Con base en esta tabla, me parece claro que, cuando hablamos del cuento argentino en Brasil, podemos identificar, grosso modo, dos «olas», es decir, dos conjuntos de autores introducidos en momentos históricos distintos. El primer conjunto es integrado por sólo dos autores: Borges y Cortázar. De los cincuenta y cinco libros listados, quince son de Borges (incluyendo nuevas traducciones pero sin contar las cuatro obras escritas con Bioy Casares) y trece de Cortázar (incluyendo nuevas traducciones). El segundo conjunto está compuesto por una galería diversificada de escritores de varias generaciones: Bioy Casares tiene cuatro obras publicadas (excluyendo los libros escritos con Borges) y en seguida vienen Ricardo Piglia y Rodolfo Walsh con tres obras, Roberto Arlt y Leopoldo Lugones con dos, y nueve autores con una sola obra publicada: Poldy Bird, Mempo Giardinelli, Isidoro Blaisten, Antonio Di Benedetto, Néstor Perlongher, Samanta Schweblin, Fabián Casas, Diego Vecchio y Mariana Enríquez. Mientras la llegada casi simultánea de Borges y Cortázar comienza a principios de la década de 1970, la presencia del segundo conjunto de autores es bastante más reciente, empezando a partir de la década de 1990 e intensificándose en los primeros años del siglo xxi.

Mirando a las fechas de publicación, no es difícil inferir que la llegada de Borges y Cortázar a Brasil está directamente asociada a la difusión global de la literatura del boom y mediada intensamente por las instancias transnacionales de circulación y legitimación en el campo literario. Es verdad que Borges no era totalmente desconocido por las élites letradas en Brasil; ya en 1928, por ejemplo, el crítico, poeta y narrador Mário de Andrade, figura mayúscula de la vanguardia literaria brasileña, escribió un artículo sobre la literatura argentina en el Diário Nacional de São Paulo en el que decía de Borges: «este poeta y ensayista me parece la personalidad de más relieve de la generación moderna de Argentina» (Andrade 2001: 284, traducción mía). Sin embargo, el Borges cuentista tardó bastante en ser ampliamente conocido en Brasil. Por ejemplo, Ficciones fue traducido al francés en 1951, al italiano en 1955, al alemán en 1959 y al inglés en 1962, pero sólo llegó a Brasil en 1970, cuando la reputación de Borges ya estaba firmemente consolidada. El impacto de los cuentos de Borges y Cortázar fue, así, ampliamente filtrado por su recepción previa en Europa y Estados Unidos. No era poco frecuente que un autor brasileño llegara a los autores argentinos por esa vía, como se ve en el testimonio de uno de los más importantes y prolíficos cuentistas brasileños contemporáneos, Sérgio SantAnna: «Aunque suene increíble, descubrí a Borges y a Cortázar en Francia, donde los dos ya eran bien conocidos mientras que en Brasil recién estaban llegando» (Sant’Anna 2012: 204, traducción mía). En 1968, en un raro ejemplo de presencia de autores hispanoamericanos en los suplementos literarios brasileños, el cuento «Todos los fuegos el fuego» fue traducido por Laís Corrêa de Araújo para el suplemento literario de la Gaceta Oficial del estado de Minas Gerais, uno de los pocos medios que publicaban con regularidad cuentos de autores hispanoamericanos y ensayos críticos sobre sus obras. En su presentación del cuento, Araújo lamentaba el hecho de que la obra de Cortázar, «tan famosa en Europa», aún fuera inédita en Brasil (Coelho 2007: 121).

La excepción a la regla parece haber sido la de los autores de Rio Grande do Sul, el estado más meridional de Brasil, frontera con Uruguay y Argentina, y con profundos vínculos con ambos países. No por casualidad, libros como Ficciones y El Aleph fueron publicados por primera vez por la Editora Globo (que en ese entonces era la más antigua e importante de Rio Grande do Sul y una de las más relevantes de Brasil) y sus traductores fueron Carlos Nejar, poeta, y Flávio José Cardozo, narrador, ambos residentes en Rio Grande do Sul. Moacyr Scliar, autor de numerosos cuentos y novelas con fuerte influencia de autores argentinos, quizás sea el mejor ejemplo de esos vínculos:

El golpe militar de 1964 enseñó a mi generación el camino de Uruguay y de Argentina, que en esa época aún gozaban de una libertad que después sería sofocada por las dictaduras militares. Era un largo viaje en autobús, largo y cansado. Pero compensador. […] Recorriendo las notables librerías de Buenos Aires y Montevideo, descubrí, junto a la literatura política que era el foco de mi interés, dos escritores que inmediatamente me sorprendieron y encantaron: Julio Cortázar y Jorge Luis Borges (Scliar, 2000, traducción mía).

