1. ÉTICA POPULAR/POPULISTA VERSUS ÉPICA NACIONAL/NACIONALISTA

Puerto Rico es uno de los pocos países del mundo que no ha pasado por guerras civiles, frentes guerrilleros o revoluciones. La literatura que se escribió en la isla a partir del 1843 (año de publicación del Aguinaldo Puertorriqueño, compilado por un grupo de hijos de la elite criolla que estudiaba en Barcelona y libro que «abre» nuestra historia literaria) insistió en el tema fundacional de la «identidad puertorriqueña»; una identidad separada de la española, simbolizada por el «campesino» pobre, tostado por el sol (más no negro ni indígena) y analfabeto, depositario del más puro volksgeist (espíritu de pueblo) y por el cual debían hablar los ilustrados de esa misma tierra. Su sangre no era «pura», sino mezclada con lo indio y lo afro, pero culturalmente predominaba lo español, cultura aglutinadora de diferencias y puerta de entrada a la modernidad iberoamericana.

A la vez, se argumentaba que el puertorriqueño era dócil, achantado, poco revolucionario, pacífico, y que, por ello, nunca accederíamos a la épica valiente que lograba la liberación de otros países latinoamericanos y caribeños del yugo colonial, bien fueran español o norteamericano.

Ciertos ensayos, como Insularismo de Antonio S. Pedreira (1935), fueron fundamentales en instaurar esa definición de «lo puertorriqueño» y de las prácticas literarias que lo comunicaban en los circulos intelectuales y culturales de la isla. Poetas de principios del siglo xx, como Julia de Burgos (1914-1953), Clara Lair (1895-1973), Luis Llorens Torres (1876-1944), Luis Palés Matos (1989-1959) y Juan Antonio Corretjer (1908-1985), siguieron dichas pautas aunque con recelo. Desde el español, dichos poetas comenzaron a «abrir» la definición de la identidad de «raigambre hispánica». Julia de Burgos lo hizo explorando la sensibilidad afrodescendiente y femenina/feminista combativa con poemas tales como «A Julia de Burgos» (1939), «Ay, ay, ay de la grifa negra» (1939) y «Yo misma fui mi ruta» (1938). Juan Antonio Corretjer inserta en su poética lo indígena, llenando décimas, romances y coplas de vocablos taínos y descripciones de la geografia de la isla. Sus poemas publicados en el poemario Yerba Bruja (1953), «Ouabo-Moin», e «Inriri Cahuvial», echan mano a vocablos, mitos y referencias taínas para redefinir lo puertorriqueño desde la identidad «original» aracuaca-taína y no solamente como un apéndice de la española. Luis Palés Matos postula desde su parcela una redefinición de la literatura puertorriqueña como antillana, que, sin dejar de participar de lo «hispano», se hermana con el resto del Caribe angloparlante y francófono para la exploración de temas, filosofías y ritmos líricos afrocéntricos. Su libro de poesía Tuntún de pasa y grifería (1936) y su ensayo Hacia una poesía antillana (1932) son testimonios de su propuesta literaria.

De más está decir que a Luis Palés Matos le fue muy mal en su propuesta, encarando las más cínicas burlas y desestimaciones por parte de la elite «intellectual» puertorriqueña que, desde los más letrados podios universitarios, argumentó en contra de la negritud propuesta por Palés, que sí nos hermanaba con países que no fueran hispanos y de poderío criollo. Según Margot Arce de Vázquez, Tomás Blanco y Antonio S. Pedreira, los negros de Palés eran una entelequia, la poesía antillana no existía en Puerto Rico, nosotros éramos «la más blanca de las Antillas» y, por consiguiente, sólo la literatura que siguiera las pautas de lo más hispánico tenía valor en nuestro país.

