2009

10 de noviembre

Si mi éxito dependiera de mi trabajo, podría luchar por conseguirlo. Pero, en gran parte, depende de un orden de cosas en el que no tengo lugar (¿qué lugar hay para una escritora que no es ni de las de escote y simpatía ni un genio?), que me parece injusto y detestable, y contra el que me siento impotente. A veces creo que este diario es un mensaje en una botella, para que lo recojan otras mujeres, en el futuro, y así sentirme menos impotente y menos sola.

 

4 de diciembre

Muchas cosas, que voy a anotar en desorden. Este diario a veces es un cajón de sastre, un trastero en el que voy arrojando cosas, confiando en algún día entrar, encender la luz y, con paciencia, ir seleccionando lo que vale la pena.

 

30 de diciembre

Pasar unos días de viaje siempre me produce la misma impaciencia de llegar a casa y escribir, de aprovechar y transformar lo vivido, de elaborarlo. Sensación urgente, imperiosa, de que tengo que añadir o encontrar en la realidad algo de lo que carece o que no se ve a simple vista. De que a la realidad en bruto le falta algo: sentido, imaginación, belleza… Así en crudo es sosa, decepcionante; es como si quisiera decir algo y no pudiese, estuviera a punto de decirlo, pero necesita que yo lo haga, que la descifre. Y hasta que lo hago (aunque sólo sea en forma de diario) no me quedo tranquila.

 

2010

1 de marzo

Qué gran refugio, qué gran consuelo es el diario… ¿Por qué? Para empezar porque puedo escribir lo que quiero, sin tener que moldearlo, recortarlo, adaptarlo a las normas de un género, el que sea; ni me siento obligada a escribir bien. Porque no tengo que agradar, convencer, porque aquí nadie me juzga. Porque me hago compañía a mí misma.

 

2011

25 de abril

He leído un par de reseñas del diario de Sontag y una vez más me doy cuenta de la tendencia reinante a desdeñar a las mujeres: en un periódico decían que Sontag lee para compensar sus fracasos amorosos (!); en otro, que sus amantes la despreciaban… Lo tomo como aviso para navegantes para cuando yo publique el mío. Es mejor que no incluya ninguna escena patética; que ponga en el buscador «llanto», «llorar» y los quite todos. Y aun así…

 

7 de julio

Leo el diario de Juan Bernier; es interesante (qué terrible fue la guerra, aunque creamos saberlo, el horror y el absurdo y las miles de historias a cuál más trágica no dejan de cogernos desprevenidos cada vez) y está bien escrito, si bien el noventa por ciento son relatos de cómo conoce a un «muchacho» (siempre de entre trece y diecisiete años) y lo que pasa después, bastante parecido (le propone un paseo, el chico adivina sus intenciones, se zafa, o bien van a un parque o a un urinario, el chico cuenta que se inició con un hombre mayor o con un primo o con un amigo, Bernier en algunos casos le da dinero…); quizá a un lector homosexual le resulte excitante, pero yo lo encuentro bastante monótono; los mejores pasajes (que no son, en general, los de este tema, sino otros, la descripción de un momento de belleza y misterio en una iglesia, por ejemplo) están muy evidentemente influidos por Gide (el Gide más joven, el del viaje a Bretaña o el de Amyntas) y son inferiores al modelo.

Tengo que ir con cuidado de que el mío no sea igualmente obsesivo —con otro tema—; no lo digo sólo porque piense en publicarlo (que sí pienso), sino porque sé por experiencia que, si siempre hablo de lo mismo, me aburro al releerlo.

 

30 de agosto

El taller sobre diario íntimo, que empecé ayer en Fuentetaja (tengo ocho alumnos: un señor, que es minusválido y participa por Skype, y siete mujeres, algunas de un excelente nivel; me lo paso tan bien que seguramente por eso gano tan poco dinero, quiero decir, que en mi vida profesional escojo siempre lo que me interesa, lo que más satisfacciones me da, aunque esté —y suele estarlo— mal pagado…), me hace preguntarme por qué me gusta tanto este género. A ver… Dos cosas. Una: el relato —sea cuento, novela, autobiografía— se construye sobre un sentido ya encontrado; un sentido que, para empezar, es el criterio con que se seleccionan los hechos que se van a narrar, desechando otros posibles. El diario, en cambio, está más acá de esa frontera: son vivencias que todavía no se han seleccionado, no se han entendido; y en la medida en que toda selección es una intervención, y todo sentido es hasta cierto punto forzado, el diario es más auténtico que cualquier narración. Dos: un diario en verdad íntimo es violento, es crudo, es salvaje; a su lado, cualquier otro género, o casi, parece correctito, bien educado, convencional… Pero justamente eso, esa intimidad en bruto, con su ganga y barro, es lo que no estoy encontrando en los diarios que llevo leídos estos últimos meses para el artículo de Revista de Libros. Son todos muy compuestos y maquillados, muy para el público, no contienen ni una línea que no pudiera publicarse tal cual en el periódico del día siguiente. No hay conflicto y, por lo tanto, no hay tensión… Pueden ser entretenidos —lo es el de Trapiello, también el de Sánchez-Ostiz, incluso el de García Martín—, pero de íntimos, nada; lo son sólo el de Sontag y el de Donoso: no por azar, los póstumos. Lo cual me da ganas de irrumpir con mi diario, lo menos censurado y retocado posible, en ese salón de té; ése sería mi «pistoletazo en un concierto».

