el catálogo filosófico del FCE son las de Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud, que ya habían sido traducidos en España (Garciadiego, 2016, pp. 73-96).
Por último, cabe señalar también que, además de estas colecciones ya clásicas, apareció Tezontle, donde publicó su obra literaria buena parte de la generación del veintisiete española y de las nuevas promesas mexicanas que, pronto, devendrían en una realidad celebradísima. Su nombre náhuatl, que significa piedra rojiza de origen volcánico del centro de México, parece que fue un error, pues se pretendía llamar a la colección Centzontle, en azteca, nombre de un pájaro de, al menos, cuatrocientos trinos. En su catálogo figuran literatos como León Felipe, Max Aub, Josep Carner, Enrique Díez-Canedo, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda y otras personalidades decisivas de las letras en español como el propio Alfonso Reyes, Ramón Xirau u Octavio Paz, que publicó allí Libertad bajo palabra, para muchos el libro de poesía mexicano más importante del siglo xx.
MÁS ALLÁ DE ESPAÑA Y MÉXICO: EL ARCO ATLÁNTICO
Como se ha visto, los caminos de ida y vuelta entre México y España que supusieron las relaciones entre las biografías de personalidades tan destacadas como José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán o Daniel Cosío Villegas e iniciativas como la Revista de Occidente, La Casa de España, el Colmex o el FCE han legado a México y España algo de lo mejor de su tradición liberal y académica.
En concreto, aquí se ha podido ver cómo el proyecto de importar la modernidad a España que Ortega y los suyos impulsaron tuvo su analogía en México de la mano, aunque no solo, de Reyes y de Cosío. Con todo, hay una diferencia sustantiva entre la empresa orteguiana y la mexicana. Mientras la primera quedó frustrada en su implantación por la Guerra Civil y el franquismo –si bien, perviviría a través de algunas personalidades e iniciativas sustantivas del exilio interior y exterior y de eso que hemos dado en llamar «tercera España»[10]–, en México, el Colmex y el FCE lograron superar las diferentes dificultades que afrontaron a lo largo de las décadas. Surcando diferentes etapas hasta hoy con la preocupación fundamental de ampliar y diversificar los saberes del mundo académico mexicano, la cierta continuidad que ambas instituciones han logrado mantener ha hecho de ellas un referente internacional de excelencia que lleva el nombre de México por el mundo.
Al calor de todo ello, emanó una comunidad de pensamiento científico y cultural en español que tuvo otros ejes a lo largo del arco Atlántico y que fue visible en instituciones académicas, publicaciones e iniciativas culturales de diversa índole. Esta herencia contribuyó de manera decisiva a que se abrazara la modernidad a ambos lados del Atlántico. En España el universo orteguiano y sus diferentes empresas culturales han tenido una gran influencia en el país a lo largo del último siglo: Sol, España, Revista de Occidente, Crisol, la Escuela de Madrid o, más recientemente, diferentes iniciativas emanadas de la sociedad civil española y que han dado lugar a medios de comunicación, instituciones, fundaciones o trabajos académicos sistemáticos que dialogan con el pensamiento orteguiano, cuyo cénit ha sido la publicación de la nueva edición de las Obras completas del filósofo. Por su parte, el Colmex, que en un inicio actuó como complemento de la oferta formativa de algunas de las mejores instituciones universitarias de México, como la UNAM o la ENAH, y muy especialmente el FCE con sus traducciones contribuyeron de manera decisiva a la formación de la juventud mexicana y, por extensión, de habla hispana.
Una última enseñanza nos deja lo señalado páginas atrás: cómo el esfuerzo y la tenacidad de personalidades singulares, de biografías únicas, pueden ser determinantes para poner en marcha instituciones, iniciativas y procesos que, de un modo u otro, contribuyen de manera sustancial a transformar la realidad de su entorno. Como reflejaba el propio Reyes de manera grandilocuente en una carta que dirigió al entonces secretario de Hacienda del Gobierno mexicano, y más tarde director del FCE, Antonio Carrillo Flores, en febrero de 1953:
Es pues la ocasión de que el Ángel Protector levante su espada de fuego, ahuyente las tinieblas, y empiece a dar grandes voces: «¡Voz de Oriente, voz de Occidente, voz del Septentrión y voz del Austro! ¿Quién dijo que México no protege a su alta cultura? ¡Ahora lo verán hijos de esto y de lo otro!», etcétera, etcétera.
Y aquí terremotos, truenos, rayos y centellas, de modo que, humeante entre los resplandores del incendio, se vea levantarse hasta el cielo un flamante y robustecido Colegio de México que parezca un castillo de oro (en Valero, 2015, p. 29).
Y decía bien don Alfonso.
NOTAS
[1] Para la Revista de Occidente sigue siendo esencial López Campillo (1972).
[2] Véanse Garciadiego (2016), aquí tomado como referencia, o el más clásico estudio de Díaz Arciniega (1994).
[3] Véanse Rodríguez López (2002) y Otero et alii (2009).
[4] Las propuestas de Cosío al gobierno mexicano se hallan en el Archivo Histórico de El Colegio de México, sección Daniel Cosío Villegas, caja 1, exp. 1, ff. 1-13 y han sido analizadas por diferentes autores. Véase, por ejemplo, Garciadiego (2016).
[5] Esenciales para esta cuestión son los trabajos de Lida (1988); de Lida, Matesanz y Zoraida (2000) y de Valender y Rojo (2010).
[6] Véase Valero (2015, pp. 21-23).
[7] En este sentido, es bien conocido que el empuje no fue exclusivamente orteguiano. Otras editoriales y revistas, como Biblioteca Nueva, Cruz y Raya, Losada o Porrúa, entre otras muchas en España y en el mundo hispánico, también promovieron a lo largo del siglo XX la traducción de obras que estaban transformando el mundo del pensamiento, la ciencia y la cultura, si bien, por su densidad, cantidad e importancia, sin duda el empeño de la Revista de Occidente destaca entre todos los demás.
[8] Al contrario de lo que sucedió con la economía, la sociología no logró consolidarse como disciplina en el Colmex. Garciadiego aventura que estuvo motivado por las diferentes percepciones que sobre la disciplina tuvieron Cosío Villegas y Medina Echevarría, colaborador suyo y uno de los principales traductores de esta colección, quien, por ejemplo, sugirió la traducción de Talcott Parsons, que, sin embargo, no llegó a producirse. Véase Garciadiego (2016, pp. 62-64).
[9] Véase la biografía intelectual que Valero dedicó al pensador español en 2015.
[10] Véanse Gracia (2004), Juliá (2005 y 2017) y López Vega (2011), entre otros.
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