DIRECTORAS ESPAÑOLAS, DOCUMENTAL Y COMPROMISO POLÍTICO-SOCIAL
En España se filman bastantes documentales y poco cine político de ficción. Esta afirmación vale sobre todo para las directoras que han consolidado ya una carrera, ya que todas ellas han hecho en algún momento de su vida cine documental de compromiso político-social. Por ejemplo, Icíar Bollaín presentó en el año 2012 su película 1, 2, 3… casa, en la que muestra la labor de la asociación Aldeas Infantiles; en 2014 realizó también En tierra extraña sobre la emigración de los jóvenes españoles durante la crisis. Isabel Coxet tiene un largo recorrido en este género con producciones como Viaje al corazón de la tortura (2003), filmada en Sarajevo durante la guerra de Los Balcanes, o Hablando de Rose, prisionera de Hisène Habré de 2015; sus obras, con un marcado sesgo crítico, han sido premiadas en el mundo entero. Para Chus Gutiérrez, el trabajo Sexo oral (1993) estuvo en los orígenes de su producción audiovisual. Elena Taberna (Nagore, 2010; Extranjeras, 2005), Patricia Ferreira (Señora de, 2010 o Paraísos cercanos, 1997 —para televisión—), o Ana Díez (Galíndez, 2002 o Tras la mafia de la Habana, 2000) son autoras de reconocida trayectoria que han trabajado el género documental como uno de los instrumentos principales de expresión artística. En los últimos años, ha sido importante también el éxito conseguido por algunas actrices como Mabel Lozano, quien comenzó su andadura en el cine documental el año 2009 rodando Voces contra la trata de mujeres, o Chicas nuevas 24 horas (2015) ambas sobre mujeres prostituidas. Todas ellas forman parte del entramado cinematográfico, con carreras solventes y continuadas en el tiempo.
Estas y otras directoras españolas participan también del «boom del documental» ocurrido en el período de la crisis. Las movilizaciones sociales que precipitaron en la ocupación de la Puerta del Sol, el 15 de marzo de 2011, por grupos ciudadanos han sido una fuente de trabajo audiovisual para muchos artistas. Algunas creadoras quisieron mostrar desde un año antes, las consecuencias de la crisis en la vida de las personas, pero también las nuevas posibilidades de organización y lucha social nacidas de este contexto adverso. Por ejemplo, Mercedes Álvarez dirigió Mercado de futuros (2010), un trabajo en el que toca el tema de los desahucios, o Assumpta Rodríguez, en Globalización (2010), trató el tema de la posibilidad de vivir al margen del poder que ejercen los bancos en nuestro sistema económico. Tres instantes, un grito (2015) de Cecilia Barriga o La granja del paso (2015) de Silvia Munt son otros ejemplos del cine comprometido con las causas sociales que ha llevado adelante muchas creadoras.
La continuidad del cine documental español hay que buscarla en la generación más joven de directoras. Algunas de ellas cuentan ya con un interesante recorrido. Muchos nombres suenan en los festivales especializados como María Pérez Sanz o Silvia Venegas Venegas. Esta última fue seleccionada para los Premios de Cine Europeo gracias a su documental Boxing for Freedom (2015), que cuenta la historia de la joven Sadaf Rahimi, convertida en la mejor boxeadora de Afganistán.
La jovencísima Nila Núñez (1993) es otro de los talentos más prometedores del cine español. Su primer trabajo, Lo que dirán, estrenado en 2017, muestra la amistad de dos chicas musulmanas residentes en España. Este proyecto de marcado carácter feminista, presentado en festivales tan importantes como el MICGénero mexicano o el International Documentary Film Festival de Ámsterdam, le valió el Premio a la Directora de la Mejor Película Española en el Festival Internacional de Cine de Gijón. Si hablamos de cineastas jóvenes, Ekhiñe Etxeberria es el perfecto ejemplo de mujer recién graduada cuyo primer trabajo presagia una importante carrera cinematográfica. Su documental Mikele, proyecto final en la prestigiosa ESCAC de Barcelona, trata la historia de una adolescente transexual que debe dejar atrás la comodidad de su pueblo natal y enfrentarse a una sociedad que no la acepta.
Las películas con temáticas feministas o LGBTI no escasean: Ainhoa, yo no soy esa de Carolina Astudillo (que ganó el Premio al Mejor Largometraje Documental en el Festival de Málaga) o Tódalas mulleres que coñezo de Xiana do Teixeiro (donde la autora reflexiona sobre la violencia de género), ambas del año 2018, evidencian hasta qué punto el feminismo se ha filtrado en el lenguaje audiovisual como herramienta de denuncia del patriarcado.
