Quizás de todos los escritores catalanes que pasaron en París la Ocupación sea Ferrán Canyameres (1898-1964) el más singular. Editor, traductor, enlace cultural entre Francia y Cataluña, poeta, ensayista, novelista, memorialista, incansable promotor de proyectos culturales –como esa revista parisina de un solo número, Plançons, en la que escribió Apollinaire y que recoge Juan Manuel Bonet–, activista político próximo al PSUC, editor… En fin, hombre vital e incansable de gran sociabilidad que procuró hacer el exilio más llevadero a sus amistades, bien desde el propio París, bien desde la localidad de Bouglainval, donde acabó instalándose en 1942.

Si ya su primera estancia parisina en los días de la Gran Guerra había dado lugar a un texto que no sería publicado hasta los años sesenta –De París, el fel i la mel, (Barcelona, Bruguera, 1965)–, la Ocupación y el París de los años negros y el exilio aparecerán recogidos en el cuento «L’home que volia partir» así como en su Diari íntim, de edición también póstuma, pues se publica en 1972 en la editorial Pórtic. Se podría decir que el Diari íntim es, en ocasiones, la mirada inversa de París, 1940 de Sebastià Gasch, pues tanto su figura como la vida parisina de los dos amigos desfilan por el texto. Quien también aparece en las anotaciones de Canyameres es Georges Simenon, el escritor belga creador del comisario Maigret, de quien Canyameres, como también César González Ruano, era un admirador entregado. Tanto que el escritor catalán acabó conociéndole personalmente en marzo de 1942 en una entrevista en L’Aiguillon que describe en su diario, y publicando seis años después las aventuras del comisario Maigret en España en la editorial Aymá, como recoge Xavier Pla, buen conocedor de Canyameres, en Simenon i la connexió catalana (Valencia, Tres i Quatre, 2007). El escritor catalán fue de los que regresó a España, donde pasó más de un año en prisión por ayudar al que fue secretario general del PSUC, Joan Comorera, amigo suyo. Murió en 1964 en Barcelona a los sesenta y seis años.

Rafael Tasis (1907-1966) fue otro de los escritores catalanes, junto con Just Cabot, que formaban el grupo de amigos al que pertenecían Gasch y Canyameres. Tasis fue un novelista, ensayista, historiador, periodista y editor cuya colaboración en tareas de propaganda de la Generalitat durante la Guerra Civil le llevó al exilio. En París, donde publicó dos libros, Tot l’any. Dotze estampes barcelonines (1943) e Històries de coneguts (1945), vivió hasta 1948 y, al igual que Canyameres, regresa a Barcelona para morir en 1966 con tan solo sesenta años. Su vida en el París de la guerra y la postguerra transcurrió entre la Biblioteca Nacional y sus paseos con Gasch, Cabot y Canyameres, quien le encarga la traducción de varias obras de Simenon. En este ambiente de dominio de la novela policíaca, Tasis comienza a escribir relatos del mismo género que, como La Biblia valenciana o Un crim al Paralelo, le convertirían desde finales de los años cincuenta, tras su regreso del exilio, en el creador de la novela negra catalana.

Como en el caso de Gasch o Canyameres, Tasis recoge la experiencia de la Ocupación en su Diari íntim. Escrits autobiogràfics (Barcelona, A Contra Vent, 2011)editado por Montserrat Bacardí y Francesc Foguet póstumamente–, aunque el texto abarca desde los años veinte a comienzos de los cincuenta. Dentro de esta obra, creada a partir de anotaciones y escritos inéditos que recogen prácticamente una vida, destaca el capítulo titulado «Diari de guerra i d’exili (1936-1944)», que incluye también el periodo de su exilio parisino.

El cuarto componente de este grupo de escritores catalanes es el periodista y destacado bibliófilo y coleccionista Just Cabot (1898-1961), quien vivió un exilio relativamente cómodo al casarse con Rosita Castelucho, la hija del galerista parisino de origen catalán Emili Castelucho, para la que trabajaban españoles como Grau Sala. Abrió con su mujer la Librairie Artistique en el número 169 del boulevard Montparnasse, todo en un ambiente artístico y literario que nunca abandonaría. Brillante periodista –durante los años treinta dirigió el semanario barcelonés Mirador–, se refugió desde su exilio en la literatura epistolar. Su biografía la ha escrito Valentí Soler (El periodisme silenciat: Just Cabot. Vida i cartes de l’exili (1939-1961), Barcelona, A Contra Vent Editors, 2008), aunque también en los escritos de Eliseu Trenc se pueden encontrar referencias a Cabot, a Canyameres y al ambiente del exilio catalán, en el que había personajes tan interesantes y curiosos como el barcelonés Mauricio Torra Balari.

