POR LUIS DELTELL

EL HÉROE: HABLEMOS DE CINE Y POLÍTICA

En los grandes relatos fílmicos siempre hay un héroe. Un personaje empeñado en derribar o, al menos, zarandear la estructura del poder. Su aventura incita al espectador a reflexionar. No hace falta que esta mujer, u hombre, venza, de hecho muchos directores como John Huston prefieren a los perdedores; lo que sí es obligatorio es que luche con pasión y que su apuesta emocional y su deseo sean enormes. Su vida se enfrenta a lo imposible. En la política ocurre algo similar al cine. Los regímenes dictatoriales, pero también las democracias, generan sus héroes, aquellos que están dispuestos a inmolarse por una causa opuesta al príncipe gobernante. Como escribía Michel Foucault, el poder sólo teme a los individuos cuando éstos se comprometen con su propia vida (Foucault, 1977).

Pablo Iglesias, fundador de Podemos, es uno de los políticos actuales que más ha escrito sobre relatos audiovisuales y su relación con el poder político y social. Su monografía Maquiavelo frente a la gran pantalla (2013) y la colección de capítulos —en la que opera de coordinador y coautor— Ganar o morir. Lecciones políticas en Juego de Tronos (2014) resultan esenciales no sólo para entender su visión del cine, sino, sobre todo, para comprender cuál es su idea de la política y el modo de dirigir su propio partido. Los textos de Iglesias son ensayos sobre cine, pero entendamos ensayo en el sentido que le dio Michel Montaigne, indagaciones personales y subjetivas sobre un suceso que nos apremia o nos inquieta (Montaigne, 2007). Sin duda, el cine y el poder forman parte de la esencia del fundador de Podemos, como la cultura clásica y la soledad lo constituían de la del filósofo francés.

Escribir sobre cine no es sólo hablar de una filmografía determinada es también mostrarse como espectador y persona. Cada palabra que decimos sobre una película es una intimidad que revelamos de nosotros mismos. Los analistas Jesús González Requena (2007), en España, o David Bordwell (1997), en Estados Unidos, lo saben bien y buscan estrategias para evitar descubrirse. Aun así, cuando el historiador del cine configura un catálogo de películas, por mucho que se justifique con una metodología compleja, esta selección es siempre una colección de obras que le afectaron. Por ello, los largometrajes y las series de televisión que cita Pablo Iglesias no son casuales, sino que son las obras que le han marcado.

Del mismo modo que el cine histórico suele mostrar más del momento concreto que vivió el guionista y el director de la obra que del período en el que se contextualiza la acción, el crítico o analista fílmico en cada película que escoge tiende a revelar más sobre sí mismo que sobre la propia historia del cine que pretende analizar. Pongamos dos ejemplos claros: nadie salvo un alemán con raíces judías, como Siegfried Kracauer, podría haber descubierto con tanta precisión cómo los monstruos del cine de la República de Weimar predecían el advenimiento de Hitler (1985). También hoy sabemos que no es nada azaroso que los historiadores españoles durante el franquismo escogieran Salida de misa del Pilar de Zaragoza (Gimeno, ¿1896?) como primera película de la historia del cine español, algo que es inverificable o, directamente, falso (Letamendi y Seguin, 2012).

Mientras construían Podemos, Pablo Iglesias y sus compañeros escribían sobre cine y televisión. Ellos estaban analizando películas y héroes de ficción, pero también, y tal vez sin quererlo, dibujando sus sueños sobre su propio partido. No existe un caso tan significativo en la historia. El segundo texto de Iglesias se firma y fecha en agosto de 2014 en el valle del Tiétar, donde se habían reunido los cofundadores del partido por dos motivos: para establecer la estrategia futura de su organización política y para concluir el libro que firmaban sobre la serie Game of Thrones (2011-2019).

No menos significativo sobre la relación de Iglesias con el relato audiovisual es la dirección de sus programas televisivos. Ha sido presentador y director de varios. En muchos de ellos, ha dedicado capítulos a comentar películas, a señalar cómo el cine crea una ideología determinada y cómo nada es espontáneo e inocuo en la gran pantalla. Además, los fundadores de Podemos, especialmente Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, han sido los protagonistas de un excelente documental Política, manual de instrucciones (2016) dirigido por Fernando León de Aranoa.

Entonces, no extraña que en 2014, ante las elecciones europeas, cuando la joven organización Podemos se presentaba por primera vez a unas votaciones y aún no tenía logotipo o escudo oficial, decidieran que la imagen que representaría a este movimiento debía ser el propio rostro de Pablo Iglesias. Así, por primera vez en la democracia española, un partido se presentaba con la silueta de su secretario general en la papeleta electoral. Iglesias era el héroe de esta historia.

