Quizá lo más llamativo de este soneto es que haya sido escrito en el mismo año de 1576, el de la peste. Puede parecer extraño que en pleno cocoliste los poetas criollos se entregaran a la lírica amorosa de corte petrarquista –cabellos de oro, dientes de perla, labios de coral–, pero este tipo de evasión nunca fue extraña entre aquellos que hacían alarde de su cultura y, sobre todo, de su ocio y tiempo libre.

Pero dejemos de lado la lírica amorosa. Más importante para mi propósito es una obra de teatro contemporánea al soneto de Terrazas, y compuesta por un español trasplantado a México, Fernán González de Eslava, quien había llegado al nuevo mundo hacia 1558. González de Eslava, en las disputas de poder entre el virrey Enríquez de Almansa y el inquisidor Moya de Contreras, había tomado inicialmente partido por el segundo, razón por la cual había padecido cárcel, acusado de difundir un panfleto en contra del virrey un par de años antes del comienzo de la peste. Su breve obrita teatral se puede leer, entonces, como un intento del poeta por reconciliarse con el poder civil de la Nueva España, sin alejarse del poder eclesiástico. La pieza, que se representó al año siguiente de la plaga, cuando esta ya estaba remitiendo, en 1577, es un «coloquio» titulado De la pestilencia que dio sobre los naturales de México, y de las diligencias y remedios que el virrey don Martín Enríquez hizo.

Los personajes o interlocutores del coloquio son los siguientes: la Pestilencia, el Furor, la Clemencia, un Simple, Hijo de Clemencia, la Salud, el Zelo, el Plazer, el Remedio y el Saber Humano. La representación se abre exponiendo el argumento de la obra. En esta exposición, que es al mismo tiempo una dedicatoria al virrey, están resumidos todos los hechos que ocurrirán en la breve composición. Transcribo la introducción completa, que está escrita –como el resto– en quintetos rimados y en versos octosílabos:

Saldrá, Excelente señor,

delante vuestra presencia

la terrible Pestilencia,

y también saldrá el Furor,

jecutor de su sentencia.

Envíale a demandar

Clemencia, con un villano,

al Dotor Saber Humano,

remedios para curar

este Reyno Mexicano.

La Salud, atribulada,

se mete por los rincones,

y el Zelo, con sus razones,

la lleva do sale armada

de virtudes y oraciones.

Andan Clemencia y Salud

afligidas en el suelo,

mas el remedio del Cielo

acude, por su virtud,

a darles todo consuelo.

El Saber Humano inquiere

remedio en tal agonía,

y en aquesto desvaría:

porque a lo que el Señor quiere

no vale filosofía.

La Salud verán salir

armada de Fe cumplida,

con Caridad guarnecida,

armas con que ha de vivir

el Christiano en esta vida.

Por el mal en que se ha visto

la Salud, y el pueblo llora,

rogando a nuestra Señora

sea, con su Hijo Christo,

por ellos intercesora.

Verán la Virgen María,

madre y puerta del perdón,

que, en cualquier tribulación,

a quien suspiro le envía,

le envía consolación.

El Remedio celestial

les hace un razonamiento,

poniendo por fundamento:

que el Remedio a cualquier mal

es el Santo Sacramento.

Porque este auxilio se cobre,

el Autor os lo dedica,

el cual, señor, os suplica

no miréis el don, que es pobre,

mas su voluntad, que es rica.

Obsérvese que, tanto por los personajes de la obra como por esta introducción-resumen del coloquio teatral, este tipo de pieza se inserta en la tradición de los misterios medievales y de la moda de los autos sacramentales contemporáneos. Tal como en los autos, los personajes no son reales, sino alegóricos. Si en aquellos son, en general, la Fe, la Ignorancia, la Sabiduría, la Esperanza, el Error y la Misericordia, en la pieza mexicana se representan la Pestilencia, el Furor (su ejecutor o ayudante), la Salud, la Clemencia, el Saber Humano –es decir, los intentos científicos por ayudar a los enfermos–, pero en últimas, ante el fracaso del Saber Humano, lo único que servirá para combatir la plaga será, al final del coloquio, el Remedio Divino; en vez de comer aves, decir avemarías, y más que tragar pan, comulgar hostias, de modo que:

Esta divina comida

que los dolores aplaca,

y del ánima perdida

toda la ponzoña saca.