No parece oportuno finalizar la relación de los escritores catalanes exiliados sin al menos aludir a Mercé Rodoreda y sobre todo al poeta Carles Riba (1893-1959), en quien el exilio dejó una profunda huella. Este helenista, traductor y bibliotecario, de orientación catalanista y republicana, emprendió el exilio francés en el mismo grupo, parece que numeroso, en el que Antonio Machado cruzó la frontera. Vivió primero en Bierville, cerca de París, luego en Burdeos y por fin en Montpellier, desde donde regresó a Barcelona en 1943. Poeta muy respetado –Pla dice que su obra es su persona– y de un universo complejo, su título esencial de estos años es Elegías de Bierville (1943), en la que recoge el proceso de ensimismamiento, de introspección profunda, al que le lleva la experiencia del exilio y que abre la puerta a una inspiración mística desde entonces habitual en su literatura. En el poemario, de intenso aliento helénico, late una idea del exilio como circunstancia esencial de la biografía, como un extrañamiento que transforma la idea del mundo y la forma de relacionarse con él. Ya lo dice Riba en uno de los poemas de la Elegías, exactamente en el titulado «Seneca»: «Seré un cor dins la fosca; / porpra de nou amb l’alba» (Seré un corazón en la oscuridad / púrpura de nuevo con el alba).

Por su parte, la escritora Mercé Rodoreda (1908-1983), tras colaborar con la Generalitat en tareas de propaganda, llega al exilio y se instala cerca de París, en Roisssy-en-Brie con otros jóvenes escritores catalanes como Xavier Benguerel, Armand Obiols (seudónimo de Joan Prat i Esteve), Pere Quart (seudónimo de Joan Oliver), Agustí Bartra, Pere Calders, Anna Murià y otros muchos. Ante la llegada de los alemanes, el grupo huye. La mayoría de ellos, como Benguerel o Pere Quart, consiguen llegar a Argentina, mientras que Rodoreda y Obiols se dirigen primero a Limoges y luego a Burdeos. Serán unos años de guerra y exilio muy duros para los dos escritores, tanto que hasta muy avanzada la década de los cincuenta Rodoreda no volverá a escribir. Obiols no lo haría jamás.

 

VI

A todos estos escritores catalanes se podría añadir la singular figura de Joan Estelrich (1896-1958) si no fuera porque, además de no ser catalán, sino mallorquín de Felanitx, había llegado a Francia antes de la Guerra Civil y, sobre todo, porque su condición de agente del SIFNE –el servicio de información montado por su amigo Francesc Cambó y dirigido por José Bertran i Musitu, que estaba al servicio de Franco– le envía al muy literario grupo de los escritores espías o, mejor, conspiradores algo barojianos, del cual es uno de los más brillantes y acabados representantes. Tan cosmopolita como catalanista, Estelrich, de personalidad compleja y brillante y una vida de novela –incluida una larga estancia parisina–, dirigía desde 1937 una Oficina de Prensa y Propaganda al tiempo que la revista Occident, al servicio de los sublevados. Todo en un entorno que han estudiado Josep Guixà (Espías de Franco: Josep Pla y Francesc Cambó, Madrid, Fórcola, 2014) y Eliseu Trenc. Esta actividad pública la combinaba con una dedicación al ensayo, a los proyectos culturales y a la literatura en general que le puso en contacto con los principales escritores de anteguerra, de Claudel a Zweig o de Romains a Alfonso Reyes.

En enero de 1941, y en colaboración con la Biblioteca Nacional de Francia, entonces dirigida por su amigo, y azote de masones, Bernard Faÿ, realiza una exposición sobre Juan Luis Vives, el humanista valenciano por cuya figura histórica siempre se interesó. Como recoge Josep Massot i Muntaner («Joan Estelrich i la propaganda franquista a París», en Les literatures catalana i francesa: postguerra i engagement, Ferrán Carbó editor, Abadía de Montserrat, 2001), en el catálogo editado para la exposición hay un texto de Estelrich sobre Vives que es en realidad un ensayo sobre el filósofo, titulado Juan Luis Vives, humanista español.

Aunque viajó a España en varias ocasiones, cuya realidad no le debía de hacer ninguna gracia a un tipo tan morandiano y viajado, Estelrich permaneció en París durante la Ocupación el tiempo suficiente para realizar alguna anotación en sus diarios. Unos diarios que han sido recientemente editados por Manuel Jorba (Dietaris, Barcelona, Quaderns Crema, 2012), en los que las páginas dedicadas a los años negros, correspondientes a los días que van del 24 de noviembre al 14 de diciembre de 1943, son las más escasas entre todas las anotaciones. Que una circunstancia histórica de la relevancia de la Ocupación no inspire más allá de cinco páginas a una persona de la capacidad intelectual y la cultura de Estelrich, de su inquietud legendaria, y de sus relaciones con intelectuales y escritores franceses, francamente no deja de sorprender. Quizás algún día aparezcan más anotaciones.