En la obra de Eugenio Nadal hay varias constantes que destacan, esencialmente, la inclinación hacia la evocación histórica tan practicada en la época. Sin embargo, el tono nostálgico por un pasado que en estos autores siempre es dorado, decadente o imperial no aparece con la misma intensidad. Hay una erudición notable pero matizada, diluida en una prosa elegante y muy cuidada, inclinada al empleo de arcaísmos y cultismos en construcciones a veces complejas, como era habitual en las obras de este género, aunque sin exagerar. Por esta razón, la acumulación de datos no da lugar a un texto afectado e incluso teatral y pedantesco, como sucede en bastantes ocasiones en los trabajos de Eugenio Montes o Pedro Mourlane Michelena. No obstante, el estilo de Eugenio Nadal no logra esquivar del todo el escollo de lo rebuscado, pues en Ciudades en España no dejan de aparecer algunos párrafos rebuscados que contrastan con la elegancia del resto. Si bien, a modo de compensación, hay también un lirismo, un tono poético de fina sensibilidad y corte azoriniano, especialmente, a la hora de evocar las ciudades que recorre.

En el texto de Eugenio Nadal el historicismo nostálgico cede ante el interés del escritor por la realidad, por el entorno que contempla, aunque no deje de lado la muy culta mirada evocadora, sobre todo, al detenerse en las ciudades. A la hora de hablar de cualquiera de ellas, despliega sus conocimientos históricos y literarios con un aire orteguiano un tanto matizado, con elegancia y lejos del incómodo tono de Baedeker. No hay pedantería erudita ni acumulación de datos. Por el contrario, en Ciudades en España todo está más que hilado, cosido con excelente literatura, combinando poesía, historia y reflexiones. Un estilo que no está lejos del magisterio que aún ejercía un Azorín que no desdeñaba su ascendencia sobre los escritores falangistas.

A pesar de su calidad literaria y erudición, el libro tiene una propensión a las generalizaciones y los tópicos, en especial, los referidos a los caracteres de los distintos habitantes de España, que es muy de la época, pero que lo perjudica por su anacronismo. Nada raro si tenemos en cuenta que hay en Eugenio Nadal una influencia unamuniana, que se manifiesta en su preocupación por el espíritu, el ser, las virtudes y los defectos de los españoles o el estilo vital. De ahí que le guste descubrir los caracteres y las constantes de los habitantes de las distintas y muy diferentes regiones de España. Son habituales las alusiones a los valores, al destino, a la misión, a la cultura, a la fe y a la religión, a la idea del hombre como sujeto colectivo, no individual, en esa combinación del 98, Ortega y Falange que caracteriza a una generación de jóvenes que también había leído a los del 27, fascinada por la opción política y cultural que representaba el fascismo al hispánico modo.

A veces, Ciudades en España tiene algo de romántico, pues aúna el viaje y la guerra como telón de fondo, sin que ésta apenas aparezca como realidad histórica o política, casi pasando de puntillas por un acontecimiento que adivina tremendo, lo que dice mucho del carácter del autor. Un escritor que ya en fechas tan tempranas como 1943 y con notable anticipación cita en sus páginas a personajes entonces tan incitables como Federico García Lorca, quien aparece expresamente aludido en la introducción, o que acude gustoso a la autoría de Ramón Gómez de la Serna al escribir sobre Madrid. Hay en sus páginas un tono memorialístico, aunque muy contenido, que en ocasiones más parece de diario, y que en otras deja entrever algo del que podemos llamar Grand Tour bélico de Nadal, si bien, en realidad, la mayor parte de las páginas son antes un relato escrito en la guerra que dedicado a ella, ya que la experiencia personal y el propio conflicto permanecen en un segundo plano y surgen sólo en alguna ocasión muy aislada. Diríamos que es la visión de Valencia desde las alturas de las nevadas trincheras del Maestrazgo o las sentidas referencias, con espíritu de reconciliación, dedicadas a las jotas que cantaban los combatientes de ambos bandos.

