No es de extrañar que Marcial Retuerto se viera implicado en la polémica denuncia llevada a cabo por el periodista del ABC, el filonazi Mariano Daranas, contra el corresponsal de Arriba en París, Bartolomé Calderón Fonte, acusándole de masón, lo que en la época distaba de ser una broma. A esta iniciativa de Daranás se sumó, sin duda coordinadamente, el propio Retuerto en una carta enviada a Juan Aparicio, en la que acusaba a Calderón Fonte de pertenecer a la logia parisina «Unión Latina», como recoge Javier Domínguez Arribas en su interesante trabajo El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista (Madrid, Marcial Pons, 2009). Retuerto permaneció en Francia después de la Liberación, donde realizó una más que discreta y variada carrera literaria en francés, que incluso le valió algún premio como el concedido por la Académie Française en 1958 por su obra Dans le temps et dans l’espace. Poèmes Ésotériques.

 

II

A estos adelantados del destierro no tardó en unirse el grupo más numeroso, formado por los escritores republicanos que llegaron a Francia en 1939 expulsados por la victoria franquista. Un conjunto diverso desde el punto de vista político y literario que han estudiado con especial dedicación Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler, quienes, junto con otras aportaciones, son los editores de Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia (Salamanca, AEMIC-GEXEL Editores, 1998). Es esta una obra conjunta e indispensable para el exilio republicano, aunque la Ocupación como periodo específico y su influencia en los escritores no tenga excesiva presencia, lo cual no deja de sorprender, pues como acontecimiento fue el más relevante que les tocó vivir a todos ellos tras la Guerra Civil.

Se puede iniciar la relación de aquellos que habían dejado España en 1939 con el escritor y poeta Antonio Porras (1886-1969), colaborador de Hora de España y uno de los más veteranos, que había realizado lo esencial de su obra antes de la Ocupación. Es Porras uno más entre los muchos escritores que cita González Ruano en sus memorias Mi medio siglo se confiesa a medias, aunque es de los que tiene buena consideración pues se refiere a él como «de lo mejor que había en el españolismo de la capital francesa». Pasó los años de la guerra discretamente en su vivienda del Barrio Latino, más o menos con las mismas privaciones y dificultades que el resto de los escritores, algo aislado, aunque se viera entre otros con el citado Ruano. Al llegar la Liberación colaboró en la revista cultural del exilio Independencia y trabajó para las muy señaladas editoriales Payot, Seuil o Albin Michel. No tardó en instalarse en Hendaya, desde donde se puede ver Fuenterrabía e Irún, un lugar que dejó en 1969 para ir a morir a su Pozoblanco natal sin que lo vivido durante la Ocupación le inspirase unas páginas.

Otro que recorrió el camino del exilio en 1939 fue Álvaro de Orriols (1894-1976). Este dramaturgo, poeta y autor de libretos de zarzuela, que ha estudiado Antonio Espejo Trenas («Álvaro de Orriols, pionero del teatro de masas: los estrenos de Rosas de sangre y Los enemigos de la República», Stichomythia,10.2009), participó en actividades culturales al servicio de la República, concretamente en las Milicias de la Cultura y en la Subsecretaría de Propaganda, tras lo cual pasó a Francia por Le Perthus cuando las tropas franquistas se acercaban a la frontera. Próximo al partido socialista, alguna de sus obras de teatro representadas durante la Guerra Civil como Retaguardia o España en pie tuvieron gran éxito de público. Su vida en el exilio, que conocemos bien gracias al trabajo de su hija, Mercedes de Orriols («Biografía de mi padre, Álvaro de Orriols», Migraciones y Exilios, 2-2001, pp. 191-204), fue, como la de tantos, difícil. Al fin, recaló en la muy hispánica ciudad de Bayona, tradicional refugio de exiliados.

Hasta 1950, Orriols no retomó la escritura con una serie de obras que permanecen inéditas, como Campanarios (Estampas de la lucha guerrillera), La guerra sin hombres –ésta en verso– y Españoles en Francia. Asimismo, hay que citar el texto de memorias dedicado al éxodo republicano e ilustrado con dibujos realizados por el propio Orriols, titulado Las hogueras del Pertús. Diario de la evacuación en Cataluña, editado primero en francés (París, 1995, Les Éditions La Bruyère) y luego en español (La Coruña, Ediciós do Castro, 2008). Se trata del testimonio de un éxodo y de una situación familiar tan atroz como repetida entre los exiliados que recoge un escritor hoy olvidado pero que en su tiempo, el de la Edad de Plata, fue amigo de Lorca, Machado, Alberti, Benito Perojo, Pompeu Gener o Jacinto Guerrero, un catálogo variado.

