III

Por su perfil político y su militancia comunista, se puede distinguir a un par de escritores que vivieron en París durante la Ocupación, contribuyendo a la consideración de la ciudad como capital cultural del partido comunista de España desde 1939. Se trata del poeta José María Quiroga Plá y del profesor, historiador y escritor Emili Gómez Nadal.

José María Quiroga Plá (1902-1955) fue uno más entre los muchos poetas excluidos de la antología de Gerardo Diego que dio origen a la Generación del 27, como Adriano del Valle, José María Hinojosa o Juan José Domenchina, por citar algunos postergados. Fue Quiroga un activo escritor, periodista, traductor y poeta que participó en los movimientos de su tiempo como el ultraísmo, al tiempo que colaboró en las principales revistas literarias de la época. Fue secretario de Miguel de Unamuno, con una de cuyas hijas, Salomé, se casó y de la que enviudó antes de la guerra, quedándose con un hijo. Fue un cercano colaborador y amigo de Pedro Salinas, con el que abordó la traducción de la obra de Marcel Proust, de la que –parece– fue el principal responsable.

Miembro de Izquierda Republicana desde su fundación, durante la guerra ingresa en el Partido Comunista y, como tantos escritores y artistas, trabaja para la Subsecretaría de Propaganda. Luego, en 1939, llegó la derrota y el exilio en Francia, donde consiguió instalarse en París. Allí, en una complicada situación personal –su hijo Miguel permaneció en España a cargo de su cuñada–, sin muchos recursos y con una salud delicada, atraviesa los años de la Ocupación. Sin embargo, no se crea que Quiroga vivía en el aislamiento y en la depresión, pues el testimonio de Corpus Barga, a quien recibe en 1944, le muestra dedicado al amor. También aparece frecuentando a los españoles que se encuentran en la ciudad, como José María Semprún y Gurrea, su amigo Max Aub y César González Ruano, a quien conocía desde 1918, cuando compartían inquietudes ultraístas madrileñas, y con el que coincide en el Montparnasse de los años alemanes. Sin embargo, teniendo en cuenta las limitadas referencias que hace González Ruano, no debieron de tratarse mucho.

A estos años, además de en su correspondencia con Pedro Salinas recogida en «Epistolario Pedro Salinas-José María Quiroga Plá. Una amistad en dos tiempos» (José María González García y otros, Laberintos, 16, 2014), hay referencias en el libro de poemas Morir al día. Sonetos 1938-1945 (París, Ragasol, 1946), prologado por José María Semprún y Gurrea, un libro agónico y doliente, alejado de los experimentos vanguardistas anteriores. Es un poemario de exiliado dolorido, de extrañado que añora todo lo que ha dejado –desde el amor, al hijo o a su tierra– después de haber perdido una guerra. Es la de Morir al día sin duda una poesía profundamente humana, como la llama Semprún Gurrea, en la que se entrelazan esperanzas y sufrimientos. De los cuatro apartados en que está dividida la obra, los dos primeros, titulados «¡Ay mis amores!» y «Despedidas y ausencias», son los de mayor emotividad y en los que late con mayor intensidad la nostalgia de Madrid y Salamanca junto al recuerdo del amor y del paisaje ausente.

Es en la tercera parte, de título anticipador –«Refugiado en París»–, en la que reúne, si bien fugazmente, al acaso, sus impresiones acerca de la ciudad en los días de la Ocupación, así como las circunstancias de su vida de exiliado republicano, un asunto determinante en su poesía. Sin embargo, es en el poema titulado «Cinco mal llamados años (1939-1943)» fechado el 30 de diciembre de 1943, en el que recorre su vida durante ese periodo. Primero, alude a su llegada, luego a los difíciles días del comienzo del exilio antes de la Guerra Mundial, a los que siguió lo que llama el cataclismo, el polvo y la ruina. Durante los años de la Ocupación, unos años complejos, largos y difíciles para el poeta –«dos, tres años de encontrarme y perderme y volver a encontrarme», nos dice– en los que la añoranza y la melancolía no hacen más que incrementarse. Unos sentimientos que se combinan con una salud muy delicada, y que no iban a ceder al llegar la Liberación, aunque desde 1945 Quiroga colaborase activamente en las actividades literarias del exilio español en Francia.

Rafael Martínez Nadal le dedicó a él y a su suegro uno de sus últimos libros –Miguel de Unamuno, dos viñetas y José María Quiroga Plá, hombre y poeta desterrado en París (1951-1955), Madrid, Casariego, 2000–, en el que se ocupa sobre todo de los últimos años de la vida de su amigo Quiroga, cuando oficiaba de traductor en Ginebra para la UNESCO. También Pascual Gálvez, el principal estudioso de la vida y obra del poeta, le ha dedicado en los últimos tiempos varios trabajos imprescindibles. Por su parte, recientemente José Luis García Martín le ha incluido en el segundo volumen de su antología Poetas del Novecientos. Entre el Modernismo y la Vanguardia. II. De Guillermo de Torre a Ramón Gaya (Madrid, Fundación BSCH, 2015), en la que revisa el canon poético del siglo, lo que ha contribuido a la recuperación de José María Quiroga Plá para la literatura. Algo a lo que ya había colaborado ejemplarmente su hijo Miguel Quiroga Unamuno al impulsar la reedición del citado Morir al día (Madrid, Molinos de Agua, 1980).