Mas hase de recibir

con voluntad y sudor

de penitencia, y dolor,

para que pueda salir

de su culpa el pecador.

Aquesta es la medicina,

medicina soberana,

con que el ánima Christiana

saldrá con salud divina

de la enfermedad humana.

De esta manera la obra teatral usa incluso la misma peste como un mecanismo político de conversión al cristianismo. Los que han muerto son culpables de algún pecado –siendo el más grave de ellos no haberse convertido al cristianismo–, y los supervivientes han sobrevivido gracias a haberse encomendado a la medicina religiosa, la única que de veras es eficaz. Hay en el cuerpo del coloquio, pese a lo anterior, fugaces intentos por alejarse del pensamiento mágico y por dar algún registro pasajero a los intentos de descripción y curación científica de la plaga que diezma al Virreinato. Veamos brevemente esos pasajes más realistas y descriptivos. Cuando la Pestilencia y el Placer dialogan, la primera le explica cuál es su origen: «PESTILENCIA. ¿No sabes quién me ha engendrado? / PLAZER. No, por cierto, y en verdad. / PESTILENCIA. Nací de la sequedad que hubo el año passado».

Se empieza, pues, con la explicación estacional, la misma –antes citada– que el virrey daba a Felipe II al dar cuenta de la plaga en octubre de 1576. Luego la Clemencia dialoga con el Remedio, y a las explicaciones realistas del mal, que propone la primera, el Remedio da respuestas religiosas:

CLEMENCIA. Pregunta os quiero hacer

sobre estas enfermedades.

De la grande sequedad,

¿qué me decís, señor mío?

REMEDIO. Que donde falta el rocío

de la Gracia y Caridad

causa Culpa grande estío.

[…]

CLEMENCIA. Y de los de tierra fría,

decid, desto, ¿qué se infiere?

REMEDIO. Que el alma que fría fuere

luego pestilencia cría

de pecado, con que muere.

[…]

CLEMENCIA. No entrar en tierra caliente

¿qué significa, señor?

REMEDIO. Que al que Dios da su calor

no tema verse doliente

si se conserva en su amor.

El diálogo anterior tiene su origen en un par de observaciones que se hicieron varias veces durante la plaga: que esta afectó más las altiplanicies de México, en tierra fría, que las zonas bajas de tierra caliente. Y llegó después de un largo periodo de sequía. A las observaciones precisas, naturales, el Remedio Divino responde, una vez más, con explicaciones metafísicas y abstractas. El diálogo continúa, poco después, en el mismo registro de lo natural contra lo sobrenatural:

CLEMENCIA. Y la sangre que salía

por las narices, ¿qué ha sido?

REMEDIO. Por aquesso, se ha entendido

lo que a Dios David pedía:

ser de culpas defendido.

[…]

CLEMENCIA. Hallaron a los que abrieron

los corazones hinchados.

REMEDIO. Así hinchan los pecados

a los mundanos que fueron

de la soberbia tocados.

[…]

CLEMENCIA. ¿Qué se entiende en conclusión,

ser este mal contagioso?

REMEDIO. Que el pecado ponzoñoso

se pega con la ocasión

si no vienes virtüoso.

Por mucho que la Clemencia intente traer al mundo las causas y los efectos de la enfermedad, el Remedio (Divino) de inmediato devuelve todo al plano religioso. La alusión a las autopsias –«hallaron a los que abrieron» y a los signos concretos encontrados (la sangre que salía por la nariz)– no conmueve en nada al Remedio, pues el pecado es lo que hincha y la sangre es un pedido simbólico de auxilio. Una escena parecida ocurre poco después cuando el Saber Humano –que parece ser la representación misma del protomédico, Francisco Hernández, bajo un nombre genérico– intenta defender su punto de vista naturalista contra la visión de los remedios mágicos.

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