Antonio Gálvez Ronceros (Chincha, 1932). Orfebre de la palabra, dueño de una plasticidad y una musicalidad verbales de primer orden, revive con sazonado humor el placer de fabular de los narradores orales. Con Los ermitaños (1963) y, sobre todo, Monólogo desde las tinieblas (1975), retrató desde adentro —por primera vez en las letras peruanas— el campesinado mestizo de la Costa, con especial intervención de la población afroperuana, con su modo de hablar, su sensibilidad, su picardía y su sabiduría. Seres marginados por los prejuicios racistas y clasistas (cual si carecieran de voz, incomunicados: por eso resultan ermitaños, por eso monologan desde una oscuridad que no es sólo la de su piel) de un Estado capitalista (criollo, occidentalizado) al que zahiere, en concordancia con su participación en el mencionado grupo de la revista Narración.
Recientemente, ha cincelado un volumen magistral en todas sus narraciones, ostentando una comunión total con el humor carnavalizador del pueblo (en el sentido que Bajtín delimita, a propósito de Rabelais; a tal punto, que quiebra el realismo respetado por sus libros anteriores), a cargo de los mestizos de su región natal: La casa apartada (2016).
De otro lado, le debemos uno de los mejores libros peruanos de crónicas y anécdotas: Aventuras con el candor (1989).
Otros cuentistas de interés son Rosa Cerna Guardia, quien destaca en la narrativa para niños y la reelaboración de la tradición oral; Armando Robles Godoy, reconocido cineasta al que no se lo reconoce todavía como cuentista, y Luis Rey de Castro.
DE LOS AÑOS SESENTA A LOS AÑOS SETENTA
En la poesía, no en la narrativa, se ha generalizado la distinción entre las generaciones del sesenta y del setenta (más exacto sería señalar un hito en el 68, conforme proponen Alberto Flores Galindo y Marco Martos). Aquí optamos por considerar en bloque el marco de agitación revolucionaria, contestataria y/o contracultural de 1960-1975: revolución urbana, Revolución Cultural china, Mayo francés, Primavera de Praga, panteras negras, hippies y similares, radicalización del feminismo, etcétera; en el Perú, los levantamientos campesinos y las tentativas guerrilleras de 1960-1967 (año de la muerte del Che Guevara en Bolivia) y el Gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas, encabezado en 1968-1975 por el general Juan Velasco Alvarado. Un marco al que siguió (en Chile, desde la caída de Salvador Allende en 1973; en el Perú, desde 1975, cuando el general Francisco Morales Bermúdez reemplazó a Velasco Alvarado) un periodo de represión dictatorial y antirrevolucionaria y de difusión de la economía de mercado neoliberal.
En ese contexto se produjo el boom de la novela (el cuento apenas se mencionaba, a pesar de su esplendor en autores mayores como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo y del cultivo brillante que recibió de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez) hispanoamericana durante 1960-1970, entre cuyas figuras centrales se encuentra el premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa (novelista mayúsculo, el que ostenta el mayor número de novelas magistrales en Hispanoamérica, y cuentista de cierto interés, sobre todo, si tenemos en consideración los relatos, bastante autónomos en su trama, insertos en La tía Julia y el escribidor, El hablador y Elogio de la madrastra).
En ese contexto hubo igualmente una tendencia que subrayaba las raíces latinoamericanas y el compromiso con las causas (y las tradiciones culturales) del pueblo y que fustigaba el componente comercial y cosmopolita del boom, tendencia detectable en creadores y críticos de diversos países (en particular, Cuba, Argentina y Uruguay) que encontró una formidable expresión peruana en el grupo de la mencionada revista Narración. Además, desde 1968 hasta 1970 se fue gestando el llamado posboom narrativo que se expandió en los años setenta.
Resaltemos de ese periodo fecundo y decisivo para la narrativa en español a los cuentistas que han efectuado aportes descollantes entre 1992 y 2017.
Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939), el más exitoso narrador peruano del posboom hispanoamericano y uno de sus exponentes más valiosos y originales, dueño de un estilo inconfundible (que reelabora la oralidad urbana y combina las referencias a la alta cultura con la cultura de circulación masiva) y un humorismo entrañable, de factura tragicómica. Su dedicación principal a la novela (con frutos soberanos: Un mundo para Julius, 1970, y La vida exagerada de Martín Romaña, 1981) no le ha impedido tejer cuentos notables desde su primer libro de 1968. Cabe consignar aquí el trasfondo autobiográfico (conectable con sus Antimemorias de 1993 y 2005) de su personalísima Guía triste de París (1999), con una «ciudad luz» a la que se le «han quemado los plomos» (así opina Martín Romaña), a tono con la famosa canción Pobre gente de París, y, sobre todo, un volumen que corona su prosa envolvente, obsesiva y a borbotones: La esposa del Rey de las Curvas (2009).
Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1935), uno de los mejores novelistas (dos obras maestras: País de Jauja, 1993, y Libro del amor y de las profecías, 1999) y, a la vez, uno de los mejores cuentistas peruanos, tanto en su vertiente creadora andina (ligada al neoindigenismo y el realismo maravilloso) como en la ambientada en Lima (onírica y fantástica). Prosista eximio, de intensa vibración poética y estilo inconfundible (ya maduro en sus libros del periodo 1974-1979), nos entregó Danzantes de la noche y de la muerte y otros relatos (2006).
Miguel Gutiérrez (Piura, 1940-Lima, 2016). Como él muy pocos en el mundo han celebrado, en sus ensayos, el poderío de la novela y enarbolado el deseo de explorar todas las formas novelescas posibles. Limitémonos aquí a celebrar la summa novelística que es su obra cumbre, La violencia del tiempo (1991), así como el carácter totalizante de otra obra maestra: El mundo sin Xóchitl (2001). Aunque no se dedicó a enhebrar volúmenes de cuentos, varias de sus novelas (en particular, La destrucción del reino, 1992, y Babel, el paraíso, 1993, además de las dos mencionadas arriba) albergan relatos con autonomía narrativa (con frecuencia, reelaborando la tradición oral piurana, tanto del pueblo como de la clase dominante), con joyas inolvidables como el «Cantar de la Zarca» (de La destrucción del reino) y las vidas imaginadas de los personajes de Babel, el paraíso. El propio Gutiérrez seleccionó relatos protagonizados por mujeres en el libro Cinco historias de mujeres y otra sobre Tamara Fiol (2006).
Dirigió la revista Narración y encarna cabalmente una narrativa completa y plural (distante del realismo socialista) que se nutre del neorrealismo, el realismo maravilloso, la literatura fantástica y la narración insólita y que asume una óptica revolucionaria a favor de las mayorías explotadas.
Gregorio Martínez (Coyungo, Nasca, 1942-Lima, 2017). Formó, asimismo, parte de la revista Narración. Es uno de los mayores artistas de la prosa en las letras peruanas, de estilo personalísimo (rítmico-encantatorio, con el ingenio y la sabiduría campesina de la tradición popular), que dinamita los límites usuales entre cuento, novela, testimonio, ensayo y artículo enciclopédico: Canto de sirena (1997), Biblia de guarango (2001), Libro de los espejos. Siete ensayos a filo de catre (2004) y Diccionario abracadabra. Ensayos de abecedario (2009). No obstante, además de su notable primer libro (Tierra de caléndula, 1975), que comparte con Antonio Gálvez Ronceros la proeza artística de dar voz a la población afroperuana (cuya tradición oral acoge en Cuatro cuentos eróticos de Acarí, 2004), ha burilado cuentos de filigrana verbal en los últimos veinticinco años, que se encuentran dispersos (como «Guitarra de palisandro», ganador del Premio Copé de Oro 2002).
Augusto Higa Oshiro (Lima, 1946) también formó parte de la revista Narración. Heredero del neorrealismo, muy joven (desde 1968, ganando premios y publicando Que te coma el tigre, 1977) mostró su pericia verbal y consistencia narrativa retratando a los adolescentes según la óptica machista, desenfadada y sin escrúpulos morales del criollo limeño. Luego de fracasar en su tentativa de radicar en el Japón (1990-1991), donde descubrió que era peruano, culturalmente mestizo (nisei y no japonés), regresó al Perú y plasmó sus obras más admirables y hondas, protagonizadas por japoneses que se aferran a su cultura oriental y deambulan sin integrarse a Lima: los cuentos de Okinawa existe (2013, Premio de la Asociación Peruano-Japonesa) y las novelas cortas La iluminación de Katzuo Nakamatsu (2008) y Gaijin (2014).
Roberto Reyes Tarazona (Lima, 1947), integrante de la revista Narración. Su óptica realista ha ido ganando en complejidad y multiplicidad de niveles narrativos en los libros de cuentos del periodo que examinamos: En corral ajeno (1992), La torre y las aves (2002) y, con una formidable madurez artística, en Composición en sombras (2017). Este último libro recorre lugares y personajes muy variados del mosaico peruano y conjuga el desenlace sorpresivo con un final abierto, cargado de sugerencias inquietantes.
Fernando Ampuero (Lima, 1949). Con cuentos memorables desde su primer libro (de 1972), introdujo en el Perú las lecciones del policial negro norteamericano, la beat generation y la contracultura juvenil de los años sesenta y setenta. Maduró contundentemente en los noventa, con dos libros que destacan entre lo mejor de esa década en Hispanoamérica: Malos modales (1994) y Bicho raro (1996). Posteriormente, ha acrecentado su cosecha de cuentos de alto voltaje expresivo con Mujeres difíciles, hombres benditos (2005) y Fantasmas del azar (2010).