Con el escritor y agente catalán se puede relacionar el grupo formado por los escritores y periodistas que permanecieron en Francia tras la victoria alemana. Uno de los más veteranos era Emilio Herrero (1882-1968), antiguo jefe de prensa de Niceto Alcalá Zamora y corresponsal en París de la agencia estadounidense United Press. Pasó toda la guerra en las dependencias parisinas de la agencia preservando de los alemanes las instalaciones y el archivo, lo que le valió una pensión vitalicia de la empresa al llegar la Liberación. Como muestra de las relaciones existentes entre los españoles, hay que señalar que una hija de Herrero se acabó casando con el periodista Juan Bellveser (1913-2005), amigo de César González Ruano y uno de los personajes que más frecuentaba en la época. Este periodista y crítico cinematográfico, que había trabajado antes de la Guerra Civil con Josep Renau en la revista de su Valencia natal Semana Gráfica, fue de los que decidió exiliarse dado el cariz que tomaba la España franquista, en la que era difícil estar seguro. Instalado en París, comenzó su carrera en la ciudad trabajando para la agencia Prensa Mundial, que dirigía por entonces Enrique Meneses y que luego llevaría él. Monárquico de Don Juan, durante más de tres décadas fue corresponsal de Diario de Barcelona, Madrid e Informaciones en la capital francesa. Allí, desde su condición de decano de la prensa española en París, ofició de cordial introductor de embajadores de compañeros recién llegados, como señala Juan Pedro Quiñonero, otro de los periodistas españoles en París que han hecho historia, quien le hizo su necrológica para ABC.

Fue precisamente Herrero quien presentó a González Ruano al periodista, y al parecer agente doble, Enrique Meneses Puerta (1894-1987), fundador de Prensa Mundial en París, una agencia de artículos con destino a América Latina que estaba financiada por los alemanes, aunque Meneses parece que también trabajaba para el Foreign Office, según Tom Burns Marañón.

Meneses, creador de la revista madrileña Cosmópolis, continuadora de la fundada por Enrique Gómez Carrillo, tenía el despacho en la muy céntrica rue de la Paix, a dos pasos de la Subdelegación de Prensa de la embajada española en París que, tras Joan Estelrich, dirigió el agregado de prensa Antonio de Zuloaga (1904-1981), quien era viejo colaborador del escritor catalán tanto en el SIFNE como en la parisina revista Occident, al servicio del franquismo. Es este otro personaje interesante, amigo de Louis-Ferdinand Céline, con quien intercambió una larga correspondencia hoy publicada en parte –Lettres à Antonio Zuloaga (1947–1954), Eric Mazet, Editor, Paris, La Sirène, 2002–. Por su parte, Meneses, al contrario que su hijo periodista y homónimo, tiene menos popularidad y aún espera su biógrafo.

Junto a ellos se puede citar al grupo de corresponsales de diferentes periódicos españoles destacados en París durante la Guerra Mundial, todos ideológicamente más o menos cercanos al Nuevo Orden. Se puede comenzar quizás con el menos afín a los alemanes, con el monárquico y conocido francófilo José Ramón Alonso (1916-2000), corresponsal de Arriba en París y Vichy. Su experiencia francesa la dejó escrita en un buen libro, Francia entre dos fuegos (Madrid, Gemas, 1945), en el que resume a modo de crónica lo que había vivido en esos años, combinando la narración periodística y política con la vida cotidiana. No ocurrió lo mismo con otros colegas, como el falangista y germanófilo Jesús Suevos (1907-2001), sustituto de Antonio de Zuloaga en 1942 al frente de la oficina de prensa de la embajada, ni con Juan Pedro Luna, también de la plantilla de Arriba, ni tampoco con el purgado Bartolomé Calderón Fontes.

Por su presencia en el París ocupado y por su implicación en la colaboración, merece una mención especial Mariano Daranas (1898-1994). Eterno corresponsal en París desde 1928, primero con El Debate y luego con ABC, su cercanía al ocupante hizo que al llegar la Liberación su presencia en París se volviese más que incómoda, decididamente complicada, por lo que tuvo que ser sustituido. Muy amigo de González Ruano desde hacía dos décadas, este lo frecuentó durante su estancia parisina, incorporándolo a sus memorias en los términos más elogiosos. Las crónicas de Daranas durante la Ocupación que publicaba el ABC se encuentran entre las más entregadas a los alemanes de todos los corresponsales españoles y rezuman un feroz antisemitismo y una fobia antimasónica destacable incluso para la época. Su cercanía con el ocupante la señala incluso el periodista suizo Edmond Dubois en sus apreciables memorias Paris sans lumière 1939-1945 (Lausanne, Payot, 1946), en las que afirma que Daranas era un «phalangiste éruptif» y, con sorna evidente, señala que era incapaz de pronunciar «Nueva Europa» sin que se le saltasen las lágrimas. No es de extrañar que a instancias y presiones de la embajada alemana fuera nombrado presidente de los representantes de la prensa extranjera en París durante la Ocupación.

