SABER HUMANO. El trabajar por saber

acredita la razón;

estudie el sabio varón

siquiera por no caer

de su punto y opinión.

Querer que a tiento se haga

la cura de la dolencia

es gran cargo de conciencia,

pues pedir sobre ello paga

es terrible pestilencia.

Por el mal que cunde tanto

noche y día me desvelo,

miro las yerbas del suelo

y otras veces me levanto

sobre los cursos del cielo.

Si unos mueren por sangría

otros de sangre repletos

son a la muerte sujetos.

¿Quién podrá, en Filosofía,

saber tan altos secretos?

ZELO. Oh, señor, Saber Humano

vuesa merced ¿de do viene?

SABER HUMANO. De mirar lo que conviene

porque el Reino quede sano

de la enfermedad que tiene.

ZELO. Buena prevención ha sido

esta junta de letrados.

SABER HUMANO. Negocios son acertados.

Y así, habemos escogido,

los puntos más bien fundados.

ZELO. El mal, ¿quieren atajalle?

SABER HUMANO. En el remedio, se entiende.

ZELO. Tanto dicen que se extiende,

que temo que no se halle

si del Cielo no desciende.

SABERHUMANO. Que se sangren en salud

hemos todos acordado,

porque el cuerpo esté templado.

ZELO. Pues mengualle la virtud,

¿lo tienen por acertado?

SABER HUMANO. A la sangre en abundancia,

este mal terrible y fuerte

en ponzoña la convierte,

y menguando la sustancia

menguan las causas de muerte.

ZELO. Este mal, ¿quién lo causó,

que al mundo cubrió de luto?

SABERHUMANO. Aire pésimo, corruto,

que la muerte lo sembró

por coger vidas por fruto.

ZELO. La pésima corrupción,

¿de que nació, y en qué parte?

SABER HUMANO. Nació por extraño arte,

de sola una conjunción

de Saturno y del Dios Marte.

ZELO. ¿A cosas tan levantadas

suben las humanas ciencias?

SABER HUMANO. La salud y las dolencias

muchas veces son causadas

del cielo y sus influencias.

Si bien el conocimiento médico intenta dar causas y remedios naturales (la sangría fue el tratamiento más usado en la época), cuando se lo lleva a las causas últimas, y al no poder explicarlas satisfactoriamente, se acude a la astrología, como quien se ve acorralado y sin respuestas más aceptables. Hay que advertir, sin embargo, como anota una vez más con agudeza Orlando Mejía Rivera, que las explicaciones astrológicas eran tan aceptadas en su momento que en la carrera de medicina se enseñaba la astrología como parte fundamental de la formación médica. Así lo anota el erudito colombiano:

Terrazas escribe influenciado por ese paradigma científico de la época. Tanto la explicación astrológica, la teoría miasmática, los cambios climáticos, el frío y el calor (que deben ser entendidos en el contexto de la teoría humoral) y los tratamientos de sangría (que dependían de los días críticos determinados por la influencia de los astros) eran la explicación médica de la época. La astrología médica se enseñaba en el currículo de las facultades de medicina, al lado de la terapéutica, y toda la estructura estaba fundada en la teoría de los humores y su desequilibrio, que llevaban a las diversas enfermedades. Lo que se rechazó durante el siglo XVI fue el determinismo individual ocasionado por los astros, pero no la influencia en el cuerpo y sus enfermedades, porque el modelo del macrocosmos y del microcosmos estuvo vigente hasta casi el final del siglo XVII. Lo mágico e irracional en el siglo xvi eran las explicaciones, que también las hubo, del castigo de Dios a los pecadores o a los nativos que no se habían cristianizado y las arcaicas visiones demoniacas que siempre han estado, incluyendo nuestra época del COVID.

Ahora bien, las «pestilencias» en el siglo XVI fueron un gran detonante para ir considerando anacrónico el modelo hipocrático-galénico y hacia la mitad del siglo XVI surgieron con fuerza dos visiones alternativas: la teoría del contagio de Fracastoro y la teoría de la infección de Paracelso. Sin embargo, estas influencias, que son el verdadero origen de las teorías del germen del siglo XIX, solo comenzaron a tener relevancia en la comunidad médica a principios del siglo XVII.[7]

¿Estamos hoy mejor preparados que entonces para dar una respuesta segura u ofrecer tratamientos más eficaces que las sangrías? Creo firmemente que sí, y sin embargo sigue habiendo muchas preguntas abiertas y muchas hipótesis sin resolver, tanto de la crisis sanitaria que hoy padecemos, a causa de la COVID-19, como de una peste como el cocoliste que azotó a México en 1576. Si ya habían pasado 55 años desde la caída de México-Tenochtitlan, y si el ochenta por ciento de la población indígena había fallecido por las primeras plagas, ¿no se supone que esta generación de jóvenes había ya estado expuesta a los microorganismos del Viejo Mundo, o incluso nacido, gracias a la leche materna, con cierta inmunidad frente a las enfermedades traídas de Europa y África? Y si no es así, porque la inmunidad no es algo que se hereda de padres a hijos, ¿por qué los hijos de los conquistadores, los criollos, no fallecían en igual medida que los naturales?