Aún más apreciables son sus descripciones del paisaje, especialmente del castellano, como las referidas, por citar algunas, al entorno de Pancorbo, en las que combina el 98 machadiano y el 27 de Gerardo Diego: «Y los álamos —delgados, trémulos, señoriles— se asoman de nuevo a los regatillos». Un tono poético muy delicado que alcanza niveles notables en los párrafos dedicados al burgalés Paseo de la Isla, pero que aparece una y otra vez al describir los paisajes que cruza antes que en las páginas dedicadas a las ciudades, en las que la lírica cede ante la historia con mayor frecuencia. Tanto esta capacidad literaria como el despliegue ensayístico y erudito dan lugar a un libro de viajes que anticipa a los realizados con posterioridad por Dionisio Ridruejo, Álvaro Ruibal, Víctor de la Serna y Gaspar Gómez de la Serna, ya citados, en los que se pueda detectar cierta presencia e influencia de Ciudades en España.

Como tantos otros personajes de su época, la mentalidad de Eugenio Nadal no deja de ser contradictoria, pues, junto a su consideración del crecimiento experimentado por España en el reinado de Alfonso XIII y sus páginas dedicadas a la ciudad como espacio de convivencia, hallamos un tono antimoderno, agrarista, antiurbano y antiindustrial, principalmente, al escribir sobre Madrid, Castilla y las ciudades castellanas. Es ésta una constante en el pensamiento conservador español de la que ya nos hemos ocupado, que rebrota con fuerza en los días de la República y, sobre todo, de la Guerra Civil, impregnando las ideas y la literatura de los sublevados incluso más allá del fin del conflicto.[11] En el imaginario conservador, la ciudad, y en concreto Madrid, aparece como el espacio del liberalismo y de las masas y la industria, de las transformaciones y de la técnica, que con el tiempo no tardaría en hacerse revolucionaria y extranjera. Una idea que culmina en el concepto de Madridgrado —la novela de Francisco Camba publicada en 1939—, que se acuña en la literatura de los sublevados tras el fracaso del levantamiento de julio de 1936 y del intento de conquista de la capital en noviembre. Una idea que, además del rechazo de la revolución y de la vida en las urbes modernas, en algunos casos tiene un intenso contenido ruralista de carácter reaccionario, como sucede con Nadal, quien señala que es la industria la que está en el origen de pensamiento revolucionario y de los conflictos subsiguientes. No obstante, y al contrario que en otros muchos escritores franquistas, no se encontrará en Nadal ningún rasgo de antimadrileñismo.

En la noción de Castilla que tiene Eugenio Nadal, destaca la presencia de Burgos, la ciudad que, a su juicio, mejor resume la historia de España y que mejor combina historia, tradición y modernidad, aunque muestra su preferencia por Segovia —«serrana y campesina»—, en la que afirma están presentes los valores de Castilla: monarquía, religión, milicia y corte. Como se ve, Nadal se incluye en la muy conservadora tendencia castellanista que recupera el fascismo español durante los años de la República, con un contenido más político que estético, que estudió hace tiempo de manera magnífica Javier Jiménez Campo en su obra El fascismo en la crisis de la II República (Madrid, 1979).

Una de las bestias negras de Eugenio Nadal, que hallamos especialmente al referirse a Madrid, a Burgos o al que se refiere como un «León modernizado», es la arquitectura racionalista o funcionalista, como la llama. Para el escritor, las construcciones de aire lecorburseriano son la expresión más negativa de la ciudad contemporánea, un estilo que considera ajeno al espíritu español y uniformizador «que está destrozando tantas ciudades de España», por lo que no es de extrañar que la Gran Vía madrileña le espante. Unos sentimientos de antimodernidad y antimadrileñismo, de crítica de la ciudad contemporánea que comparte, entre otros muchos, con Ernesto Giménez Caballero, que pasó del vanguardismo de La Gaceta Literaria al fascismo de El Robinson Literario, azotando, por ejemplo, a Le Corbusier, una de sus fobias más destacadas de la modernidad. Unas fobias que desde 1936 dejaron de ser inocentes, que revelaban el conservadurismo del fascismo español, que ni siquiera apreciaba el racionalismo mussoliniano que, en esos días, culminaba en los edificios de la Esposizione Universale Roma. Muy al contrario, pues, coincidiendo con los trabajos de la EUR, Nadal no desaprovecha ocasión para mostrar su rechazo hacia la arquitectura racionalista allá donde se la encuentre, sea en León, en Burgos, en La Coruña o en Madrid. Y es que a Nadal lo que le interesa, como declara de manera expresa, es lo medieval, sean los siglos del románico que encarnan León, Ávila o Burgos o el otoño medieval de Segovia. Fuera de eso, el entusiasmo se reduce incluso al tratar de la renacentista y barroca Salamanca. Naturalmente, y en plena coincidencia con Ortega, considera el siglo xviii un siglo extranjero, «de molde ajeno», mientras que identifica el xix con el de la aparición del odiado liberalismo, origen de todos los males de España.

