POR JAIME NUBIOLA
El interés por la figura y el pensamiento de Eugenio d’Ors ha crecido notablemente en los últimos años, como sugieren tanto la paulatina reedición de sus obras como las biografías (Varela 2017; Navarra 2018) que han ido apareciendo. Quien hoy en día se acerca a Eugenio d’Ors queda cautivado no solo por su elegante prosa y su vasta cultura, sino en particular por la actualidad de su pensamiento cien años después: es un autor que nos invita a pensar hoy y que no deja a nadie indiferente.

Mi interés por Eugenio d’Ors nació de mi amistad con uno de sus nietos, el profesor de Lógica de la Universidad Complutense, Ángel d’Ors (1951-2012). Un día hace treinta años Ángel me sugirió que echara una ojeada a los escritos de su abuelo, pues presentía que sería posible encontrar alguna afinidad entre su pensamiento y la tradición pragmatista norteamericana a la que yo venía prestando una gran atención. Efectivamente, no hizo falta demasiado tiempo para comprobar que d’Ors podía ser incluido entre los autores del mundo hispánico más afines al pragmatismo filosófico. En particular, me gustaba advertir una sintonía entre el pensamiento de D’Ors y el de Charles S. Peirce (1839-1914). De hecho, presenté una primera comunicación en el Simposio de la Sociedad Española de Lingüística, celebrado en Madrid en 1992, en la que daba cuenta de la concepción del lenguaje de D’Ors y avalaba su inclusión en la tradición pragmatista. A esta siguieron otras publicaciones en esa misma dirección que quedaron compiladas en el trabajo con Marta Torregrosa «Eugenio d’Ors y el pragmatismo» (2016).

En la formación de Eugenio d’Ors tuvo un papel decisivo su estancia en París entre 1906 y 1910. Llega a París como corresponsal de La Veu de Catalunya en mayo de 1906 y desde allí viaja a otras ciudades europeas que fueron sus puntos de contacto con el ambiente intelectual y científico moderno de principios de siglo. En París descubre las ciencias experimentales, la biología, la psicología experimental, y en La Sorbona asiste a clases de Émile Boutroux, Félix Le Dantec e incluso madame Curie. De todo ello –que tanto contrasta con la ciencia española de la época– va dando noticia en las glosas que envía desde la capital francesa. En estos años –escribe su biógrafo Enric Jardí (1967, p. 58)– «experimentó la seducción de las doctrinas de los pragmatistas norteamericanos Peirce y James, que comenzaban a difundirse por París a principios de siglo». Así en diciembre de 1907 en una glosa titulada «Pragmatisme» se definirá a sí mismo como un pragmatista, movido por los mismos afanes de los pensadores norteamericanos, a los que aspira a superar mediante el reconocimiento de una dimensión estética de la acción humana no reductible a la meramente utilitaria.

En febrero de 1908, la revista La Cataluña reproducirá unas declaraciones suyas en las que expresa programáticamente la concepción que tiene de la nueva Cataluña y el horizonte intelectual de la renovación que propugna: «El programa filosófico de esta juventud se cifra en un voluntario humanismo, es decir, en una tendencia a tomar la actividad humana como medida de moralidad, de belleza y de verdad». En este sentido, la concepción filosófica del joven D’Ors puede describirse a grandes trazos como una peculiar síntesis personal del vitalismo y el pragmatismo en ebullición entonces en París, sobre una base de pensamiento escolástico más tradicional, pero renovado este en términos de un intelectualismo clasicista.

Un momento culminante para D’Ors será el III Congreso Internacional de Filosofía, reunido en Heidelberg en septiembre de 1908, en el que las propuestas pragmatistas se encuentran en el centro del debate internacional. El propio D’Ors presenta dos comunicaciones, «El residuo en la medida de la ciencia por la acción» y «Religio est libertas», de las que se hará eco en su primer libro La filosofía del hombre que trabaja y que juega (1914): «El intelectualismo a que aspiramos –escribirá– es postpragmático y tiene en cuenta el pragmatismo. Las verdaderas adquisiciones que el pragmatismo ha traído a la filosofía, las juzgamos incontrovertibles: sabemos por él, ya de un modo definitivo, que la imagen que nuestra razón nos da de la realidad es menos rica y menos vasta que la realidad misma… Pero la filosofía del hombre que trabaja y que juega nos trae la noción de que aquella imagen, con no ser completa y rigurosamente fiel, es lo mejor de la realidad, lo mejor para nosotros».

