Valga este paseo aproximativo y prácticamente al galope por la literatura de viajes española del siglo xx para presentar a un escritor y periodista hoy día olvidado, Eugenio Nadal, y un libro, el único que llegó a escribir, su Ciudades en España, no «de España», como insisten algunos autores,[9] publicado en Barcelona en 1943 por la editorial Yunque. Una obra que, si comparte mucho de ese género que arranca con Miguel de Unamuno, Azorín y el 98, es menos intensa en su historicismo y, aunque participa de la inclinación erudita de muchos autores de la época, especialmente, de los falangistas como él mismo, es mucho más narrativa, lírica e intimista, dado el tono memorialístico que a veces tiene. Eugenio Nadal Gaya, nacido en 1917 en el seno de una familia leridana conservadora y relacionada con el periodismo —sus hermanos Santiago, quizás el más conocido, y Carlos estuvieron vinculados con La Vanguardia—, desde muy temprano siguió el mismo camino de su padre, pues ya antes de la guerra colaboró en la revista Guión —curiosamente, de mismo título que la creada por el Ministerio del Ejército franquista en 1942— con el seudónimo de Ennio. Era esta pequeña publicación, en palabras de su amigo el escritor Juan Ramón Masoliver, «una hoja de combate por la España que escamotearon los masones a Floridablanca», lo que da idea del tono de la más que efímera revista de cuatro números. La guerra llevó al joven Nadal —de delgadez monacal y mirada de iluminado— a las filas de Falange y del Ejército franquista, incluida una estancia en el frente, en concreto, en el de Levante. Así, en Ciudades en España, en la única referencia que hace a la Guerra Civil, nos describe su experiencia por tierras del Maestrazgo en tan sólo unas líneas: «De lo alto de una peña, crujiendo bajo el pie la blanda nieve, la habíamos visto [Valencia] meses antes lejana, tendida sin perfil ante la huerta y asomada a la maqueta en curva de su golfo azul, parado, limpio. […] Ahí, bajo la pugna aérea, late la ciudad. Sus reflectores, que parecen asequibles, la aproximan a nosotros». Unas referencias que hablan de la presencia de Nadal en la batalla de la sierra de Espadán en abril de 1938, cuando la ofensiva de las fuerzas franquistas contra Valencia fue detenida por los republicanos.

Más interesante que su actividad bélica es su cercanía al círculo de Destino, la revista del catalanismo más que franquista diríamos mejor no republicana, aunque muchos de sus miembros estaban muy próximos a Falange, aparecida en Burgos en marzo de 1937 al calor de Dionisio Ridruejo. Entre todos los que estuvieron en la fase burgalesa de Destino, se pueden citar como los más destacados a Ignacio Agustí, Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Martín de Riquer, Carlos Sentís y a sus fundadores, Josep Maria Fontana y Xavier de Salas. En 1939, tras la entrada de los franquistas en Barcelona, la redacción se traslada a la Ciudad Condal y comienza la fase principal de la revista, de la que se han ocupado, entre otros muchos, Carles Geli y José María Huertas Clavería en Las tres vidas de «Destino» (1991), en la que, junto al director Ignacio Agustí, estará como redactor jefe Eugenio Nadal. La revista, según Blanca Ripoll Sintes,[10] otra de las especialistas en Destino, mantuvo una línea germanófila durante la Segunda Guerra Mundial que perduró hasta los primeros reveses del eje en el norte de África. Un compromiso que da idea del pensamiento de la redacción y que parece defendía con firmeza Eugenio Nadal, según el testimonio del también periodista Ángel Zúñiga, que recoge la citada Blanca Ripoll. Ni su germanofilia ni su severidad cristiana ni el vestir siempre la camisa azul, como hacía otro escritor falangista y catalán de adopción como Luys Santa Marina, impedían los juicios favorables a su persona, pues el propio Zúñiga, a quien rechazó un artículo aliadófilo, se refiere al escritor como «buena persona».

Al margen de este asunto, Eugenio Nadal desplegó durante los primeros años de la posguerra una actividad cultural intensa, pues no sólo fue redactor jefe de Destino, sino que también realizó la edición de las obras de Gonzalo de Berceo, Juan Boscán y el marqués de Santillana, al tiempo que preparó con éxito las oposiciones a profesor de Instituto de Bachillerato y obtuvo la plaza de catedrático de Lengua y Literatura en Manresa. La dedicación docente, periodística y literaria la llevó a cabo entre 1940-1944, mientras, disponía la edición de Ciudades en España y consideraba una posible ampliación que le permitiese convertir la obra en lo que no pudo ser, en Ciudades «de» España, al incluir todas aquellas que no pudo visitar en sus viajes durante la guerra, especialmente, las de Andalucía. Robando tiempo a las reseñas y a la redacción de sus artículos y a la selección y corrección de los trabajos ajenos a Destino, Nadal tomaba notas acerca de un ensayo sobre la generación del 98, que se hubiera adelantado al de Pedro Laín Entralgo, que habría de aparecer en 1945, y, entretanto, comenzaba la redacción de las primeras páginas de lo que debía ser una novela, según nos cuenta su amigo Juan Ramón Masoliver. La tuberculosis, una enfermedad que le cuadra perfectamente a un personaje de incuestionable perfil romántico, acabó con él antes de rematar los proyectos previstos.

