POR ASUNCIÓN BERNÁRDEZ-RODAL
Una mirada impresionista sobre el cine español podría devolvernos la imagen de que hay muchas mujeres trabajando en su dirección, producción o realización. Eso se debe a que, a menudo, las directoras de cine son citadas en grandes titulares en los medios de comunicación, casi siempre cuando resultan distinguidas con nominaciones en los festivales nacionales. En esos momentos, da la sensación de que están por todas partes. La realidad, lamentablemente, difiere mucho de nuestra percepción global: casi nadie sabría citar una sola directora actual menor de cuarenta años, y todavía menos si se dedica al cine político o de compromiso social.

El objetivo de este texto es valorar la presencia e impacto de una nueva generación de cineastas que ha crecido en el contexto de la crisis internacional que ha golpeado también nuestro cine de forma muy particular desde el año 2009. Para ello, hablaremos del contexto creativo del cine documental dirigido por mujeres, deteniéndonos en una iniciativa concreta: el Festival de Cine Político dirigido por Mujeres de Madrid, que en este año 2019 cumplirá su décima edición, y que ha sido una respuesta a la necesidad de las creadoras de dar visibilidad a sus proyectos que, a menudo, se quedan fuera de los circuitos comerciales. Nuestra tesis es que, en una situación adversa y paradójica, las mujeres tienden a hacer sobre todo cine documental (seguramente por motivos económicos), y que sus obras se caracterizan por tratar dimensiones políticas de la realidad social. Paradójicamente, estas cineastas son percibidas en los medios como creadoras de éxito, pero poco se habla de lo complejo que resulta para ellas conseguir una continuidad en el contexto cinematográfico.

UN CONTEXTO ADVERSO ¿PARA TODOS Y TODAS?

En los últimos diez años en el cine español han pasado muchas cosas. Se estrenó, por ejemplo, la película más taquillera de nuestra historia, Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014) que recaudó más de cincuenta y cinco millones de euros. Algunos hablan de una «edad de plata» del cine español con películas como Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012), La isla mínima (Alberto Rodríguez Librero, 2014), o El niño (Daniel Monzón, 2014). Estos y otros grandes éxitos han contenido a duras penas la sangría del cierre de unas cuatrocientas salas entre el año 2010 y el 2016, derrumbe favorecido por la subida del IVA cultural que pasó del 8 al 21 % en el año 2012. Asimismo, se produjo una reducción del presupuesto estatal dirigido a la cultura, que pasó de mil doscientos ochenta y cuatro millones de euros en el año 2009, a algo más de la mitad (setecientos veintidós millones) en el año 2013.[1] Estas políticas restrictivas, que otros países como Francia o Italia no pusieron en marcha, han afectado mucho al cine nacional que, pese a todas las adversidades, ha conseguido mantener un buen ritmo de estrenos y éxitos comerciales. Sin embargo, las directoras no han conseguido ningún éxito de público similar al alcanzado por sus compañeros varones. No cabe duda de que las desigualdades se han visto reforzadas, tanto en lo relativo al acceso a los recursos, como a la forma de representar los géneros en nuestro cine mainstream (Bernárdez-Rodal y Padilla, 2018).

Este contexto ha sido especialmente negativo para las profesionales del cine, que parten de una doble situación de desventaja. Por un lado, si bien son mayoría en los estudios de Grado de Audiovisual o Estudios de Cine,[2] ocupan sólo un tercio de los puestos de trabajo que genera el sector (Cuenca, 2017). Dentro de esta profunda desigualdad, ellas dirigen más documentales (un 17 %), que cine de ficción (donde sólo intervienen con un 9 %) o animación (donde su presencia es simplemente inexistente). Además, desde el año 2015, la presencia de mujeres en los circuitos comerciales así como en el género documental no ha parado de decrecer. Esta situación no es propiamente española ya que domina el panorama audiovisual en el mundo entero. Un informe publicado en el año 2015 por el Sundance Institute y la organización Women in Film de Los Ángeles señaló que las directoras hacen más cine independiente que comercial y más películas documentales que de ficción, obligadas por el limitado acceso a los recursos económicos; lo que podemos interpretar como una evidencia de que la industria del cine no confía en las mujeres.[3]

No obstante, la crisis incitó también a muchas profesionales a organizarse colectivamente para intentar revertir esta situación. Por ejemplo, la ya citada Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) que había sido creada en 2007, ha conseguido tener una presencia activa en los principales festivales otorgando premios a distintas profesionales del sector. Los datos empíricos recogidos por la asociación han permitido cartografiar las situación de desigualdad que existe en casi todas las áreas de la producción cinematográfica en España (Cuenca, 2017).

