UN HOMBRE DISCRETO
Perteneciente a una dinastía de magistrados, hijo y nieto de fieles servidores del régimen almorávide, el joven Averroes (1126-1198) se posicionó en favor de la revolución almohade que vino de África y acabó conquistando su país. Su rebeldía política tenía una agenda intelectual: extender su actividad filosófica más allá de las disciplinas árabes tradicionales. Los retratos medievales lo muestran barbudo y aturbantado (una moda bereber que, como nuestras corbatas de hoy, era en al-Ándalus signo de prestigio y distinción), pero, al parecer, no se preocupaba mucho por su aspecto, ni siquiera cuando ocupó cargos públicos. No tuvo una vida romántica o novelesca, sus biógrafos destacan su capacidad de trabajo: «Desde que tuvo uso de razón no abandonó la reflexión ni la lectura, salvo el día en que murió su padre y el de su boda». Averroes se casó y tuvo al menos dos hijos (el islam condena el celibato), aunque no fue polígamo. De corta estatura, destacaba por su fortaleza de espíritu y un carácter discreto y equitativo. No aprovechó su lugar entre los príncipes para amasar una fortuna (la corrupción era entonces frecuente) y carecía de esa jactancia tan arraigada en el mundo árabe preislámico. Sentía devoción por su tierra, su clima y sus habitantes, «que es más parecida a la tierra de los griegos que a Irak», donde se encuentran los tipos más equilibrados, que se reconocen por el color de la tez y la suavidad del cabello, raros en Arabia, donde se acostumbra a llamar blancos hasta a los pelirrojos. «En al-Ándalus los descendientes de árabes y bereberes han sido equilibrados con los naturales de esta tierra, y por ello se han multiplicado las ciencias entre aquéllos». El agua del Guadalquivir era más clara en Córdoba que en Sevilla, más delicada su lana y sus frutas más sabrosas. Alá ha dotado a gallegos y bereberes de una ceguera voluntaria y turbulenta y sus países eran indiferentes a las ciencias. Sin embargo, tanto el clima como la situación de al-Ándalus lo convertían en un lugar privilegiado para las actividades del espíritu. Averroes supo ser crítico con su propia etnia. Nunca le interesaron los orígenes míticos de los pueblos (pese al mito del Corán) y no creía que los árabes fueran uno privilegiado. Habían sido los encuentros con otros pueblos, entre ellos los visigodos, los que los habían encaminado hacia las ciencias.
EL COMENTARISTA
Averroes será recordado como comentador de Aristóteles y, aunque no sabía griego (tampoco lo sabían la mayoría de los filósofos islámicos de su tiempo), supo leer al estagirita de un modo original. Elaboró una singular «filosofía de la imaginación» que fascinaría a Siger de Brabante y Boecio de Dacia, los «averroístas latinos». Las ideas que pusieron en juego eran peligrosamente paganas: el mundo es eterno; el alma se compone de una parte individual y otra divina y la individual no es eterna; todos los hombres comparten un mismo intelecto divino, la resurrección de los cuerpos no es posible. Unas ideas que alimentarán los debates escolásticos y que alcanzarán a Pico della Mirandola y Giordano Bruno. Todo ello debido en gran medida a las ambigüedades de Aristóteles respecto al alma, que repasaremos a continuación y que hicieron proliferar las especulaciones y los comentarios.
Formado como jurista, su gran pasión es la especulación filosófica, en la que se mueve con entera libertad. Una actitud que lo llevará a caer en desgracia, víctima del fanatismo de ulemas y alfaquíes, al final de su vida. Perseguido públicamente, sufre condena y destierro (un par de años en Lucena) y sus obras son anatemizadas. Desconocemos de qué fue acusado, se ha mencionado su devoción por el helenismo y el consiguiente abandono de la religión. Se lo acusó de afirmar que Venus era un dios, de mofarse de una profecía que anunciaba un cataclismo, de la falta de cortesía con el soberano (al que llamó rey de los bereberes y no monarca universal), de su amistad con el hermano del sultán. Pero también tuvo enemigos entre los hombres de ciencia. Averroes combatió las inclinaciones neoplatónicas de Avicena y su rivalidad fue legendaria, lo que dio lugar a la historia rocambolesca de un posible encuentro que nunca llegó a ocurrir.