 

REVOLUCIONES MEDITERRÁNEAS: ¡NO NOS REPRESENTAN!

Desde el 2011, la situación política, económica y social en la cuenca del Mediterráneo ha sufrido una profunda mutación. Primero las dictaduras árabes de la ribera sur, después las del este de la región y, por último, las democracias europeas. Casi todos los países se han visto implicados en cambios políticos, sociales o económicos fundamentales. Desde las primaveras árabes de Túnez y Egipto hasta la llegada al poder en Francia del independiente Emmanuel Macron, la segunda década del siglo xxi ha vivido una profunda transformación. Es cierto que, en cada nación y en cada contexto, estas mutaciones han sido de diversa índole. Aunque compartan ese espíritu de cambio no son mensurables. Así, por ejemplo, los procesos democráticos y pacíficos que alzaron a Alexis Tsipras como primer ministro no se asemejan en nada a la terrible y sanguinaria guerra civil que todavía hoy padecen los sirios.

Los cambios en España también fueron profundos y rotundos. Se vivió toda una cultura de la crisis que afectó todo el entramado social (Mecke, Junkerjürgen y Pöppel, 2017). Cuando el 15 de mayo de 2011 escasamente unos centenares de jóvenes se manifestaron en la Puerta del Sol, pocos pensaron que aquello pudiera devenir en un aldabonazo que golpease con fuerza toda la estructura política española. Nada hacía intuir que aquello fuese algo más que una minúscula manifestación de estudiantes que, tras la crisis económica, no encontraban viviendas y trabajos dignos. Sin embargo, rápidamente y en cuestión de días (incluso de horas), la plaza central de la capital de España se abarrotó de jóvenes y adultos que reclamaban un cambio brusco. Las tiendas de acampada en el kilómetro cero madrileño recordaban a las imágenes de la plaza cairota de Tahrir, porque se trata del mismo espíritu de cambio, aunque las diferencias entre ambos estados resultaran enormes.

La situación española ofrecía unas peculiaridades que la hacían muy diferente a las primaveras árabes, incluso a las europeas. La economía española durante la primera década del siglo xxi había sido una de las que más había crecido porcentualmente de su entorno, pero todo su desarrollo se basa en dos pilares maestros: la construcción y el turismo. Cuando en el 2008 estalló en Estados Unidos la estafa de las hipotecas subprime, el golpe fue brutal en la península ibérica. La construcción se detuvo y la economía se encogió hasta lo increíble. Salvo Grecia, ningún otro país europeo experimentó unas cifras de retroceso económico tan preocupantes y una tasa de desempleo tan alta como la española (el 25,77 % de la población). En el 2014, año de fundación de Podemos, el paro juvenil alcanzaba al 57,9 %. La cifra horrorizaba a la comunidad internacional, que habló de una catástrofe generacional (Mecke, Junkerjürgen y Pöppel, 2017).

En un principio, el golpe de la crisis económica se contuvo, no por los aciertos de los políticos, sino gracias a una fuerte red familiar (tan propia de todos los países mediterráneos). Pero lo cierto es que en 2011 la situación se agravó aún más, la corrupción y la inoperancia de los dos partidos políticos más poderosos, PSOE y PP, sobrepasaban las cuotas que una democracia podía soportar. Y el malestar obligaba a reclamar un nuevo pacto o contrato social. Cuando esos pocos jóvenes se asentaron en la Puerta del Sol, muchas personas se sintieron identificadas con ellos. Algunos madrileños salieron a acompañarlos, otros españoles en sus ciudades y pueblos acudieron a las plazas centrales a imitarlos y, sobre todo, miles de ciudadanos que nunca había cuestionado el sistema de alternancia del PP y el PSOE sintieron que aquellos jóvenes gritaban algo que entendían. Ni el PP ni el PSOE los representaba.

La acampada de la Puerta del Sol, del 15M, fue un acto simbólico. Se trata, como sostiene Manuel Castells, de un cambio de paradigma tecnológico. Ahora cualquier individuo podía usar las nuevas tecnologías para enfrentarse con el poder y con el discurso que éste daba de la realidad. Así, tanto las primaveras árabes como la acampada madrileña se expandieron primero por Facebook y Twitter y luego por los medios tradicionales. Fue el primer ejemplo de una revolución nacida de la autocomunicación de masas (Castells, 2011).