Luis Enrique Tord (Lima, 1942-2017). Conocido como historiador y poeta desde los años sesenta, se encumbró en los años ochenta como un cuentista originalísimo que acuñó una modalidad narrativa propia, a la que ha denominado «revelaciones» (en el volumen que reúne su narrativa breve, en 2011). En ella transgrede los límites entre la verdad histórica y la ficción: alcanza —de un lado— una verosimilitud tan convincente que el lector la conceptúa una verdad comprobada por la investigación efectuada por el autor (con fama bien ganada de historiador) y da a conocer —de otro lado— iluminaciones (es decir, revelaciones) de verdades ideales o esenciales de la trayectoria histórica del Perú bajo los Austria (siglos xvi-xvii). Abundan los textos antologables en Oro de Pachacamac (1985), Espejo de constelaciones (1991) y Fuego secreto (2005). Añadamos que es el cultor peruano más destacado de la novela histórica, gracias a una saga de cuatro obras iniciada en 1998.
Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941-2016) es uno de los escritores hispanoamericanos que mejor ha dominado todos los géneros literarios, con piezas sobresalientes en cada uno de ellos: poesía (uno de los más grandes de la lengua española en los fecundos años sesenta y setenta), novela, teatro y ensayo (de una versatilidad asombrosa: reflexión literaria y estética, astrología y gastronomía). Como cuentista (ha ganado el francés Premio Juan Rulfo de 1987), le debemos uno de los mejores volúmenes de literatura fantástica en español: Cuentos de Extremo Occidente (2002).
Róger Rumrrill (Iquitos, 1938). En sus libros de cuentos (Vidas mágicas de tunchis y hechiceros, 1983, El venado sagrado, 1992, y La anaconda del Samiria, 1997) y en su novela (La virgen del Samiria, 2012) más que en sus poemas (de los años sesenta y setenta) retrata la selva desde dentro, haciendo suyas sus creencias real maravillosas y necesidades sociales, económicas, políticas y culturales. En sus ensayos, crónicas, reportajes, antologías y artículos periodísticos viene desplegando desde hace más de medio siglo una abnegada cruzada para salvar la Amazonia de la marginación social y cultural y para difundir su riqueza natural y étnica, amenazada por la voracidad de las transnacionales capitalistas.
Laura Riesco (La Oroya, 1940-Maine, Estados Unidos, 2008). Sus dos novelas (de 1978 y 1994) y sus cuentos (pocos y dispersos, pero antológicos, centrados en el choque cultural de los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos) la erigen como la mejor narradora de las letras peruanas y, aunque poco conocida internacionalmente, como una de las más admirables de la literatura hispanoamericana. Su gran novela Ximena de dos caminos (1994) posee una factura episódica, de manera tal que varios de sus capítulos pueden leerse como cuentos, debido a la marcada autonomía de la trama narrada en ellos. Con intensidad poética y sutileza narrativa, poseen rasgos de lo real maravilloso (el «camino» mítico-mágico del Ande y el «camino» de Occidente, con sus cimientos en la mitología grecorromana) y del realismo de la novela de aprendizaje, sin faltar un final fantástico y metaliterario.
Otros cuentistas de interés son Eduardo González Viaña, Juan Morillo Ganoza, José B. Adolph y Harry Belevan.
TIEMPOS VIOLENTOS: 1980-1992
En 1979 y 1980 ocurrieron acontecimientos que variaron radicalmente el marco sociopolítico y económico: la vuelta a la democracia luego de la Constitución de 1979 y, en 1980, el inicio de la espiral de violencia desatada por el fuego cruzado del terrorismo (protagonizado por Sendero Luminoso y, en menor medida, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru [MRTA]) y los excesos represivos de las fuerzas del orden. Una guerra sucia que fue insensibilizando a la población (ya nada llamaba la atención, saturada la capacidad de indignación y de repudio, así como de respuesta humanista ante la sangre derramada; desgaste de nociones otrora respetables: orden, legalidad, justicia y revolución). Valientemente, desde esos mismos años, desnudaron los horrores del conflicto armado los cuentos de Julián Pérez (hermano de un líder senderista, autor de cuentos estimables: Hildebrando Pérez Huarancca), Luis Nieto Degregori, Óscar Colchado Lucio y Dante Castro Arrasco; añádanse la reelaboración mítica ritualizada por Julio Ortega en la novela corta ¡Adiós, Ayacucho!, la exacerbación apocalíptica de Mario Vargas Llosa en su novela Historia de Mayta y el material subversivo que aborda Miguel Gutiérrez en Hombres de caminos y en el fresco poliédrico de La violencia del tiempo.
