VIII

Al llegar la Liberación en agosto de 1944, este universo de las letras españolas que vivió la Ocupación en París desapareció definitivamente. Durante la guerra y a causa de las dificultades económicas y de lo adverso de la situación, sobre todo desde finales de 1941, ya algunos de sus miembros habían dejado Francia para regresar a España, incluso a riesgo de sufrir represalias por su pasado republicano. Son numerosos los ejemplos de aquellos que, hartos de padecimientos y temiendo el empeoramiento de la situación, dejaron París en plena Guerra Mundial, de González Ruano a Sebastià Gasch, pasando por Carles Riba, Soldevila, Basaldua o Marañón. Fueron los que, con más o menos riesgos, podían regresar.

No acabaron las dificultades con el fin de la Guerra Mundial, pues la vida en Francia tras la marcha de los alemanes era tan difícil como durante la Ocupación debido a las penurias cotidianas, lo que llevó a que algunos regresaran a España –Viola, Canyameres o Tasis–, mientras que los más afortunados se fueron a la más acogedora América, como sucede con Corpus Barga, Victoria Kent o Isabel del Castillo, quienes recalaron en diferentes destinos, desde Perú a los Estados Unidos o Argentina. Sin embargo, la mayoría, apurando la amargura del destierro, permaneció en Francia compartiendo el optimismo que se había desatado con la victoria sobre Alemania, que llevaba a muchos a imaginar que el destino de la dictadura de Franco iba a ser idéntico al seguido por el fascismo europeo. El fracaso de la invasión guerrillera del Valle de Arán y más tarde la lógica de la guerra fría confirmaron la desilusión de aquellos que pensaban en una vuelta a la patria en un futuro próximo.

En este ambiente de tensión política y de dificultades económicas y domésticas con que se inauguraba la Liberación –la escasez y el mercado negro continuaban, al igual que unos inviernos que competían en rigor en medio de la ausencia de combustible– permanecieron muchos de aquellos que formaron la constelación literaria española durante la Ocupación. Una galaxia que ocasionalmente registró algún incremento, como sucedió con la llegada del nuevo corresponsal del ABC en sustitución de Mariano Daranas en septiembre de 1944, el periodista y escritor Luis de Armiñán, quien dejó escrita su experiencia en la Francia de la inmediata Liberación en un libro titulado Factice! Francia hoy (Madrid, Ares, 1945). Es un texto de carácter periodístico en el que los capítulos son otras tantas crónicas, bien de la actualidad, bien observaciones de lo cotidiano, como sucede con las obras de Josefina Carabias y, en menor medida, con la de Carles Soldevila. A pesar de lo condicionado de las observaciones, no deja de ser una obra de interés por ser la que cierra el periodo y por significar una visión muy diferente de las realizadas por los escritores del París ocupado y que se podría decir que coincide con la mirada oficial del gobierno franquista.

Desde un primer momento, Armiñán se muestra muy crítico con la nueva situación en Francia y sobre todo con el gobierno y los periódicos, que se manifiestan contrarios a la España franquista, aunque el autor propende a identificar las que llama injurias dirigidas al gobierno con el conjunto del país. Tampoco oculta la preocupación por el poder de los comunistas en Francia y por la presencia de los que llama por sistema «los rojos españoles» en las regiones del sur del país tras la guerra y lo sucedido en el Valle de Arán.

No es de extrañar que se muestre más crítico que escéptico con la versión resistencialista de la Ocupación que ya se estaba convirtiendo en oficial. Frente a ella, Luis de Armiñán insiste en que toda Francia colaboró gustosamente con los alemanes y que la Liberación no fue obra de los propios franceses, como proclamaba De Gaulle desde agosto de 1944, sino de los americanos. De hecho, los carros de la División Leclerc entraron en París con el permiso de Eisenhower, unos vehículos que –se apresura a señalar– estaban tripulados por «rojos españoles» a los que se refiere, bordeando la infamia, como «soldados profesionales» y luego, ya de manera abierta, como mercenarios. Unos párrafos en los que se despacha por igual contra los gaullistas y los republicanos españoles. Otro de los asuntos que recoge es el referido a la depuración de los colaboracionistas, que hasta el otoño de 1944 había sido relativamente incontrolada, y hacia la que expresa su rechazo.

Las observaciones que realiza Armiñán de los refugiados españoles en Francia no pueden estar más cerca de las tesis franquistas: son en su mayoría «rojos españoles». En relación con este asunto se muestra extremadamente beligerante, añadiendo siempre el adjetivo al nombre, como si su condición de exiliados, de expatriados forzosos, les privara de su condición. Incluso, en una adjudicación más que aventurada, acusa a «abogados españoles en la emigración» de lucrarse con la venta de pasaportes falsos a judíos en dificultades, sin aclarar cómo tenían acceso esos letrados hispanos, al fin y al cabo también refugiados, a unos documentos. Armiñán en este caso vuelve a dar un quiebro adjudicando a la España exiliada, que considera enemiga, una actividad que –parece– practicaban otros personajes.

Junto a todo ello, la obra recoge la realidad de la nueva Francia, en este caso con la mirada de un periodista que llega a un París en el que la escasez generalizada y el frío son habituales y en el que no ve la alegría que existía por haber salido de la pesadilla de la Ocupación, que hacía estas penurias llevaderas. Solo ve hosquedad, anarquía, mercado negro, ajustes de cuentas y revolución. Una visión que complacía a quienes no les había disgustado la existencia de una Francia ocupada por los alemanes, ni tampoco el gobierno de Vichy, tan afín a la España franquista. Al contrario que algunos de sus antecesores en París, no parece que Luis de Armiñán tuviera contactos con el mundo cultural francés ni tampoco con los escritores españoles que vivían en Francia, algo natural, pues no dejaba de contemplarlos a todos ellos como enemigos. Teniendo en cuenta la incomodidad con la que se encontraba en París, Armiñán no tardó mucho en regresar a España, dejando un país que le resultaba adverso y en el que –se presume– estuvo tan aislado como a la defensiva. Es lo que se desprende de una obra que tiene algo de memorialístico y testimonial y mucho de crónica periodística, inspirada por más que reticencias a la Francia de la Liberación.

Aunque, como hemos visto, a lo largo de la década de los cuarenta menudearon los retornos a España y la marcha a otros países, la vida de muchos de los escritores que vivieron la Ocupación en París iba a continuar desarrollándose en la ciudad, ahora con la legalidad que proporcionaba la concesión del estatuto de refugiado político. Una relación que ha dado lugar a un interesante archivo que conserva el actual Office Français de Protection des Réfugiés et Apatrides (OFPRA), y que está dirigido con eficacia por la hispanista Aline Angostures. La mayoría de ellos, desde 1945, además de compartir militancia antifranquista, participaron en las actividades y en los medios literarios del que iba a ser el largo exilio español que recogería la literatura.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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