No podía ser otro más que Daranas quien estuviera tras el asunto de la denuncia como masones, que sin duda encubría otras intenciones, de los periodistas españoles Felipe de Solms, a quien además señaló como judío, y de Calderón Fontes, de Arriba. El conflicto que afectaba a los representantes de la prensa de la España franquista, que lo ha contado bien –como ya hemos dicho– Javier Domínguez Arribas, se solventó con un escándalo en el que Daranas, con la colaboración de Marcial Retuerto, consiguió la expulsión de sus dos colegas y compatriotas. Lo sucedido permite hacerse una idea del poder de Daranas y de su estrecha relación con las autoridades, fueran alemanas o de la Francia de Vichy.

Con el desembarco aliado en Normandía, la situación del señalado corresponsal del ABC en París se volvió muy difícil a causa de su compromiso con el Nuevo Orden hitleriano durante la guerra. De hecho, y adelantándose a los acontecimientos, Daranas abandonó París antes de la llegada de la División Leclerc, en agosto de 1944, en dirección a la acogedora España, al igual que hacían muchos de los colaboracionistas, aunque algunos se quedasen en el camino. Su sustituto, Luis de Armiñan, llegaría a París semanas después de la Liberación, cuando la depuración incontrolada y los ánimos se había apaciguado un poco.

 

VII

Por último, y ocupando un grupo él solo, queda aludir al más singular de los escritores españoles que rodaron por el París ocupado, el único que acudió al París alemán voluntariamente y sin ser víctima de ningún exilio y, lo que es aún más anómalo, desde la propia Alemania. Se trata del polémico César González Ruano (1903-1965), el autor junto con Victoria Kent en el que mayor influencia ejerció la época y que de manera más brillante y original describe la realidad de la ciudad, en este caso desde el mercado negro y los aledaños del gansterismo collabo en los que se movió. Casi todo se sabe ya de las peripecias del escritor en el París alemán, unas andanzas de las que se sabía mucho, comenzando por lo relatado por el protagonista en varios de sus libros, y de las que se han ocupado, primero, José Carlos Llop (París: suite 1940, Barcelona, RBA, 2007), luego quien esto escribe (Noche y niebla en el París ocupado, Madrid, Forcola, 2012) y últimamente Rosa Sala Rose y Placid García-Planas (El marqués y la esvástica, Barcelona, Anagrama, 2014). Unos textos a los que hay que añadir la imprescindible tesis doctoral de Miguel Pardeza, sin duda el especialista en el escritor madrileño, la temprana antología poética de Quico Rivas (Poesía. César González Ruano, Madrid, Trieste, 1983) y la aproximación, esencialmente literaria, realizada en un brillante y ajustado trabajo por Eduardo Moga, («Sobre la poesía y la vida de César González Ruano», Cuadernos Hispanoamericanos, 764, 2014), que sitúa la obra de González Ruano más allá de otras cuestiones. En este texto Moga recorre, con magnífico resultado, la vida y la literatura ruanescas con mirada de crítico y rigor académico, lo cual es de agradecer.

En lo que nos ocupa, Moga, tan sólo con la relación de lo producido entre 1940 y 1944, desmiente ese lugar común según el cual la estancia parisina del escritor durante los años de la Guerra Mundial había sido literariamente estéril. Una idea que parecía confirmar su dedicación a otros menesteres, que desde luego existió. Ya se sabía que durante su estancia en el París de los años oscuros, que lo fueron para unos menos que para otros, el escritor y periodista aprovechó también para escribir alguna cosa, siempre atento a lo que veía y oía. Pero es innegable que Ruano se dedicó a negociar en el mercado negro parisino, con lo que tenía de arriesgado durante la Ocupación jugar con pasaportes, joyas, diamantes y obras de arte tan de pega y tramoya como su marquesado de Cagigal. Esta actividad le puso en relación con los alemanes menos recomendables, con los gánsteres de la colaboración, con los nuevos ricos de los bureaux de compra, con judíos en situación difícil y con diplomáticos de cualquier república centroamericana necesitados de dinero. Además, con su conocida falta de escrúpulos, se aprovechó del momento para beneficiarse de ella sin remilgos, como muestra su casa del boulevard Delessert, un pisazo arianizado perteneciente a judíos huidos.