Otra plaga asoló el país: el ritmo inflacionario creciente que devino en hiperinflacionario durante el régimen de Alan García Pérez (1985-1990, lapso en que también el conflicto armado se tornó hiperviolento e incontrolablemente genocida) y que desarticuló las frágiles instituciones nacionales, tornándolas inoperantes e insuficientes, desbordadas por la miseria extrema, la migración y la emigración aluviónicas, la informalidad económica y cívica, el narcotráfico, el contrabando y la corrupción generalizada.
Este panorama alimentó el desencanto (Guillermo Niño de Guzmán califica a su generación, la del ochenta, como «una generación del desencanto»), en una línea ya transitada por el posboom y el clima antiutópico que, según señalamos, se instaló desde 1973-1975, relacionable con la llamada posmodernidad. Frente a esa tendencia, también la óptica esperanzada y afirmativa (de la riqueza de nuestro sincretismo cultural y/o el potencial revolucionario del pueblo no encasillable dentro de las directivas terroristas): las nuevas voces de Cronwell Jara, Luis Fernando Vidal, Pilar Dughi, Samuel Cárdich, J. Pérez, L. Nieto Degregori, Ó. Colchado, D. Castro Arrasco y Arnaldo Panaifo, más los debutantes como cuentistas L. E. Tord y R. Rumrrill.
A contracorriente del clima desarticulador reinante, brotaron numerosos narradores de interés (la mayoría más dotados para el cuento que para la novela), iniciándose un proceso de efervescencia cuentística que se acrecentaría en las décadas siguientes, propiciado por el estímulo de importantes concursos de cuento (el principal, el Premio Copé, de Petróleos del Perú-Petroperú, por primera vez convocado en 1979 y entregado en 1980; otros descollantes: El Cuento de las Mil Palabras de la revista Caretas, el de la Asociación Nisei, luego Asociación Peruano-Japonesa, y el que durante unos años organizó la Municipalidad de Lima), la labor de los talleres de cuento y los sellos editoriales consagrados a nuestros escritores, las revistas y las antologías regionales (los focos más activos en los años ochenta: Lima, Huánuco, Cuzco, Piura, Huancayo e Iquitos) y el apoyo generoso a las ediciones literarias que realizó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONCYTEC) durante el Gobierno aprista de 1985-1990.
Resaltemos los cuentistas más talentosos que han seguido ofreciendo entre 1992 y 2017 textos sobresalientes:
Cronwell Jara Jiménez (Piura, 1950) es el cuentista de su generación con mayor variedad de recursos narrativos y versatilidad para retratar todas nuestras sangres. Su prosa envolvente y encantatoria, de alto voltaje tanático y desgarradoramente celebratoria de la maravilla de existir, en comunión con la naturaleza circundante y las milenarias raíces colectivas, maduró artísticamente desde su primer cuento publicado («Hueso duro», 1980) y una de las mejores narraciones de la literatura peruana: Montacerdos, 1981. Cultiva, con pareja maestría, el neoindigenismo de óptica real maravillosa (Don Rómulo Ramírez, cazador de cóndores, 1990; Agnus Dei, 1994, e Intik’a: de cómo la isla de Taquile no fue antes una isla sino una montaña altísima que se llamaba Intik’a/Recomposición de las voces de los Machu Kuna, los más ancianos y sabios de la isla de Taquile, 1995, además de su labor como compilador de la tradición oral, en coautoría con su pareja Cecilia Granadino); el retrato desde dentro, también con su componente real maravilloso, de la población afroperuana, recreando los siglos que padeció esclavitud (Babá Osaím, cimarrón, ora por la santa muerta, 1990); y se yergue como el primero que consigue narrar desde dentro las vivencias de los asentamientos humanos (o barriadas) azotados por la pobreza extrema, la falta de servicios básicos, la delincuencia desembozada y las violentas incursiones del Estado para que desalojen las tierras que informalmente ocupan (el citado Montacerdos, los volúmenes de cuentos Cabeza de Nube y las trampas del destierro, 2006, y Dos Cristos, 2015; la novela corta Faite, 2016, y la novela Patíbulo para un caballo, 1989, corregida en 1995).
Además, es un poeta de consideración y un gran conductor de talleres de escritura en todo el país que ha ejercido un importante magisterio en las tres últimas décadas.
Cecilia Granadino (Lima, 1943) suele ser conocida por sus cuentos infantiles y sus recopilaciones de tradición oral (Cuentos de nuestros abuelos quechuas, 1993; Cuando el sol ríe y otros cuentos peruanos, 1998, y, en coautoría con su pareja Cronwell Jara, Las ranas embajadoras de la lluvia y otros relatos. Cuatro aproximaciones a la isla de Taquile, 1996). Pero también merece ser reconocida por los cuentos nacidos de su imaginación, en los que resplandece la expresividad de la oralidad popular y una óptica rebelde y cuestionadora, a la par que vitalmente apasionada y soterradamente tierna: Con harta vergüenza (1990) y, sobre todo, Un hombre sentado en la banca de mis ilusiones (2016), un libro en el que ha alcanzado la madurez artística.