Como se ve, un personaje plural y paradójico como tantos otros, fiel a unos ideales de la época, que lo llevaban de Falange a la devoción cristiana, pasando por la monarquía y la germanofilia. Por si fuera poco, desde Cataluña despliega el españolismo que sitúa en Castilla el núcleo originario de la nación, de acuerdo con el impulso surgido con los del 98, seguido por Ortega y el fascismo español. Sin embargo, unos párrafos después, se declara partidario de las que llama peculiaridades de las regiones de España y llega a decir de manera expresa que «hay que rectificar la idea unitaria y parcial que se tiene de España». Una especie de anticipo, por tanto, del sistema territorial alumbrado por la Constitución de 1978 y que hoy está en el centro de todas las polémicas. Lo que no impide que Ciudades en España, con todo el lastre de la época, no muy pesado por otra parte, sea un magnífico libro de viajes que recoge mucho de lo mejor del género tal y cómo se practicaba por los escritores jóvenes de la generación del 36, próximos al falangismo, que tanto miraron a sus maestros de finales del siglo xix y a la dominante figura de Ortega y Gasset.

 

[1] Mónica Carbajosa y Pablo Carbajosa, La corte literaria de José Antonio. La primera generación cultural de la Falange, Madrid, 2003.

[2] Entre todas destacan El viajero y su sombra (1940), Melodía italiana (1943) y Elegías europeas (1949).

[3] De Roncesvalles a Compostela (1965) y Caminos de la Mancha (1966).

[4] Crónicas de andar y ver (1973), Albacete, tierras y pueblos (1983).

[5] Donde las Hurdes se llaman Cabrera (1964), Nueva York. Nivel de vida, nivel de muerte (1970), Gracia y desgracias de Castilla la Vieja (1976), Las Américas peninsulares. Viaje por Extremadura (1986).

[6] Los pueblos y las sombras (1972), El tiempo retenido (1974), León (1982).

[7] «Geografía, literatura e ideología en la segunda mitad del siglo xx: las “Guías de España” de Ediciones Destino», Estudios Geográficos, lxix, 265, pp. 417-452, julio-diciembre de 2008.

[8] Josep Pla (Guía de la Costa Brava, 1941-1948, Mallorca, Menorca e Ibiza, 1950); Carlos Soldevila (Barcelona, 1951); Pío Baroja (El País Vasco, 1953); Juan Antonio Cabezas (Madrid, 1954); Carlos Martínez-Barbeito (Galicia, 1957); José María Pemán (Andalucía, 1958); Josep Pla (Cataluña, 1961); Joan Fuster (El País Valenciano, 1962); Gaspar Gómez de la Serna (Castilla la Nueva, 1964); Claudio de la Torre (Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, 1966); Alfredo Reyes Darias (Tenerife, La Palma, La Gomera, El Hierro, 1969); Dolores Medio (Asturias, 1971); José Vicente Mateo (Murcia, 1971); Dionisio Ridruejo (Castilla la Vieja, 1974); Santiago Lorén (Aragón, 1977) y Álvaro Ruibal (León, 1982).

[9] Aunque la confusión es habitual, revela que muchos de los citadores de Nadal no han leído Ciudades en España o lo han hecho de forma apresurada, pues el propio escritor explica en sus primeras páginas el porqué de ese título. Es lo que sucede con la entrada que le dedica recientemente a Eugenio Nadal cierto Diccionario biográfico, por cierto, tomada en gran parte del artículo de Juan Ramón Masoliver, en la que ni siquiera se señala su participación en la guerra, a la que, por otro lado, alude el propio Nadal en su libro, ni su proximidad a Falange y a personajes tan significativos como Eugenio Montes.

[10] «La retórica del poder en Destino. Entre el periodismo y la literatura (1939-1944)», ponencia presentada al Congreso Falange. Las Culturas Políticas del Fascismo en la España de Franco (1937-1982), 2011.

[11] Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad, del 98 a la posguerra, Madrid, 2010, y el volumen posterior, que recoge los capítulos dedicados a la República y la Guerra Civil, Los años de Madridgrado, Madrid, 2016.

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