NAUFRAGIO Y RESURGIMIENTO

La caída en desgracia de Averroes coincidió con la decadencia de la cultura almohade y la degradación general de al-Ándalus. Hacia el final de su vida, sus enemigos hicieron circular el rumor de que el califa había ordenado su muerte. Encargaron a un poeta de la corte unas sátiras que le recriminaban haber traicionado la religión. Un día de otoño, acompañado por su hijo, fue expulsado de la mezquita durante la oración de la tarde. Lo acusaron de plagio y de anteponer el juicio de la filosofía al del Corán. Mientras tanto, Al Mansur, acosado por Alfonso de Castilla, libraba batallas en Extremadura, Plasencia, Talavera y Toledo.

El viejo ulema llevaba toda su vida enfrentando los mismos problemas que enfrentarían el rabino Maimónides y el dominico Tomás de Aquino. Permaneció hasta su muerte convencido de que la visión de Aristóteles era la que mejor daba cuenta de la realidad, de ahí que le interesara mucho más la metafísica que la astronomía («cuyo modelo se conforma al cálculo, no a la verdad»), e intentó reconciliar la eternidad del mundo aristotélica con la tesis creacionista del Corán, y la solicitud del supremo intelecto agente hacia todos los seres (que protegía a la especie, no al individuo) con el destino del alma tras la muerte.

Si Averroes no logró lo que lograría más tarde Tomás de Aquino (conciliar lo irreconciliable, el paganismo aristotélico con el credo monoteísta) no fue por falta de genio, sino más bien por el clima intelectual que lo rodeaba. Los tiempos cambiaban, el secretario del sultán redactó un decreto que condenaba a quienes se ocuparan de la filosofía, a los que se consideraba peores que «las gentes del libro» (judíos y cristianos). El que antaño había sido el más prestigioso alfaquí se vio obligado a exiliarse a Lucena, una pequeña ciudad a un centenar de kilómetros de Córdoba, que albergaba una importante escuela rabínica y cuya población era, en su mayoría, judía. Los almohades habían prohibido el culto a otras religiones, lo que había provocado un declive de la ciudad. Ese acoso a la filosofía dentro del mundo almohade provocó que Averroes no tuviera dentro del islam la repercusión que tuvo entre los judíos de Cataluña y Occitania y, posteriormente, entre los «averroístas latinos» de la Universidad de París.

Las campañas del califa habían logrado llegar hasta Guadalajara. Al Mansur pasó el invierno en su castillo de Aznalfarache y, a mediados de febrero, regresó a Sevilla con su corte. Reorganizó las defensas y puso en orden los asuntos con León y Castilla, regresó a Marrakech, donde cayó enfermo. Coronó a su hijo y se retiró de la vida pública, consagrándose a actos de piedad y a promulgar edictos contra los judíos. Acuciado por los remordimientos de crímenes del pasado, el califa convocó a Averroes a Marrakech con el propósito de indultarlo. Allí moriría el filósofo en 1198, sin haber podido regresar a su amada Córdoba. Sus restos fueron exhumados y trasladados a la capital andalusí. Ibn Arabí vio montar el cadáver a lomos de una bestia de carga, equilibrado, al otro lado de la albarda, por el peso de sus manuscritos.

 

LEGADO

La derrota de las Navas de Tolosa en 1212 supuso el final de la epopeya almohade y la caída progresiva de sus plazas a manos de ejércitos cristianos. Sólo subsistió un pequeño reino en Granada. Pero la cruzada intelectual no había hecho más que empezar. Doce años después de la muerte de Averroes en Marrakech, la Universidad de París prohíbe (por primera vez, no será la última) la enseñanza de Aristóteles. Tomás de Aquino todavía no ha nacido. En 1230 Guillermo de Auvernia cita por primera vez al cordobés; quince años después, Inocencio IV prohíbe leer a Aristóteles en Toulouse. En 1263 aparece por vez primera el término «averroísta», lo utiliza Alberto Magno. Por esa época estudia en París el que será el más célebre de los averroístas latinos, Siger de Brabante. En 1265 es nombrado magister artium y poco después lo cita la Inquisición. El obispo Tempier condena doscientas diecinueve proposiciones, la mayoría de averroístas y aristotélicos «radicales». Siete años después es asesinado en la corte papal de Orvieto, donde había acudido a resolver su situación, por su amanuense, supuestamente enloquecido. Al final de su tratado sobre la unidad del entendimiento, Siger confiesa su ignorancia sobre estas cuestiones, no sólo en lo que respecta a la opinión de Aristóteles (oscurecida por sus ambigüedades), sino también acerca de la postura racional sobre el tema. No obstante, cierra el tratado con un elogio del estudio y la lectura, «pues vivir sin las letras es la muerte y la sepultura del hombre malvado». Poco después, Siger reaparecerá en el paraíso de Dante, como quintaesencia de los filósofos, junto al Aquinate y Dionisio Areopagita.