Si las temáticas ligadas a la lucha feminista parecen ser las grandes favoritas, algunas de las directoras más curtidas de nuestro cine han optado por realizar documentales con evidentes reivindicaciones político-sociales que desbordan ese marco. La grieta (2017), de Irene Yagüe Herrero y nominado a cinco premios Goya, retrata la lucha de unas vecinas de un barrio obrero madrileño por conservar sus casas. Arantxa Hernández, que cuenta con una extensa filmografía pese a su corta edad, ganó en el DocumentaMadrid el Premio Cineteca Madrid del Público gracias a su obra City of Children (2019). La realizadora abre interrogantes sobre el futuro de un colectivo de jóvenes marginales ingleses cuya educación proviene de lo que aprenden en la calle. Laura Herrero Garvín, con su espléndido El remolino (2016; que ganó el Premio al Mejor Largometraje Nacional de DocumentaMadrid), también trata la cuestión del porvenir de una minoría social, esta vez de unos campesinos de Chiapas (México) que defienden su tierra frente a las inundaciones anuales del río Usumacinta. En la misma línea, Maddi Barber habla sobre el daño ecológico producido por la creación de la presa de Itoiz en el Pirineo navarro con su documental 592 metroz goiti (2018).
Esta lista no es exhaustiva: Elena López Riera (Los que desean, 2018, que ganó una distinción en el Festival de Locarno), Elena Molina (Reve de Mousse, 2018), Diana Toucedo (Trinta Lumes, 2017, nominada a los Premios Fénix y Premios Gaudía), María Elorza (Ancora Lucciole, 2018) o María Antón Cabot (<3 (Pico tres), 2018), entre otras muchas, también forman parte de esta nueva generación de directoras españoles jóvenes que han irrumpido con fuerza en el panorama del cine nacional. Sus películas, de pronunciado carácter político y feminista, constituyen en sí mismas un acto de protesta frente a un sector históricamente dominado por los hombres. El reconocimiento que empiezan a obtener debería prometer un futuro mejor para las mujeres creadoras.
En este grupo de profesionales del cine (que no nos atrevemos a etiquetar con la consabida fórmula de «generación»), se dan tres rasgos comunes que las une. En primer lugar, suelen tener una alta cualificación académica: son licenciadas, graduadas, e incluso doctoras como es el caso de Xiana do Teixeiro. En muchos casos han pasado por centros de especialización, haciendo másteres específicos de cine documental, como los que se imparten en la Universidad de Barcelona o la Pompeu Fabra (Ortega y Pousa, 2017). Es como si ellas tuvieran que buscar un plus de legitimidad en un medio que les resulta hostil (Bernárdez-Rodal, 2014).
La segunda estrategia que comparten muchas de ellas es la búsqueda de vías alternativas para la producción y difusión de sus obras. Es una generación para las que Internet y las redes sociales son medios naturales en los que buscar recursos. Un buen ejemplo del cambio producido en la difusión de los documentales en circuitos alternativos es el trabajo realizado por las directoras Alba González de Molina y Blanca Ordóñez de Tena, que en el año 2012 produjeron con una base económica de donaciones: Stop! Rodando el cambio, que cuenta la experiencia de una eco-aldea en el norte de España, y que ha sido visto más de ciento sesenta y seis mil veces en Youtube. Es que, a la fuerza, las directoras más jóvenes se ven continuamente abocadas a buscar sistemas alternativos de producción y divulgación de sus obras, ya que en España se produce un fenómeno poco alentador: es alta la producción de cintas, pero muy reducido el público que paga por ver documentales.
La tercera característica es la tendencia de esta generación de creadoras a desarrollar proyectos de tipo colaborativo, que se materializan en productoras y cooperativas, uniendo esfuerzos para llevar adelante los proyectos. Silvia Venegas, por ejemplo, fue presidenta de Noestamosdepaso, productora donde continúa grabando documentales que reflejan problemas sociales y presentan la educación como una herramienta de cambio.
Alta formación, conciencia feminista, búsqueda de recursos alternativos para la creación y la difusión y la tendencia a crear sinergias comunes entre mujeres en el mundo de la creación audiovisual podrían ser las características de una nueva generación de directoras menores de cuarenta años que se han interesado en la producción de documentales político-sociales.