Del mismo modo, el proyecto Mujeres de Cine (iniciado en el 2010) da visibilidad a las profesionales que trabajan en esta industria a través de presentaciones de películas, coloquios, encuentros, talleres y homenajes, y la entrega de un premio anual Mujer de Cine. Este tipo de asociaciones se han desarrollado por todo el territorio español: la AAMMA en Andalucía, la NAPAR en Navarra, o IBAIA en el País Vasco son ejemplos de cómo los discursos en favor de la igualdad han ido calando en un sector históricamente masculinizado. De hecho, algunas iniciativas, como por ejemplo, el Laboratori Feminista de Creació Documental de Barcelona, tienen un marcado carácter feminista y reivindicativo.

También la investigación académica con perspectiva feminista y de género ha favorecido y apuntalado el trabajo de las creadoras. Año tras año se ha ido generando un corpus analítico tanto de teoría fílmica como de análisis históricos (Kuhn, 1991; De Lauretis, 1992; Kaplan,1998), sacando a la luz toda una genealogía femenina dentro del cine, ignorada casi siempre en los cánones estéticos (Camì-Vela, 2001; Zecchi, 2014). Las mujeres creadoras necesitan referentes culturales, sentirse parte de una historia social, si entendemos la creatividad no tanto como un proceso subjetivo llevado adelante por un «genio creativo», como un resultado colectivo, y más si hablamos de cine o teatro. Los medios de comunicación tienden, además, a presentar los buenos resultados de las creaciones femeninas como algo «excepcional» —como «pioneras», «la primera mujer que»— y no como el resultado de un proceso creativo en el que ellas han intervenido de forma activa desde hace décadas. Este tipo de imágenes son una forma de neutralizar los éxitos de las mujeres en los entornos artísticos. Los trabajos académicos han aportado perspectiva histórica, pero también análisis teóricos sobre los procesos de desigualdad.

A pesar de la importancia de la academia y de las asociaciones, los festivales de cine de mujeres, algunos iniciados en los últimos diez años, son los que mejor evidencian el trabajo femenino en el sector audiovisual. El festival Cine por Mujeres, la Mostra de Films de Dones de Barcelona (que está en su xxv edición), el Festival Internacional Dona i Cinema de Valencia, y la Muestra de Cine realizado por Mujeres de Huesca, etcétera, han emergido como plataformas importantes a la hora de exhibir obras que tienen dificultades para llegar al gran público. El Festival de Cine Político dirigido por Mujeres, que analizaremos más detenidamente, se inició en el año 2009, justo cuando estalla la crisis económica, y nos ha resultado interesante por su continuidad hasta nuestros días.

Son importantes también los grandes festivales nacionales de cine, que poco a poco han incorporado premios en la categoría de cine documental. Si bien el Festival de Cine de San Sebastián todavía no cuenta con la sección, el Festival de Cine de Málaga sí otorga un premio al mejor documental desde el año 2004. Lo significativo es que no se le da el premio a una directora hasta el año 2015, pero, desde entonces, cuatro de los cinco ganadores han sido mujeres. Otros festivales, como el Festival Internacional de Cine de Navarra, DocumentaMadrid o el DOCSBarcelona, proyectan específicamente películas documentales sin contar con una mayor presencia femenina.

Las mujeres tampoco ganan más premios en la categoría de cine documental. Así lo demuestra el Palmarés de los Premios Goya, el evento más importante de la cinematografía española que creó un premio al mejor documental en 2001. Desde entonces, la Academia de cine sólo ha otorgado el galardón a una mujer en cuatro ocasiones. Isabel Coixet lo recibió en la edición de 2007, con la obra colectiva Invisibles. Cuatro años después, levantó el galardón en solitario con su trabajo Escuchando al juez Garzón. En 2013 fue el turno de Pilar Pérez Solano con su obra Las maestras de la República, y recientemente, Almudena Carracedo, en la edición de 2018 recibió el premio por El silencio de los otros, en codirección con Roberto Bahar.