Me detengo un momento para profundizar en este concepto de «valor». Dicho valor «hispánico» servía en esos distantes años (1930-1950) como bastión de resistencia cultural frente a la colonización estadounidense. Sin embargo, se puede notar que dicha estrategia cultural, sin dejar de ser profundamente antimperialista yanqui, era también vergonzosamente racista e hispanófila.

Con la fundación en 1952 del «Estado Libre Asociado de Puerto Rico» (muchos puertorriqueños lo consideramos un nuevo nombre para denominar a la misma colonia de siempre), los puertorriqueños pasamos a adquirir unos cuantos derechos que alivianaban el control norteamericano. No teníamos representación en el Congreso Norteamericano (aún no la tenemos), pero sí un gobernador que podía tomar decisiones locales políticas y financieras. Desde 1917, teníamos el privilegio de ser cuidadanos norteamericanos, pero nacionales, es decir, no «naturales» y eso nos localizaba en la incierta categoría de «cuidadanos de segunda». Con las políticas de zonificación urbana heredadas del segregacionismo racial imperante en los Estados Unidos, aún en estos momentos, los boricuas sólo podemos habitar en ciertos vecindarios, lejos de las poblaciones «blancas» (whatever that means) o ya aceptadas como «blancas», aunque no fueran «anglo». Es por estas razones que las luchas boricuas antimperialistas y por la justicia civil se hermanaron y se nutrieron de las luchas de los afroamericanos. Tal vez fue porque muchos de los inmigrantes puertorriqueños que arribaron en plena modernidad (primera mitad del siglo xx) a los guetos de Nueva York y Chicago compartíamos fenotipo, experiencias migratorias y experiencias políticas con los afroamericanos y también con otros inmigrantes «latinos» (sobre todo con los mexicas/mexicanos/chicanos). Otra vez, la literatura participó de estas dinámicas políticas. Junto a los Black Panthers afro, nacieron los Young Lords boricuas. Junto a los movimientos de literatura afroamericana capitaneados por Amiri Baraka (Leroy Jones), James Baldwin, Zora Neale Hurston, nacieron el Nuyorican Poets Cafe, la poesía de Pedro Pietri, Sandra María Estevez, Miguel Algarin y la revista Chicanorriqueña. La lucha por los derechos civiles y un populismo que servía de estrategia antirracista y anticapitalista se volvió la orden del día.

Ya para los años 1960-1980, pasó en Puerto Rico lo que en muchos lugares del mundo. El uso predominante del lenguaje popular como base para la escritura fue determinante en la configuración y práctica estilística de la literatura puertorriqueña. Esto no quiere significar que la única tendencia narrativa y/o poética en esos años fuese el uso de lenguaje popular y el protagonismo de personajes representativos de sectores sociales que hablaban desde un yo colectivo «otro» (mujer, homosexual, negros, trabajadores, etcetera) pero no «épico» (libertador de la patria, soldado, guerrillero…). La ciudad (y no el campo y sus campesinos) se volvió la grafía espacial predominante, y desde allí se buscó lo absolutamente anónimo y uniforme de los espacios urbanos.

Esta conversación sostenida con grupos «latinos», «afro» y —recientemente— afrolatinos en los Estados Unidos ha definido la literatura puertorriqueña de una manera diferente a otras literaturas latinoamericanas y/o españolas de la actualidad. Predomina el tratamiento de temas de raza, migración, género y preferencia sexual, la literatura cuir y la exploración de identidades sociales menos «nacionalistas». Esta es una de las características de la literatura boricua de la segunda mitad del siglo xx. Mientras en el Caribe y Latinoamérica la Revolución cubana, la nicaraguense, la masacre de Tlatelolco, las guerrillas peruanas o dominicanas contra la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, o la FARC en Colombia definían de qué se hablaba y de qué se escribía en el mundo hispánico, Puerto Rico no entraba en diálogo porque nuestra realidad política era muy diferente. Ante el fuego sostenido de las guerras y guerrillas latinoamericanas, mi isla parecía plácidamente adormilada por el consumismo y el privilegio de ser una colonia gringa que aceptaba «su condición» sin pelearla. Y esto no era así. Sí hubo, y sigue habiendo, una literatura anticolonial en Puerto Rico desde 1989. Ahora bien, a la par y de manera cada vez más fuerte y predominante, nuestro circuito literario ha ido dándole voz a una identidad global, transnacional, combativa mucho más anclada en las luchas (esas sí ganadas) de los derechos civiles y las alianzas interpolíticas que en la eterna y vacua pelea del poder que sostienen derechas y izquierdas durante todo el siglo xx, sobre todo después de la guerra fría.