En este contexto el objetivo de esta colaboración es dar cuenta sumaria de las memorias de Eugenio d’Ors que se conservan en el Arxiu Històric de la Diputación de Barcelona, que corresponden al concurso de adjudicación de una pensión para estudiar los métodos de la enseñanza superior en el extranjero (marzo de 1908) y las memorias justificativas presentadas: la primera al término del segundo semestre de 1908 y las dos correspondientes a los dos semestres del año 1909. Se trata de una documentación manuscrita, en catalán y con una ortografía vacilante, que hasta ahora ha permanecido inédita y que ha sido poco estudiada probablemente a causa de su no fácil acceso[1].

 

I. EL CONCURSO DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL (1908)

En 1907 había accedido a la presidencia de la Diputación Provincial de Barcelona Enric Prat de la Riba (1870-1917), que aspiraba a desarrollar un amplio programa de reconstrucción nacional en Cataluña. De hecho –como escribe Andreu Navarra (2013, p. 189)– «Enric Prat de la Riba desarrolló una espectacular política cultural que sentó las bases de cualquier iniciativa autonomista posterior». Donde mejor se expresa ese afán renovador es probablemente en la Comisión Especial de Nuevos Servicios que, entre otras muchas actividades, convocó un concurso público el 3 de febrero de 1908 para la provisión de tres becas para residir en el extranjero y estudiar los métodos de la enseñanza técnica, media y superior. Toda la documentación relativa a este concurso se encuentra en el legajo 2282 del Arxiu Històric de la Diputación Provincial de Barcelona.

Para calar en la hondura del talante renovador de Prat de la Riba quizá merece la pena transcribir una parte de la amplia exposición de motivos de la convocatoria de este concurso. Dice así:

En nuestros establecimientos de enseñanza se da hoy la ciencia como algo ya hecho y cuyas doctrinas se repiten constantemente; nadie muestra a los alumnos cómo la ciencia se hace ni les adiestra en hacerla, que es lo que constituye precisamente en los países más cultos el principal objeto de las enseñanzas media y superior, ya que para el conocimiento de los resultados científicos ya obtenidos, bastan generalmente los libros y las revistas.

Aun en los años de la primera enseñanza procura la pedagogía moderna despertar y desenvolver en los niños la tendencia a la investigación personal y trata de sustituir, en todo lo posible, el ejercicio mecánico de la memoria por una actividad dirigida a la observación y a la experimentación del mundo físico y del mundo moral. Pero, esto que entre nosotros empieza ya a aplicarse, desaparece en la enseñanza secundaria en que todo se reduce a una repetición memoriesca y, al llegar a la universidad, nuestro instrumental pedagógico habitual se reduce, casi exclusivamente, a unos cuantos libros de texto.

[…]

Es pues conveniente y urgente empezar por establecer la base de la vida científica, estudiando la organización de la enseñanza en el extranjero y los métodos de investigación y toda vez que parece que el Ayuntamiento de esta ciudad tiene ya en estudio la satisfacción de una parte de esta necesidad, enviando a una capital europea un núcleo de jóvenes maestros primarios que estudien los procedimientos pedagógicos modernos en este primer grado de enseñanza, precisa que la Diputación haga lo propio en lo referente a las enseñanzas secundaria, superior e industrial, tan huérfanas, hasta hoy, de esta educación metodológica. Estos pensionados, además de educarse y disciplinarse en los métodos científicos modernos, habrán de constituir como una comisión informativa situada cerca de las autoridades académicas y centros de información del extranjero, que nos proporcione las noticias y facilidades necesarias para la elaboración de un plan en que nuestro propósito de expansión cultural se desenvuelva de la manera más favorable a su definitivo objeto.

El tenor literal de esta exposición de motivos parece sugerir que fuera el propio Eugenio d’Ors quien estuviera detrás de la redacción, quizá preparando el borrador, pues todas estas ideas aparecen una y otra vez en sus textos de estos años (Pérez i Flores, 2014, p. 84). De hecho, el jurado presidido por Prat de la Riba concederá a D’Ors por unanimidad el 21 de abril de 1908 la pensión de 3.500 pesetas para el estudio en el extranjero de la organización, procedimiento y métodos de la enseñanza superior. En el legajo 2282 del Arxiu se conserva toda la documentación del concurso; a nosotros lo que más nos interesa aquí es la amplísima memoria presentada por Eugenio d’Ors para concursar.