Hay un hecho de salud pública que no nos gusta mucho ver, pero que es cierto y real tanto en 1576 como en 2020: por mucho que la retórica nos diga que las pestes no respetan condición, y que acaban con reyes, papas, príncipes y prelados, con presidentes y ministros, así como con campesinos, obreros, siervos y criados, lo cierto es que aquel cocoliste, como nuestra pandemia actual, se lleva más vidas de pobres –mal alimentados, obesos o desnutridos, hacinados, con tratamientos médicos menos oportunos y acuciosos– que vidas de personas mejor educadas, mejor alimentadas y más oportunamente atendidas. La visión biológica de la enfermedad, la busca científica de sus causas y el mejor tratamiento, es sin duda fundamental. Pero si se evade el asunto sociológico, la desventaja de vivir con trabajos más duros y más expuestos al contagio, no tendremos nunca –ni en medicina ni en literatura– una visión completa de la salud y de la enfermedad. Cuando esto pasa, en últimas lo único que queda, como consolación de muchos, es el regreso a la triste y fatalista visión metafísica: se mueren los que Dios quiere o, incluso, los que tienen la culpa de morirse. En varias manifestaciones contra las políticas de confinamiento y cierre de las iglesias en Estados Unidos, los simpatizantes de Trump llevaban carteles con esta consigna: «God is my Vaccine» («Dios es mi vacuna»). Ver la enfermedad como una intervención inevitable, y a veces justiciera, de Dios es menos común hoy en día que hace 450 años, pero existe todavía.

Para terminar quisiera registrar un hallazgo arqueológico y genético relativamente reciente (2018) que da pistas bastante seguras sobre la posible causa del cocoliste de 1545, el más devastador de todos los que hubo en la Nueva España. Según un estudio bastante técnico publicado en la revista Nature[8], se encontró en la pulpa dentaria de numerosos indígenas enterrados alrededor de este año en la población de Teposcolula-Yucundaa, en Oaxaca, restos de ADN del microorganismo Salmonella enterica serovar Paratyphi C. Esta sería, entonces, el candidato más firme para explicar la fiebre entérica que devastó a los mexicanos en el año 1545 y siguientes. Este tipo de estudios, muy sofisticados, podrían dilucidar cuáles fueron las enfermedades infecciosas que diezmaron a los indígenas del Nuevo Mundo, y si la gran mortandad se debió simplemente a su importación de Europa en los cuerpos de los europeos, o si más bien fueron las condiciones ambientales (durante una gran sequía es más difícil la higiene y más fácil la contaminación de las aguas para beber y cocinar) o sociales (hambre, hacinamiento y extenuación de la población más pobre y servil) las que hicieron que la población indígena las sufriera de un modo mucho más grave. La literatura de la época, bien sea el teatro, las crónicas, las cartas o los testimonios de vencedores y vencidos, puede darnos algunas luces, pero solo los estudios científicos podrían llevarnos a afirmaciones más seguras y menos especulativas.

 

NOTAS

[1] Comentario remitido por carta al autor de este ensayo (noviembre de 2020).

[2] Al respecto se puede consultar English/Indian relations in colonial New England, 1617-1676 (CUNY) de Kyle Beard, en cuya tesis de grado afirma lo siguiente: «But in at least one instance in Anglo/Indian relations it did happen. During Pontiac’s Uprising in 1763, General Jeffrey Amherst knowingly allowed blankets infected with smallpox to be distributed among the Indians he was fighting» (basado en James Axtell [The European and the Indian, Oxford University Press, Nueva York, 1981, p. 314]).

También es interesante esta cita que trae Alexis Diomedi en «La guerra biológica en la conquista del nuevo mundo. Una revisión histórica y sistemática de la literatura» (Revista Chilena de Infectología, 2003): «En un memorando sin fecha sir Jeffery Amherst pregunta al coronel Bouquet: “¿Podría idearse el enviar la viruela a esas tribus de indios descontentos?”. La contestación fechada en julio fue: “Voy a tratar de inocularlos con algunas cobijas que caigan en su poder, teniendo cuidado de no contraer yo mismo la enfermedad”. El 16 de julio Amherst respondía: “Hará bien con tratar de inocular a los indios por medio de mantas, como también trate de utilizar cualquier otro método que pueda servir para extirpar esa aborrecible raza”».

[3] Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Apéndice del libro XI, adición sobre supersticiones y calamidades.

[4] Comunicación privada dirigida al autor de este ensayo (noviembre de 2020).

[5] Fuente mitológica griega, en el monte Helicón, que brotaba para celebrar los cantos poéticos.

[6] Rescatado por Margarita Peña de un manuscrito recopilado en México en 1577, Flores de varia poesía, cuyo códice original está en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms.2973).

[7] Comunicación personal al autor de este ensayo (noviembre de 2020).

[8] En línea: <https://www.nature.com/articles/s41559-017-0446-6> (consultado el 24 de noviembre de 2020).

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