En su orientación filosófica, Averroes sigue la senda marcada por Ibn Bayyah, Avempace. Este aragonés de la frontera norte, nacido en la taifa de Saraqusta, hijo de una humilde familia de plateros, llegará a visir del gobernador almorávide. Destaca en la música y en la botánica y por ser un aristotélico empedernido. Hombre de temperamento, ensalzado y vituperado a partes iguales, dejó la mayor parte de sus obras inconclusas. El avance de las tropas de Alfonso I el Batallador lo obliga a emigrar a Játiva, Almería y Orán. Muere en Fez, probablemente a causa de una berenjena envenenada. Avempace es quizá el primer gran filósofo de al-Ándalus, tiene el reconocimiento de Maimónides y Abentofail (Ibn Tufail) y su influencia llegará hasta Alberto Magno y Tomás de Aquino. Como ocurrirá más tarde en el Renacimiento, su inquietud humanística lo llevará a iniciarse en la poesía, la medicina, la astronomía y las matemáticas, aunque el meollo de su actividad será la falsafa, que es como los árabes llaman a la filosofía de origen griego. Azote de los místicos, sostuvo que había sustancias desprovistas de relación con la materia que el intelecto podía detectar. Defendió la posibilidad de una iluminación intelectual y la existencia de un lazo que permitía al alma unirse con el intelecto agente, aquí abajo, en este mundo, alcanzando, así, la perfección. El supuesto es simple: hay una parte de la mente que es divina y ella debe ser el nexo, el cordón umbilical, de la unión suprema. Entonces la persona individual ya no cuenta, pues el intelecto constituye una unidad de la cual los individuos participan. Estas ideas influirán decisivamente en el joven Averroes. También la presencia en la corte de Abentofail, enigmático personaje que firma una de las primeras grandes novelas de la historia de Europa, El vivo, hijo del vigilante (más conocida como El filósofo autodidacta), precursora de Segismundo y Robinson Crusoe. Una obra que circuló en hebreo durante la Baja Edad Media y que encargará traducir Pico della Mirandola. Su protagonista crece solo en una isla desierta, donde asciende del conocimiento empírico al científico y de éste al místico. Abentofail introdujo a Averroes en la corte almohade, presidida por un califa amigo de las ciencias y la filosofía, que lo animó a que hiciera accesibles las ideas de Aristóteles.
ALMA Y ENTENDIMIENTO
Desde que inicia sus lecturas de Aristóteles, gracias a las traducciones realizadas en Persia, la naturaleza de la mente será un tema recurrente en Averroes y acabará por convertirse en obsesión. Llega a comentar hasta tres veces el De anima de Aristóteles, deteniéndose especialmente en un fragmento del libro tercero, de apenas una docena de líneas, que ha sido objeto de diversísimas interpretaciones y cuyo interés traspasaría las fronteras de la cultura islámica, como prueba el hecho de que los trabajos de Averroes, destruidos por sus enemigos árabes, fueran conservados en caracteres hebreos o en traducciones latinas.
El clima en el que trabaja no es del todo propicio. Todavía resuenan las invectivas de Algacel contra los filósofos, a los que considera incapaces de demostrar que el alma es una sustancia espiritual, autosubsistente e incorpórea. Para contrarrestar las ideas del teólogo persa, Averroes redacta una defensa de la filosofía. Admite, sin embargo, que «la cuestión del alma es oscura y que Dios sólo ha otorgado el privilegio de penetrarla a sabios inquebrantables». Reconoce, además, que su posible inmortalidad es «un problema demasiado sublime para el entendimiento». Un posicionamiento que no excluye las creencias: hay filósofos «cuya fe no destruye su pensamiento y cuyo pensamiento no destruye su fe» y, al mismo tiempo, proclama que el más grande de todos ellos fue Aristóteles, que dejó en el aire si el entendimiento era o no una parte del alma.
Pese a esa docta ignorancia preliminar, Aristóteles ha heredado el optimismo de su maestro. Un optimismo que, en lugar de metafísico, es epistemológico: el hombre puede conocer el mundo tal cual es. El entendimiento (noûs) es capaz de convertirse en todas las cosas. Como posibilidad, el intelecto es capaz de recibir todos los conocimientos y ser potencialmente todas las cosas. En ese sentido, es una especie de «materia» (de ahí que Averroes llame al entendimiento potencial «material»). Pero, tras afirmar que dicho entendimiento es parte del alma, Aristóteles lo caracteriza como «impasible» (capaz de recibir todas las formas sin experimentar cambios), «simple» (o puro, para ser capaz de albergarlo todo —podría haber dicho, como en el samkhya, sin contenido—) y «separado» del cuerpo (de otro modo se vería afectado por las transformaciones del mismo y su ulterior decadencia).
Además, Aristóteles creyó que había en el universo físico un «factor» que llevaba las cosas de potencia a acto. Una transición que debía estar también presente en el alma. Ese factor lo denominó noûs poietikós, término que fue traducido por «entendimiento agente» o «intelecto creativo», para distinguirlo del potencial (material), que tiene una naturaleza receptiva. Cuál es la relación entre ambos y dónde se establecen sus límites es algo que no aclaró y que fue objeto de discusión durante siglos. Alejandro de Afrodisias y Plotino identificarían el intelecto activo con Dios.[1] Teofrasto y Simplicio con un principio inmanente que residía en el alma. Otros, como el materialista Estratón, lo vincularon al cuerpo, identificando pensamiento y sensación.