 

2013

21 de enero

Hoy en El País Semanal, Cercas elogia los dietarios de Vidal-Folch por crear un personaje de «caballero distinguido, irónico, desencantado y vagamente otoñal, sarcástico con los poderosos y compasivo con los humildes y los indefensos». Ése es el diarista o memorialista que les gusta a los hombres: autosuficiente, seguro de sí mismo, el que siempre tiene razón, como dice Anna. Tiene toda una tradición, claro, desde el marqués de Bradomín hasta Umbral, pasando por docenas de otros… No sé si les gustará mi diario, tan distinto. No creo. En fin, supongo que no lo leerán. Debo dejar de lado la rabia y tomármelo como quiero tomarme siempre estas cosas: como un ejercicio sociológico, un case study, una pieza del rompecabezas que voy construyendo de manera meticulosa y que, una vez completo, me tiene que dar la respuesta a por qué hay muchas menos mujeres que hombres que publiquen libros. El libro de un hombre recibe un espaldarazo, una difusión, que no habría tenido probablemente uno equivalente de una mujer. ¿Por qué? Porque quienes escriben en los periódicos son principalmente hombres, y estos hombres se sienten más cómodos, identificados con, se interesan más por los libros, autores, personajes masculinos que femeninos. Yo no soy un «caballero», y no existe el personaje de la «señora desencantada, otoñal, sarcástica», etcétera. Y hay que añadir otra cosa: Vidal-Folch es influyente, ha tenido, por ejemplo, un programa de libros en televisión, a Cercas le conviene estar a buenas con él, hoy por ti mañana por mí… No sé si eso me parece mal… ¿No lo practico yo también? A menor escala, cierto, pero…

Bah. Entre tanto me preparo un año estupendo, con un viaje a Brasil (por el momento a Porto Alegre con escala en Río; con un poco de suerte, si me invitan los Cervantes, pasaré en Río unos días y alguno en Brasilia) y otro a Canadá.

 

19 de marzo

El jueves pasado en Oviedo con Rossy de Palma. Ovidio Parades había organizado un ciclo de encuentros literarios: tres conferencias de una escritora seguidas cada una por una lectura a cargo de una actriz (Maruja Torres con Charo López, yo con Rossy, Ángeles Caso con Blanca Romero).

El acto, en un antiguo mercado de pescado, Trascorrales, fue muy bien: estaba lleno, unas doscientas personas (noventa y cinco por ciento mujeres, claro); yo hablé de mi diario, de mi búsqueda de identidad (en esos años, expliqué —lo acababa de entender— estaba intentando saber qué tipo de escritora y de mujer quería ser), estuve convincente, me aplaudieron mucho, pensé: «Esto es el éxito»…

 

15 de mayo

Estoy eufórica con la publicación del diario. Más que con la de otros libros. Voy a ver si consigo explicar(me) los motivos.

Hay uno superficial, que me da cierta satisfacción, y es el de haberme abierto paso a codazos en un selecto club de caballeros en el que mi presencia seguramente no es bienvenida, pero del que no me pueden echar, por más que me vean como una intrusa que hace cosas tan poco chic, tan disonantes entre sus sofás de terciopelo y sus maderas nobles, sus periódicos ensartados en barras de madera, sus juegos de dominó y sus puros en la penumbra junto a la chimenea, como confesar que tiene envidia o que se siente fracasada, que intenta escribir una novela y no le sale, o que llora cuando le viene la regla.

Y, sobre todo, el diario me da una gran sensación de poder: sin pasar por la construcción, la mentira, el juego, los buenos modales de inventar una novela (aunque sea autobiográfica), convierto mi vida en literatura, me convierto a mí misma y convierto a los demás —si bien no lo quieran y a veces ni siquiera lo sepan— en personajes literarios, de forma instantánea, como con un toque de varita mágica. Nos convierto en inmortales. Es un poder vertiginoso.

Y otra cosa, al publicarlo, tengo la sensación de que voy a crear un grupo de lectoras y lectores que se van a implicar en mi vida, se la van a tomar como algo personal, y eso me hace sentirme acompañada, arropada.

 

29 de mayo

Me entrevistó Pedro Vallín, para La Vanguardia. Una entrevista realmente, excepcionalmente incisiva y, por eso, estimulante: se había leído el libro, lo había entendido, había reflexionado sobre él. De las muchas preguntas inteligentes que me hizo destaco una: si la publicación del diario antiguo va a modificar en algún sentido la escritura del diario actual. Y creo que, en efecto, así es; no tanto por la publicación como por las reacciones que suscita. Por ejemplo, me doy cuenta de que algunas personas al leerlo se fijan mucho en lo que digo de la ciudad, ven en el diario un testimonio del Madrid de los primeros noventa; pues bien, esa dimensión testimonial, que en esa época era desde luego involuntaria, supongo que ahora la desarrollaré.

 

21 de octubre

Tengo muy claro que no me voy a amargar la vida como Dorothy Parker por no haber escrito una gran obra dentro del género que se consideraba superior (la novela), desdeñando sus logros en otro género (el cuento). Al fin y al cabo, la gran obra de Pla o la de Anaïs Nin es su diario, y en gran parte la de Gide también, o sea que…

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