Un itinerario muy parecido al de Orriols fue el seguido por Corpus Barga (1887-1975), escritor y periodista, que también cruzó los Pirineos, en este caso acompañando a Antonio Machado y a su familia junto con el filólogo Tomás Navarro Tomás. Instalado primero en Marsella y Niza, tras la ocupación de la zona de Vichy por los alemanes en 1942 se traslada a la villa de Cour-Cheverny, cerca de Blois, un lugar de la Francia profunda lejos de los alemanes, de la Milice de Vichy y del maquis de los FTP (Francs-tireurs et partisans). Desde esta localidad viaja a París, ciudad que conocía bien, pues fue corresponsal de El Sol en los años de entreguerras, donde parece que se instala durante más o menos un mes con el objeto de hacer gestiones cerca de la embajada española para evitar que su hijo fuera enviado a Alemania tras ser reclutado para el Servicio de Trabajo Obligatorio. Esta corta estancia en la capital, en un año tan crítico como ése, le inspiraron unas cuantas páginas, a modo de relato del episodio, tituladas «París, marzo de 1943», que están incluidas en el cuarto y último tomo de Los pasos contados, la obra en la que describe su infancia en Madrid y Belalcázar, titulado Los galgos verdugos (Madrid, Alianza, 1979).

A pesar de su escasa extensión, y de alguna contradicción, este relato es uno de los que más información proporciona sobre el París alemán y una muestra de la presencia de la Ocupación en la literatura del exilio. Corpus Barga no solo refiere la realidad del París de esos días, sino también el viaje que, tras cruzar la difícil línea de demarcación, le llevó de la zona de Vichy a la controlada por Alemania, aunque en esa fecha toda Francia estuviera ocupada.

Sus gestiones cerca de la embajada española para evitar que su hijo fuera enviado a Alemania le permiten conocer el ambiente del consulado, algo sórdido, de la avenue George V, donde se entrevista con el cónsul Alfonso Fiscowich. Gracias a este viaje parisino, Corpus Barga tiene la oportunidad de reunirse con unos cuantos compatriotas que malviven en París, como el ministro republicano Nicolau d’Olwer, acosado por la Gestapo y las denuncias anónimas, y el poeta José María Quiroga Plá, de quien hace algún comentario poco piadoso acerca de su vida íntima y una alusión malintencionada acerca de su actividad literaria. También ve a Óscar Domínguez, asustado y deseoso de que acabase la guerra, y a Fabián de Castro, el pintor gitano muy amigo de César González Ruano de cuya mujer, Mary de Navascués, hizo un buen retrato.

Entre otros personajes con los que Corpus Barga nos dice que se relaciona en ese París sombrío se encuentra André Malraux, conocido de los días de la Guerra Civil, de quien dice que cuando viene a París se aloja en la casa de Drieu La Rochelle, del que todo el mundo sabía que era amigo. También están Jean Cocteau, al que señala como colaboracionista, Paul Éluard, André Derain, Pierre Reverdy… una estancia –como se ve– muy aprovechada que tan sólo le inspiró unas pocas páginas.

Barga también acude a visitar a Picasso en su estudio del número 7 del quai Les Grands-Augustins, que describe con cierto detalle, y donde coincide con Dora Maar, el escultor Apel.les Fenosa y Jaime Sabartés, el poeta amigo y secretario del artista. Precisamente, la conversación mantenida con Picasso, quien –según dice– le comenta la muerte de Max Jacob, hace que sea imposible fechar el relato en el momento en el que sugiere el escritor en el título, pues el poeta judío murió en Drancy el 5 de marzo de 1944, y no de 1943. Esta confusión de Corpus Barga se repite al aludir a la conocida representación de la obra de teatro escrita por Picasso, El deseo atrapado por la cola, que tuvo lugar en casa de Michel Leiris, dirigida por Albert Camus, con música seleccionada por Georges Hugnet y representada entre otros por Raymond Queneau, Louise Leiris, Simone de Beauvoir, Dora Maar, Jean-Paul Sartre y el propio Michel Leiris. Una representación que se celebró quince días después de morir Max Jacob, el 19 de marzo de 1944, y no un año antes. Decididamente, a Corpus Barga el recuerdo de la Ocupación y el tiempo transcurrido le jugaron una mala pasada, pues su viaje a París, de acuerdo con los acontecimientos referidos y con la alusión a las constantes alertas aéreas, no se pudo producir en marzo de 1943, sino un año después, en marzo de 1944. Un error lo tiene cualquiera y la memoria es traicionera, sobre todo si no se toman notas en el momento, aunque enmendar el título no estaría de más.

Las páginas de «París, marzo de 1943» son vivas y ágiles además de interesantes por la descripción de los personajes y del ambiente, encontrándose entre lo mejor de lo dedicado a la Ocupación por los escritores españoles. No es de extrañar por tanto que resulten escasas. Y es que lamentablemente el viaje a París no le inspiró un relato más extenso acerca de su experiencia francesa quizás debido a que no tardó en cambiar Francia por Lima. El exilio francés de Corpus Barga lo han estudiado María Fernanda Mancebo y María Victoria López González en un trabajo con este título, incluido en la obra dirigida por Manuel Aznar y Alicia Alted citada con anterioridad.