Sin embargo, y gracias al impulso de amigos como Masoliver, Eugenio Montes e Ignacio Agustí, que sabían de su gravedad, pudo rematar, renunciando a su ampliación, la edición de Ciudades en España a partir de lo escrito. La obra fue publicada a finales de 1943 por la editorial Yunque, la misma que había imprimido sus ediciones de los poemas de Berceo, Santillana y Boscán. Fue la única obra propia que pudo ver en vida, pues murió en abril de 1944. Pocos días después, Juan Ramón Masoliver le dedicó un texto que, más que una necrológica, es una sentida y sincera elegía en prosa, cuyo título, «Donde el mar fiel duerme sobre mis tumbas», es un verso de El cementerio marino, de Paul Valéry, el poema que tanto gustaba a Eugenio Nadal. Fue publicado en Destino el 15 de abril de 1944 e incluido a modo de prólogo en la edición de Ciudades en España, realizada en 1962 por la editorial Argos a iniciativa de Ignacio Agustí. La muerte de Eugenio Nadal, joven promesa del entorno de Destino, causó enorme consternación entre sus amistades y en el seno de la revista. No es de extrañar que quisieran perpetuar su memoria con la creación de un premio literario que llevase su nombre, el Premio Nadal, que pervive hoy día más allá del recuerdo de quien le dio su nombre. Queda decir, para recordatorio de desmemoriados, que sus hermanos fueron Santiago y Carlos Nadal, también periodistas y escritores en su día de prestigio, vinculados todos ellos a la revista Destino. Hoy, la familia, y en especial Eugenio, está en el olvido, pues, al tratar de todos ellos, a él ni si quiera se le alude.

Resulta revelador de la consideración que tenía en la época el género viajero al estilo del 98, Ortega y los escritores de la órbita falangista que sea precisamente Ciudades en España la única obra publicada por Eugenio Nadal. Es éste un texto de marcado carácter ensayístico e histórico que se incluye en un género por el que el joven escritor, declarado admirador de los escritores del 98, no sólo mostró gran inclinación, sino también notables cualidades y erudición. Un texto que lo incluye entre los publicados por otros escritores de características personales y culturales parecidas, como Eugenio Montes. La obra única de Eugenio Nadal —por cierto, se diría que el nombre de Eugenio es una constante entre los escritores falangistas: Eugenio Montes o Eugenio Lostau, quien inspira la obra de Rafael García Serrano, Eugenio o Proclamación de la primavera, quizás una de las de mayor contenido fascista de la literatura española— es, en gran parte, una obra de guerra o, mejor, escrita en la guerra. La mayoría de los capítulos son fruto de las notas que el joven Nadal tomó durante sus estancias en Burgos, Segovia, Galicia, Asturias y el País Vasco a lo largo de sus viajes para incorporarse al frente o para disfrutar de algún permiso. Por supuesto, Madrid es otra cosa, pues el capítulo inaugural está dedicado a la capital de España, donde muestra su conocimiento de la ciudad, en la que es muy probable que estuviera antes de 1936 y a la que incluso también debió hacer alguna visita rápida después de 1939, antes de caer enfermo. Está presente, asimismo, Zaragoza, una urbe cercana que, sin duda, conocía con anterioridad al conflicto, al igual que las urbes que llama «ciudades del Ebro», de la cuenca del Ebro —Logroño, Castejón, Lérida, Pamplona, Monzón, Caspe, Barbastro…—, que ocupa Aragón, Navarra y La Rioja, unas zonas que el escritor conocía bien.

Luego, en los días de la posguerra, la suma de las tareas literarias y periodísticas en Destino, la preparación de las oposiciones y, después, la docencia apenas le permitieron realizar algún viaje a lo largo del Mediterráneo, con el límite de la ciudad de Valencia. Todo ello explica que estén ausentes del libro regiones como la lejana Andalucía —lamenta expresamente no conocer Sevilla—, la algo apartada Extremadura y las zonas controladas por la República que Nadal aún no había visitado, como la Mancha —la gran ausente—, las tierras alcarreñas y parte de Castilla la Nueva. Y es que, aunque Toledo era franquista desde casi el comienzo de la guerra, su proximidad al frente complicaba su visita, algo semejante a lo que sucedía con Teruel y, aún más, con Huesca. Por su parte, Soria era otra ciudad un tanto excéntrica, a medio camino entre dos teatros de operaciones, lo que no facilitaba su visita. Las circunstancias que acompañan la redacción de Ciudades en España explican el porqué de las presencias y las ausencias de los paisajes y ciudades del libro. Un libro que, según el autor, era el adelanto del mapa espiritual de España que aspiraba a hacer.