La cuestión de fondo, la que preocupa a la Iglesia oficial, es la unidad del entendimiento. Sobre la eternidad del mundo Tomás de Aquino ofrecerá una solución parecida a la kantiana: no se puede dirimir mediante la razón, es la fe la que decide. Aristóteles había afirmado en su Física que no existían razones para que el mundo haya comenzado a ser y no haya sido siempre; del mismo modo, no hay razones para creer que una especie como la humana haya comenzado a ser cuando nunca fue. Siger sigue a Aristóteles al concebir un intelecto agente trascendente, inmaterial, eterno y uno (que no se multiplica por la proliferación de los cuerpos), originado inmediatamente de la primera causa. Ese intelecto agente es el que hace posible el conocimiento humano, el que asegura el orden de las representaciones sensibles (phantasmata).

Aunque el primer averroísmo consideró que el entendimiento agente era parte del alma, el segundo postula su unidad y separabilidad. Ya hemos visto que en ocasiones Aristóteles parecía separar la potencia intelectiva del alma de la vegetativa y sensitiva. En otras parecía aproximarse a Anaxágoras, que había concebido un noûs sin mezcla, desprovisto de cualquier tipo de naturaleza, para poder recibirlas todas. Avicena mantendrá esa distinción entre el alma sensitiva y vegetativa y la angélica o divina. En ambos casos parece que el noûs es algo que resuena en el alma, no que la constituye.

Esa unidad del entendimiento para todo el género humano (monopsiquismo) será uno de los anatemas de la época. Será rechazado por Buenaventura, Alberto Magno y Tomás de Aquino. El napolitano objetó que ello supondría hacer del hombre no el sujeto, sino el objeto del pensamiento. Con la querella sobre la unidad del entendimiento empieza a gestarse una idea esencial de la antropología europea que supone, en cierto sentido, el parteaguas entre Oriente y Occidente. Frente al hombre que piensa, el pensado; frente al hombre que ve, el visto (iluminado). La afirmación del individuo frente a la recepción afectiva de las formas. Occidente se configurará refutando a los averroístas. Tomás de Aquino hará de la sustancia humana el «lugar» del pensamiento y con ello marcará el destino civilizador de Europa. Una lógica de la inmanencia que deriva en el «Yo pienso» cartesiano, fundamento de la noesis occidental, de la fiscalización de las voces y del voluntarismo moderno (no sólo puritano, también nietzscheano). Habrá disidencias (Spinoza, Leibniz, Berkeley), pero no serán del todo comprendidas o asimiladas, no tendrán una influencia significativa en la historia de las ideas de este lado del mundo.

Lo que propusieron los averroístas se parece más a las visiones budistas y junguianas. El intelecto no necesita de un sustrato que lo haga real, pues el universo y el hombre tienen una naturaleza mental. El intelecto uno deviene pensamiento «de alguien» en el mismo sentido que deviene pensamiento «de algo». Con la refutación del averroísmo, la mente dejó de ser teatro (o cueva de resonancia de antiguos ecos) para convertirse en voluntariosa fuente, personal e intransferible, de la sustancia del sujeto. Aunque el teatro siempre retorna. Lo hará a principios del siglo xx con el renacimiento de la piscología profunda y el estudio de los vínculos entre la estructura de la psique y las manifestaciones históricas y culturales. Se incorpora a dicho estudio todo lo aprendido por la antropología, la alquimia, las tradiciones místicas, el onirismo, la mitología y el arte.

 

PENSAR, IMAGINAR

Pero no nos adelantemos. Antes de todo ello, hubo un momento de la historia de Europa en que la imaginación tuvo un protagonismo inédito en la definición de lo humano. Un momento en el que se constató que lo que hace personal y singular una vida son sus fantasmas, y que la vida misma, efímera y pasajera, emana de un acto de la imaginación.

Ya lo hemos dicho, Aristóteles había dejado escrito que no es posible pensar sin imágenes. A la hora de pensar, el alma recurre a los fantasmas, imágenes presentes en la facultad imaginativa.[4] Si bien es cierto que el pensamiento ciego es posible, en los algoritmos y abstracciones matemáticas, cuyo desenvolvimiento es, en cierto sentido, «mecánico», cuando queremos otorgarle significado, hemos de recurrir a imágenes. Pensemos en la teoría de la relatividad general. Tras el desarrollo ciego de las ecuaciones, Einstein llega a una fórmula «visible» por su sencillez, E = mc2. Es entonces cuando se entiende la equivalencia entre masa y energía. Y ese comprender supone imaginar un cuerpo que se deshace en fuego o radiación, y esa misma radicación que se cuaja o solidifica, como una lava fría, en un pedazo de materia. En ambos casos recurrimos a los phantasmata.

El viaje del alma es un viaje imaginal, un viaje a través de una distribución de colores y tonalidades (luz y oscuridad en el caso de la teoría de la luz de Goethe) más que uno a través de sonidos o abstracciones. La unidad del intelecto que concibieron los averroístas latinos profundiza en esa condición imaginal del alma y dejará su impronta a lo largo de toda la Baja Edad Media. El hombre vive y muere por sus imágenes. Son ellas los materiales de los que está hecho el sujeto. No hay un yo antes de esas imágenes (Whitehead dirá que el color es un «objeto eterno»), sino que son precisamente éstas las que configuran la personalidad (el alma como un hatillo de visiones). El pensamiento especulativo y abstracto sería una de las evoluciones posibles a partir de ese fondo imaginal.

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