El valenciano Emili Gómez Nadal (1907-1994), profesor de Historia Antigua y comunista, fue miembro de la Unión de Escritores y Artistas Proletarios y colaborador de la revista de Josep Renau Nueva Cultura. Durante la Guerra Civil, que pasó en su mayor parte en Madrid, fue secretario de Wenceslao Roces cuando desempeñaba la Subsecretaría de Propaganda. En 1939 cruzó la frontera con las columnas de refugiados que huían a Francia, instalándose en París. De acuerdo con lo señalado por Marc Baldó y María Fernanda Mancebo en su trabajo «Emili Gómez Nadal. La frustración de un historiador» (Migraciones y Exilios, n º2, 2001), fue uno de los encargados de la reorganización del PCE en la zona ocupada, una actividad que entrañaba un peligro extremo. En París vivía con su mujer, la archivera Teresa Andrés Zamora, quien murió durante la Ocupación, y sus hijos, trabajando en la Biblioteca Nacional gracias a los buenos oficios de Marcel Bataillon, quien conocía a Teresa Andrés del Centro de Estudios Históricos. De las actividades clandestinas de Gómez Nadal durante la Ocupación en favor del partido comunista da fe en sus memorias Manuel Azcárate, enviado desde España por Jesús Monzón para su reorganización.

A pesar de lo intenso de su actividad durante la Ocupación, no dejó testimonio ni inspiró ninguna obra, pues sus diarios, dictados en los últimos años de su vida, se refieren esencialmente a los acontecimientos siguientes a 1975. Probablemente, las difíciles circunstancias que le tocó vivir en los años oscuros, con la muerte de su mujer, con una hija enferma y los riesgos de la actividad clandestina, impidieron cualquier producción literaria, que solo reinició después de la guerra, cuando sus relaciones con el partido comunista se habían roto prácticamente.

 

IV

Entre los republicanos exiliados en Francia hay un grupo cuya situación es especialmente complicada a causa de carecer de documentación o de haber desempeñado cargos de responsabilidad al servicio de la República. Todos ellos (algunos incluso estaban reclamados por el gobierno franquista) se encontraban en una situación comprometida fuera ante las autoridades francesas de Vichy o las alemanas de ocupación, con las que el riesgo de deportación a España o de acabar en un campo de concentración eran muy superiores al de otros desterrados. Curiosamente, los escritores españoles que se encontraban en esta situación en la Francia de 1940 eran en su mayoría mujeres, entre las que destaca sobre todas Victoria Kent (1898-1987), miembro del Partido Republicano Radical Socialista y luego de Izquierda Republicana, conocida directora general de prisiones –a la que Celia Gámez menciona en un popular chotis– que transformó el sistema penitenciario español. Durante la Guerra Civil se encargó en París de labores humanitarias relacionadas con la infancia de España. Cuando desapareció la República y Francia reconoció al régimen de Franco, Kent vio cómo pasaba, sin moverse de París, de diplomática al servicio de un gobierno legítimo a refugiada sin papeles, pues el pasaporte que la acreditaba como cargo oficial pertenecía a un régimen inexistente. Después, con la llegada de los alemanes, su situación empeoró al pasar a la categoría de perseguida, pues era de las personalidades que estaba en la lista de reclamados que la policía española había enviado a las nuevas autoridades. Victoria Kent fue de las que tuvo el triste honor de figurar entre los objetivos de Pedro Urraca, el conocido agregado policial de la embajada española en París que, entre otros, detuvo a Lluis Companys.

Refugiada en la legación de México gracias al aviso de que estaba en peligro por parte de un anónimo benefactor de la embajada franquista, no pudo salir en el último momento en alguno de los «Sinaia» que llegaban a Veracruz con otros españoles, por lo que se vio obligada a permanecer un año en estas dependencias. Dado lo comprometido de su situación en las dependencias oficiales mexicanas, fue trasladada a un piso de la Cruz Roja cerca del Bois de Boulogne, donde vivió sola hasta la Liberación de París con el nombre de Madame Duval. Fueron cuatro años de reclusión y aislamiento, una experiencia entre monacal y carcelaria especialmente difícil entre las vividas por los escritores españoles exiliados.

Esta reclusión domiciliaria, apenas rota por unas pocas y arriesgadas salidas, y la soledad de la última y más larga etapa de su vida clandestina, la permitió escribir un original relato de su experiencia, que adopta la forma de narración y no de testimonio directo. Escrito en tercera persona y protagonizada por un personaje masculino, Plácido, alter ego masculino de la autora, Cuatro años de mi vida (1940-1944) (Buenos Aires, Sur, 1947) es un relato introspectivo de la experiencia vivida por Victoria Kent que resulta sumamente original en la literatura del exilio. Aparecido primero en francés en 1947 (París, Le Livre du Jour), el texto fue editado en español el mismo año y, tras su reedición en 1978 por la editorial Bruguera, ha recibido gran atención por parte de la crítica, la cual se ha traducido en una numerosa bibliografía donde destacan los trabajos de Zenaida Gutiérrez-Vega.