 

Un indicio del prestigio que Borges ya disfrutaba al llegar a Brasil fue el premio de veinticinco mil dólares que le otorgó la Bienal del Libro de São Paulo en su primera visita al país, en 1970, año de la primera edición brasileña de Ficciones. Otro indicio, quizás más elocuente, fue la inclusión, en 1972, de Ficciones en la colección Imortais da Literatura Universal, de la editorial Abril, una serie de obras clásicas que se vendían en quioscos acompañadas de fascículos sobre la vida y la obra de sus autores. Libros de tapa dura, papel de buena calidad y bajo precio: la colección sacaba tiradas gigantescas, muy por encima de los estándares brasileños (Los hermanos Karamázov vendió ciento noventa y dos mil ejemplares en dicha colección, por ejemplo). De los cincuenta autores publicados en ella, sólo tres estaban vivos en ese momento: Alberto Moravia, Graham Greene y Borges. Ficciones fue el título número 50, el último de la colección.

Como señala Scliar, Brasil vivía una dictadura militar desde 1964: en ese contexto, es posible que, como sugiere Yerro (2007: 73), la buena recepción de Borges durante la década de 1970 haya estado condicionada, al menos en parte, por el hecho de que su literatura no trata directamente de temas políticos. Por otro lado, en el aspecto político, la llegada de Cortázar a Brasil aproximadamente en la misma época fue marcada por circunstancias bien distintas. A semejanza de lo que pasó en otros países latinoamericanos, la identidad pública de Cortázar como intelectual de izquierda lo acercó a muchos escritores, periodistas y académicos brasileños que se oponían a la dictadura militar. Es emblemática, en ese sentido, la trayectoria de Davi Arrigucci Jr., crítico literario, profesor de la Universidad de São Paulo, traductor y especialista en literatura hispanoamericana: a mediados de la década de 1960 empezó a preparar una tesis doctoral sobre Borges, pero luego cambió de tema para abordar la obra de Cortázar. El cambio se debió al interés creciente de Arrigucci por la poética de la narrativa de Cortázar, pero fue motivado también, como él mismo admitió, por el clima político de la época en Brasil y en el mundo (Arrigucci Jr. 2011: 168). Su tesis de doctorado, O escorpião encalacrado: a poética da destruição em Julio Cortázar, presentada en 1972 y poco después publicada en libro (Arrigucci Jr. 1973), ofreció el marco para la recepción académica de Cortázar en Brasil y sigue siendo uno de los estudios más completos sobre su obra publicados en cualquier idioma. El libro fue traducido en México (Arrigucci Jr. 2002), pero jamás salió en Argentina.

La importancia del filtro político en la recepción de Cortázar también queda clara en la evaluación del ya mencionado Moacyr Scliar:

En los años de la represión, preferíamos a Cortázar por sobre Borges. A fin de cuentas, se trataba de un escritor de izquierda, valiente, comprometido profundamente con el ser humano, mientras que Borges parecía un aristócrata de las letras […]. Hoy, sin embargo, no queda duda de que Borges está mucho más en evidencia que Cortázar. Lo que es comprensible: su literatura elegante y rica en imaginación, pero cerebral, desprovista de la efusión apasionada de Cortázar, apela mucho más a la época en que vivimos (Scliar, 2000, traducción mía).

 

El testimonio de Scliar es doblemente interesante, porque demuestra cómo durante la dictadura militar las afinidades literarias estaban estrechamente asociadas a preferencias políticas y, a la vez, señala un cambio importante en la apreciación brasileña de las obras de Borges y Cortázar a lo largo del tiempo. De hecho, desde las primeras ediciones, el prestigio e influencia de Borges en Brasil creció de manera sólida y consistente, lo que se nota no sólo en la cantidad y calidad de las ediciones recientes y la gran cantidad de estudios académicos sobre su obra, sino también en la decisión de los editores de encargar nuevas traducciones, varias de las cuales han estado a cargo del ya citado Davi Arrigucci Jr.[1] Aunque sigue siendo amado por el público brasileño y sus libros continúan en catálogo, Cortázar, en cambio, quizás ya no sea tan admirado por los autores y por la crítica: no son muchos los escritores brasileños que lo citan como referencia y, cuando lo hacen, con frecuencia lo incluyen entre sus lecturas de juventud, como Scliar en el trecho anterior o, ya en la generación nacida en la década de 1980, Antonio Xerxenesky. Con respecto a la investigación académica, una consulta a la base de datos para tesis de maestría y doctorados del Ministerio de Educación de Brasil muestra que Borges está indexado en doscientos cincuenta y ocho trabajos, mientras que Cortázar aparece tan sólo en ciento sesenta y uno.