Puerto Rico cayó en un lado del bloque, el de los gringos. Eso aisló aún más la visibilidad de nuestra literatura. Sí se hermanó con las luchas latinas y afros en Estados Unidos, y nuestra intelectualidad canto y peleó del lado de la Revolución cubana, de la nicaraguense y de otras «revoluciones de base». Sin embargo, como las luchas por los derechos civiles sólo ahora toman protagonismo en Latinoamérica y España, las luchas feministas en Argentina, Chile, Ecuador, las luchas de los pueblos indígenas por el control de sus tierras en Colombia, Brasil y Perú, por mencionar algunas, la literatura que acompañó estas luchas pasó desapercibida. Hay que puntualizar que escritores puertorriqueños hicieron grandes contribuciones al surgimiento de una literatura homosexual, lésbica, feminista y/o antirracista en español desde los años setenta.

 

  1. «RARA» PARTICIPACIÓN EN CIRCUITOS DE PROMOCIÓN CULTURAL INTERNACIONAL

Una de las más poderosas razones por las cuales la literatura puertorriqueña permanece tan aislada es nuestra extraña participación en circuitos literarios internacionales. Al igual que en muchos países, en Puerto Rico, el presupuesto para la cultura tiende a desaparecer en momentos de crisis y cuando partidos de «derecha» suben al poder. Insisto en que, últimamente, no distinguo muy bien qué partidos políticos son, o eran, de derecha y cuáles de izquierda, pero usaré estas denominaciones en lo que aparecen otras más reales y pertinentes.

En Puerto Rico, hemos estado en crisis desde el 2006 y la derecha ganó las elecciones del 2016. En el caso de Puerto Rico, la derecha es asimilista y no ha habido una sola vez en la historia en que no arremeta e intente desbaratar las instituciones culturales de raigambre puertorriqueña que fomentan el uso artístico del español. Se le recorta presupuesto al Instituto de Cultura, se cierra la editorial de la Universidad de Puerto Rico, se cortan fondos para los festivales literarios. Aquí pasa igual que en todas partes, cuando sube la derecha: protecnología, anticultura. Ya conocemos la estrategia.

En Puerto Rico, el factor Trump no deja de pesar. Las mil y una maneras en que ha logrado retrasar los fondos de recuperación tras el huracán María es de los actos de prestidigitación más efectivos que ha habido en la historia. En plena pandemia, todavía los estamos esperando.

Nuestra crisis económica explotó en el 2006, es decir, desde entonces hemos visto en Puerto Rico una merma sustancial en fondos para la producción, publicación y promoción de la literatura. Aun así, a partir del 2010 y hasta el 2019, celebramos el Festival de la Palabra, un festival literario que ocurría tanto en Puerto Rico como en Nueva York y al que asistían dieciséis mil personas al año, participaban cientocincuenta escuelas y venían como invitados entre cincuenta y setenta y cinco escritores de todo el Caribe, África, Europa, Estados Unidos, y Latinoamérica. A partir de 2019, el festival tuvo que cesar por falta de fondos. Hoy su future es incierto. Sin embargo, dicho festival comprobó que la literatura puertorriqueña, en todo su esplendor y rareza, sí puede participar de circuitos literarios flexibles de corte multicultural, multirracial, multidentatario y plurilingüe.